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Refrescando el Verano del Peru
PAPA Robert : LEON XIV y ESCUDO Pontificio 2025
PAPA Robert: LEON XIV y ESCUDO Pontificio 2025
domingo, 3 de mayo de 2015
03.05 La Santísima Cruz
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viernes, 13 de septiembre de 2013
14.09 Exaltación de la Santa Cruz
Unidos, a las muchas aldeas, pueblos y ciudades que hoy celebran la fiesta de la Santa Cruz, y a cuantos en su vida personal la llevan con espíritu de victoria, brindemos nuestro devoto aplauso a la Santa Cruz, en donde murió nuestro Señor Jesucristo.
Meditación
Santoral para todo el Año
P. Javier San Martin S.J. - Sra Cecilia Mutual
latam@vatiradio.va
<:complete> Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz en Jerusalén .
Subido el 16/09/2011 - videocustodias
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz en Jerusalén
EN EL PERU
La festividad del patrono de Huarmaca se realiza del 3 al 16 de setiembre, entre actividades religiosas, deportivas, gastronómicas, culturales y otras que congregaran a centenares de pobladores, donde lo importante es reunirse con la familia. Por eso, durante estos días los pobladores que viven fuera de la localidad retornan a sus hogares como parte de la tradición, según nos cuenta uno de sus lugareños, Ernesto Vela Carrasco.
Durante la procesión del Cristo de la Exaltación, que previamente es venerado en su santuario, se ora por la integración familiar, salud, trabajo, así como para agradecer los favores recibidos.
El santo es acompañado por su cofradía, la banda de músicos, que este año recae en el conjunto Santa Lucía de Moche; y los centenares de fieles, quienes a su paso realizan quemas de castillos.
Imagen del Cristo de la Exaltación
Desde el siglo XIX la escultura del Cristo se encuentra en el altar mayor del santuario Santa Ana, el mismo que tiene una altura de 1.75 centímetros y pesa unos 50 kilos.
Sus facciones están perfectamente delineadas, tiene una cabellera larga tendida sobre la espalda, su cabeza se encuentra inclinada y el lado derecho de su cuerpo tiene heridas sangrantes, mientras sus brazos están sostenidos con bisagras, lo que permite que en Semana Santa y en el día central de su festividad, el 14 de setiembre, sea presentado como Cristo Yacente; mientras el resto del año es presentado como el Cristo Crucificado, donde sus brazos y pies tienen clavos, así como heridas en sus hombros, rodillas y cabeza por la corona de espinas, según nos describe Vela Carrasco.
Historia de la llegada del Señor de la Exaltación
Son diversas las historias que se cuentan sobre su origen, según nos precisa Ernesto Vela, quien afirma que algunos de estos relatos refieren que el Cristo de la Exaltación lo hizo un escultor español en el tiempo de la colonia, quien viajó a Quito (Ecuador) donde lo modeló y trasladó hasta el puerto de Paita, en Piura, a bordo de una lancha, desde donde fue llevado por los indios esclavos a Huarmaca.
Otra de las historias indica que la escultura fue llevada a Lambayeque y estuvo en poder de unos campesinos de apellido Manchay, en el caserío de Succhirca, cuyo gobernador Hilario Elera lo rescató y lo llevó a Huarmaca entre los años 1856-1886.
Una tercera versión da cuenta que un escultor huaracino talló la imagen en Huarmaca en madera de cedro mulato, utilizando un gran tronco traído de los bosques del caserío de Paltama.
Por su parte, el pintor y escultor huancabambino Vicente Jibaja Carnero, conocido como Jibaja Che, afirma que en Quito (Ecuador) existe una imagen del Cristo crucificado muy parecida al Cristo de la Exaltación por lo que podría haber sido traída de ese lugar, sin descartar la versión que haya sido esculpida en Huarmaca, tomando en consideración que en esas épocas ya existían escuelas de arte en algunas ciudades del virreinato.
Los moradores refieren que a pesar de existir varias historias sobre el origen de la escultura, el sentir y devoción es uno solo, que se demuestra cada año durante su festividad.
Por Lina Fiestas de RPP
sábado, 15 de septiembre de 2012
14.09 + Exaltacion de la Santa Cruz +
Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el 628 el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fuellevada en persona por el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.
El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.
Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.
La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.
Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.
Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: "En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero" (Himno de Laudes).
En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.
Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega.
"No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.
Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.
jueves, 6 de mayo de 2010
De cruces y peregrinaciones en el Peru


De cruces y peregrinaciones
Cruces de mayo. En la cultura andina, la cruz es un símbolo del ordenamiento de la existencia, de la vida social. Y en mayo, a lo largo y ancho del país, se le rinde tributo.
Por: Antonio Muñoz Monge
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España llegó a América con la espada, el idioma y la cruz. El castellano se mestizó con el quechua y la cruz llegó hasta los confines de los pueblos reemplazando a la chakana, la cruz indígena que representa la unión entre el mundo humano y el Hanan Pacha (lo de arriba o lo que es grande).
En caminos y cerros
Encontramos cruces cristianas a la entrada de los pueblos, a la vera de los caminos. Las hay también pequeñas colocadas sobre los techos de teja de las casas para protegerlas y otras en los atajos de los caminos solitarios que invitan al descanso y la oración, mientras coloca una piedra —una súplica— sobre el promontorio Apacheta o Saywa. Están también inmensas y vigilantes en los cerros o apus, que conversan con los espíritus de los cerros o Wamanis, donde el viento y las lluvias crean “otro universo”.
Las bajadas
Las Bajadas de las Cruces son todo un acontecimiento en mayo. Las comunidades alistan a los cargadores o “kirmas”, provistos con sogas, puñados de hojas de coca y aguardiente, cargan y bajan las cruces de los apus hasta el atrio de la catedral.
El recorrido demora hasta un día. Lo acompañan el sonido de cornetas, lungur —especie de clarín— waqrapukus. Llegan hasta el atrio de la iglesia, donde la cruz descansará todo el mes, adornada de flores y cintas multicolores. Después de ser bendecida regresará a presidir el cerro tutelar.
Gran fiesta
Desde el primero de mayo el espíritu de la cruz recorre los pueblos del Perú celebrando la Fiesta Grande de las Cruces. Es una de las fiestas religiosas de mayor presencia nacional.
En el valle del Mantaro se festeja con danzas y bailes de arraigo nativo-campesino —como la jija, los shapish de Chupaca— y con la parodia y mofa de lo español representada con la chonguinada. En Acobamba, Tarma, una multitudinaria peregrinación llega donde el Señor de Muruhuay.
Otras peregrinaciones avanzan al santuario del Señor de Cachuy, en Yauyos; al Señor de Huamantanga, en Canta, y así por los más diversos rincones.
Tijeras y ekekos
En los pueblos de Ayacucho y Huancavelica acompañan los danzantes de Tijeras. Puno tiene una feria de ilusiones, la de las Alasitas, presidida por el ekeko que simboliza la abundancia, una suerte de imaginería popular de miniaturas que regala.
Cusco realiza el Cruz Velacuy o velatorio de la cruz con acompañamiento de música y bombardas. Un hermoso pasaje de “Los ríos profundos”, de José María Arguedas, recrea esta costumbre: “Yo abandoné ese pueblo cuando los indios velaban su cruz en medio de la plaza.
Se habían reunido con sus mujeres, alumbrándose con lámparas y pequeñas fogatas. Era pasada la medianoche. La cruz estaba tendida en la plaza. Había poca música; la voz de unas cuantas arpas opacas se perdía en la pampa”.
En el cerro
En 1540 el papa Paulo III envió a Lima un fragmento de la cruz donde murió Cristo. Pizarro fundó entonces la Benemérita y Gloriosa Archicofradía de la Veracruz de Caballeros del Perú. La astilla se encuentra hoy en la basílica cercana a la iglesia de Santo Domingo. Pizarro fue un “crucero”, sembró cruces como —según se dice— la del cerro San Cristóbal, Lima, y la Cruz de la Conquista en Puerto Pizarro, Tumbes.
http://elcomercio.pe/impresa/notas/cruces-peregrinaciones/20100502/470945
martes, 4 de mayo de 2010
La Cruz del Cerro San Cristobal de Lima

Católicos peregrinaron al cerro San Cristóbal
Los peregrinos, pertenecientes a parroquias de diversos distritos de la capital, se congregaron desde las 07.00 horas en las afueras de la iglesia de los Padres Franciscanos Descalzos, en el Rímac, y una hora después iniciaron el ascenso hacia la cima del legendario cerro.
Pese al intenso sol dominical, gente de toda edad y condición económica recorrió en poco más de tres horas el serpenteante camino, deteniéndose en cada una de las 14 cruces –llamadas también estaciones–, donde elevó plegarias por el bienestar personal y colectivo.
Junto con el público capitalino se desplazaron turistas que se mostraron gratamente sorprendidos por la manifestación de fe de los fieles católicos que efectuaron el recorrido.
