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Domingo de Ramos con Maria 2018

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viernes, 11 de junio de 2010

Sagrado Corazon de Maria


INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
La devoción al corazón de María ha sido siempre a lo largo de toda su historia una fuente inagotable de vida interior para las almas marianas. Las escuelas de Helfta, benedictina, franciscana y dominicana, durante toda la edad media, nos ofrecen textos de incomparable valor ascético y místico. Posteriormente, el humanismo devoto de san Francisco de Sales hace del corazón de la virgen María el lugar de encuentro de las almas con el Espíritu Santo. La escuela berulliana, apartándose de este humanismo, tiende más bien hacia una espiritualidad desencarnada, que satisface solamente a las almas más elevadas. Así, p. ej., la fiesta sulpiciana de la Intimidad de la virgen María, aun siendo teológicamente válida, altera el verdadero sentido de la devoción al corazón de María. San Juan Eudes, a pesar de haber sufrido fuertemente el influjo de Olier, no se dejó arrastrar por este exceso de angelismo. En su obra más significativa Le Coeur admirable de la Mere de Dieu restablece el equilibrio entre el espiritualismo berulliano y el humanismo desbordante de los jesuitas franceses. Pero la influencia de Paray-le-Monial vuelve a romper peligrosamente el equilibrio en favor de un fisicismo (acentuación de la importancia del corazón como órgano físico) que pierde de vista el sentido genuino de la espiritualidad de esta devoción.
En nuestros días, la espiritualidad cordimariana se ha enriquecido con la aportación de los nuevos estudios sobre el corazón de Jesús. Y no hemos de olvidar que los últimos escritos de sor Lucia, sobre todo su Cuarta Memoria, ofrecen riquísimos elementos para una espiritualidad sobre el mensaje de Fátima de indudable alcance místico. Por otra parte, las grandes almas marianas de nuestra época constituyen un claro ejemplo del alto nivel espiritual que puede alcanzar una auténtica espiritualidad cordimariana.
COR/QUE-ES: Sin embargo, es necesario que la devoción al corazón de María reexamine el simbolismo que ha utilizado hasta ahora. Si, superando la reciente decadencia semántica, usamos el término corazón en su significado original, suscitará en nosotros una imagen mucho más profunda y rica de contenido, no limitada a la esfera afectivo-sentimental. Para lograrlo es necesario superar más de dos siglos de historia, durante los cuales esta noble palabra —palabra-clave— siguió estando anclada o, mejor dicho, varada en un primer tiempo en las arenas del preciosismo francés, que impregna los textos de santa Margarita María, y luego en las del romanticismo alemán, que domina todo el s. XIX. A pesar de ello, en la literatura cristiana esta palabra-clave permaneció abierta a una semántica plenamente humana y con sólidas raíces teológicas.
Si entendemos el término corazón en toda su riqueza semántica, semita y cristiana, por la que viene a designar el punto de referencia, el lugar en donde se concentra su esencia y del que parten sus palabras y sus acciones, y si entendiéndolo así aplicamos el término a la Virgen, veremos que la imagen que evoca es el signo sagrado de la persona y de las acciones de la misma Virgen. Conviene insistir en la sacramentalidad del corazón; no se ve, pero se prevén sus acciones; se trata de una realidad vital, pero que remite a realidades más altas, humanas y sobrenaturales.
La devoción al corazón de María no puede reducirse a la contemplación del signo del corazón, como sucedió a veces en épocas de gusto decadente. Tiene que abrazar toda la realidad de María, captada como misterio de gracia, el amor y el don total que ella hizo de sí misma a los hombres. Para concluir, digamos que la espiritualidad cordimariana está llamada a desempeñar, en el terreno más amplio de la espiritualidad mariana, tres funciones importantes: informar, interiorizar y purificar. Ante todo, por los motivos ya indicados, informa de sí misma a todas las devociones genuinas a la Virgen. Luego, desempeña una función de interiorización al exigir que los fieles vivan coherentemente en su intimidad (en su corazón) las expresiones externas de piedad que dirigen a la Virgen. Finalmente, ejerce una función catársica respecto a las diversas expresiones de piedad mariana, para que todas ellas alcancen un alto nivel espiritual; para que, sin perder su espontaneidad y su sinceridad, purificadas de las escorias de un folclore deteriorante. hagan brillar el oro de la genuina devoción. •ALONSO-J-M ....................
