Meditacion
Mi preocupación por los
pobres se manifestó ya desde muy pequeño. A los 15 años empecé a realizar
algunas experiencias de trabajo social en uno de los sectores más abandonados de
Santiago... Más adelante, mientras estudiaba Derecho en la Universidad Católica,
mi interés se fue orientando hacia la realidad social chilena. A estas alturas
vi con claridad que mi futuro estaba en el sacerdocio por lo que pedí ingresar a
la Compañía de Jesús. Mi noviciado lo hice en Santiago, los estudios de
Filosofía en Barcelona y los de Teología y Pedagogía en Bélgica, en donde fui
ordenado sacerdote. Al regresar a mi patria, me destinaron al Colegio San
Ignacio como profesor, y enseñe también en el Seminario Pontificio y en la
Universidad Católica. En los jóvenes traté de sembrar una inquietud social y
religiosa. Los pobres se fueron convirtiendo en mi mayor desvelo. Me sentía
agobiado por la miseria en la que muchos chilenos se debatían. Fue esto lo que
me impulsó a fundar el Hogar de Cristo, en donde concentré el máximo de mis
energías. Lo primero que me propuse fue darles alojamiento y una alimentación
digna. Poco a poco logramos ofrecer a millares de personas, familia, casa y
dignidad. Para mí, los pobres representaban a Cristo. Entre ellos, mi mayor
preocupación eran los niños vagos, esos que dormían bajo los puentes del río
Mapocho. Allí yo los iba a buscar con mi camioneta para ofrecerles una cama
digna. Me compenetré también con la realidad laboral de mi país y con el fin de
velar por la justicia social entre los trabajadores fundé la Asociación Sindical
chilena. Mis múltiples y diversas ocupaciones no me impidieron buscar un
resquicio de tiempo para publicar algunos libros, entre ellos: ¿Es Chile un país
católico? (1941) y Humanismo Social (1947). También cree en 1951 la revista
Mensaje, como una plataforma del pensamiento cristiano aplicado a nuestra
realidad. Pero sobre todo me esforcé siempre en infundir en todos la alegría de
vivir. Por eso, en medio del doloroso cáncer que Dios me regaló, no me cansaba
de repetir: Contento, señor contento!.
Santoral Padre Javier San Martin sj y Sra Cecilia Mutal - Radio Vaticano
18.08: San Alberto Hurtado SJ
Alberto Hurtado Cruchaga, sacerdote jesuita chileno, muerto a los 51 años de edad el 18 de agosto de 1952, fue proclamado santo por el Papa Benedicto XVI el 23 de octubre de 2005, en la primera ceremonia de canonización de su pontificado. Había sido proclamado beato por el Papa Juan Pablo II el domingo 16 de octubre de 1994. Y su vida atestigua por sí misma un concreto seguimiento tras las huellas de Cristo en la Compañía de Jesús.
En la mención dedicada a la vida del padre Hurtado durante la Misa de canonización, el Papa Benedicto XVI hizo notar cómo "el programa de vida de San Alberto Hurtado" fue la síntesis de: "Amarás a Dios con todo tu corazón… y a tu prójimo como a ti mismo".
Alberto nació el 22 de enero de 1901 en Viña del Mar. Su padre fallece siendo él aún muy niño y su madre se traslada con sus dos hijos a Santiago para vivir en casas de parientes, dada la escasez de sus recursos. La madre imprime en sus hijos un hondo sentido cristiano y el respeto y servicio a los pobres.
Alberto estudia en el Colegio de San Ignacio, donde cultiva y robustece su fe con los medios típicos de la pedagogía ignaciana: frecuencia de sacramentos, oración basada en el Evangelio, dirección espiritual personal, participación en la Congregación Mariana, catequesis a los niños y obras sociales.
