Concluyó el Sínodo de los
obispos sobre la vocación y misión de la Familia
Con la aprobación del
documento final concluyó el Sínodo de los obispos sobre la vocación y misión de
la Familia, en el Vaticano a las 18,46 de la tarde del 24 de octubre de 2015.
Fue aprobado el documento
final. Todos los 94 parágrafos han superado los 2/3 de votos. Estas
proposiciones servirán al Papa para escribir la Exhortación post sinodal sobre
la Vocación y Misión de la Familia en la Iglesia y el mundo contemporáneo. El
mismo Documento final elaborado y votado por los obispos será publicado, dentro
de poco, con las respectivas votaciones de cada uno de los 94 parágrafos.
Al cierre de los trabajos
Francisco habló a toda la asamblea de 270 personas, agradeciendo al Señor y a
todos. Subrayando la acción del Señor, explicó que el haber puesto las dificultades
de las familias delante del Señor es lo más importante. jesuita Guillermo
Ortiz, Raúl Cabrera.
Santa Misa conclusiva del Sínodo de la Familia - 2015
Holy Mass for the conclusion of the Synod -
2015.10.25
Texto completo del discurso de
Papa Francisco en lengua española, traducido del italiano
Queridas Beatitudes,
eminencias, excelencias,
Queridos hermanos y hermanas:
Quisiera ante todo agradecer
al Señor que ha guiado nuestro camino sinodal en estos años con el Espíritu
Santo, que nunca deja a la Iglesia sin su apoyo.
Agradezco de corazón al
Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, a Monseñor Fabio
Fabene, Subsecretario, y también al Relator, el Cardenal Peter Erdő, y al
Secretario especial, Monseñor Bruno Forte, a los Presidentes delegados, a los escritores,
consultores, traductores y a todos los que han trabajado incansablemente y con
total dedicación a la Iglesia: gracias de corazón.
Agradezco a todos ustedes,
queridos Padres Sinodales, delegados fraternos, auditores y auditoras,
asesores, párrocos y familias por su participación activa y fructuosa.
Doy las gracias igualmente a
los que han trabajado de manera anónima y en silencio, contribuyendo
generosamente a los trabajos de este Sínodo.
Les aseguro mi plegaria para
que el Señor los recompense con la abundancia de sus dones de gracia.
Mientras seguía los trabajos
del Sínodo, me he preguntado: ¿Qué significará para la Iglesia concluir este
Sínodo dedicado a la familia?
Ciertamente no significa haber
concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que ha tratado de
iluminarlos con la luz del Evangelio, de la Tradición y de la historia
milenaria de la Iglesia, infundiendo en ellos el gozo de la esperanza sin caer
en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho.
Seguramente no significa que
se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que
desafían y amenazan a la familia, sino que se han puesto dichas dificultades y
dudas a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo
y sin esconder la cabeza bajo tierra.
Significa haber instado a
todos a comprender la importancia de la institución de la familia y del
matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la
indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la
vida humana.
Significa haber escuchado y
hecho escuchar las voces de las familias y de los pastores de la Iglesia que
han venido a Roma de todas partes del mundo trayendo sobre sus hombros las
cargas y las esperanzas, la riqueza y los desafíos de las familias.
Significa haber dado prueba de
la vivacidad de la Iglesia católica, que no tiene miedo de sacudir las
conciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo animadamente y
con franqueza sobre la familia.
Significa haber tratado de ver
y leer la realidad o, mejor dicho, las realidades de hoy con los ojos de Dios,
para encender e iluminar con la llama de la fe los corazones de los hombres, en
un momento histórico de desaliento y de crisis social, económica, moral y de
predominio de la negatividad.
Significa haber dado
testimonio a todos de que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente
viva de eterna novedad, contra quien quiere «adoctrinarlo» en piedras muertas
para lanzarlas contra los demás.
Significa haber puesto al
descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro
de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para
sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y
superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.
Significa haber afirmado que
la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de
perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y
de los santos cuando se sienten pobres y pecadores.
Significa haber intentado
abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de
perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para
transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la
herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible.
En el curso de este Sínodo,
las distintas opiniones que se han expresado libremente –y por desgracia a
veces con métodos no del todo benévolos– han enriquecido y animado sin duda el
diálogo, ofreciendo una imagen viva de una Iglesia que no utiliza «módulos
impresos», sino que toma de la fuente inagotable de su fe agua viva para
refrescar los corazones resecos.1
Y –más allá de las cuestiones
dogmáticas claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia– hemos visto
también que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede
resultar extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente; lo
que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto
obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para
otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy
diferentes entre sí y todo principio general necesita ser inculturado si quiere
ser observado y aplicado.2 El Sínodo de 1985, que celebraba el vigésimo
aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, habló de la inculturación
como «una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su
integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en todas las
culturas humanas».3
La inculturación no debilita
los valores verdaderos, sino que muestra su verdadera fuerza y su autenticidad,
porque se adaptan sin mutarse, es más, trasforman pacíficamente y gradualmente
las diversas culturas.4
Hemos visto, también a través
de la riqueza de nuestra diversidad, que el desafío que tenemos ante nosotros
es siempre el mismo: anunciar el Evangelio al hombre de hoy, defendiendo a la
familia de todos los ataques ideológicos e individualistas.