Por momentos, el sofocante calor obligó a los entusiastas peregrinos a detenerse para beber agua y descansar.
En la cúspide del San Cristóbal, donde se eleva
Al término de la peregrinación y de la misa se realizó un pequeño festival gastronómico, auspiciado por
http://www.editoraperu.com.pe

El Cerro San Cristóbal es un cerro ubicado entre el distrito del Rímac y el de San Juan de Lurigancho en la provincia de Lima, Perú. El nombre del cerro data de 1535. Forma parte de los cerros aislados del sistema montañoso de la cordillera de los Andes. Considerado "apu" del valle del Rímac por los incas. Fue bautizado con este nombre por el conquistador español Francisco Pizarro en 1535.
Los españoles gritaron: ¡Milagro de San Cristóbal! Luego organizaron una romería hacia la cumbre del cerro, donde se construyó una capilla y se colocó una enorme cruz de madera. El terremoto de 1746 destruyó la capilla. Durante el gobierno del presidente José Balta la cruz fue sustituida por una de encajes de fierro colado.
La luminosa cruz de
Si antes de la conquista los antiguos peruanos ascendían a la cima para llevar ofrendas y sacrificios a sus dioses; los españoles y misioneros lo hacían rezando el Vía Crucis y rememorando las estaciones de Jesús.
Esa tradición continúa hasta ahora. El párroco Francisco Aramburú organizó en 1929 la primera peregrinación a la cruz de San Cristóbal. Se realiza el primer domingo de mayo. Los promotores de

Existe un servicio móvil que traslada al viajero hacia la cima. Se denominan "urbanitos". Parten desde

Algunas de sus laderas se encuentran en proceso de reforestación con sistema de riego a goteo. En la cima existe también un Museo de Sitio y un cafetín donde se degustan dulces y platos típicos limeños.
Dirección: a tres kilómetros de
http://www.criollosperuanos.com/Curiosidades/lacruzdelcerrosan.htm
La Cruz de Cristo

La Invención o hallazgo de la Santa Cruz
Año 326
Una canción religiosa dice: "Venid oh cristianos - la cruz veneremos - la cruz recordemos - de Cristo Jesús…
Tengamos siempre en nuestras casas la Santa Cruz. Un crucifijo que nos recuerde lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos. Y ojalá besemos de vez en cuando sus manos y sus pies. Así lo hacían siempre los santos.
No nos acostemos jamás ni nos levantemos ningún día sin hacer la señal de la cruz, bien hecha, despacio, desde la frente hasta el pecho y del hombro izquierdo hasta el derecho, y pronunciando los tres Santísimos nombres del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto trae bendición y muchos favores celestiales, y aleja al demonio y libra de muchos males y peligros.
Oracion:
Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen
Historia:
Con este signo vencerás:
Cuenta el historiador Eusebio de Cesarea que el general Constantino, hijo de Santa Elena, era pagano pero respetaba a los cristianos. Y que teniendo que presentar una terrible batalla contra el perseguidor Majencio, jefe de Roma, el año 311, la noche anterior a la batalla tuvo un sueño en el cual vio una cruz luminosa en los aires y oyó una voz que le decía: "Con este signo vencerás", y que al empezar la batalla mandó colocar la cruz en varias banderas de los batallones y que exclamó: "Confío en Cristo en quien cree mi madre Elena". Y la victoria fue total, y Constantino llegó a ser Emperador y decretó la libertad para los cristianos, que por tres siglos venían siendo muy perseguidos por los gobernantes paganos.
Escritores sumamente antiguos como Rufino, Zozemeno, San Cristótomo y San Ambrosio, cuentan que Santa Elena, la madre del emperador, pidió permiso a su hijo Constantino para ir a buscar en Jerusalén la cruz en la cual murió Nuestro Señor. Y que después de muchas y muy profundas excavaciones encontró tres cruces. Y como no sabían cómo distinguir la cruz de Jesús de las otras dos, llevaron una mujer agonizante. Al tocarla con la primera cruz, la enferma se agravó, al tocarla con la segunda, quedó igual de enferma de lo que estaba antes. Pero al tocarla con la tercera cruz, la enferma recuperó instantáneamente la salud. Y entonces Santa Elena, y el obispo de Jerusalén, Macario, y miles de devotos llevaron la cruz en piadosa procesión por las calles de Jerusalén. Y que por el camino se encontraron con una mujer viuda que llevaba a su hijo muerto a enterrar y que acercaron la Santa Cruz al muerto y éste resucitó.