Su vocación a la Compañía de Jesús brota ya en su etapa colegial, pero la necesidad de ayudar a su madre lo impulsa a esperar. Estudia Leyes en la Universidad Católica de Santiago, mientras trabaja por las tardes y desarrolla un activo apostolado con los más pobres y marginados de la sociedad. Incursiona en el campo político, lo que le vale una herida de bala en la cabeza.
Se recibe de abogado en 1923 y entra en la Compañía de Jesús para vivir en ella una misión apostólica sin miradas hacia atrás, consistente, para él, en buscar a Cristo y servirlo en los demás.
Terminado el Noviciado, prosigue con distinción sus estudios sacerdotales en Argentina, España y Bélgica, dejando en sus compañeros una imagen imborrable de hombre de Dios, amigo alegre y siempre dispuesto a servir. Fue ordenado sacerdote el 24 de agosto de 1933. Regresa a Chile a comienzos de l936.
En unos cortos dieciséis años realiza en Chile un fecundo apostolado que marca hasta nuestros días a la Iglesia y al pueblo entero.
Al Padre Hurtado se le identifica hoy con los pobres, especialmente con esa inmensa red de fe y servicio a los más pobres que es y sigue siendo el "Hogar de Cristo", fundado por él.
Pero la verdad es que fue un hombre múltiple: clases de pedagogía y religión, dirección espiritual, confesor a diario en el templo, asesor de la Acción Católica y de las Congregaciones Marianas, conferencista, fundador y Capellán del Hogar de Cristo, promotor de la vivienda obrera, escritor de numerosos libros, asesor de la Acción Sindical de Chile, fundador de la revista "Mensaje", y otros cargos más.
Y por muchos años recogía en las noches a los niños de la calle para ofrecerles una comida caliente y un albergue adecuado.
Los primeros ocho años de su ministerio sacerdotal en Chile están marcados por el trabajo con la juventud. Publica libros y artículos de actualidad para la formación de los jóvenes. Entre éstos destaca "¿Es Chile un país católico?", donde sacude la autocomplacencia de una sociedad dormida.
Al poco tiempo los Obispos le nombran Asesor de los jóvenes de Acción Católica, primero en Santiago y luego en toda la nación. Recorre el país de norte a sur dando retiros, círculos de estudio y conferencias. Organiza Congresos y emplea con eficacia los medios de comunicación de su tiempo. En cuatro años surgen alrededor de 600 centros de Acción Cató1ica.
La tragedia del mundo contemporáneo es, para él, la falta de Dios: "Este siglo tiene una herida en el corazón. Los hombres, privados de esa presencia de Dios que los engrandecía, se sienten tristes, inquietos". Llama a todos, en nombre del Señor, a "operar en nosotros mismos, los seguidores de Cristo, la gran revolución de vivir cristianamente".
Su palabra convence porque el Padre Hurtado vive lo que enseña. Está lleno de amor a Cristo, que lo nutre a diario en la oración, en la Eucaristía y visitas al Santísimo, y en un amor sencillo a María, nuestra Madre y Señora.
Estimula a los jóvenes generosos y remece a los tibios y mediocres. Les comunica el fuego de Cristo que lleva dentro. Les invita a que se dejen llenar por El, a hacer "lo que El haría si estuviese en mi lugar". Pero esto significa ayudar y servir: "... que mi vida cristiana esté llena de celo apostólico, del deseo de ayudar a los demás, de dar más alegría, de hacer más feliz este mundo".
El amor a Cristo no se detiene en la sola persona de Cristo. Amar a Cristo es conocer, amar y servir al Cristo completo, Cabeza-Miembros. Cristo está especialmente alcanzable y presente en los pobres. Es gracia especial del Padre Hurtado la de reconocer a Cristo en el pobre. No cesa de repetir que "el pobre es Cristo". Ama al pobre concreto, aquí y ahora: como universitario, al Cristo presente en los obreros despedidos de las salitreras; en sus años maduros, al Cristo presente en los vagabundos que duermen bajo los puentes de Santiago.
