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Domingo de Ramos con Maria 2018

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jueves, 4 de febrero de 2010

4 Febrero 1985 Juan Pablo II y los ancianos en el Callao


ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON LOS ENFERMOS Y ANCIANOS DEL PERÚ

Callao, lunes 4 de febrero de 1985
La mañana de este lunes, inició su Santidad, el cuarto día de permanencia en suelo peruano. En el Ovalo Bolivar en el Callao, se llevó a cabo el encuentro con los enfermos, Allí hizo notar que el amor cristiano se pone en evidencia sobre todo en el desvalido.
Allí, en aquel gran y alto estrado Papal, se hallaban las devociones más tiernas y arraigadas de los Chalacos: El Señor del Mar y la Virgen del Carmen de la Legua, como es de esperar, los chalacos supieron recibir a su Santidad con una masiva presencia, que dejó completamente lleno, e incluso rebosando, la capacidad del Ovalo Bolivar - Hoy Ovalo Juan Pablo II. Que emociones las de aquellos momentos, viendo todo un pueblo que, el Vicario de Cristo veneraba a sus Patronos, los símbolos de su identidad y catolicismo, más de uno habría estado al borde de las lágrimas al presenciar estos dichosos momentos
.


«Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Por las fatigas de su alma, verá luz. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos» (Is. 53, 4. 11)…



...Vengo a haceros esta visita como enfermos. Conozco de cerca vuestra situación, porque me ha tocado vivirla yo mismo. Me refiero a esa situación de postración en que las fuerzas naturales decrecen y, de alguna manera, el hombre parece reducido a un objeto en manos de sus cuidadores. La postración e inactividad forzada pueden provocar en el enfermo la tentación de concentrarse en sí mismo. No es por eso extraño que la enfermedad pueda acercar al Señor o pueda conducir ala desesperación. Pero la enfermedad es siempre un momento de especial cercanía de Dios al hombre que sufre.


Jesús se acercó a los enfermos con amor y les tendió su mano bondadosa, para que reavivaran su fe y anhelaran más hondamente la salvación plena. Curó a muchos (Cf.. Marc. 1, 34), pero sobre todo superó el sufrimiento, haciéndolo servir al misterio de su redención.
Esta actitud de Jesús, que nos encomendó imitar visitando a los enfermos (Cf.. Matth. 25, 36), es uno de los rasgos del corazón cristiano. Podríamos decir que la preocupación y el servicio que se presta al enfermo es uno de los indicios que distinguen a un pueblo cristiano. En ese servicio que exige sacrificios, brilla la más alta virtud: la caridad.


* Toda enfermedad grave suele pasar por momentos de desaliento radical, en los que surge la pregunta del porqué de la vida, precisamente porque nos sentimos desarraigados de ella. En esos momentos, la presencia silenciosa y orante de los amigos nos ayuda eficazmente. Pero en última instancia sólo el encuentro con Dios será capaz de decir a lo más herido de nuestro corazón la palabra misteriosa y esperanzadora.
Cuando nosotros, como Jesús, afligidos por nuestra situación, gritamos interiormente: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Ps. 22, 2; Matth. 27, 46; Marc. 15, 34), sólo de El podemos recibir la respuesta que aquieta y reconforta a la vez. Es el consuelo que vemos en el Siervo de Dios en medio del dolor: «Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yavé se cumplirá por su mano» (Is. 53, 10)…


Yo me uno cordialmente a vuestras vidas, queridos enfermos del Perú, con afecto de hermano. Pido al Señor lo mejor para vosotros: la salud, la alegría, la paz, la presencia de los seres queridos y, sobre todo, que os unáis a Cristo en su sacrificio salvador. Que no consideréis vuestras vidas, ní este tiempo de enfermedad, como realidades inútiles. Estos momentos pueden ser ante Dios los más decisivos para vuestras vidas, los más fructíferos para vuestros seres queridos y para los demás.
* . Me dirijo ahora a vosotros, queridos hermanos y hermanas de la edad ascendente, que vais pasando por esta vida temporal, acercándoos a la «ciudad permanente». Edad para muchos difícil, de incomprensión y soledad. Por eso dirijo también a vosotros las reflexiones ofrecidas antes a los enfermos. Pero para muchos otros, edad del reposo, de la paz y de la felicidad que proporciona la compañía de «sus hijos y los hijos de sus hijos». A todos se aplica lo que dice el libro de los Proverbios: «La honra del anciano son sus canas (Prov. 21, 29)…



Sé que las beneméritas Hermanas de los Ancianos Desamparados y otras instituciones atienden con ejemplar dedicación a los abuelitos y abuelitas; pero no son numéricamente suficientes para cuidar a todos los que llegan ala edad ascendente. Igualmente pido que se siga cumpliendo con empeño el deber de atender adecuadamente a los jubilados, que en los momentos difíciles por los que pasamos, tienen más necesidad de apoyo.
A cuantos se preocupan por las personas de la edad ascendente, religiosas y seglares, así como a quienes las atienden en sus casas, les expreso mí agradecimiento, y para ellos pido la protección de la Virgen de los Desamparados; para que sepan brindar comprensión, compañía y cariño a todos los ancianos y ancianas.
A vosotros, a los enfermos y ancianos del Perú y a quienes los atienden,
doy de corazón mí Bendición Apostólica. +