Por muchos siglos se ha celebrado en Jerusalén y en muchísimos sitios del mundo entero, la fiesta de la Invención o hallazgo de la Santa Cruz el día 3 de Mayo.
http://www.ewtn.com/Spanish/Saints/Santa_Cruz_5_3.htm

La Cruz de Cristo y su descubrimiento

El suplicio de la cruz en tiempos de Jesús. Conocemos sus horrores por los escritores romanos del tiempo de Jesús. Así Cicerón, político, orador, filósofo y escritor, que murió menos de 40 años antes de Cristo. Lo llama "el suplicio de la esclavitud y sumo y extremo de los suplicios". Recuerda que a este suplicio no podían ser condenados ciudadanos romanos y dice: «La cruz debe quedar lejos no sólo del cuerpo de los ciudadanos romanos, sino también de sus pensamientos, de sus ojos y de sus oídos». En Roma era el suplicio de los piratas, de los ladrones, de los truhanes y de los esclavos fugitivos. En él se juntaban todos los dolores y todas las infamias. El reo era azotado, cargado con el madero ignominioso, injuriado y maltratado. Después se le desnudaba, se le ataba o se le clavaba, y quedaba en la cruz abrasado por una sed rabiosa, a menos que acelerasen su fin por medio del crucifragio o rompimiento de los huesos de sus piernas con una maza de hierro. Todo despertaba el horror, la repugnancia y el desprecio.
La cruz en los primeros siglos de la Iglesia.
Había que luchar contra todos los instintos humanos y contra todas las prevenciones sociales para reaccionar contra aquel sentimiento, consiguiendo no solamente la compasión, sino la adoración de la Cruz y del Crucificado.No obstante todos los libros apostólicos respiran amor y veneración a la Cruz, y contra las burlas de los judíos y los ascos de los paganos lanzaba el Apóstol aquella réplica altiva: "Nosotros debemos gloriarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. Aceptar el cristianismo, era aceptar la Cruz. Religiosos de la Cruz llama Tertuliano (a. 155-230) a sus correligionarios. Si el gentil veneraba la lanza de Minerva, el rayo de Júpiter, la cítara de Apolo o el tridente de Neptuno, la veneración del cristianismo se concentraba en la Cruz de Cristo. Ella resumía su fe, condensaba su moral y le señalaba un hito en su peregrinación sobre la tierra. Y de este modo el instrumento de ignominia se convirtió en signo de victoria, en motivo de consuelo, en mensajero de gracia y en confesión de fe. Al nacer los ritos de la liturgia cristiana, el signo de la Cruz se junta a ellos, para indicar que de él toman todo su valor. No se podrá bautizar a un catecúmeno, ni consagrar el pan, ni ungir a un moribundo, sin trazar ese signo misterioso. Del culto público, la Cruz pasa a la liturgia del hogar. Los contemporáneos de Orígenes (a. 185-254) se santiguaban ya en la frente, en los labios y en el pecho; se santiguaban al salir de casa, antes de comer, antes del sueño y siempre que empezaban alguna obra buena. Como la paloma, como el áncora y el pez, la Cruz empezaba a figurar en los dijes, en los anillos, en las gemas y en los monumentos. La primera representación que hoy conocemos figura en un altar de Palmira, elevado en "honor de aquel cuyo nombre es bendito en la eternidad" en el año 134. Después aparece en las Catacumbas, en los sarcófagos, en las estelas funerarias, al frente de los epitafios, hasta que, cerrada la era de las persecuciones, empieza a adornar las coronas de los reyes. El triunfo del cristianismo es el triunfo de la Cruz. Constantino la fija en el lábaro, los soldados la graban en sus escudos, las damas la bordan en sus sedas, y los magnates la colocan en la fachada de sus palacios. Ya no se la podrá grabar como signo infamante en la frente de los esclavos, ya no se la podrá usar como instrumento de suplicio para los malhechores. El símbolo de la esclavitud se ha convertido en trofeo de la realeza.Pero hasta el siglo IV no se conoce si se conserva en algún lugar la Cruz de Cristo. Nadie sabe dónde está; parece haber desaparecido para siempre. "Oh Santa Cruz –decía un poeta a principios del siglo IV– la tierra no te poseerá jamás; pero llegará un día en que abrazarás con tu mirada la inmensidad del cielo". La tristeza y la desesperanza se habían apoderado de los espíritus. La vieja ciudad de David había sido destruida; sobre sus