Bóveda de la Capilla de Nuestra Señora de Loreto (hoy Salón de Grados Universidad Mayor de San Marcos) |
AUTOBIOGRAFÍA DEL PADRE CASTILLO
- II
II
1632
Entré en la Compañía santísima de
Jesús a treinta y uno de diciembre de mil y seiscientos y treinta y dos,
recibióme el Padre Provincial Diego de Tórres Vásquez, en, el Colegio real de
San Martín, este mesmo día por la mañana, vispera de año nuevo, en la capilla
de Nuestra Señora de Loreto, feliz anuncio y pronóstico de las muchas
misericordias y beneficios que Dios me había de hacer en la Compañía, por medio
e intercesión de aquesta Soberana Señora, madre amorosa y abogada de pecadores,
como lo comencé a experimentar desde luego que comencé el noviciado, en donde
experimenté un favor singular y una gran misericordia y merced de Dios, y fué
que en todo el tiempo del noviciado no tuve ningún ofrecimiento ni movimiento
contra la vocación a la religión, siendo así que fueron las mortificaciones muy
grandes y los trabajos interiores de espíritu que sufrí [1]. Hice los votos a
dos de enero de mil y seis cientos y treinta y cinco; salí del noviciado y fuí
al Colegio de·San Pablo, en donde comencé el seminario. En este tiempo comencé
a sentir un grande trabajo de noche, y fué que apenas comenzaba a dormir,
cuando con los ojos interiores del alma, veía y sentía entrar dentro del·
aposento no pocas noches, tropas y multitud de demonios, que llegándose a mí me
afligían en lo más interior del alma y me atormentaban, de suerte que parecia
me ahogaban. Este trabajo duró muchas noches hasta que dí cuenta de él a mi
padre espiritual, con que desde entonces cesó.
Fuí por órden de la obediencia a
acabar el seminario al Callao, en donde tuve por maestro al Padre Juan de
Alloza. Aquí, en el Colegio del Callao me aconteció un día que acabando de
salir de unos comunes altos que había, cayeron repentinamente todos en tierra,
en donde hubiera peligrado sin duda la vida, si no hubiera salido tan presto.
Apenas estuve un mes en el seminario, cuando me mandó la santa, obediencia que
volviese otra vez a Lima, a leer el aula de mínimos, de donde, después
de·ochomeses, salí a comenzar o oír las Artes al Padre Alonso de·Presa. En este
tiempo de Artes padecía muchas aflixiones y desconsuelos ,en lo interior de mi
alma, motivados y originados de que por mi poco ingenio y corta capacidad y
dolores contínuos de cabeza que padecía, no había de poder acabar los estudios,
ni había de ser de provecho en la Compañía. En estos ahogos y desconsuelos,
hallaba el consuelo y alivio en la Siempre Virgen María, madre y amparo
nuestro, por medio de una dévotíssima imagen suya que tenía dentro del cancel,
en el aposento. A esta Soberana Señora le daba cuenta de mis trabajos,
tristezas y desconsuelos, aunque muy bien le constaban, con esta consoladora de
los afligidos me consolaba, con esta
amorosa madre me·regalaba, y por su medio e intercesión me daba Dios fortaleza
y gracia y una grande resignación y conformidad en todo con su santíssima
voluntad, con una grande lluvia de lágrimas, en especial cuando le rezaba el
Rosario, unas veces sentía un júbilo, alegría y consuelo grande en el corazón,
otras me parecía y como que sentía tener la boca en el sacrosanto costado y
llaga de Cristo nuestro Señor, de quien me parecía sentir la presencia, no con
figura o imagen corpórea ni forma, sino con un modo intelectual muy delicado y
sútil, y con los efectos de su presencia, sintiendo un grande sabor y gusto y
deleite en la boca, unos incendios grandes, y aprietos del corazón en el pecho,
un apretarse mucho y cerrarse muchas veces con fuerza los ojos, un delirio y
descaecimiento, y falta de fuerza en el cuerpo, sintiéndose el alma y cuerpo
como vencido, rendido y poseído de obra, virtud y amor superior. Esto sentí
muchas veces junto con una inclinación natural y propensión especial al
espíritu y devoción, y esto sentía que iba creciendo, al paso que se aumentaban
los trabajos y desconsuelos, y las tristezas del corazón.
