En la mesa, durante la comida, o en alguno de los ratos muertos que deja la concentración de la selección española en la Villa Olímpica, inevitablemente alguien en el equipo de hockey sobre hierba
habla de chicas, en el tono irreverente que suelen emplear los jóvenes. Y, también de forma inevitable, al reparar en la presencia de Carlos Ballvé (Terrassa; 1985), cesa la sarta de burradas que acostumbran a acompañar al tema y alguien pregunta: "Litus, si te molesta lo dices". Y él, que se ríe, avisa: "Soy seminarista, ¡no un santo!". Bien lo sabe: era un perla, tan bueno en la pista como indomable fuera, hasta el punto de ser expulsado de la selección, siendo cadete, por mal comportamiento. De eso hace ya tanto tiempo que nadie lo diría, viéndole ahora rezar el rosario en la Villa Olímpica de Londres.
Si el oro depende de la ayuda divina, diríase que la selección española lleva ventaja. Ballvé, que cogió un stick a los cinco años, dejará la competición de élite al regreso de Londres. Renuncia a su carrera y se va a Bélgica, donde bajará un par de peldaños para seguir jugando a hockey mientras atiende a la llamada del Señor y termina sus estudios para cura. Ha elegido libremente: Dios gana, el hockey sobre hierba pierde.
Litus tiene motivos de sobra para creer. Llegó a tener tres cuartas partes de un pulmón inutilizado, no ya para hacer deporte, sino para cualquier cosa. Pero logró curarse. Puede que entonces, más preocupado por divertirse, a ser posible con un stick en la mano, no le diera importancia y le preocupara más llegar a unos Juegos que otra cosa. Cuando se le pregunta sobre el origen de su fe, reconoce que siempre creyó en la existencia de Dios y de la Virgen, pero no fue hasta 2005 cuando tomó conciencia de la importancia de Dios en su vida. En el verano de aquel año, todo empezó a cambiar dentro de él, mientras competía en el Mundial sub-21. "Empezamos muy mal la competición. Iba tan mal que un domingo fui a misa y le ofrecí un pacto a Dios: le dije que si Él arreglaba ese Mundial, yo iría a Medjugorje (pueblo de Bosnia-Hercegovina) con mi padre. Hicimos historia. Nunca antes una sub-21 había logrado una medalla y nosotros quedamos terceros". Y cumplió su promesa. Se fue al lugar donde, dicen, al atardecer el 24 de junio de 1981, a una niña del pueblo, Ivanka Ivankovic, se le apareció la Virgen.
Cuando se le pregunta sobre el origen de su fe, Ballvé suele remitirse a Medjugorje. "Allí entendí que Dios es algo más que un ideal, que está contigo, que eres hijo suyo y que está ahí para todo, aunque tú no estés para nada", relata.
Carlos Ballvé, durante un entrenamiento. / Bullit Marquez (AP)
Reconoce Ballvé que a su regreso siguió "haciendo el capullo saliendo de fiesta, con chicas, derrochando dinero y con pocas o ninguna intención de rezar…". Pero ya nada fue lo mismo. "Algo dentro de mí me dijo: ‘Litus, eres libre y puedes hacer lo que quieras, pero así no eres feliz", explica. Estaba en su mejor momento deportivo, acumulaba títulos con el Terrassa y empezó a acudir a la selección absoluta e incluso tenía un preacuerdo para irse a jugar a Alemania. Por aquel entonces, Litus marchó por tercera vez a Medjugorje.
"Llegué un sábado y por la noche fui a la adoración. Aquella adoración es increíble. La explanada estaba llena de gente, pero se estaba a gusto. Expusieron al Señor y le dije: ‘No sé qué pasa, están pasando cosas muy raras. Yo quiero jugar limpio contigo, así que aquí me tienes, haz lo que quieras’. Ese viaje fue el cambio radical en mi vida. En todo. Empecé a rezar con calma, a meterme en Dios", cuenta. El Señor le llamaba y él puso una condición: "Déjame cumplir mi sueño". Los Juegos.
Gracias a un pacto con el seminario de Barcelona y el Club Atlético Terrassa, pudo compaginar la llamada de Dios para convertirse en cura con el deporte. Litus, al fin, ha alcanzado su sueño: está en Londres con la selección española, que debuta mañana contra Pakistán. Ballvé reconoce estar viviendo "una experiencia increíble, preciosa", tratando de aportar "un valor más": "No solo el ganar, sino crecer en mi vivencia de la fe, compartiendo esto con gente de tantas partes del mundo".
Ahora, eso sí, le toca cumplir lo prometido. Lo dejará al final de los Juegos. Dios le llama.