ruinas se alzaba una nueva ciudad, Elia Capitolina, rica en hermosos monumentos, infectada de idolatría, poblada de templos y de estatuas paganas. Sobre el Moira (lugar del antiguo Templo) se levantaba el ara de Júpiter y a la cima del Calvario llegaban los adoradores de Venus llevando a su diosa guirnaldas de mirto. ¿Qué esperanza podía haber de encontrar los recuerdos de la Pasión del Señor?Pero hay una mujer que dice: "Vamos a adorar el lugar donde se posaron sus sagrados pies." Fe ciega, devoción ardiente, poder y riqueza. Santa Elena, la madre del primer emperador cristiano, llega a Jerusalén. Su presencia llena de entusiasmo las almas. Rueda la estatua de Venus, cae el altar de Zeus; se destruye, se desmonta, se trabaja noche y día bajo la mirada alentadora de la emperatriz; aparece la gruta del Santo Sepulcro, surgen basílicas de admirable belleza, y Jerusalén queda transformada. San Ambrosio (340-397) pone estas exclamaciones en los labios de la intrépida exploradora: "He aquí el lugar del combate; pero ¿dónde está el signo de la víctima? Busco el estandarte de mi salvación y no llego a encontrarle. ¡Cómo! ¿Yo llevo una corona, y la Cruz de mi Salvador yace en el polvo? ¿Cómo queréis que me crea redimida si no veo el instrumento de la redención?" Mas he aquí tres cruces en el fondo de la gruta, tres cruces de una madera resinosa, oscura, resistente, de madera de pino. Una de ellas es seguramente. ¿Cuál? El milagro da la respuesta: una mujer paralítica, sana repentinamente: la multitud cae de rodillas, prorrumpe en gritos de admiración, reza, llora y adora. "La emperatriz se arroja sobre el sagrado tesoro, y no se cansa de tocar y de besar aquella reliquia, que fue el lecho de la misma Verdad; el leño parecía brillar a sus ojos, y la gracia iluminaba su corazón." Así dice San Ambrosio y su relato está confirmado por los de Rufino, Sócrates y Sozomeno (los tres historiadores), San Paulino de Nola y San Juan Crisóstomo.Un grito de alborozo alzóse del seno de todas las familias cristianas a la nueva de que Jerusalén salía de sus ruinas coronada con la Cruz verdadera de Jesucristo. Dios acababa de consagrar con un postrer milagro el triunfo, ya maravilloso, de la Iglesia. ¡Qué espectáculo el del resurgimiento repentino de las mismas entrañas de la tierra del instrumento del suplicio divino, convertido en señal de dominación y victoria! Las gentes creían presenciar el día de la resurrección universal, y ver al Hijo del Hombre entronizado sobre las nubes y dispuesto a coronar a sus servidores. En todos los corazones no había más que un deseo: poder ir a Jerusalén para ver, para tocar, para venerar el santo madero, que era prenda de bendición. Y empezó el torrente de las peregrinaciones, que no debía interrumpirse jamás. Llegaban los emperadores humillando sus coronas, los anacoretas vestidos de sus mantos de pieles, las matronas consulares de la Ciudad Eterna, los grandes y los pequeños de todos los países de la tierra. Llegaban clérigos y obispos, embajadores de iglesias lejanas, implorando alguna partícula, por menuda que fuese, del adorable patíbulo. Los fragmentos de la verdadera Cruz se extendían con tal rapidez, que unos años después del descubrimiento decía San Cirilo de Jerusalén: "Testimonio espléndido es el que da a Jesucristo el sagrado madero, que vemos entre nosotros, y cuyos fragmentos, arrancados por la fe de los cristianos, llenan ya casi toda la tierra." Y donde no llegaba la presencia misma de la verdadera Cruz, estaba su figura. Se la veía en todos los rincones del mundo, en la última aldea de la Iberia lejana, en los castillos del Danubio, en los campamentos de la Mesopotamia y en las chozas de los solitarios. En los más humildes hogares, la Cruz empezaba a ocupar el de honor, desde donde enseñaba a cuantos la veían la ciencia de bien vivir y de bien morir. El paisano la plantaba en un ángulo de su campo; la saludaba al despuntar el día, cuando empezaba la faena, y el trabajo se le hacía más ligero. Y San Gregorio de Nacianzo decía: "Huye, maligno, si no quieres que levante el bastón de la cruz, ante quien todo tiembla. Yo la llevo en mis miembros, la llevo cuando camino, la llevo cuando descanso, la llevo en mi corazón. ¡La cruz es mi gloria!"