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viernes, 13 de diciembre de 2013

Homilia al III Domingo de Adviento - Ciclo A - 2013



Prepara el camino
Evangelio del  III Domingo de Adviento - T.O. A
D 15 de Diciembre 2013
Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,2-11):

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: « ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»


Palabra del Señor



Comentario al Tercer Domingo de Adviento – Ciclo A
¿CÓMO SABEMOS QUE EL MESÍAS HA LLEGADO?
Bienvenidos a nuestro encuentro dominical. Hoy es el domingo tercero de adviento del ciclo A. Y en esta misa, encontramos preguntas fundamentales al leer: Mateo 11,2-11.
Si, yo envío mi mensajero delante de ti. El mensajero, quizás el personaje más importante que tenemos en nuestro mundo, aquel que es enviado por Dios para aquellos que Dios ama. El mensajero es el que va caminando en la vida sintiendo el corazón muy ligado al Dios que lo ama.  A este Dios que lo ha escogido entre muchos para llevar ese mensaje de salvación. El Mensajero, que hermoso que el día de hoy podemos ver tantos mensajeros en el mundo, que se asemejan a ese primero, aquel Juan el Bautista, que se sintió llamado por Dios y enviado por Él para ser el mensajero ante aquella generación de su época, y para decirle que se prepararan para poder aceptar la venida del salvador.
¿Y el mensajero quién es? Es aquel que va delante de Dios, es aquel que va haciendo y poniendo las huellas que más adelante el mismo Señor Jesús las pisará. El mensajero es el que va abriendo las puertas, para que después venga el Señor. Por eso el mensajero tiene la gran iniciativa de llevar el mensaje a donde él siente que debe llevar de acuerdo a las exigencias de su mundo.
El mensajero, por tanto, no es aquel que empieza a ver que hay cosas malas a las cuales no se debe acercar. Él debe abrir las puertas de lo que considera bueno, pero también de aquello que considera malo, aquello que él considera que el mundo lo desprecia, aquello que incluso la misma religión dice, “esto no”. Allí tiene que hacer el mensajero su labor, él debe abrir las puertas de lo malo para que también allí entre el Señor.
Qué hermoso es entonces ser el mensajero porque va preparando el camino, va haciendo el camino. Hay cuantos caminos que no conducen a ningún sitio, y hay tantos hombres y mujeres en este mundo, hay tantas instituciones que no conocen el camino hacia Dios. Es por eso que el mensajero es el que va preparando ese camino que pueda comunicar a la institución, a la persona, a aquel hombre que sufre y llora, con Dios el Salvador. Y por lo tanto tiene que ser un especialista en hacer caminos, no solamente en él mismo presentarse como el salvador sino el hacer el camino para que el Salvador llegue.
Lamentablemente vemos en nuestra época, estimados amigos, que hay cuanta personas que en lugar de hacer camino se presentan ellos mismos como salvadores, y dicen, aquí me tienes, yo soy el que te voy a dar la mano, yo soy el que te voy a salvar. Ese no es el mensajero de Dios. El mensajero solamente es aquel que va preparando ese lugar en el cual se va a dar un encuentro especial entre la institución, entre la persona, entre nuestro mundo, y Dios el Salvador. Pero si no hay alguien que prepare ese encuentro, jamás el hombre encontrará a Dios.
Por eso nos preguntamos el día de hoy, ¿cuantos mensajeros tenemos como aquel mensajero, como Juan el Bautista que empezó a predicar allí en el desierto, conviértanse? aquel hombre que dejó todo, que se vistió de una manera muy desarreglada, de una manera que la gente decía, pero cómo este se viste así. Y cuando el Señor Jesús habló de él dijo: fíjense, este no se viste como los grandes hombres de nuestro tiempo. Es que los mensajeros no se presentan ellos mismos para deslumbrar a los demás, con su personalidad, con lo que es él, sino al contrario, quieren deslumbrar a los otros con la presencia de lo que traen en el corazón. Y por eso cuántas veces hemos visto los restos de aquellos grandes hombres que han pasado por nuestro mundo, y nos preguntamos como él se podía vestir así, como él podía trabajar de esta manera, es que precisamente sentía que había algo importante en la vida, que era Dios y a Él lo vinieron a anunciar.
Y este es pues el mensaje, mis queridos amigos, que el día de hoy nos deja el evangelio que quisiera dejar hoy en tus manos, Mateo 11, 2-11
Te agradezco muy sinceramente por tu presencia en este día, y nos estamos escuchando nuevamente el próximo domingo.
Escrito por: Padre Javier San Martin sj – 11.12.2010
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BENEDICTO XVI
III Domingo de Adviento,
Queridos hermanos y hermanas:
En este tercer domingo de Adviento, la liturgia propone un pasaje de la carta de Santiago, que comienza con esta exhortación: «Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor» (St5, 7). Me parece muy importante, en nuestros días, subrayar el valor de la constancia y de la paciencia, virtudes que pertenecían al bagaje normal de nuestros padres, pero que hoy son menos populares en un mundo que, más bien, exalta el cambio y la capacidad de adaptarse a situaciones siempre nuevas y distintas. Sin quitar nada a estos aspectos, que también son cualidades del ser humano, el Adviento nos llama a potenciar la tenacidad interior y la resistencia del alma que nos permiten no desesperar en la espera de un bien que tarda en venir, sino esperarlo, es más, preparar su venida con confianza activa.
«Mirad al labrador —escribe san Santiago—; espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la venida del Señor está cerca» (St 5, 7-8). La comparación con el campesino es muy expresiva: quien ha sembrado en el campo, tiene ante sí algunos meses de espera paciente y constante, pero sabe que mientras tanto la semilla cumple su ciclo, gracias a las lluvias de otoño y de primavera. El agricultor no es fatalista, sino modelo de una mentalidad que une de modo equilibrado la fe y la razón, porque, por una parte, conoce las leyes de la naturaleza y hace bien su trabajo y, por otra, confía en la Providencia, puesto que algunas cosas fundamentales no están en sus manos, sino en manos de Dios. La paciencia y la constancia son precisamente síntesis entre el empeño humano y la confianza en Dios.
«Fortaleced vuestros corazones», dice la Escritura. ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Cómo podemos fortalecer nuestros corazones, que ya de por sí son frágiles y que resultan todavía más inestables a causa de la cultura en la que estamos sumergidos? La ayuda no nos falta: es la Palabra de Dios. De hecho, mientras todo pasa y cambia, la Palabra del Señor no pasa. Si las vicisitudes de la vida hacen que nos sintamos perdidos y parece que se derrumba toda certeza, contamos con una brújula para encontrar la orientación, tenemos un ancla para no ir a la deriva. Y aquí se nos ofrece el modelo de los profetas, es decir, de esas personas a las que Dios ha llamado para que hablen en su nombre. El profeta encuentra su alegría y su fuerza en la Palabra del Señor y, mientras los hombres buscan a menudo la felicidad por caminos que resultan equivocados, él anuncia la verdadera esperanza, la que no falla porque tiene su fundamento en la fidelidad
de Dios. Todo cristiano, en virtud del Bautismo, ha recibido la dignidad profética; y cada uno debe redescubrirla y alimentarla, escuchando asiduamente la Palabra divina. Que nos lo obtenga la Virgen María, a quien el Evangelio llama bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor (cf.Lc 1, 45).
Plaza de San Pedro - 12 de diciembre de 2010
© Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana

 



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Armar ya nuestros nacimientos en gran tamaño
El arbol no es importante, es complementario