Refrescando el Verano del Peru

PAPA Robert : LEON XIV y ESCUDO Pontificio 2025

PAPA Robert : LEON XIV y ESCUDO Pontificio 2025
PAPA Robert: LEON XIV y ESCUDO Pontificio 2025
Mostrando entradas con la etiqueta Año de la Fè. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Año de la Fè. Mostrar todas las entradas

lunes, 11 de noviembre de 2013

Vaticano Expondrá Las Reliquias de San Pedro - 2013



Vaticano Expondrá Las Reliquias De San Pedro Por Primera Vez Al Concluir El Año De La Fe






Por primera vez en la historia el Vaticano expondrá públicamente las reliquias de San Pedro. Será un acontecimiento único que pondrá el broche final al Año de la Fe.

  <:complete>Jesus dijo textualmente:
<:complete>"Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella".


Mateo 16:18

Hay testimonios arqueológicos de la necrópolis con la tumba de San Pedro, directamente bajo el altar mayor. Esta ha sido venerada desde el siglo II. Un edículo de 160 d.C. en el cual puede leerse en griego "Pedro está aquí".


 
"Está para concluir el Año de la fe. Señor, ayúdanos en este tiempo de gracia a tomar en serio el Evangelio".
Tweet del Papa Francisco-Nov 2013

sábado, 26 de octubre de 2013

26-27.10 Jornada para la Familia en el Año de la Fe - 2013




¡Familia, vive la alegría de la fe!

Vea video completo
Peregrinación a la Tumba de San Pedro para el Año de la Fe
Joven peruano Ulises Vega cantò "Nadie te ama como yo" al Papa Francisco

El sábado 26 y domingo 27 de Octubre, las familias de todo el mundo se dirigen en Peregrinación a Roma, a la Tumba de San Pedro. Este evento, promovido por nuestro Dicasterio, se inserta en el conjunto de iniciativas propuestas para el Año de la Fe, proclamado por el Emérito Papa Benedicto XVI.

El mismo título el evento “¡FAMILIA, VIVE LA ALEGRÍA DE LA FE! Peregrinación de las Familias a la Tumba de San Pedro para el Año de la Fe”, nos hace comprender que esta peregrinación es una ocasión alegre de compartir entre las familias de todo el mundo. Acompañadas también por los hijos y por los abuelos, las familias están invitadas a dar testimonio de su fe con alegría y confianza, precisamente en la Tumba de San Pedro, primer confesor de Cristo. La importancia de la familia como lugar privilegiado de transmisión de la fe, de hecho, nos mueve a rezar y reflexionar sobre el valor mismo de la familia y a ser testigos en todo el mundo de nuestra fe.



Programa

Sábado 26 de Octubre 2013
14:00 hrs. Inauguración en la Piazza San Pietro. Reflexiones, música y testimonios

17:00 hrs. Encuentro con el Santo Padre y profesión de Fe


“Somos un pueblo, una sola alma, convocados por el Señor que nos ama y nos sostiene, el Papa a las familias del mundo

(RV).- (Con audio) RealAudioMP3

26/10/2013 

Encuentro del Papa Francisco con las Familias en el Año de la Fe


Emitido en directo el 26/10/2013 por TV popular Murcia
Encuentro del Papa Francisco con las Familias en el Año de la Fe
"Familia, ¡ vive la alegría de la fe !"
Peregrinación de las familias a la Tumba de San Pedro con motivo del Año de la Fe

0:29:56 Canta el peruano Ulises Vega : Nadie te ama como yo.






