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Domingo de Ramos con Maria 2018

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viernes, 9 de marzo de 2012

Homilia al III Domingo de Cuaresma 2012



Dios no se compra ni se vende, se regala

Homilia al III Domingo de Cuaresma 2012

Señor, limpia mi corazón de todas mis imperfecciones

Escrito por: Padre Javier San Martin
COMENTARIOS A LA LITURGIA DE LOS DOMINGOS
* * Comentario al III Domingo de Cuaresma - Ciclo “B” * *
11 de marzo 2012


San Juan 2, 13 al 25,
Bienvenidos a nuestra cita semanal para celebrar juntos el día del Señor. Hoy, tercer Domingo de Cuaresma del Ciclo “B”, la Iglesia presenta para nuestra reflexión y comentario un hecho del todo singular en la vida de Jesús. Hasta pareciera muy extraño que Jesús mismo hubiera protagonizado este hecho. Jesús llegaba a Jerusalén con sus discípulos para las Fiestas de la Pascua y contempló un espectáculo que muchas veces lo habría contemplado en otras ocasiones cuando subía a la celebración de la fiesta.

Las explanadas del templo estaban llenas de gente y reinaba una enorme confusión. Había puestos de venta de todo tipo y el negocio estaba en su mejor apogeo durante estos días. Como se necesitaban tantos animales para los sacrificios, allí se encontraban ovejas, corderos, bueyes, pilas de jaulas para palomas y pichones… Y, sobre todo, mesas de los negociantes, de los cambistas, de todos los que olían buenas ganancias a costa del culto… En medio de tanto revoltijo, y de tanto grito y confusión, ¿quién era capaz de elevar su corazón a Dios con la plegaria?… Nadie. El templo estaba convertido en todo menos en una casa de oración.
Jesús, entonces, agarró unos cordeles, hizo con ellos un látigo bien robusto y, sin previo aviso, empezó a repartir golpes a diestra y siniestra. Empezó a volcar las mesas de los cambistas, a tirar por tierra el dinero, mientras lanzaba gritos salidos del fondo de su alma herida, más que de su garganta:



- Fuera, ¡Fuera de aquí,
bandidos! ¡Fuera todos!…
¿Por qué profanan la Casa
de mi Padre? ¿No han oído
que esta casa es una casa de
oración? Pero Ustedes la han
convertido en una cueva de
ladrones…

Y el maestro siguió dando golpes con fuerza, hasta que no quedaron solo los que había ido a rezar… Pero ahí no acabó todo. Porque en ese momento los sumos sacerdotes del templo y los jefes del pueblo, se acercaron a Jesús y severamente le reclamaron:
-¿Con qué autoridad haces tú esto? ¿Quién eres tú para arrojar a la gente del Templo? ¿Qué señal nos das para demostrar que tú actúas en nombre de Dios, al que llamas tu Padre?
Fue ciertamente un momento de angustia. Pero Jesús, mirándolos fijamente, les dijo:
-¿Quieren que les de un signo de mi autoridad? Pues ahora mismo se los voy a dar: destruyan este templo, y yo lo reedificaré en tres días.
Y mientras decía estas palabras el maestro con sus dedos señalaba a su propio cuerpo y no al Templo que tenían delante. Pero los jefes, no advirtieron este detalle y le increparon:
-¿Qué dices?,… cuarenta y seis años ha costado construir este templo desde que lo comenzó Herodes, ¿y ahora tu vienes a decir que lo vas a reedificar en tres días?…
El hecho era, ciertamente, del todo singular. Esa reacción de Jesús arrojando a todos a latigazo limpio nunca la hubiéramos imaginado, y por eso surge, naturalmente una pregunta obvia: ¿por qué Jesús actuó de esa manera? ¿Qué nos quería enseñar con ello? Una primera respuesta la encontramos en su propio corazón. Fue el celo por la gloria de su Padre que lo llevó a actuar de esa manera inesperada. Él había venido a purificar el templo. Pero, al mismo tiempo, Jesús manifestaba con esta actuación que ese templo ya no servía más para el culto nuevo que Él iba a instituir: un culto fundado sobre su propio Cuerpo, en el que Él sería, al mismo tiempo, Víctima, Sacerdote, y Altar. Y que éste será el único culto, el de Jesucristo muerto y resucitado, que Dios iba a aceptar en adelante.
Con el tiempo venimos a comprender esta nueva realidad. Jesucristo era el Sacerdote, la Víctima, y al mismo tiempo, el Templo y Altar. La Eucaristía que empezamos a celebrar por mandato del mismo Señor, suplía todos los sacrificios que ofrecía el antiguo Israel. Jesús decidía quedarse en nuestros templos materiales para inundarlos con su Divinidad y abrir, desde ellos su corazón misericordioso a todos los que buscaban en la oración e invitar a un trato personal. También llegamos a comprender cómo nuestros propios cuerpos son templos consagrados. El apóstol San Pablo un día nos dijo:
-¿No saben que ustedes son templos de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?
¡Qué hermosa verdad, Señor! Créeme que me produce una gran alegría, pero también, no te oculto, que me produce también temor. Porque se que tengo el riesgo de profanarlo, como el templo de Jerusalén. Por eso te pido que cuando veas que estoy profanando mi templo, no dudes en sacar nuevamente aquel látigo para purificarme de verdad.
Y ahora viene lo más importante
Y bien amigos, así terminamos esta breve reflexión sobre el Evangelio de este Domingo.
Pero ahora viene el momento más importante, tu encuentro personal con el Señor Jesús. Toma, pues, el evangelio en tus manos, San Juan Capitulo 2 versículos del 13 al 25, y trata de sentir lo que el Señor te quiere comunicar.
Quédate pues ahora a solas con El.
Patricia Henostroza y Javier San Martín les agradecemos muy sinceramente el haber estado con nosotros, y nos despedimos hasta el próximo domingo en esta misma emisora.

http://faculty.shc.edu/jsanmartin/