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jueves, 24 de septiembre de 2015

23.09 Papa Francisco en Misa y Canonización de Fr. Junipero Serra





Junípero Serra, santo de la catolicidad y protector de los hispanos

(RV).- Con una multitudinaria participación de fieles, el Papa Francisco canonizó en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, al franciscano español, que se considera como  primer santo hispano, en la nación estadounidense, en la que dentro de pocos años, la mitad de la población será de origen hispano. San Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.
Después de la Santa Misa, en un breve y emocionado encuentro, el Papa Francisco saludó a una representación de las comunidades de nativos de California.
¡Oh Señor Jesús, nosotros somos solamente tus discípulos misioneros, tus humildes cooperadores para que venga tu Reino!
Con esta invocación en su  corazón el Papa Francisco, pidió la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, y también la de Fray Junípero y de los otros santos y santas americanos, para que lo conduzcan y guíen en sus  viajes apostólicos a América del Sur y a América del Norte. Lo dijo él mismo en su homilía de la Misa, en la Jornada de reflexión para la canonización de Junípero Serra, en el Pontificio Colegio Norteamericano, en Roma. (2 de mayo de 2015)
"Contemplamos el testimonio de santidad de Fray Junípero – uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, santo de la catolicidad y especial protector de los hispanos del país –, para que todo el pueblo americano descubra la propia dignidad, consolidando cada vez más la propia pertenencia a Cristo y a su Iglesia", deseó ese mismo día el Papa. Evocando su obra de evangelización, con  los primeros “12 apóstoles franciscanos” que fueron los pioneros de la fe cristiana en México, señaló que el mallorquín Fray Junípero fue protagonista de una nueva primavera evangelizadora en aquellas extensas tierras que, desde hacía doscientos años, habían sido alcanzadas por los misioneros provenientes de España, desde Florida hasta California.
Además del testimonio de santidad del que redactó el informe “Representación sobre la conquista temporal y espiritual de la Alta California”,  calificado como una Carta de los Derechos de los indios, el Papa Francisco puso de relieve, con  la vida y el ejemplo de Fray Junípero,  su impulso misionero y su devoción mariana: "sabemos que antes de regresar a California quiso ir a consagrar su vida a Nuestra Señora de Guadalupe, y a pedirle, para la misión que estaba por iniciar, la gracia de abrir el corazón de los colonizadores y de los indígenas".
"Que un impetuoso viento de santidad recorra el próximo Jubileo extraordinario de la Misericordia en todas las Américas". Confiando en la promesa hecha por Jesús, el Papa invitó a pedir a Dios esta particular efusión del Espíritu Santo.
"Pedimos a Jesús Resucitado, Señor de la historia, que la vida de nuestro continente americano se arraigue más y más en el Evangelio que ha recibido; que Cristo esté cada vez más presente en la vida de las personas, de las familias, de los pueblos y de las naciones".
Y que la mayor gloria de Dios se manifieste en "la cultura de la vida, en la fraternidad, en la solidaridad, en la paz, en la justicia, con amor preferencial y comprometido por los más pobres, a través del testimonio de los cristianos de las diversas comunidades y confesiones, de los creyentes de otras tradiciones religiosas y de los hombres de recta conciencia y de buena voluntad".
La celebración coincidió  con el mismo día en se cumplió el 90 aniversario de la colocación de la primera piedra del  santuario mariano tan amado en Estados Unidos, dedicado a la Inmaculada Concepción, patrona de esta nación. La Basílica ha sido visitada por el Papa Benedicto XVI, el Papa Juan Pablo II y la Madre Teresa de Calcuta.


Con el Papa Francisco en Estados Unidos, Cecilia de Malak, Radio Vaticano


“Supo salir para testimoniar la ternura de Dios”
el Papa en la Misa de canonización de Fray Junípero

(RV).- “Supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, supo vivir lo que es la Iglesia en salida”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía de la Misa de canonización de Fray Junípero Serra, en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, Washington, D.C.
Comentando los textos bíblicos que la liturgia presenta en ésta celebración, el Santo Padre recordó que la Palabra de Dios es “una invitación que golpea fuerte nuestra vida”. Una invitación, dijo el Papa que hace eco del deseo que todos experimentamos a llevar una vida plena, una vida con sentido, una vida con alegría. Hay algo dentro de nosotros, agregó, que nos invita a la alegría y a no conformarnos, a no resignarnos, a no caer en una resignación triste que poco a poco se va transformando en acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el corazón.
Por ello, afirmó el Pontífice, es importante “preguntarnos, ¿cómo hacer para que no se nos anestesie el corazón? ¿Cómo profundizar la alegría del Evangelio en las diferentes situaciones de nuestra vida? La respuesta dijo el Papa, lo encontramos en las palabras de Jesús: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se experimenta, se conoce y se vive tan solo dándola, dándose.
“Porque la fuente de nuestra alegría, señaló el Obispo de Roma, nace de ese deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”. La alegría el cristiano la experimenta en la misión: «Vayan a las gentes de todas las naciones» (Mt 28,19). La alegría el cristiano la encuentra en una invitación: Vayan y anuncien. La alegría el cristiano la renueva, la actualiza con una llamada: Vayan y unjan.
Hoy estamos aquí, afirmó el Sucesor de Pedro, “porque hubo muchos que se animaron a responder a esta llamada”. Somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse «en las estructuras que nos dan una falsa contención. Somos deudores de una tradición, de una cadena de testigos que han hecho posible que la Buena Nueva del Evangelio siga siendo generación tras generación Nueva y Buena.
“Y hoy recordamos a uno de esos testigos, subrayó el Pontífice, que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios”. “Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado”. «Siempre adelante». Esta fue la forma que Junípero encontró para vivir la alegría del Evangelio, para que no se le anestesiara el corazón.
(Renato Martinez – Radio Vaticano)

Texto completo de la homilía del Papa Francisco




Palabras del Papa en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, Washington, D.C.

