El Mensaje del Domingo, por Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Domingo XXX - T. O. - Ciclo A – Octubre 23 de 2011
Los fariseos se reunieron al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, y uno que era maestro de la ley, para tenderle una trampa, le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?” Jesús le dijo: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente’. Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo parecido a este: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas” (Mateo 22, 34-40).
1.- ¿Cuál es el mandamiento principal?
Los doctores de la Ley solían entender los mandamientos como obligaciones impuestas. Jesús, en cambio, les da el significado de una invitación a corresponder al amor de Dios rechazando la idolatría –o sea no endiosando las cosas ni los poderes terrenales- y tratándonos los unos a los otros como hijos e hijas del mismo Creador.
La promulgación del Decálogo en el Antiguo Testamento comienza en el libro del Éxodo dos capítulos antes del texto de la primera lectura de este domingo, con una introducción en la que Dios le recuerda a su pueblo lo que ha hecho por él: Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, donde eras esclavo (Ex 20, 2). La puesta en práctica de los 10 mandamientos -3 referidos directamente a Dios y 7 al prójimo, era para los israelitas la forma de corresponder al amor de Dios en el marco de un pacto celebrado entre Él y su pueblo en tiempos de Moisés (siglo 12 a.C.). Tal es el sentido del Código de la Alianza, del que hace parte la primera lectura (Éxodo 22, 20-26), y que es un desarrollo del Decálogo.
2.- Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente
La respuesta de Jesús a los fariseos comienza con una cita del Deuteronomio, (nombre que significa segunda promulgación de la Ley), un libro en el cual se evoca el testamento que Moisés le había dejado al pueblo de Israel antes de morir. En él aparecen de nuevo los 10 mandamientos con la misma introducción: Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, donde eras esclavo” (Dt 5, 6-21).
El texto con el que Jesús inicia su respuesta se conoce como Shemá Israel, las dos primeras palabras en hebreo de un texto del Deuteronomio que los judíos memorizan desde niños: Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente (Dt 6, 4-5). Los versículos siguientes dicen: “Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho y enséñalas continuamente a tus hijos; háblales de ellas, tanto en tu casa como en el camino, y cuando te acuestes y te levantes. Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa” (Dt 6, 6-7).
En tiempos de Jesús, los fariseos, y entre ellos los llamados “doctores de la Ley”, cumplían al pie de la letra la última frase de este texto, llevando atadas en sus manos y en su frente las filacterias, unos pequeñísimos rollos de papiro que simbolizaban la Ley de Dios -en hebreo la Torá-. Pero la mayoría de ellos no realizaban el espíritu de esa exhortación que consiste en que el amor a Dios se muestre en el amor al prójimo.
3.- Amarás a tu prójimo como a ti mismo
Pablo recuerda en la segunda lectura (1 Tesalonicenses 1, 5c-10) que los primeros cristianos de la ciudad griega de Tesalónica habían abandonado los ídolos y se habían convertido a Dios. Precisamente el primer mandamiento, amar a Dios sobre todas las cosas, significa rechazar toda forma de idolatría. Por eso amar a Dios implica no dejarse arrastrar por el culto al dinero, al prestigio o al poder, que son ídolos por los cuales se suele remplazar al verdadero Dios. Ahora bien, el amor a Dios sólo puede verificarse en el amor a los demás. Por eso Jesús no reduce su respuesta al Shemá Israel del Deuteronomio, sino que cita además otro texto del Antiguo Testamento, el del libro Levítico, escrito en el siglo quinto a. C. por levitas o descendientes de Leví, uno de los doce hijos del patriarca Jacob, que colaboraban en el culto del Templo de Jerusalén. En este otro texto dice Dios: ama a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19, 18).
Y luego concluye Jesús su respuesta con una frase que indica la unión inseparable entre el amor a Dios y el amor al prójimo: En estos dos mandamientos se basan toda la Ley y los Profetas. A primera vista, no está diciendo nada nuevo.
Pero si consideramos el contexto de los Evangelios, encontramos tres detalles ampliamente desarrollados entre otros por el Papa Benedicto XVI en la primera de sus Encíclicas, titulada Dios es amor (año 2005) :
1º - El prójimo (próximo, cercano) no es sólo el de la misma raza, nación, condición o cultura, o el que piensa igual, sino todo ser humano de cualquier condición, y especialmente el más necesitado, el excluido, el marginado, el oprimido.
2º - Amar al prójimo como a sí mismo (lo cual corresponde a la llamada Regla de Oro: Traten a los demás como quieren que los demás los traten a ustedes -Mt 7,12-), implica que quien se acepta y se reconoce como hijo o hija de Dios debe por lo mismo aceptar y reconocer a las demás personas también como hijos e hijas del mismo Creador.
3º - Reconocer que Dios nos ama implica disponernos amar a los demás del mismo modo en que Dios nos ha mostrado su amor a través de Jesús, al encarnarse haciéndose nuestro prójimo (Dios-con-nosotros), y dar su vida en la cruz por todos.
Al celebrar pues la Eucaristía, que es el memorial del Amor de Dios manifestado en el sacrificio redentor de Cristo, Dios hecho hombre, dispongámonos a realizar en nuestra vida el mandamiento nuevo del amor que el propio Jesús nos dejó como testamento, en el sentido nuevo y pleno que Él quiso darle a la Regla de Oro de la ética en el sentido cristiano: Ámense unos a otros como yo los he amado (Evangelio según san Juan 13, 34).
1º - El prójimo (próximo, cercano) no es sólo el de la misma raza, nación, condición o cultura, o el que piensa igual, sino todo ser humano de cualquier condición, y especialmente el más necesitado, el excluido, el marginado, el oprimido.
2º - Amar al prójimo como a sí mismo (lo cual corresponde a la llamada Regla de Oro: Traten a los demás como quieren que los demás los traten a ustedes -Mt 7,12-), implica que quien se acepta y se reconoce como hijo o hija de Dios debe por lo mismo aceptar y reconocer a las demás personas también como hijos e hijas del mismo Creador.
3º - Reconocer que Dios nos ama implica disponernos amar a los demás del mismo modo en que Dios nos ha mostrado su amor a través de Jesús, al encarnarse haciéndose nuestro prójimo (Dios-con-nosotros), y dar su vida en la cruz por todos.
Al celebrar pues la Eucaristía, que es el memorial del Amor de Dios manifestado en el sacrificio redentor de Cristo, Dios hecho hombre, dispongámonos a realizar en nuestra vida el mandamiento nuevo del amor que el propio Jesús nos dejó como testamento, en el sentido nuevo y pleno que Él quiso darle a la Regla de Oro de la ética en el sentido cristiano: Ámense unos a otros como yo los he amado (Evangelio según san Juan 13, 34).