Memoria litúrgica actual
La MC, de Pablo Vl, incluye la memoria del Corazón inmaculado de la bienaventurada Virgen María entre las "memorias o fiestas que... manifiestan orientaciones que brotan en la piedad contemporánea" (MC 8). Es algo perfectamente cierto.
1. ORIGEN HISTÓRICO DE LA FIESTA.
El que promovió de hecho la celebración litúrgica del Corazón de María fue san Juan Eudes (16011680), como se deduce también de las explícitas declaraciones de León Xlll (1903) y de Pío X (1909)` que le dan el nombre de "padre, doctor y primer apóstol" de la devoción y particularmente del culto litúrgico a los sagrados corazones de Jesús y de María, a los que el santo quiso consagrar de manera especial a los religiosos de su congregación. Ya hacia el año 1643 —unos veinte años antes de la fiesta del Corazón de Jesús— empezó a celebrar con sus seguidores la fiesta del Corazón de María. Cinco años después, el 8 de febrero de 1648, esta fiesta se celebró también en público, en la ciudad de Autun, con misa y oficio compuestos por el santo y aprobados por el obispo diocesano. Estos textos litúrgicos propios de san Juan Eudes encontraron la aprobación de numerosos obispos, a pesar de la viva oposición de los jansenistas. El 2 de junio de 1668 la fiesta y los textos litúrgicos recibieron también la aprobación del cardenal legado para Francia. Pero cuando al año siguiente se pidió a Roma la confirmación de esta ratificación, la Congregación de Ritos respondió negativamente.
Fue el jesuita p. Gallifet el que en 1726 renovó una petición formal a la Santa Sede para la aprobación de la fiesta. La causa fue tratada por Próspero Lambertini, el futuro Benedicto XIV, que era entonces promotor de la fe. La Congregación de Ritos respondió por primera vez en 1727 con un non proposita, es decir, con la invitación a no insistir en la petición, ya que ésta, por las dificultades doctrinales que presentaba, habría tenido que encontrarse con una respuesta negativa. Pero Gallifet no se dio por vencido, volvió a insistir, y en esta ocasión, el 30 de julio de 1729, se respondió oficialmente: negative. Como es sabido, la Santa Sede concedió en 1765 un oficio propio festivo al Sagrado Corazón de Jesús; pero en aquella ocasión no se pensó en proponer otro para el Corazón de María. En 1799 Pío VI autorizó a la diócesis de Palermo a celebrar una fiesta en honor del Corazón santísimo de la bienaventurada virgen María. Pío VIl, en 1805, decidió conceder esta celebración litúrgica a todos los que la solicitasen expresamente a Roma, con la obligación de utilizar mutatis mutandis el oficio de la fiesta de nuestra Señora de las Nieves. En tiempos de Pío IX, en 1855, la Congregación de Ritos aprobaba para la celebración del Corazón purísimo de María nuevos textos para la misa y el oficio, utilizando en parte los de san Juan Eudes, pero destinados siempre y solamente a aquellas diócesis y familias religiosas que hubieran hecho la debida solicitud. En 1914, con ocasión de la reforma del misal romano, la fiesta del Corazón de María fue trasladada del cuerpo del misal a un apéndice del mismo, entre las fiestas "pro aliquibus locis".
Posteriormente se presentaron a la Santa Sede muchísimas peticiones que imploraban la extensión de esta fiesta a toda la iglesia. Esas peticiones estaban promovidas, por una parte, especialmente por el celo de los misioneros Hijos del Corazón inmaculado de María (claretianos) y, por otra, por la difusión de una devoción semejante sobre todo después de las apariciones de Fátima. Y esta vez Roma respondió de forma afirmativa. El 31 de octubre de 1942 (y luego, solemnemente, el 8 de diciembre en la basílica vaticana), en el 25 aniversario de las apariciones de Fátima, Pío Xll consagraba la iglesia y el género humano al inmaculado corazón de María; como recuerdo perenne de aquel acto, el 4 de marzo de 1944, con el decreto Cultus liturgicus, el papa extendía a toda la iglesia latina la fiesta litúrgica del Inmaculado Corazón de María, asignándole como día propio el 22 de agosto —octava de la Asunción— y elevándola a rito doble de segunda clase. El calendario actual ha reducido la celebración a memoria facultativa y ha querido encontrarle un lugar más adecuado poniéndola el día después de la solemnidad del Sacratisimo Corazón de Jesús.