Y, sin caer nunca en el
peligro del relativismo o de demonizar a los otros, hemos tratado de abrazar
plena y valientemente la bondad y la misericordia de Dios, que sobrepasa
nuestros cálculos humanos y que no quiere más que «todos los hombres se salven»
(1 Tm 2,4), para introducir y vivir este Sínodo en el contexto del Año
Extraordinario de la Misericordia que la Iglesia está llamada a vivir.
Queridos Hermanos:
La experiencia del Sínodo
también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la
doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino
el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón.
Esto no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas, de
las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar la grandeza del verdadero
Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras
obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia (cf.
Rm 3,21-30; Sal 129; Lc 11,37-54). Significa superar las tentaciones constantes
del hermano mayor (cf. Lc 15,25-32) y de los obreros celosos (cf. Mt 20,1-16).
Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el
hombre y no al contrario (cf. Mc 2,27).
En este sentido, el
arrepentimiento debido, las obras y los esfuerzos humanos adquieren un sentido
más profundo, no como precio de la invendible salvación, realizada por Cristo
en la cruz gratuitamente, sino como respuesta a Aquel que nos amó primero y nos
salvó con el precio de su sangre inocente, cuando aún estábamos sin fuerzas
(cf. Rm 5,6).
El primer deber de la Iglesia
no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de
llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del
Señor (cf. Jn 12,44-50).
El beato Pablo VI decía con
espléndidas palabras: «Podemos pensar que nuestro pecado o alejamiento de Dios
enciende en él una llama de amor más intenso, un deseo de devolvernos y
reinsertarnos en su plan de salvación [...]. En Cristo, Dios se revela
infinitamente bueno [...]. Dios es bueno. Y no sólo en sí mismo; Dios es
–digámoslo llorando- bueno con nosotros. Él nos ama, busca, piensa, conoce,
inspira y espera. Él será feliz –si puede decirse así–el día en que nosotros
queramos regresar y decir: “Señor, en tu bondad, perdóname. He aquí, pues, que
nuestro arrepentimiento se convierte en la alegría de Dios».5
También san Juan Pablo II dijo
que «la Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia
[...] y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del
Salvador, de las que es depositaria y dispensadora».6
Y el Papa Benedicto XVI decía:
«La misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre
mismo de Dios [...] Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la
misericordia que Dios tiene para con el hombre. Cuando la Iglesia debe recordar
una verdad olvidada, o un bien traicionado, lo hace siempre impulsada por el
amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia
(cf. Jn 10,10)».7
En este sentido, y mediante
este tiempo de gracia que la Iglesia ha vivido, hablado y discutido sobre la
familia, nos sentimos enriquecidos mutuamente; y muchos de nosotros hemos
experimentado la acción del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista y
artífice del Sínodo. Para todos nosotros, la palabra «familia» no suena lo
mismo que antes, hasta el punto que en ella encontramos la síntesis de su
vocación y el significado de todo el camino sinodal.8
Para la Iglesia, en realidad,
concluir el Sínodo significa volver verdaderamente a «caminar juntos» para
llevar a todas las partes del mundo, a cada Diócesis, a cada comunidad y a cada
situación la luz del Evangelio, el abrazo de la Iglesia y el amparo de la
misericordia de Dios.
_____________________________
1Cf. Carta al Gran Canciller
de la Pontificia Universidad Católica Argentina en el centenario de la Facultad
de Teología (3 marzo 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 13 marzo 2015, p. 13..
2 Cf. Pontificia Comisión
Bíblica, Fe y cultura a la luz de la biblia. Actas de la Sesión plenaria 1979
de la Pontificia Comisión Bíb lica; CONC. ECUM. VAT. II, Cost. Past. Gaudium et
spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 44.
3 Relación final (7 diciembre
1985): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 diciembre 1985,
p. 14.
4 «En virtud de su misión
pastoral, la Iglesia debe mantenerse siempre atenta a los cambios históricos y
a la evolución de la mentalidad. Claro, no para someterse a ellos, sino para
superar los obstáculos que se pueden oponer a la acogida de sus consejos y sus
directrices»: Entrevista al Card. Georges Cottier, Civiltà Cattolica, 8 agosto
2015, p. 272.
