AUTOBIOGRAFÍA DEL PADRE
CASTILLO
VI
Un hombre me envió a llamar un
día y me dijo con las lágrimas en los ojos, estando en la cama enfermo; Padre
mio, V. R. ha de ser el que ha de librar y rescatar aquesta alma de las garras
y esclavitud del demonio, yo ha veinte años que he estado en pecado mortal sin
saber qué es gracia de Dios, sin confesarme a derechas, y sin las
circunstancias que pide la confesión, porque he estado mal amistado con una
muger hasta ahora, con la cual he determinado casarme y estar en gracia de
Dios. Porque una tarde que oí platicar a V: R. en el Baratillo con ese santo
Cristo de bronce que trae consigo, me ablandó Dios este pecho endurecido y
corazón, de tal suerte que ya no puedo resistirme a las repetidas y fuertes
aldabadas y toques de Dios que siento, y quizá Dios me ha enviado esta
enfermedad por no haber puesto luego en execusión sus divinos avisos e
inspiraciones; ya se están haciendo las diligencias para casarme con esta
muger, pero quisiera ponerme en gracia de Dios antes de tomar estado con ella.
Procuré confesarlo generalmente, y después de confesada también la muger, de
haber comulgado entrambos, se casaron Y vivieron con grande paz y consuelo y
alegría espiritual de almas. Otro enfermo me envió a llamar y me dijo, cómo
desde que me había oído platicar en el Baratillo, le había dado Dios grandes toques
e impulsos en el corazón para que se confesase de unos pecados que muchos años
había guardado y ocultado en las confesiones, pero que resistiendo a aquestos
avisos y dilatando la confesión, le pareció, estando durmiendo una noche, que
la Santíssima Virgen le amonestaba y aconsejaba confesase aquellos pecados que
tanto tiempo y en tantas confesiones había ocultado; pero no aprovechándose de
este aviso, le aprovechó otro que Dios le dió, de una enfermedad que le ha
puesto de manera que le obligó a enviarme luego a llamar y hacer una confesión
general con gran sentimiento y lágrimas, y propósito de la enmienda. Un hombre
que estaba en muy mal estado, una noche durmiendo, le mostró Dios y manifestó
con una espantosa visión la fealdad y gravedad del pecado y peligroso estado en
que estaba, pero perseverando en sus culpas, le pareció otra noche, estando
durmiendo, que le decían, dándole empellones, que fuese luego y se confesase
con el Padre que platicaba en el Baratillo; procuró luego buscarme el hombre y
se confesó con grande arrepentimiento y dolor. Oyendo una mujer ponderar un
domingo por la tarde en el Baratillo el grande riesgo y peligro en que los mal
amigados están, y cómo es señal de reprobación perseverar en la mala amistad
mucho tiempo, salió la muger de la plática con tan grande resolución de
apartarse de la ocasión, que resistió de· tal-manera al amigo y con tan grande
valor, que quiso antes sufrir las·puñaladas·que el apasiosionado y ciego le dió
por esta resolución, que consentir con él un pecado.
Un hombre que vivía dos leguas
distante de esta ciudad de Lima, un domingo, por la mañana de la cuaresma, se
fué a casa de un camarada o pariente suyo con intento de ir a la tarde a oír la
plática al Baratillo, llegó la tarde y queriendo ir a las tres a la plática,
comenzó a picar al caballo, echó de ver que no se quería menear, volvióle a
picar otra vez y aunque el caballo quería andar no podía, porque repentinamente
se había mancado un pie; no dejó el hombre por esto la buena obra, porque el
deseo que tenía de ir a la plática le hizo buscar una mula; oyó aquella tarde
la plática, que fué de la integridad de la confesión, fué luego por la mañana a
buscarme y me dijo: Padre mio, yo ha catorce años que he ocultado un pecado en
las confesiones que he hecho; desde que le oí platicar, ayer en el Baratillo no
he tenido instante de gusto y sosiego, sino un continuo temor y remordimiento,
y así vengo a que me confiese; confesóse con gran ,dolor y quedó con muy gran
consuelo, y el demonio quedó burlado y malograda la traza de haberle mancado el
caballo al hombre para que no pudiese oír la plática y perseverase en su mal
