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sábado, 26 de noviembre de 2011

Homilia al Primer Domingo de Adviento 2011



27 11 2011
ESPERANZA
Escrito por: Gabriel J. Perez SJ en MENSAJE DEL DOMINGO
COMENTARIO AL 1er DOMINGO de ADVIENTO - CICLO “B” del T. O.
San Marcos 13, 33-37
27 de noviembre 2011

Estimados amigos, bienvenidos a la cita dominical





¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras!
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Miren, vigilen: pues no saben ustedes cuando es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y le asignó a cada uno de sus servidores su tarea, encargando al portero que vigilara. Vigilen entonces ustedes, pues no saben cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes lo digo a todos: ¡Vigilen!" (Marcos 13, 33-37).
Comienza hoy un nuevo ciclo anual en la liturgia de la Iglesia con el Adviento, nombre proveniente del vocablo latino Adventus, que significa venida, llegada, advenimiento. La petición del Padrenuestro en la que decimos venga a nosotros tu reino -en latín adveniat regnum tuum- es la propia de este tiempo durante el cual nos preparamos para celebrar la Navidad y en el que se nos invita a la conversión, a la esperanza y a la vigilancia.

1.- Un tiempo en el que se nos invita a la conversión
El libro profético de Isaías, del cual se toman las primeras lecturas de los cuatro domingos del Adviento, nos presenta en el texto correspondiente a este primer domingo (Isaías 63, 16 - 64, 7) una oración que podemos hacer nuestra hoy, aplicándola a la situación de un mundo que, como en aquellos tiempos, experimenta el vacío de Dios porque vive de espaldas a Él, sin reconocerlo ni tenerlo en cuenta. “¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras!”, exclama el profeta, expresando con esta imagen el reconocimiento de la necesidad que todos tenemos de Dios como “nuestro padre” (creador) y como “nuestro redentor”, en medio de una realidad de desolación comparable a la sequía del desierto y que sólo puede cambiar Dios mismo, el único ser que nos puede dar la vida verdadera y liberar al ser humano de todo cuanto lo oprime y le impide ser auténticamente feliz.
Los creyentes en Jesucristo afirmamos desde nuestra fe que esa oración del texto profético del libro de Isaías y la plegaria del Salmo 80 (79) -“Ven a salvarnos”- fueron respondidas con la encarnación del Hijo de Dios en Jesús de Nazaret hace poco más de veinte siglos. Sin embargo, tanto los seres humanos de hoy como los de aquel tiempo necesitamos que su acción redentora llegue hasta cada uno de nosotros, y para que esto suceda es necesaria de nuestra parte una disposición sincera a convertirnos, es decir, a volvernos a Él y dejarnos transformar por la acción de su Espíritu.
¿Cómo realizar una auténtica conversión? Pues aprovechando este tiempo del Adviento para hacer una revisión de nuestra vida y descubrir cómo debemos orientarla o reorientarla hacia Dios en el cumplimiento de su voluntad. Porque la petición “venga a nosotros tu reino” corresponde a su vez a la disposición que manifestamos cuando decimos sinceramente “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.

2.- Un tiempo en el que se nos invita a la esperanza
“Ustedes esperan el día en que aparezca nuestro Señor Jesucristo”, les escribe el apóstol san Pablo a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 1, 3-9). Este mensaje de la segunda lectura de este domingo llega hoy a cada uno de nosotros para que alimentemos en nuestra vida una de las tres virtudes llamadas “teologales”, referidas a Dios -fe, esperanza y caridad-. La virtud teologal de la esperanza nos anima a mirar el porvenir con optimismo, aun en medio de las dificultades y problemas que podamos estar experimentando en el presente, porque creemos en Jesucristo y sabemos que “Él es fiel” a sus promesas.
La manifestación del Reino de Dios en nuestro Señor Jesucristo desde su encarnación y su nacimiento como Dios hecho hombre, no es sólo un acontecimiento que sucedió hace poco más de veinte siglos. Él sigue llegando y manifestándose a cada persona que esté dispuesta de verdad a recibirlo en su existencia, y se hace presente para alimentarnos con su propia vida en la Eucaristía. Cada vez que celebramos este “sacramento de nuestra fe”, repetimos la misma invocación con que los primeros cristianos expresaban la esperanza en su venida gloriosa, y que quedó escrita en el penúltimo versículo del libro del Apocalipsis, el último escrito bíblico del Nuevo Testamento: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis 22, 20). De modo similar, en la tradicional novena de Navidad que pronto volverá a resonar una vez más con sus gozos y villancicos, le decimos: “¡Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto!”.
En efecto, en este tiempo del Adviento se nos invita a proclamar nuestra esperanza en el Reino de Dios que ya vino en la persona de Jesús, que sigue llegando a cada uno de nosotros cuando acogemos con nuestro comportamiento la palabra del Señor y recibimos a Jesús en la comunión, y que se manifestará en forma plena, definitiva y gloriosa al final de los tiempos. Para cada uno de nosotros, este final de los tiempos será el momento del paso de la vida presente a la eternidad.






3.- Un tiempo en el que se nos invita a la vigilancia
“Manténganse despiertos y vigilantes”, dice Jesús en el Evangelio de hoy, al finalizar la parábola de los servidores que aguardan la llegada del dueño de la casa en cualquier momento. Cada uno de nosotros, como servidor o servidora del Señor en esta tierra que Él nos ha encomendado cuidar, es invitado a mantenerse alerta para su llegada. Tres veces aparece en el texto del Evangelio la invitación a que estemos vigilantes. Y la invitación es no sólo para unos cuantos, sino para todos: “Lo que les digo a ustedes lo digo a todos”.
¿Cómo mantenernos despiertos y vigilantes para que no nos sorprenda desprevenidos la venida definitiva del Señor? Pues, precisamente, uniendo nuestra actitud sincera de conversión a la renovación de nuestra esperanza activa en la realización plena del Reino de Dios inaugurado por nuestro Señor Jesucristo. Porque la auténtica virtud de la esperanza no es una espera pasiva en que Dios solucionará nuestros problemas sin poner nosotros de nuestra parte, sino todo lo contrario: una disposición activa a preparar el advenimiento (el “adviento”) del Reino de Dios, haciendo posibles la condiciones que nos corresponde a nosotros desarrollar para que ese reino de la justicia, del amor y de la paz sea una realidad en nuestra vida y en nuestro entorno social.-

gperezsj@gmail.com

Escrito por: Gabriel J. Perez SJ



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