Ya desde muy joven, a los quince años de edad, hice mi opción de vida: seguir al Señor, y algún tiempo después, ingresé en el noviciado de la Compañía de Jesús. Mis estudios filosóficos los cursé en el Convento de Montesino de Mallorca. Esta fue una etapa muy importante en mi vida, ya que tuve la gracia de encontrar a quien sería mi guía y mentor espiritual: era el portero del Convento, el hermano Alonso Rodríguez. Él me enseño a amar a Dios y a servir a Cristo y me alentó en mi vida de apostolado. Una vez terminados mis estudios de filosofía, recibí la orden de partir hacia el Nuevo Mundo y cinco meses más tarde llegué a Santa Fe de Bogotá, en Colombia, donde por más de dos años seguí cursos de Teología. Después fui enviado a Cartagena en donde recibí mi ordenación sacerdotal e hice mi profesión solemne como jesuita. Fue entonces que estampé las palabras que sintetizaron mi vocación: "Pedro Claver, esclavo de los esclavos para siempre". Y fue así que mi vida la consagré por Dios a los africanos, como servidor abnegado de ellos. Cada vez que un galeón se divisaba en el horizonte, yo empezaba a preparar cestos llenos de frutas, vestidos y agua fresca y llevaba esta carga al puerto, mientras el barco atracaba. Agasajaba a los esclavos recién llegados, curaba a los enfermos y alimentaba a los débiles. Así predicaba yo, "primero con las manos y luego con las palabras". Fue quizás, mi celo por defender a mis esclavos y mi falta de prudencia en descuidar a la gente importante que hizo que, los últimos años de mi vida, en Cartagena, los pasara en absoluta soledad.
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