«Alégrense siempre en el Señor. Repito: Alégrense» (Flp 4,4). Una invitación que golpea fuerte nuestra vida. «Alégrense» nos dice Pablo con una fuerza casi imperativa.  Una invitación que se hace eco del deseo que todos experimentamos a de una vida plena, a una vida con sentido, a una vida con alegría. Es como si Pablo tuviera la capacidad de escuchar cada uno de nuestros corazones y pusiera voz a lo que sentimos y vivimos. Hay algo dentro de nosotros que nos invita a la alegría y a no conformarnos con placebos que siempre quieren contentarnos.
Pero a su vez, vivimos las tensiones de la vida cotidiana. Son muchas las situaciones que parecen poner en duda esta invitación. La propia dinámica a la que muchas veces nos vemos sometidos parece conducirnos a una resignación triste que poco a poco se va transformando en acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el corazón.
No queremos que la resignación sea el motor de nuestra vida, ¿o lo queremos?; no queremos que el acostumbramiento se apodere de nuestros días, ¿o sí?. Por eso podemos preguntarnos, ¿cómo hacer para que no se nos anestesie el corazón? ¿Cómo profundizar la alegría del Evangelio en las diferentes situaciones de nuestra vida?
Jesús lo dijo a los discípulos de ayer y nos lo dice a nosotros hoy: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se experimenta, se conoce y se vive solamente tan solo dándola, dándose.
El espíritu del mundo nos invita al conformismo, a la comodidad; frente a este espíritu humano «hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo» (Laudato si’, 229). Tenemos la responsabilidad de anunciar el mensaje de Jesús. Porque la fuente de nuestra alegría «nace de ese deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva» (Evangelii gaudium, 24). Vayan a todos a anunciar ungiendo y a ungir anunciando.
A esto el Señor nos invita hoy y nos dice: La alegría el cristiano la experimenta en la misión: «Vayan a las gentes de todas las naciones» (Mt 28,19).
La alegría el cristiano la encuentra en una invitación: Vayan y anuncien.
La alegría el cristiano la renueva, la actualiza con una llamada: Vayan y unjan.
Jesús los envía a todas las naciones. A todas las gentes. Y en ese «todos» de hace dos mil años estábamos también nosotros. Jesús no da una lista selectiva de quién sí y quién no, de quiénes son dignos o no de recibir su mensaje, y su presencia. Por el contrario, abrazó siempre la vida tal cual se le presentaba. Con rostro de dolor, hambre, enfermedad, pecado. Con rostro de heridas, de sed, de cansancio. Con rostro de dudas y de piedad. Lejos de esperar una vida maquillada, decorada, trucada, la abrazó como venía a su encuentro. Aunque fuera una vida que muchas veces se presenta derrotada, sucia, destruida. A «todos» dijo Jesús, a todos, vayan y anuncien; a toda esa vida como es y no como nos gustaría que fuese, vayan y abracen en mi nombre. Vayan al cruce de los caminos, vayan… a anunciar sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha perdido la alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del Padre. Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón.
La misión no nace nunca de un proyecto perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y planificado; la misión siempre nace de una vida que se sintió buscada y sanada, encontrada y perdonada. La misión nace de experimentar una y otra vez la unción misericordiosa de Dios.

La Iglesia, el Pueblo santo de Dios, sabe transitar los caminos polvorientos de la historia atravesados tantas veces por conflictos, injusticias, y violencia para ir a encontrar a sus hijos y hermanos. El santo Pueblo fiel de Dios, no le teme al error; le teme al encierro, a la cristalización en elites, al aferrarse a las propias seguridades. Sabe que el encierro en sus múltiples formas es la causa de tantas resignaciones.
Por eso, «salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo» (Evangelii gaudium, 49). El Pueblo de Dios sabe involucrarse porque es discípulo de Aquel que se puso de rodillas ante los suyos para lavarles los pies (cf. ibíd., 24).
Hoy estamos aquí, podemos estar aquí, porque hubo muchos que se animaron a responder a esta llamada, muchos que creyeron que «la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad» (Documento de Aparecida, 360). Somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse «en las estructuras que nos dan una falsa contención… en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta» (Evangelii gaudium, 49). Somos deudores de una tradición, de una cadena de testigos que han hecho posible que la Buena Nueva del Evangelio siga siendo generación tras generación Nueva y Buena.
Y hoy recordamos a uno de esos testigos que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios. Supo dejar su tierra, sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades. Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos.
Tuvo un lema que inspiró sus pasos y plasmó su vida: supo decir, pero sobre todo supo vivir diciendo: «siempre adelante». Esta fue la forma que Junípero encontró para vivir la alegría del Evangelio, para que no se le anestesiara el corazón. Fue siempre adelante, porque el Señor espera; siempre adelante, porque el hermano espera; siempre adelante, por todo lo que aún le quedaba por vivir; fue siempre adelante. Que, como él ayer, hoy nosotros podamos decir: «siempre adelante».