IGNACIO DE LOYOLA JOVEN
Por padre Enrique, Párroco de san
Pedro de Lima
Soy jesuita, trabajé largos
años cerca de jóvenes entre quince y veinticinco años. En el año 2006 me
pregunté cómo habría sido a esa edad la vida de san Ignacio de Loyola, el
fundador de la Compañía de Jesús. Supongo que me había dejado llevar de la
lectura tradicional, daba por supuesto lo que siempre se repite, la historia
del soldado desgarrado y vano que se convirtió. Algo me llevó a releer textos
tradicionales (Rivadeneyra, Dudon, Roig, García Villoslada, H. Rahner, etc.)
con una perspectiva distinta, pero me dejaron insatisfecho. En estos
encontramos la información repetida y muy conocida: Juan Velázquez de Cuéllar,
Contador Mayor del Reino desde 1495, pidió a Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola,
que pusiera a su servicio a un Loyola “para crialle en su casa como propio y
ponelle después en la casa real". Así, a los quince años Ignacio se
traslada al castillo de Arévalo. Estuvo al servicio del “ministro de economía”
(no otra cosa era el Contador Mayor) de 1506 a 1517.
La pregunta es: ¿Qué hizo
Ignacio de Loyola en esos once años? Porque se trata de la vida de una persona
en un período crucial, desde los quince años. La Autobiografía despacha en una
línea lo que me interesaba averiguar: “Hasta los 26 años de su edad fue hombre
dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de
armas con un grande y vano deseo de ganar honra”. No podemos menos que estar de
acuerdo, en orden a la intención del documento y por el enorme respeto que nos
merece. No obstante, algo más dice el padre Juan Alfonso de Polanco, secretario
de maestro Ignacio: “Aunque era aficionado a la fe no vivió nada conforme a
ella ni se guardaba de pecados, antes era especialmente travieso en juegos y
cosas de mujeres y en revueltas y cosas de armas". Ya resulta algo más
sugerente.
Para entender el ambiente que
vivió Ignacio en esos años, hay que leer la historia del Reino de Castilla
desde la muerte de Isabel la Católica en 1504, la pretensión de Fernando de
hacerse del trono que correspondía a Juana la hija de ambos, aduciendo los
argumentos de insania que esgrimía su yerno Felipe el Hermoso.
En 1505 Fernando de Aragón
casó con Germana de Foix. Ese año en la Concordia de Salamanca, se acordó el
gobierno conjunto de Felipe, Fernando y Juana. En 1506 Fernando renuncia a la
corona de Castilla y se retira a Aragón; Felipe es jurado rey de Castilla junto
a su esposa. Juan Velázquez de Cuéllar es confirmado en su puesto de Contador
Mayor. A ese ambiente llega el joven Ignacio.
"De la memoria del Sr.
Juan Velázquez me he consolado en el Señor nuestro: y así V. md. me la hará de
darle mis humildes encomiendas, como de Inferior que a sido, y es tan suyo y de
los señores su padre y abuelo y toda su casa, de lo qual todavía me gozo y
gozaré siempre en el Señor nuestro". Este texto es de 1548, de una carta
del padre Ignacio al nieto de Velázquez. Si los años de Arévalo hubieran sido
una experiencia negativa, ¿iba el padre Ignacio a expresarse tan cordialmente?
Como paje, escribano, familiar
o aprendiz de contador, Ignacio vio de cerca las Cortes de Valladolid, Monzón y
Burgos y viajaría sin duda a Medina del Campo, Tordesillas, Segovia, Madrid, o
dondequiera se hallara la corte y tuviera que ir por oficio su patrocinador. Se
ha recalcado a lo largo de los años, en exceso según creo, que aprendió la
cetrería, el manejo de armas, la cortesía (el arte de vivir en la corte), su
participación en fiestas, banquetes y pendencias nocturnas, la denuncia por
meterse en problemas en una noche de carnaval, el enamoramiento de una dama que
“no era condesa ni duquesa sino más arriba que eso”; lo raro hubiera sido lo
contrario. No tenía vocación de monje y vivía su juventud según los parámetros
que le dictaba la cultura y medio que vivía.
La reina Isabel había ordenado
que "en tiempo alguno la dicha villa de Arévalo sería enajenada ni
apartada ni quitada de su corona real por causa alguna, ni dada en merced a
persona alguna". Sin embargo el Emperador Carlos V, su nieto, la sacó de
la corona para dársela en señorío a la reina viuda Doña Germana. Juan Velázquez
de Cuéllar, los vecinos de la villa e Ignacio con ellos, se levantaron ante el
atropello, pero la ciudad fue sitiada por los ejércitos reales. Velázquez cayó
en desgracia y murió. Con veintiséis años, 500 escudos, dos caballos, una
derrota y un fracaso profesional, Ignacio abandonó Arévalo para dirigirse a
Navarra y servir como gentilhombre a su pariente el virrey don Antonio Manrique
de Lara. Ahí lo esperaba el segundo fracaso, en Pamplona, cuando a punto de
cumplir treinta años, toda su construcción se terminó de venir abajo.
Si mi pregunta era sobre la
preparación profesional de Ignacio, ahora me queda claro. No fue soldado de
profesión, sino de ocasión. En realidad fue algo así como aprendiz de contador,
economista, administrador y político. Me queda claro cómo aprendió el oficio, a
la vera de Juan Velázquez. También entiendo mejor la terrible depresión, cuando
en el límite de la cordura, redireccionó su vida. Pero eso lo pueden leer en
“Iñigo” de Julien Green de manera meditativa y sabrosa. Y para entenderlo mejor
aún, sugiero la aproximación a los Ejercicios Espirituales, el gran sistema de
abrir el libro de cuentas de la propia vida y de la vida del mundo. De verdad
conviene poner en orden los ingresos y egresos, como él, con letra de
escribano, en tinta roja y azul.
Feliz día para los amigos,
bienhechores y colaboradores de los jesuitas.
A.M.D.G.