DOMINGO 
PROGRAMA
27 de Octubre 2013
9.30 hrs. Rezo del Santo Rosario en la Piazza San Pietro
10.30 hrs. Solemne Concelebración Eucarística en la Piazza San Pietro presidida
 por el Santo Padre Francisco
12:00 hrs. Rezo del Ángelus

Domingo
27/10/2013 Santa Misa Papa Francisco con las Familias en el Año de la Fe
Programado para el 27/10/2013 por TV POPULAR Murcia
Santa Misa Papa Francisco con las Familias en el Año de la Fe.
Peregrinación de las familias a la Tumba de San Pedro con motivo del Año de la Fe.
"Familia, ! vive la alegría de la fe !"

miércoles, 21 de noviembre de 2012

VIA CRUCIS AÑO DE LA FE EN SEVILLA

VIA CRUCIS AÑO DE LA FE EN SEVILLA

 
Por mundo costalero España

domingo, 14 de octubre de 2012

يا إلهي أومن - النشيد الرسمي لسنة الإيمان 2012 - 2013 Credo Domine

 
يا إلهي أومن - النشيد الرسمي لسنة الإيمان 

CREDO DOMINE italiano - Bisbat de Terassa.mpg
Publicado el 08/10/2012 por Joaquin Fluriach


CREDO DOMINE español - Bisbat de Terrassa.mpg
Publicado el 07/10/2012 por Joaquin Fluriach


CREDO DOMINE en français.mpg
Publicado el 26/08/2012 por Joaquin Fluriach


Credo Domine يا إلهي أومن - النشيد الرسمي لسنة الإيمان 2012 - 2013
Publicado el 04/10/2012 por Theholylandsounds
Year of Faith 2012 - 2013 Official Hymn Arabic Version
Credo Domine النشيد الرسمي لسنة الإيمان 2012 - 2013

viernes, 12 de octubre de 2012

Agenda actividades AÑO DE LA FE


CALENDARIO DEL AÑO DE LA FE



Eventos con la presencia del Papa


CIUDAD DEL VATICANO,  (ZENIT.org).- La Santa Sede ha hecho público hoy en rueda de prensa el calendario de los eventos relativos a la celebración del Año de la Fe, que se extenderá del 11 de octubre del presente año al 24 de noviembre del 2013. Ofrecemos aquí aquellos en los que estará presente el papa Benedicto XVI.

2012
La solemne apertura del Año de la Fe en la plaza de San Pedro el 11 de octubre de 2012, con motivo de los cincuenta años del inicio del Vaticano II: Será una misa concelebrada por todos los padres sinodales, los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo y los padres conciliares aún vivos que puedan participar.

El domingo 21 de octubre de 2012, tendrá lugar la canonización de seis mártires y confesores de la fe:
Jacques Barthieu sacerdote jesuita, mártir misionero en Madagascar (1896); Pedro Calungsod laico catequista, mártir en Filipinas (1672);
Giovanni Battista Piamarta, sacerdote testigo de la fe en la educación de la juventud (1913);
madre Marianne (Barbara Cope) testigo de la fe en el leprosorio de Molokai (1918);
María del Monte Carmelo, religiosa en España (1911),
Catalina Tekakwitha, laica indígena mohawk de Canadá, primera santa piel roja, convertida a la fe católica (1680), y
Anna Schäffer, laica bávara, testigo del amor de Cristo desde su lecho de sufrimiento (1925).

2013
25 de enero de 2013. Será la celebración ecuménica en la basílica de San Pablo extramuros con un carácter solemne.

Sábado 2 de febrero, celebración para los consagrados al Señor en religión, en la basílica de san Pedro.

Domingo de Ramos, el 24 de marzo, dedicado a los jóvenes que se preparan a la Jornada Mundial de la Juventud.

Domingo 28 de abril, dedicada a todos los jóvenes que recibieron la Confirmación. El santo padre la conferirá a un pequeño grupo de jóvenes.

Domingo 5 de mayo. Será dedicado a la fe en la piedad popular, una forma peculiar de fe de pueblo y la vida de las cofradías.

La vigilia de Pentecostés, el 18 de mayo, está dedicada a todos los movimientos, antiguos y nuevos, con la peregrinación a la tumba de san Pedro. "En la plaza de San Pedro pediremos al Señor nos envíe aún y con tanta abundancia, su Espíritu para que se renueven los prodigios como en los primeros tiempos de la Iglesia naciente".