estado. Había muchos años que un hombre dejaba de confesarse por el grande
miedo y temor que tenía de manifestar algunos pecados, pero viendo a un Niño
Jesús en una ocasión sintió que le decía en el corazón, que fuese a Lima y
buscase al Padre que predicaba en el Baratillo, que él le consolaría; vino el
hombre a esta ciudad de Lima y dilatando de un día para otro la execución del
consejo y aviso que Dios le dió por medio de la imagen del Santo Niño, le dió
una gravíssima enfermedad que le obligó a hacer una confesión muy buena
conmigo. Platicando una tarde en el Baratillo y diciendo, entre otras cosas:
quien está con 'mala conciencia trae un infierno portátil consigo, fué bastante
sólo haber oído esta palabra un hombre para entrarse por hermano coadjutor de
la Compañía, como después me lo contó. Yendo un hombre a cometer una grave
ofensa de Dios una tarde, al pasar por junto de la peana en que en el Baratillo
se hacen las pláticas, sintió tan grande miedo y temor en su corazón, que le
hizo volver atrás, como el mesmo contó después. No quiero poner y apuntar aquí
los muchos que por medio de aqueste ministerio tan santo han dado de mano al
mundo y entrádose religiosos, los muchos que se han confesado, los agravios y
ofensas que se han perdonado, las amistades y ocasiones envejecidas que se han
dejado, ni los pecados y encándalos que se han remediado, etc., por poner y
apuntar también algunos casos y exemplos de los que no se han aprovechado de
este ministerio y empleo tan importante y de su santa enseñanza y doctrina; y
de dos-o tres que aquí apuntaré, sea el primero el que sucedió el año de 1651;
estando yo platicando una tarde en el Baratillo, pasó un hombre por allí, el
cual comenzó a murmurar de la doctrina christiana y plática, diciendo con poco
respeto: A qué nos viene aquí a pIaticar el Padre, ¿faltará en el infierno
quien nos platique? Pero presto le vino el castigo por lo que dijo con tan poco
temor de Dios, porque estando este hombre una noche en su casa durmiendo, oyó
unos temerosos aullidos de un perro, los cuales oyó también la siguiente noche,
levantóse por la mañana y hablando con otro amigo le dijo: cierto que me ha
inquietado esta noche un perro, con unos tristes y temerosos aullidos que ha
estado dando en mi puerta; hareis muy bien, le dijo el otro, en matarlo; cierto
que me pesa y duele mucho este brazo, dijo el que oyó los aullidos, indicios y
avisos todos de lo que después había de suceder, porque con cierta ocasión que
aquella mesma tarde le dió a otro hombre, le dieron con un cuchillo en el brazo
que dijo le pesaba y dolía mucho y le quitaron la vida.
Predicando en el Baratillo un
domingo de cuaresma del año de 1659, se llegó con poco temor de Dios y respeto
un hombre, y haciendo a su amiga señas, la sacó del auditorio y llevó consigo a
su casa pasando la tarde con ella; Ilegó la noche y estando la dicha mujer
acostada, vió que llegaba a su cama un demonio muy espantoso, en figura de un puerco
o jabalí desollado y que arremetiendo a ella decía: Cómo esta tarde dejaste de
oír la plática por irte a estar con tu amigo, ahora la pagarás; comenzó la
mujer a dar gritos, acudió la gente de casa preguntándola qué tenía; no es nada
dijo disimulando, pero no pudo disimular la congoja y el sobresalto, fué luego
y se confesó con grande arrepentimiento y dolor de haber ofendido a Dios.
Estando un hombre en su casa, llegó una mujer con quien había tenido antigua
amistad a verla, y despidiéndose de él para volverse a su casa la dijo que él
mismo la volvería; estando ensillado el caballo subió la mujer a las ancas, y
habiendo pasado la puente la comenzó el hombre a solicitar, pero así como
llegaron y emparejaron con la cruz santa y bendita del Baratillo, sintió el
hombre que Dios le decía en su corazón: ¿Cómo me menosprecias fulano? Anda, que
cuando tú quieras no querré yo. Apenas oyó y sintió estas palabras el hombre,
cuando comenzó a derramar muchas lágrimas con grandes sollozos y gritos,
arrepentido de sus pecados.