5 Homilía (23 junio 1968):
Insegnamenti, VI (1968), 1176-1178.
6 Cart. Enc. Dives in
misericordia (30 noviembre 1980), 13. Dijo también: «En el misterio Pascual
[...] Dios se muestra como es: un Padre de infinita ternura, que no se rinde
frente a la ingratitud de sus hijos, y que siempre está dispuesto a
perdonar»,Regina coeli (23 abril 1995): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 28 abril 1995, p. 1; y describe la resistencia a la
misericordia diciendo: «La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que
la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende
además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la
misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una
cierta desazón en el hombre», Cart. Enc. Dives in misericordia (30 noviembre
1980), 2.
7 Regina coeli (30 marzo 2008):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 4 abril 2008, p. 1. Y
hablando del poder de la misericordia afirma: «Es la misericordia la que pone
un límite al mal. En ella se expresa la naturaleza del todo peculiar de Dios:
su santidad, el poder de la verdad y del amor», Homilía durante la santa misa
en el Domingo de la divina Misericordia (15 abril 2007): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española, 20 abril 2007, p. 3.
8 Un análisis acróstico de la
palabra «familia» [en italiano f-a-m-i-g-l-i-a] nos ayuda a resumir la misión
de la Iglesia en la tarea de:
Formar a las nuevas
generaciones para que vivan seriamente el amor, no con la pretensión
individualista basada sólo en el placer y en el «usar y tirar», sino para que
crean nuevamente en el amor auténtico, fértil y perpetuo, como la única manera
de salir de sí mismos; para abrirse al otro, para ahuyentar la soledad, para
vivir la voluntad de Dios; para realizarse plenamente, para comprender que el
matrimonio es el «espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para
defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la
indisolubilidad del vínculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la
capacidad del hombre de amar en serio» (Homilía en la Santa Misa de apertura de
la XIV Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, XXVII Domingo del
Tiempo Ordinario, 4 octubre 2015: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 9 octubre 2015, p. 4; y para valorar los cursos prematrimoniales como
oportunidad para profundizar el sentido cristiano del sacramento del
matrimonio.
Andar hacia los demás, porque
una Iglesia cerrada en sí misma es una Iglesia muerta. Una Iglesia que no sale
de su propio recinto para buscar, para acoger y guiar a todos hacía Cristo es
una Iglesia que traiciona su misión y su vocación.
Manifestar y difundir la
misericordia de Dios a las familias necesitadas, a las personas abandonadas; a
los ancianos olvidados; a los hijos heridos por la separación de sus padres, a
las familias pobres que luchan por sobrevivir, a los pecadores que llaman a
nuestra puerta y a los alejados, a los diversamente capacitados, a todos los
que se sienten lacerados en el alma y en el cuerpo, a las parejas desgarradas
por el dolor, la enfermedad, la muerte o la persecución.
Iluminar las conciencias, a
menudo asediadas por dinámicas nocivas y sutiles, que pretenden incluso ocupar
el lugar de Dios creador. Estas dinámicas deben de ser desenmascaradas y
combatidas en el pleno respeto de la dignidad de toda persona humana.
Ganar y reconstruir con
humildad la confianza en la Iglesia, seriamente disminuida a causa de las
conductas y los pecados de sus propios hijos. Por desgracia, el antitestimonio
y los escándalos en la Iglesia cometidos por algunos clérigos han afectado a su
credibilidad y han oscurecido el fulgor de su mensaje de salvación.
Laborar para apoyar y animar a
las familias sanas, las familias fieles, las familias numerosas que, no
obstante las dificultades de cada día, dan cotidianamente un gran testimonio de
fidelidad a los mandamientos del Señor y a las enseñanzas de la Iglesia.
Idear una pastoral familiar
renovada que se base en el Evangelio y respete las diferencias culturales. Una
pastoral capaz de transmitir la Buena Noticia con un lenguaje atractivo y
alegre, y que quite el miedo del corazón de los jóvenes para que asuman
compromisos definitivos. Una pastoral que preste particular atención a los
hijos, que son las verdaderas víctimas de las laceraciones familiares. Una
pastoral innovadora que consiga una preparación adecuada para el sacramento del
matrimonio y abandone la práctica actual que a menudo se preocupa más por las
apariencias y las formalidades que por educar a un compromiso que dure toda la
vida.
Amar incondicionalmente a
todas las familias y, en particular, a las pasan dificultades. Ninguna familia
debe sentirse sola o excluida del amor o del amparo de la Iglesia. El verdadero
escándalo es el miedo a amar y manifestar concretamente este amor.