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Domingo de Ramos con Maria 2018

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viernes, 3 de agosto de 2012

31.07 Ordenacion Sacerdotal de Deyvi Astudillo SJ


Ordenación Sacerdotal de Deyvi Astudillo, S.J., que tuvo lugar el Martes 31 de Julio, ( Día de San Ignacio de Loyola) a las 7.00 p.m. en la Iglesia de San Pedro de Lima, y que fue presidida por Mons. Pedro Barreto, S.J. Arzobispo de Huancayo, quien además trabajó en la comunidad como Padre Espiritual del Colegio San Francisco Javier, Vicario Parroquial y Superior de la Comunidad Jesuita de Desamparados. Tambien concelebró la Misa el Monseñor Luis Bambaren SJ, Padre Miguel Cruzado SJ (Provincial de la Compañia de Jesus). La ceremonia religiosa tuvo masiva concurrencia, con la presencia de muchas congregaciones religiosas, pastorales, familiares, comunidad jesuita y público en general.

Deyvi Astudillo, S.J., Nació en Chimbote,el 24 abril e 1980, creció en Lima y es ex alumno del colegio Fe y Alegría 33 de Ventanilla. Ingresó a la Compañía de Jesús el 15 febrero de 1999, hizo su Noviciado en Arequipa, y luego Humanidades en la Universidad Jesuita Antonio Ruiz de Montoya y en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde se graduó como Licenciado en Comunicación Audiovisual.
Realizó su etapa de magisterio en la Oficina Central de Fe y Alegría y en el Colegio Inmaculada. Estudió el primer ciclo de Teología en el Centro Sèvres de París, y actualmente se encuentra preparando el Doctorado en Filosofía en la Facultad Jesuita de Filosofía en Múnich, Alemania.
Es ordenado diacono el 30 de Abril del 2011. Sus intereses circulan, fundamentalmente, entre cuatro temas: política, religión, educación y comunicación.




Anecdota del hoy Padre Deyvi Astudillo SJ en su paso por Egipto hace dos años (19 febrero del 2011), en el artículo publicado por la revista Mirada Global:

"EL EGIPTO QUE NO CONOCI"

" Hace poco menos de dos años tuve la suerte de pasar un mes en el país de las grandes pirámides, gracias a la invitación de un compañero egipcio tan generoso como orgulloso de sus raíces. Una cultura fascinante, creo que no hace falta ahondar en detalles. En todo caso, cómo podía no admirar la genialidad de sus realizaciones. No es vano decir además que los egipcios de a pie me trataron con gran amabilidad, incluso cuando me expresaban con toda franqueza que no tenían idea de dónde estaba el Perú. Sí, al lado de Brasil. Sí, en otras épocas iba a los mundiales -trataba yo de responderles por señas.

Pero quizá la experiencia que marcó mi estadía en Egipto fue aquella de sentirme, como no lo había vivido antes, parte de una minoría cultural. Nunca me había sentido tan latino como cuando el árabe se oía por todos lados y me parecía absolutamente indescifrable. Y nunca me había sentido tan occidental –y pensaba que no lo era tanto-, como cuando caminábamos por calles colmadas de personas con túnicas y velos, o cuando los altoparlantes de las mezquitas saturaban nuestros oídos invocando a la oración.

Allí percibí esa mezcla de fascinación y recelo que despierta la otredad en personas formadas en la desconfianza ante lo que no se vio por televisión. En Egipto me topé con el misterio de una cultura verdaderamente diferente. Y en virtud de esto pude caer en la cuenta de cómo se podía aprender tantas cosas de una cultura, pero comprender tan poco de ella. Porque más allá de conocer los orígenes de las túnicas y de los velos, era el espíritu de un pueblo el que no podía comprender con una visita fugaz.

Aquella experiencia de no comprensión con la que partí de Egipto me viene hoy a la memoria. Ahora que, sorteando los esquemas que aún conservo sobre el mundo árabe o sobre el Islam, no puedo sino asombrarme del espíritu que ha guiado estos días a los jóvenes concentrados en la plaza Tahrir. Digo asombro porque aun habiendo estado allá no imaginé que esta revolución pudiese advenir de un pueblo que parecía sumido en la resignación. No pensé que fuese posible, ni siquiera porque aparte de visitar los restos de Ramsés, mi amigo tuvo a bien llevarme por los basurales donde miles de egipcios se juegan la dignidad y la vida. Con ese idealismo con el que algunos latinoamericanos nos expresamos a veces, comentaba: “lo bueno es que es un pueblo que tiene vida”. Y ciertamente lo era, pero las cosas debían cambiar y era yo quien no podía imaginar cómo los egipcios lo podían lograr.

  Creo que ante el misterioso funcionamiento de la sociedad egipcia, lo que yo suponía en el fondo era que la situación no iba a cambiar sin atravesar los caminos recorridos por Occidente. Como si las aspiraciones comunes se valieran siempre de un mismo accionar. No parece haber sido así. Por ejemplo, ¿acaso Egipto ha tenido que pasar por una secularización “a la occidental” para cristalizar su aspiración a la libertad? Es cosa más bien sorprendente que musulmanes y cristianos hayan contribuido de manera conjunta a la causa de un país digno y democrático sin silenciar sus identidades religiosas. ¿Cómo comprender entonces este gesto del pueblo egipcio desde su propia singularidad? A la vez ¿cómo nombrar ese espíritu humano de libertad y de dignidad que en ocasiones como ésta parece dar testimonio de universalidad?

En suma, creo que gracias a Dios no solo Él es un misterio para el hombre, también la humanidad es un misterio para sÍ misma. Luego de la caída del régimen de Mubarak, mi experiencia con el pueblo egipcio me hace pensar que solo luego del reconocimiento del misterio que es el otro, y del asombro que sus acciones nos pueden producir, podemos esperar un verdadero reconocimiento de nuestras aspiraciones comunes."