No puedo dejar de decir lo
mucho que siente el demonio y le pesa de este ministerio y exercicio santo del
Baratillo como se verá en este caso: Estando yo platicando una tarde en el
Baratillo, se comenzó derrepente a espantar y alborotar un caballo, de suerte
que tirando muchas coces y dando saltos y brincos derribó al hombre que estaba
encima, huyendo por entre la gente que estaba muy apjñada, con tanta furia y
espanto, que entendí había dejado muertas o maltratadas algunas del auditorio:
ofrecióseme luego entonces lo mucho que siente el demonio y le pesa de este
ministerio y exercicio santo del Baratillo, y cuanto procura estorbarlo, por
algunas presas que pierde en él, como en esta ocasión se vió, porque el día
siguiente se fueron dos o tres personas a confesarse conmigo de las que allí se
hallaron entonces, y fueron las confesiones de mucho servicio y gloria de Dios.
No solamente por si ha procurado el demonio estorbar este santo ministerio del
Baratillo, sino que procuró valerse también en una ocasión de persona muy
poderosa para que no quedase plazuela en el Baratillo, con que era fuerza
quitar la ramada por que no estorbase y quitase el paso, con que si esto se
executaba, era fuerza quitar la peana con la santa cruz que está encima, pero diciéndoles
yo una tarde junto a la dicha peana que mirasen que aquel ministerio lo había
Dios comenzado, y que corría muy por su cuenta el llevarlo adelante y el
continuarlo, y que así no se pusiesen con Dios, porque no cargase quizá la mano
con algún rigoroso y grave castigo, me enviaron aquella noche a decir que todo
se compondría y ajustaría a satisfacción, y así lo compuso Dios mejor que yo
merecía dejando una gran plazuela con que quedó mejor la ramada y más
desahogado el sitio.
1663
También en otra ocasión se
valió el demonio de personas apasionadas y de dañada intención para ultrajar,
menospreciar y desacreditar este ministerio, pero Dios y su altíssima
providencia lo acreditó y honró más: porque a dos de junio de 1663, sábado, a
media noche, echaron en la peana en donde se hacen las pláticas y en que está
enarbolada la santa cruz, cosas asquerosas e inmundas, el día siguiente,
domingo por la mañana, con ocasión del escándalo y voz que por toda aquesta
ciudad corría, llegó a noticia del señor Arzobispo de ella, el Ilustrísimo y
Reverendísimo Señor Don Pedro de Villagomez, el cual mandó y ordenó que se
desagraviase la santa cruz luego al punto con una solemníssima procesión que el
dicho domingo por la tarde se hizo, con que se llevó en hombros de sacerdotes la
cruz desde el Baratillo, en donde estaba enarbolada, a la Catedral de aquesta
ciudad, en donde se celebró un devotísimo novenario con misa cantada todos los
días y con sermón el último día por la mañana, que predicó con muy grande
espíritu y al intento el P. Diego de Avendaño, de la Compañía santísima de
Jesús, Provincial entonces de esta Provincia, a quien el Señor Arzobispo
encargó esta acción. Este día por la tarde volvieron al Baratillo la santa cruz
en hombros de sacerdotes, con una devotísima procesión en que iba lo más
ilustre y noble de la ciudad, el señor Arzobispo con su Cabildo y el
Excelentísimo Señor Conde de Santistevan con la Audiencia y el Regimiento de
caballeros de esta ciudad.
Para honra y gloria de Dios y
para confusión mía, me ha parecido apuntar aquí un particular favor y merced
que sin merecerlo me hizo nuestro Señor, la mesma noche y al mesmo tiempo en
que sucedió tan grande desacato y atrevimiento y poco respeto. a la santa cruz:
Estando yo aquella noche durmiendo, sábado, a dos de Junio de 1663 en el
Colegio de San Pablo, en una celda que está sobre la portería, y dispertando a
la media noche ví y sentí en visión intelectual, así como disperté, a Christo
Redentor nuestro crucificado junto a los pies de la cama, sintiendo simul en el
corazón y en la voluntad los efectos de su presencia, un ardor y alborozo
grande en el corazón, un consuelo y júbilo celestial, una intrínseca
inclinación y propensión fervorosa y ansiosa de unirse el alma con Christo
Nuestro Señor, conociendo y sintiendo el alma también en su Magestad una
poderosa y superior atractiva con una violencia amorosa de llevar y atraer al
alma y unirla también consigo como la piedra imán al acero. Estos amorosos y
tiernos afectos se iban aumentando y creciendo en la voluntad, en el corazón y
en el alma, al paso que veía y conocía el entendimiento que la imagen y especie
invisible, sutil e intelectual de Christo crucificado se iba también acercando.
