




El Padre Rutilio Grande García (5 de julio de 1928 - 12 de marzo de 1977) fue un sacerdote jesuita de El Salvador, que fue amigo de Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Fue asesinado en 1977, junto con otros dos salvadoreños, hecho que impulsó a Monseñor Romero a insistir que el gobierno investigara la acción y, al no cumplir esa insistencia, a cambiar su posición sobre el papel de la iglesia y del individuo en la política. El 24 de septiembre de 1972, el padre Grande se convirtió en párroco de Aguilares, la misma parroquia en que él había pasado su niñez y juventud. Allí fue uno de los jesuitas responsables de establecer las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) y de entrenar a los líderes, llamados Delegados de la Palabra. Este movimiento de organización campesina encontró oposición entre los terratenientes, que lo veían como una amenaza a su poder, y también entre sacerdotes conservadores quienes temían que la iglesia católica llegara a ser controlada por fuerzas políticas izquierdistas.
Grande también desafío al gobierno por su respuesta a acciones que le parecieron destinadas para perseguir a los sacerdotes salvadoreños hasta silenciarlos. El sacerdote colombiano Mario Bernal Londoño, que servía en El Salvador, había sido secuestrado el 28 de enero de 1977 frente al templo Apopa cerca de San Salvador — supuestamente por guerrillas — junto con un miembro de la parroquia, quien salió salvo. Posteriormente el padre Bernal fue expulsado del país por el gobierno. El 13 de febrero de 1977, Grande predicó un sermón que llegó a ser llamado su "Sermón de Apopa", denunciando la expulsión del padre Bernal por el gobierno (denuncia que la OEA indicó puede haber provocado el asesinato del padre Grande):
Muerte.- El 12 de marzo de 1977, el padre Grande — acompañado por Manuel Solorzano, de 72 años, y Nelson Rutilio Lemus, de 16 — manejaba el Jeep otorgado por el Arzobispado en la carretera que conecta al Municipio de Aguilares con el municipio de El Paisnal, ya que venia de la parroquia del primero para la misa vespertina a celebrarse la novena de San José, cuándo los tres quedaron emboscados y murieron ametrallados por los Escuadrones de la Muerte.
Al saber de los asesinatos, Monseñor Romero fue al templo donde reposaban los tres cuerpos y celebró la misa. Después, Romero pasó varias horas escuchando a los campesinos locales, conociendo sus historias personales de sufrimiento, y horas también en oración. En la mañana del día siguiente, después de reunirse con los sacerdotes y consejeros, monseñor anunció que no asistiría ya a ninguna ocasión gubernamental ni a ninguna junta con el presidente — siendo ambas actividades tradicionales del puesto — hasta que la muerte se investigara. (Ya que nunca se condujo ninguna investigación nacional, resultó que Romero no asistió a ninguna ceremonia de estado, en absoluto, durante sus tres años como Arzobispo.
El domingo siguiente, para protestar por los asesinatos de Grande y sus compañeros, el recién instalado Monseñor Romero canceló las misas en toda la arquidiócesis, para sustituirlas por una sola misa en la Catedral de San Salvador. Oficiales de la iglesia criticaron la decisión, pero más de 150 sacerdotes concelebraron la misa y más de 100.000 personas acudieron a la catedral para escuchar el discurso de Romero, quien pidió el fin de la violencia.
