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viernes, 27 de agosto de 2010

Baltasar de Moncada, por P. Enrique Rodriguez SJ

Baltasar de Moncada



1.
Los jesuitas de la primera época fueron brillantes, creativos, arriesgados. La juventud de una orden religiosa recién fundada, la novedad de la misión, la ilusión de participar en gestas a la manera de Francisco Javier, el entrenamiento en discernir a la manera de los Ejercicios Espirituales, el mandato misional del Concilio de Trento, todo convergía a hacer de la Compañía de Jesús en el Perú un instrumento eficaz de la Iglesia. Y lo fue.
Pero los celos, la realidad de los intereses políticos que no son evangélicos, la prudencia y el temor, los golpes externos e internos, las tendencias fundamentalistas, el miedo a lo nuevo y distinto, las noticias que llegaban de España, la supervisión virreinal, episcopal e inquisicional, la maledicencia y en definitiva la realidad, hicieron que los jesuitas ralentizaran su actuación, se hicieran en cierto modo menos visibles, fueran más corporativos y que convirtieran sus centros de enseñanza (los Colegios de Arequipa, Bellavista, Cochabamba, el Colegio Máximo de la Transfiguración del Cuzco, el Real Seminario de nobles de San Bernardo del Cuzco, el Colegio de Caciques de San Francisco de Borja, la Real Universidad de San Francisco Javier de Chuquisaca y el Colegio de San Juan Bautista, los Colegios de Guamanga, Huancavelica e Ica, el Colegio de La Paz, el Colegio Máximo de San Pablo de Lima, el Colegio de Santiago del Cercado, el Colegio Real de San Martín, los Colegios de Moquegua, Oruro, Pisco, Potosí, y el de Trujillo) en bastiones de una forma más consistente de servir apostólicamente. Trabajar formando a las nuevas generaciones restaba brillo al presente, pero abriría nuevas posibilidades. Los hombres dedicados a la educación no brillaban de manera especial. El ambiente escolar los puede mostrar mediocres y adocenados, limitados por la monotonía de la gota de agua que horada la piedra.
Los jesuitas que han brillado han tenido que salir a buscar lo nuevo, enfrentar, investigar, descubrir. Dice el historiador padre Vargas Ugarte: “la Provincia peruana parece que adolecía de una especie de sopor e inacción que agostaba en flor los (...) y no se advertía en sus miembros esa actividad y brío, que son siempre señales de vida lozana y pujante”.
El padre Vargas, historiador de personalidad decidida y jesuita brillante, no deja de tener cierta razón en el juicio de nuestros predecesores; pero doscientos años no habían pasado en vano. Los jesuitas del Perú no estaban ausentes de los aires que corrían en Francia, Portugal y España. Posiblemente había menos “jesuitas estrella”, sin embargo su presencia corporativa era fuerte en la predicación, el consejo sabio y claro estudiado previamente en los famosos seminarios semanales de estudio (llamados “casos de conciencia”), las aulas de Humanidades por donde pasaban como requisito previo todos los futuros universitarios de San Marcos, las misiones persistentes a los lugares más lejanos, la botica de San Pablo que era realmente un laboratorio, los Ejercicios Espirituales a personas y grupos diversos y las Congregaciones Marianas (grupos de formación diversificados) que llegaron a ser trece, hasta con mil participantes.

2.
Antonio de Moncada Hurtado y Chávez y su esposa Isabel Escobar y Saavedra fueron padres de tres hijas, de las cuales Rosa y Catalina fueron monjas del convento de Santa Clara en Trujillo y Josefa casó con Bartolomé Cavero y Toledo que fue alcalde de Trujillo. De los dos hijos varones, Juan fue Cura de Tarata, Doctoral y Deán de Trujillo, Provisor y Vicario General del Obispado y Obispo Electo de Santa Cruz de la Sierra. El otro fue Baltasar, nacido el 7 de septiembre de 1683.
El Colegio de San Martín era la mejor opción para educar a los hijos varones. El apoderado y tutor de los hermanos Moncada fue su tío el padre Juan de Moncada, nacido el 22 de mayo de 1644, ingresado a la Compañía el 8 de septiembre de 1668.
Baltasar fue un buen alumno, que movido por el ejemplo de los jesuitas pidió su ingreso a la Compañía y fue aceptado a los 15 años, el 18 de septiembre de 1698. Siguió la formación ordinaria de los jesuitas y pidió ser enviado a misiones, pero fue destinado a la docencia. En 1716 terminó la formación y también se doctoró en la Universidad de San Marcos donde más adelante fue catedrático. Desde joven ocupó cargos de gobierno como Rector de los colegios de Trujillo, Cusco, Arequipa y la casa de formación de Lima.
Fue nombrado Provincial de Quito (1738-1743) para pacificar la Provincia, que andaba con los ánimos removidos, logrando el objetivo con sabiduría, talento y caridad. Promovió las misiones y diversas acciones pastorales, siendo la principal la Casa de Ejercicios (Hospicio de Jesús, María y José). Al retornar a Lima asumió sus tareas docentes en el Colegio de San Pablo y la Universidad de San Marcos, escribió diversas obras, entre ellas sus comentarios a los Ejercicios Espirituales (lo que era infrecuente) y sobre todo fundó la Casa de Ejercicios para señoras de la nobleza. Los jesuitas tenían una pequeña casa para varones en la parte trasera del Noviciado, en la chacarilla de San Bernardo, fundada por el padre Alonso Messia Bedoya. La Casa de Ejercicios del Sagrado Corazón fundada por el padre Moncada estaba (y está) frente al Palacio de Torre Tagle y es hoy restaurante, peluquería y tiendas.
El padre Baltasar Moncada se dedicó a la dirección espiritual hasta la malhadada orden de extrañamiento de los jesuitas. Debido a su edad, fue recluido junto con varios enfermos y achacosos, en el convento de San Francisco. Mientras la mayoría de sus hermanos fueron llevados al exilio por la ruta del Cabo de Hornos, no hubo conmiseración con los más débiles y los enviaron a España por la ruta de Panamá. El 15 de diciembre de 1767 zarparon del Callao, el 14 de enero llegaron a Panamá, el 5 de febrero a Chagres (en Colón), de ahí los trasladaron en piraguas a Portobelo, de donde fueron conducidos en el navío La Soledad hacia Cartagena. En este trayecto murieron tres de los jesuitas.
No podía seguir viaje, por lo que fue retenido en Cartagena más de dos meses, junto con otros jesuitas enfermos y ancianos. Pero la orden era desterrarlos a cualquier costo, aun las vidas. Embarcados en una nave mercante los padres Moncada (85 años) y Diego Pastor (67 años), con los hermanos Urbano de Acuña (50 años) y Esteban Suárez (82 años), enrumbaron a La Habana, de donde salieron el 24 de agosto de 1768. Al atravesar el Canal de Bahama, el anciano de 85 años padre Baltasar de Moncada murió en la cubierta del barco con la dignidad de los mártires. En la travesía murió también el chileno padre Pastor.
Publicado por Enrique Rodríguez sj
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