La fiesta del Corpus Christi, domingo 2 de junio, con una solemne adoración eucarística que será simultánea en todo el mundo.

El domingo 16 de junio: el testimonio del ‘evangelio de la vida’ en defensa de la dignidad de la persona desde la concepción hasta su muerte natural.

Domingo 7 de julio. En San Pedro, conclusión de la peregrinación de los seminaristas, las novicias y novicios y los que están en camino.

Del 23 al 28 de julio. La Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro.

El 29 de septiembre, dedicado a los catequistas recordará también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.

Domingo 13 de octubre, con la presencia de todas las realidades marianas, para indicar que la Virgen María, madre de Dios puede realizar auténticas maravillas.

Domingo 24 de noviembre. Será celebrada la jornada conclusiva del Año de la Fe.

Se realizarán muchas otras iniciativas, como las de los dicasterios que celebrarán los 50º aniversario del Concilio con diversos congresos e iniciativas culturales.

No faltará grandes eventos de carácter cultural, en el arte, la literatura y en la música, donde tantos hombres y mujeres han expresado su genialidad y su fe. Entre estos la exposición en el Castillo del Santo Ángel del 7 de febrero al 1 de mayo con obras particulares sobre la figura del apóstol Pedro y un gran concierto en la Plaza de San Pedro el sábado 22 de junio.

 
http://www.zenit.org/

Papa participa en procesión de antorchas en el Vaticano por aniversario del Concilio

Papa participa en procesión de antorchas en el Vaticano por aniversario del Concilio ++

12 de octubre, 2012 (Romereports.com) Una marea de pequeñas llamas inundó la oscuridad de la Via della Conciliazione hasta llegar a San Pedro. Eran las más de 40.000 personas que participaron en la procesión organizada por el movimiento “Acción Católica” por la apertura del Año de la Fe y en recuerdo del 50 aniversario del Concilio Vaticano II.

 
El Papa se asomó a la ventana de su residencia e improvisó un emocionado discurso sobre el legado del Concilio Vaticano II.

BENEDICTO XVI

“En estos 50 años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y que se traduce en pecados personales, que pueden convertirse en estructuras de pecado. Hemos visto que en el campo del Señor también hay siempre cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro hay también peces malos. Hemos visto que la fragilidad humana también está presente en la Iglesia”.

El Papa, que trabajó en el Concilio como consejero teológico del cardenal de Colonia, recordó que junto a los problemas, ha habido motivos de sobra para estar satisfechos.

BENEDICTO XVI

“Hemos vivido también una nueva experiencia de la presencia del Señor, de su bondad, de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo, no es un fuego devorador, destructivo. Es un fuego silencioso. Es una pequeña llama de bondad, de bondad y verdad, que transforma”.


Efectivamente, hace 50 años, el día en que se abrió el Concilio Vaticano II, también tuvo lugar una procesión con velas, igual a esta en la plaza de San Pedro. Benedicto XVI la concluyó del mismo modo: pidiendo a los peregrinos que al regresar a casa, dieran un beso a sus hijos e hijas de parte del Papa.

++
BR-JMB  -CTV -VM -BN
Procession pour l'ouverture de l'Année de la foi
DIRECT DE ROME
Procession pour l'ouverture de l'Année de la foi
Diffusé le 11/10/2012 / ...........................Durée 60 mn


Benedicto XVI se asomó a la ventana de su despacho para concluir la procesión de candelas que llegó hasta la plaza de San Pedro. El Papa improvisó un emocionado discurso sobre las luces y sombras del Concilio.



TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO EN ESPAÑOL.

 
“Buenas noches a todos y gracias por haber venido. Hace cincuenta años, este mismo día, yo también estaba en esta plaza, mirando a esta ventana a la que se asomó el Papa bueno, el beato Juan XXIII, que pronunció palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras que salían del corazón.