2. CONTENIDOS DE LOS TEXTOS LITÚRGICOS.
Esta cercanía de las dos festividades nos hace retornar al origen histórico de la devoción; efectivamente, san Juan Eudes en sus escritos no separa nunca los dos Corazones. Por lo demás, durante nueve meses la vida del Hijo de Dios hecho carne estuvo rítmicamente palpitando con la del corazón de María.
Pero los textos propios de la misa del día puntualizan además el esfuerzo espiritual del corazón de la primera discípula de Jesucristo. El canto para el evangelio y la antífona de comunión, que utilizan a /Lc/02/19, y el trozo evangélico de /Lc/02/41-51 con su conclusión, nos presentan a María tensa —en la intimidad de su corazón— a escuchar la palabra de Dios y a profundizar en ella. En el primer texto Lucas pone de relieve la amorosa atención de la Virgen a todo lo que ve y escucha y a los acontecimientos divinos en los que se ve envuelta; también José y otros muchos escucharon en particular el testimonio de los pastores, pero María —según nos dice el evangelista— es la única que medita, que intenta penetrar dentro de su corazón en el misterio que está viviendo. Luego, en el segundo texto, Lucas indica a propósito que María y José no comprendieron las palabras de Jesús en el templo; pero, apenas recordada la vuelta a Nazaret, llama la atención sobre una constante de la actitud de María: "Y su madre conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón". De esta forma María, que se había convertido en la madre del Hijo de Dios adhiriéndose a la palabra del Padre en la anunciación, va realizando ahora progresivamente su madurez maternal escuchando y guardando en su corazón las palabras del Hijo. Éste fue el vínculo más profundo que los unió, ya que no habrían sido suficientes los vínculos de la carne y de la sangre (cf Lc 8,21 y 11,28; Mt 12,49-50; Mc 3,34-35). Ella llevó realmente a Jesús más en su corazón que en su seno; lo engendró más con la fe que con la carne.
Así pues, María escuchaba y meditaba en su corazón la palabra del Señor, que era para ella como un pan que la alimentaba en su intimidad, como un agua generosa que riega un terreno fecundo. A lo largo de todo el AT se impone frecuentemente al pueblo elegido la obligación de recordar y meditar en su corazón todo lo que Dios había hecho en favor suyo, de forma que pudiera confirmar y profundizar cada vez mas su fe. Ahora la Virgen muestra que ha heredado dignamente esta dote de sus padres. También ella tiene una doble actitud frente a los acontecimientos y las palabras de Jesús: por una parte conserva su recuerdo y por otra se esfuerza en ahondar en su comprensión, reflexionando en su corazón o bien —según el tenor original del verbo symbállein utilizado por Lc 2,19—confrontándolas en su corazón. He aquí la fase dinámica de la fe de María: recordar para profundizar, confrontar para encarnar, reflexionar para actualizar.
Y he aquí la enseñanza para nosotros. Con este esfuerzo de su corazón por comprender la divina palabra, María nos enseña cómo hemos de albergar a Dios, cómo hemos de alimentarnos de su Verbo, cómo hemos de vivir saciando en él nuestra hambre y nuestra sed. Es sobre todo la colecta de la misa donde se recogen estas referencias prácticas: "Oh Dios, tú que has preparado en el corazón de la virgen María una digna morada al Espíritu Santo, haz que nosotros, por intercesión de la Virgen, lleguemos a ser templos dignos de tu gloria". María se convierte así en el prototipo de aquellos que escuchan la palabra de Dios y hacen de ella su tesoro; el modelo perfecto de todos los que en la iglesia deben descubrir con profunda meditación el hoy de este mensaje divino. Imitar a María en esta actitud quiere decir estar siempre atentos a los signos de los tiempos, es decir, a todo lo nuevo y admirable que Dios va realizando en la historia tras las apariencias de la normalidad, en una palabra, quiere decir reflexionar con el corazón de María sobre los acontecimientos de la vida cotidiana, deduciendo de ellos —como lo hizo María— conclusiones de fe.
D. SARTOR
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 951-954)




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