Talla jesuita de la Virgen Maria |
De más de haber procurado valerme
de la intercesión poderosa de la siempre Virgen María, nuestra Señora, como de
tesorera y canal celestial, en quien y por quien se reparan y comunican los
tesoros y las riquezas de todas las ciencias y letras, me procuraba también
valer, para dar buena cuenta de los estudios, de la intercesión de otros
santos; pero viendo y considerando que mis peticiones y ruegos no tenían el
despacho y suceso que deseaba, me consolaba entre mi diciendo, que si no salía
con los estudios de Artes y Teología para poder predicar o leer, tenía otros
muchos ministerios la Compañía, humildes, para poder servirla en alguno, y que
por lo menos la serviría en el santo de coadjutor. Un día acabando de comulgar
y estando dando gracias a nuestro Señor, le rogué a su Magestad que me' diese a
entender, y significase, en qué ministerio le serviría y le agradaría más en la
Compañía, parecíome oía una voz interior que decía que en el ministerio de los
morenos. Fui y dí cuenta al superior de esto, ofreciéndome desde luego para tan
santo ministerio y empleo respondióme entonces el Superior, que conservase y
guardase tan santos deseos y propósitos para su tiempo. En este tiempo en que
acabé de oír Artes, y comencé a oír Teología, no se cómo poder escribir y
explicar la tormenta tan especial y penosa que padecía en el espíritu con
varias y fortísimas tentaciones, recelos, desconfianzas, temores de que me
habían de echar de la Compañía, porque no había de ser de provecho en ella;
esto era lo que más me afligía y atormentaba, lo que más apreturas y congojas
causaba en mi corazón, esto era lo que me hacía saltar, y correr las lágrimas
de los ojos, y los sentimientos penosos del corazón por la boca, solo sabe
nuestro Señor lo que entonces sentí en mí corazón, y lo que sentí también una
tarde en que la santa obediencia me envió a San Juan, a acompañar a un hermano
procurador porque entendí y temí entonces que me llevaban a despedir de la
Compañía, con que no pude en toda aquella noche dormir, sobresaltado y
llorando, no hallo a qué poder comparar aquesta pena y tormento, porque era
para mí entonces un purgatorio penoso: arrepentíame de las faltas que había
tenido en la Compañía, ya proponía fervorosamente la enmienda, ya hacía firmes
propósitos de ponerme debajo los pies de todos los que había en la Compañía;
otras veces me consolaba hablando conmigo y diciendo, que si acaso me echasen
de la Compañía por mis pecados, pediría y rogaría a los superiores que me
dejasen servir y asistir en alguna de las chacras de la Provincia, y con esto
me consolaba, porque me daba Dios a sentir lo mucho que su Magestad Soberana
estimaba y debemos estimar todos a esta santísima Compañía, amada y querida
suya fuera de la cual y sin defensa me parecía imposible salvarme.
Volví a Lima y volvió a arreciar
la tormenta, especialmente en el Colegio de San Martín, a donde dentro de breve
tiempo me envió la santa obediencia a asistir y tener cuidado de la sala de San
Pablo. No hallé armas más eficaces para defenderme, y no ser rendido ni vencido
en estos penosos combates, que la resignación y conformidad en todo con la
divina voluntad, y con la acogida y recurso a la Sacratísima Virgen María,
Reina y Señora nuestra, la cual acreditó y aprobó el remedio y eficacia de
aquestas armas con el siguiente aviso y consejo. Estando un día del mes de
abril de 1642 en la celda de la sala de San Pablo del Colegio de San Martín,
con grandes y rigurosos combates, y con penosas sequedades y desamparos de
espíritu, haciendo actos de resignación y conformidad con la voluntad de Dios,
me volví a la madre y consoladora de pecadores, con las lágrimas en los ojos, y
suspiros del corazón en la boca, le dije, entre otras razones; Señora mía;
amparadme y miradme con ojos de misericordia! quedé rendido y sin fuerzas y
juntamente dormido, y en visión imaginaria e intelectual, ví a la Santísima
Virgen Nuestra Señora con el Niño Jesús en los brazos, el cual vuelto a mí y
mirándome me decía: bien has peleado, y diciendo yo a la Soberana Reina del
Cielo: Señora, miradme con ojos de piedad y misericordia, esta amorosa y
piadosa madre me miraba con un· amoroso y benigno semblante, diciendo: En lo
que más agradarás a mi hijo es en conformarte en todo y por todo, con la
voluntad de Dios. Quedé con este aviso y visita muy confortado, y muy consoIado,
y más prevenido y armado con estas armas para todos los trabajos y tentaciones
que después se han ido ofreciendo.
Capilla de Nuestra Señora de la Antigua - Catedral de Lima |
A primero de marzo de 1642,
estando yo en el dicho Colegio de San Martín; me mandó la santa obediencia que
me ordenase de sacerdote, con que en este segundo año de Teología interrrumpí,
y dejé los estudios. Ordenándome de todas órdenes de las menores y las mayores,
el Ilustrísimo y Reverendísimo señor Don Pedro de Villagómez,·Arzobispo de esta
ciudad de Lima; ordenóme de Epístola, a quince del mismo mes en la Catedral, en
la capilla de Nuestra Señora de la Antigua, y cinco de abril, de Evangelio, en
la misma dicha capilla, y el sábado Santo, a diez y nueve el dicho mes, me
ordenó de Misa en el monasterio de la Inmaculada y Puríssima Concepción de la
Santíssima Virgen, Nuestra Señora. A veintisiete de abril, domingo de
Cuasimodo, dije la primera misa en la capilla de la Santíssima Virgen de
Loreto, que está en el colegio de San Martín, en donde fuí recibido también en
la Compañía. Después de haberme ordenado de sacerdote prosiguieron también los
trabajos, que en el alma y en el espíritu padecía por medio de los demonios,
especialmente cuando dormía, sintiendo y pareciéndome algunas veces que me
querían ahogar, pero siempre me defendía con la resignación y conformidad, con
la voluntad divina y con la invocación cordial y eficaz de la Santíssima Virgen
María, Nuestra Señora.