Éramos felices y estábamos llenos de entusiasmo. El gran Concilio ecuménico se había inaugurado; estábamos seguros de que llegaba una primavera para la Iglesia, una nueva Pentecostés, con una presencia nueva y fuerte de la gracia liberadora del Evangelio.

 
Hoy también somos felices, tenemos la alegría en nuestro corazón, pero podríamos decir que es una alegría, quizás, más sobria, una alegría humilde.

 

En estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce, siempre de nuevo, en pecados personales, que pueden transformarse en estructuras del pecado. Hemos visto que en el campo del Señor también hay siempre cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro también hay peces podridos. Hemos visto que la fragilidad humana también está presente en la Iglesia, que la barca de la Iglesia también navega con viento contrario, en medio de tempestades que la acechan y, a veces, hemos pensado: 'El Señor duerme y se ha olvidado de nosotros'.

 

Esta es una parte de las experiencias de estos 50 años. Pero también hemos tenido una experiencia nueva de la presencia del Señor, de su bondad, de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo no es un fuego devorador o destructor; es un fuego silencioso, es una pequeña llama de bondad, de bondad y verdad que transforma, que da luz y calor. Hemos visto que el Señor no nos olvida.



Hoy también, a su manera, humildemente, el Señor está presente y calienta los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan al mundo y son para nosotros garantía de la bondad de Dios. Sí, Cristo vive, está con nosotros también hoy, y podemos ser felices también ahora porque su bondad no se apaga.¡Hoy también es fuerte!.



Al final, me atrevo a hacer mías las palabras inolvidables del papa Juan: “Id a vuestras casas, dad un beso a los niños y decidles que es un beso del Papa”.

En este sentido y de todo corazón os imparto mi bendición: “Bendito sea el nombre del Señor”.

Sepa por que el "Año de la Fe"


Benedicto XVI publicó la Carta Apostólica "Porta Fidei" o “Puerta de la fe”, con la que convoca oficialmente al “Año de la Fe”.

Esta Carta Apostólica subraya que “creer no es un hecho privado”, y que la fe “tiene una responsabilidad social”.

Benedicto XVI invita a los católicos a “comprometerse de manera activa en favor de la nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”.

Sepa el porqué del
AÑO DE LA FE

14. El Año de la fe ES una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).

La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).



TEXTO COMPLETO

+
CARTA APOSTÓLICA
EN FORMA DE MOTU PROPRIO
PORTA FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XVI
CON LA QUE SE CONVOCA EL AÑO DE LA FE

1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[1]. Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado[2]. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.

3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,[3]con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis[4], realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe. Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca»[5]. Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla»[6]. Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios[7], para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.

5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar»[8], consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»[9]. Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»[10].

6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz»[11]. En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).

7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo»[12]. El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.[13]Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de la fe». Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.

8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.

9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza»[14]. Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada[15], y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año. No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón»[16].

10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo. A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios. Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso. La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”»[17]. Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor[18]. Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre»[19]. Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido[20]. La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.

11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial»[21]. Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe. En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar. En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad[22].

13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos. Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación. Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4). Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles. Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47). Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores. Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19). Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban. También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.

14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18). La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). 15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.

«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.
Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.

BENEDICTO XVI

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/motu_proprio/documents/hf_ben-xvi_motu-proprio_20111011_porta-fidei_sp.html

jueves, 11 de octubre de 2012

Benedicto XVI inaugura en la Plaza de San Pedro el Año de la Fe

Benedicto XVI inaugura en la Plaza de San Pedro el Año de la Fe


++11 de octubre, 2012 (Romereports.com) Benedicto XVI entró en la plaza de San Pedro para presidir la misa de apertura del Año de la Fe, con el himno oficial de este año como música de fondo. Ha sido también una ceremonia muy solemne, con la que ha recordado el 50 aniversario del Concilio Vaticano II y los 20 años del Catecismo de la Iglesia católica

Inauguracion del Año de la Fe por S.S. Benedicto XVI




La Iglesia lanza el "Año de la Fe" coincidiendo con los 50 años del Concilio

11 de octubre de 2012 • 08:26



El Papa Benedicto XVI lanzó este jueves un "Año de la Fe" coincidiendo con el 50 aniversario del histórico Concilio Vaticano II, que modernizó la Iglesia católica, e invitó a los 1.200 millones de católicos del mundo a recuperar la "tensión positiva" de entonces.