Su visión del Cristo total lo mueve a trabajar por remediar el grave problema social del país. Repite hasta el cansancio a los jóvenes que"ser católicos equivale a ser sociales". La universidad ha de despertar en sus alumnos hambre y sed de justicia. La "misericordia no basta, porque este mundo está basado sobre la injusticia". La mayor obra de misericordia es encargarse de pensar y organizar una sociedad en que la miseria haya sido eliminada.
Por esto se preocupa por resolver estructuralmente el problema de la pobreza, yendo a sus causas. A esto responden obras fundadas por él, como el "Hogar de Cristo", la revista "Mensaje" y la "Acción Sindical Chilena". Y también sus libros "Humanismo Social", "El Sindicalismo" y varios más.
El Padre Hurtado ama intensamente a la Iglesia: "No distinguir Cristo y la Iglesia". Trabaja con ella y para ella. Se mantiene informado de sus logros y fracasos en todo el mundo. Las Encíclicas son como regalos de Dios, que él estudia y difunde con tanto amor que bien merecería el apelativo de "hombre de las Encíclicas".
Su trabajo con los jóvenes y, especialmente, el apostolado en pro de la justicia le atrajeron críticas e incomprensiones de muchos lados, también de la Jerarquía. Expone sus puntos de vista con sencillez, respeto y verdad. En todo momento prima en él la obediencia y una enorme lealtad y amor a la Jerarquía.
Su vida la vivió intensamente, con la alegría de sentirse compañero de Jesús en el apostolado. Amaba los largos encuentros con el Señor en la oración, las visitas al Santísimo, la contemplación de Dios en la naturaleza. "¿No habrá tres cuartos de hora diarios para dar a Dios? Si no los hay, es porque no se ha pensado que Dios es una Realidad, que es un valor de más peso que la comida, que el descanso".
Pero vivió también apremiado por los muchos requerimientos de la gente. Escribió estas líneas: "Entra en el plan de Dios el ser estrujado. Si alguien ha comenzado a vivir para Dios en abnegación y amor a los demás, todas las miserias se darán cita en su puerta".
La línea interna de esta intensa actividad es el cumplimiento de la voluntad de Dios. "La voluntad de Dios -escribe- es la llave de la santidad: aceptar esta voluntad, adherirse a ella, es santificarnos. Desde este punto de vista, qué vanas parecen las discusiones sobre contemplación y acción, medios divinos y medios humanos". El cumplimiento de esta santa voluntad es lo que lo lleva siempre a exclamar: "¡Contento, Señor, contento!".
El Padre Hurtado murió de cáncer al páncreas el 18 de agosto de 1952. Dos meses antes había recibido la noticia de su muerte como un inmenso regalo de Dios: "¡Me he sacado la lotería! ¡Estoy feliz, feliz!".
Los que lo conocieron afirman que el Padre Hurtado es "una visita de Dios a nuestros tiempos".
Y también puede serlo para nosotros, ya que nos invita a buscar apasionadamente a Dios y su voluntad por sobre todas las cosas y a reconciliar así dimensiones opuestas, como, por ejemplo, contemplación y acción, lo pastoral y lo social, la asistencia a los necesitados y la promoción de un nuevo orden social, la opción por los pobres y la movilización de los ricos, la actividad desbordante e inmediata, de una parte, y, de otra, el estudio, el apostolado intelectual y la visión global y a largo plazo de la misión.
Precisamente por la integración vital de esas dimensiones, que a veces parecen desquiciarnos, en una misión única en seguimiento amoroso de Cristo, el ejemplo del Padre Hurtado se nos ofrece hoy como regalo del Señor.
Que Dios nos conceda, por intercesión de San Alberto Hurtado, unificar todas las vertientes de nuestra misión apostólica en un solo amor, el suyo.
(De la página de la Universidad del Pacífico, 2008)
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