Pasados algunos meses me-envió la
santa obediencia al Callao, a que estudiase Moral y leyes e Gramática. Aquí, en
este puerto de mar, fueron las tormentas mayores y las borrascas que padecí en
el espíritu, con sequedades, angustias, tentaciones, temores, aflixiones y
presuras de corazón; no sé a que poder comparar este penoso martirio. Dióme
Dios en esta ocasión a entender que otro martirio mayor me aguardaba, no sé si
material en el cuerpo, o espiritual en el alma, porque en la uña del dedo
polex, no estoy bien seguro si fué en la mano derecha o izquierda, reparé que
en la parte superior de la uña estaba dibujada e incorporada el mismo blanco
que había en la uña, con grande primor y arte, una cabeza cortada, poco mayor
que cabeza de un alfiler, con unas gotitas que parecía caían de la cabeza,
también del mismo color, en el carrillo un astillazo o lanzada y encima de la
cabeza una pinta blanca como resplandor, o diadema; parecía el aspecto de
sacerdote como de hasta cincuenta o sesenta años de edad. Hice grande
diligencia y prueba para certificarme verdad de esta pintura y dibujo, y aunque
estaba, muy cierto de ella, por ,haber sido desde pequeño aficionado al arte de
la pintura y practicándolo en ocasiones, hice una diligencia y experiencia con
todo eso, y fué poner un pedacito de listón morado o negro entre la uña y carne
del dedo para que sobresaliese más y se distinguiese. Así fué que aunque antes
se divisaba todo y se distinguía, con esto sobresalía y se veía todo mejor, los
ojos, la. naríz, la barba, las goticas de sangre que caían de la cabeza, el
astillazo o lanzada en el carrillo, los cabellos de la cabeza, el resplandor o
diadema encima, y finalmente el aspecto como de cinquenta o sesenta años de
edad. No quise manifestar esto a nadie, aunque estuve para decirlo a uno o dos,
ocultélo hasta ahora que esto escribo por obediencia, en mi corazón, en donde
entonces; cuando lo vi, sentí grande alegría y consuelo especial, alborozo y
gozo y un género de esperanza y certidumbre particular de-que había Dios de
hacerme mártir, o con el martirio material en el cuerpo, o con el espiritual y
de no en el alma, porque muchas veces se lo he pedido y rogado a su Magestad.
Crecían y avivábanse más en mi estos afectos, acordándome de lo que el santo
Padre Juan de Villalobos me dijo a veintinueve de agosto de mill y seiscientos
y cuarenta y cuatro, cuando le estaban sangrando por la mañana en su celda. A
mí, dijo, me sacan por el brazo la sangre, pero a Vuesa reverencia, hablando
conmigo, dijo, se la sacarán por la garganta. No se si aqueste gran siervo de
Dios habló del martirio material en el cuerpo, o del espiritual y de deseo en
el alma, por haberle yo dado cuenta y comunicado los deseos grandes que yo
tenía de ir a tierra de infieles y derramar la sangre por Cristo·Redentor y
Salvador nuestro. Con las. aflixiones y tentaciones molestas de los demonios,
que estando durmiendo sentí en el alma, comencé a sentir y experimentar también
en aqueste tiempo, estando de noche durmiendo, un estar el alma velando y
amando, un dar unos vuelos en Dios y a Dios muy sutiles y delicados. Reparaba y
observaba después, cuando despertaba, que cuando el alma subía dando estos
vuelos, subía conociendo simul y amando a Dios, y que aunque aquestas potencias
y actos eran distintos, era una esencia tan solamente, muy sutil y muy
delicada, como el fuego y luz penetrados. Observé también, lo segundo, que
cuando más se olvidaba el alma de todo lo criado y de sí, y se anonadaba y
aniquilaba, daba más fervorosos, ligeros y superiores los vuelos. Lo tercero
también noté, que sí el alma hacía algún acto reflejo de lo que obraba-y hacía,
se amortiguaban y descaecÍan y amainaban aquestas vuelos. Tan grande y perfecta
renunciación y olvido de todas las cosas, y tan gran limpieza y pureza quiere
Dios que tengan las almas para su comunicación y trato, como he echado de ver
después en otras experiencias de esta materia, de que procuraré hacer después
algunos apuntamientos.
Oremos por su pronta
Beatificación
todos los 11 de cada mes en la
Iglesia de San Pedro en Lima