En la plaza San Pedro, con un tiempo radiante de otoño, una larga procesión compuesta por cientos de obispos provenientes del mundo entero salió por la Puerta de Bronce, situada a la derecha de la basílica, en una procesión similar a la que se vivió del 11 de octubre de 1962, cuando empezó el histórico Concilio Vaticano II.

Al acercarse al altar en la explanada, los obispos tomaron sus mitras en la mano, llevando únicamente bonetes rojos (cardenales) o púrpuras (obispos), y un coro cantó un himno compuesto especialmente para el "Año de la Fe".

Catorce de los 70 padres que participaron en el Concilio Vaticano II (1962-65), entre ellos monseñor Leonardo Felice, de 97 años, ex arzobispo de Cerreto (Italia), estaban en la procesión.

El Papa Benedicto XVI, que llevaba una casulla verde, al igual que los obispos, se dirigió al altar para hablar a la multitud.

También estaban presentes el patriarca ortodoxo de Constantinopla, Bartolomé I, y el jefe de la Iglesia Anglicana, el arzobispo Rowan Williams.

La ceremonia inaugural de este "Año de la Fe", que se celebrará hasta noviembre de 2013, estuvo marcada por el recuerdo del Concilio que modernizó la Iglesia tras el llamado del Papa Juan XXIII y que reunió entonces a 2.250 obispos provenientes de todos los continentes.

Según Juan Pablo II, fallecido en 2005, y Benedicto XVI, su sucesor, ese Concilio, el 21º en dos mil años, sigue siendo "la brújula" de la Iglesia para el siglo XXI.

El Papa aprovechó el lanzamiento del "Año de la Fe" para hacer este jueves un llamamiento a los católicos para que se inspiren de los documentos del Concilio Vaticano II, "una expresión luminosa de la fe" y para que recuperan la "tensión positiva" de entonces.

Lamentó sin embargo el "desierto" que atraviesa la fe en algunos países pero aseguró que "también en el desierto se puede volver a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir".

Por su parte el patriarca de la iglesia ortodoxa de Constantinopla, Bartolomeo I, se felicitó por el diálogo dentro de la Iglesia católica.

"Nuestra presencia aquí muestra nuestro compromiso para lanzar el mensaje de salvación para nuestros hermanos más humildes: los pobres, los marginalizadas", explicó.

Al final de la ceremonia el Papa mandó varios "mensajes al pueblo de Dios", igual que lo había hecho Pablo VI en 1965 en la clausura del Concilio Vaticano II.

Este jueves está prevista también una procesión con antorchas organizada por la Acción Católica Italiana, que recuerda a la que tuvo lugar hace 50 años, cuando miles de fieles caminaron de noche hasta llegar bajo las ventanas del Papa Juan XXIII.-

El Papa italiano, conocido por su sencillez, saludó entonces a la multitud, en ese primer día de Concilio, con un discurso ahora histórico conocido como "de la luna", que suscitó un entusiasmo considerable en una Iglesia a menudo rígida.

"El mundo entero está reunido aquí. Parece que la propia luna se apresuró esta noche para ver este espectáculo (...) Mi persona no cuenta: es un hermano que os habla", dijo Juan XXII ante los fieles en medio de aplausos.




+++ ++11 de octubre, 2012 (Romereports.com) Benedicto XVI entró en la plaza de San Pedro para presidir la misa de apertura del Año de la Fe, con el himno oficial de este año como música de fondo. Ha sido también una ceremonia muy solemne, con la que ha recordado el 50 aniversario del Concilio Vaticano II y los 20 años del Catecismo de la Iglesia católica