Hallóse de repente mi alma en sus brazos, y mi alma y cuerpo penetrado todo de Christo
crucificado, como si el sol penetrara todo mi cuerpo y mi alma, siendo el
cuerpo muy diáfano y cristalino y en el mesmo sol estuviera una imagen, o una
sombra o una especie muy sutil y muy delicada de Christo Señor Nuestro
crucificado. Aun todavía me parece material aquesta comparación, y así diré que
sería como unos reflejos y luces, como una especie muy delicada, muy invisible
y sensible del mesmo sol y en el sol de Christo crucificado. Paréceme aun
todavía tiene algo de material también este símil, sentido entonces, y he
sentido aquesta merced y favor de Dios muchas veces sin merecerlo, pero no
acierto a explicarlo ·ni a dar a entender como es, y así mejor lo diré con
aquellas profundas y compendiosas palabras con que el glorioso Apóstol San
Pablo lo dijo en el capítulo 13 de la epístola a los Romanos: Sed induimini
Dominum Jesum Christum. Los efectos que sentí entonces por la divina
misericordia, non licet homini loqui. Aquí sentía mi alma unirse toda con
Christo, aquí sentía a Christo unirse todo también a mi alma, aquí estaba
amando mi alma a·Christo, aquí sentía a Christo amando también a mi·alma,
viendo, oyendo, hablando y haciendo las acciones todas por los ojos, oídos,
manos y cuerpo de Jesucristo. Aquí sentía mi alma a Christo que veía, oía, hablaba
y hacía las acciones también por mis ojos, oídos, boca, manos y cuerpo. Aquí
sentía mi alma que toda vivía Christo sentía también mi alma que Christo tan
solamente estaba viviendo en ella; y·que había quedado·el·alma rendida ya y
como muerta diciendo con el Apóstol ad Gálatas secundo: Christo confixus sum
cruci vivo autem jam non ego, vivit vero in me Christus. Prevenido y confortado
con estas armas, cuando tuve noticia por la mañana del desacato y atrevimiento
que con poco temor de Dios y respeto habían tenido la noche antes en la
plazuela del Baratillo a la santa cruz, cuando pude haber recibido muy gran
pesar y dolor, me hallé con muy grande paz y serenidad por la misericordia de
Dios, de suerte que podía yo muy bien decir a imitación del Apóstol y glorioso
doctor de las gentes San Pablo 1a Corinthios, 2.c: Benedictus Deus et
Pater·domini nostri Jesuchristi, pater misericordiarum, et Deus totius
consolationis, qui consolatur nos in omni tribulatione nostra, etc.· quoniam
sicut abundant passíones Christi in nobis: ita et per Christum abundant
consolatio nostra. Quiero acabar estos puntos del ministerio santo del
Baratillo con una merced especial y favor que me ha hecho nuestro Señor por su
infinita misericordia, sin merecerlo, y es que cuando por otras ocupaciones y
ministerios en provecho y bien de las almas o legítima ocupación, no he
estudiado ni prevenido las exhortaciones y pláticas que siempre prevengo por
puntos, entonces me suelen salir mejor, porque corren más por la cuenta y
providencia de Dios, sintiendo derrepente una especial luz que despierta la
memoria, que alumbra el entendImIento, inflama la voluntad, y esta luz siente
el alma que cae de arriba y que la penetra y alumbra simul; de aquí suele nacer
el acierto en proponer y ponderar las materias y las amenazas y avisos de Dios,
como en dos o tres ocasiones me sucedió; la una, cuando estando yo platicando
en el Baratillo; dije:¿quién sabe alguno de los presentes si irá esta noche a
dar cuenta a Dios? y Un hombre que estaba oyendo entonces la plática, llevando
a las ancas del caballo aquella noche a la amiga,·perdió a puñaladas la vida.
El otro caso es de un mozo que habiendo oído una tarde en el Baratillo la
plática, le dijo a un amigo suyo a·la noche: cierto, que no parece sino que el
Padre ha estado hablando conmigo en la plática de esta tarde; acabando de decir
esto le dieron de puñaladas y le quitaron allí la vida sobre una mala ocasión
que tenía. Subiendo a platicar en otra ocasión, dije lo que había de platicar y
comencé a tratar y ponderar la verdad y la integridad que se ha de guardar en
la confesión; apenas había acabado la plática, cuando llegó a mí un hombre y me
dijo: Padre mio, hágame caridad de oirme de confesión cuando pueda,
porque·catorce años ha que oculto un pecado en las confesiones; oíle de
confesión y prosiguió con mucha virtud después.