Emitido
en directo el 12 jul. 2015
Asunction Local time:
16.50-Pope Francis meets the Youth of the country along the
"Costanera" riverfront of Asuncion, at the end of his apostolic
journey to Latin America.
2
de Julio del 2015 - 22:30 | Paraguay -
Miles
de jóvenes de Paraguay, uno de los países con perfil más joven de
Latinoamérica, se reunieron en la bahía de Asunción para prometer al papa que
"harán lío", el colofón de una visita que ha movilizado el país
sudamericano para ver en persona a Francisco y exponerle sus problemas.
Fue
un acto donde predominó el ambiente festivo y en el que también participó gente
de todas las edades, que querían aprovechar al máximo el último día del papa en
Paraguay.
Pero
los verdaderos protagonistas fueron los jóvenes, en un país donde más de un 66
% de sus 6,7 millones de habitantes son menores de 30 años.
Las
multitudes, como esa que se reunió en la Costanera, han sido la tónica general
en la estancia del papa en Paraguay.
Correo-Perú
“Las
Bienaventuranzas son el plan que Jesús tiene para ustedes jóvenes, nos ayudan a
ir contra corriente”
Este
fue el momento de mayo efusividad del papa Francisco, frente a los jóvenes, a
quienes escuchó y enseñó con una prédica de jugarse por todo y de hacer lío,
pero un “lío ordenado”.
Cabe
destacar que en este tramo final de su visita, el Pontífice tuvo un discurso
preparado, que no lo leyó, pero que de igual manera se reproduce en el
documento oficial del Vaticano.
Las
frases:
La
explotación, la falta de medios para sobrevivir, la drogadicción, la tristeza,
todas esas cosas nos quitan la libertad. Así que todos juntos, agradeciéndole a
Orlando que haya pedido esta bendición, tener el corazón libre, un corazón que
pueda decir lo que piensa, que pueda decir lo que siente y que pueda hacer lo
que piensa y lo que siente. ¡Ese es un corazón libre! Y eso es lo que vamos a
pedir todos juntos, esa bendición que Orlando pidió para todos.
Liz
con su vida nos enseña que no hay que ser como Poncio Pilato: lavarse las
manos. Liz podía haber tranquilamente puesto a su mamá en un asilo, a su abuela
en otro asilo y vivir su vida de joven, divirtiéndose, estudiando lo que
quería. Y Liz dijo: “No, la abuela, la mamá…”. Y Liz se convirtió en sierva, en
servidora y, si quieren más fuerte todavía, en sirvienta de la mamá y de la
abuela. ¡Y lo hizo con cariño! Hasta tal punto –decía ella–, que hasta se
cambiaron los roles y ella terminó siendo la mamá de su mamá, en el modo como
la cuidaba. Su mamá, con esa enfermedad tan cruel que confunde las cosas. Y
ella quemó su vida, hasta ahora, hasta los 25 años, sirviendo a su mamá y a su
abuela. ¿Sola? No, Liz no estaba sola. Ella dijo dos cosas que nos tienen que
ayudar: habló de un ángel, de una tía que fue como un ángel; y habló del
encuentro con los amigos los fines de semana, con la comunidad juvenil de
evangelización, con el grupo juvenil que alimentaba su fe. Y esos dos ángeles
–esa tía que la custodiaba y ese grupo juvenil– le daban más fuerza para seguir
adelante. Y eso se llama solidaridad.
ENCUENTRO
CON LOS JÓVENES
DISCURSO
DEL SANTO PADRE
Costanera
de Asunción, Paraguay
Domingo
12 de julio de 2015
Queridos
jóvenes, buenas tardes.
Después
de haber leído el Evangelio, Orlando se acercó a saludarme y me dijo: “Te pido
que reces
por la libertad de cada uno de nosotros, de todos”. Es la bendición que pidió
Orlando para cada
uno de nosotros. Es la bendición que pedimos ahora todos juntos: la libertad.
Porque la libertad
es un regalo que nos da Dios, pero hay que saber recibirlo, hay que saber tener
el corazón
libre, porque todos sabemos que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el
corazón y no
dejan que el corazón sea libre. La explotación, la falta de medios para
sobrevivir, la drogadicción,
la tristeza, todas esas cosas nos quitan la libertad. Así que todos juntos, agradeciéndole
a Orlando que haya pedido esta bendición, tener el corazón libre, un corazón
que pueda
decir lo que piensa, que pueda decir lo que siente y que pueda hacer lo que
piensa y lo que
siente. ¡Ese es un corazón libre! Y eso es lo que vamos a pedir todos juntos,
esa bendición que
Orlando pidió para todos. Repitan conmigo: “Señor Jesús, dame un corazón libre.
Que no sea esclavo
de todas las trampas del mundo. Que no sea esclavo de la comodidad, del engaño.
Que no
sea esclavo de la buena vida. Que no sea esclavo de los vicios. Que no sea
esclavo de una falsa
libertad, que es hacer lo que me gusta en cada momento”. Gracias, Orlando, por
hacernos caer
en la cuenta de que tenemos que pedir un corazón libre. ¡Pídanlo todos los
días!
Y
hemos escuchado dos testimonios: el de Liz y el de Manuel. Liz nos enseña una
cosa. Así como
Orlando nos enseñó a rezar para tener un corazón libre, Liz con su vida nos
enseña que no hay
que ser como Poncio Pilato: lavarse las manos. Liz podía haber tranquilamente
puesto a su mamá
en un asilo, a su abuela en otro asilo y vivir su vida de joven, divirtiéndose,
estudiando lo que
quería. Y Liz dijo: “No, la abuela, la mamá…”. Y Liz se convirtió en sierva, en
servidora y, si quieren
más fuerte todavía, en sirvienta de la mamá y de la abuela. ¡Y lo hizo con
cariño! Hasta tal
punto –decía ella–, que hasta se cambiaron los roles y ella terminó siendo la
mamá de su mamá,
en el modo como la cuidaba. Su mamá, con esa enfermedad tan cruel que confunde
las cosas.
Y ella quemó su vida, hasta ahora, hasta los 25 años, sirviendo a su mamá y a
su abuela.
¿Sola?
No, Liz no estaba sola. Ella dijo dos cosas que nos tienen que ayudar: habló de
un ángel, de
una tía que fue como un ángel; y habló del encuentro con los amigos los fines
de semana, con la
comunidad juvenil de evangelización, con el grupo juvenil que alimentaba su fe.
Y esos dos ángeles
–esa tía que la custodiaba y ese grupo juvenil– le daban más fuerza para seguir
adelante.
Y
eso se llama solidaridad. ¿Cómo se llama? [Responden los jóvenes:
“Solidaridad”]. Cuando nos hacemos
cargo del problema de otro. Y ella encontró allí un remanso para su corazón
cansado.
Pero
hay algo que se nos escapa. Ella no dijo: “Hago esto y nada más”. ¡Estudió! Y
es enfermera.
Y
haciendo todo eso, la ayuda, la solidaridad que recibió de ustedes, del grupo
de ustedes, querecibió
de esa tía que era como un ángel, la ayudó a seguir adelante. Y hoy, a los 25
años, tiene la
gracia que Orlando nos hacía pedir: tiene un corazón libre. Liz cumple el
cuarto mandamiento:
“Honrarás
a tu padre y a tu madre”. Liz muestra su vida, ¡la quema!, en el servicio a su
madre. Es un
grado altísimo de solidaridad, es un grado altísimo de amor. Un testimonio.
“Padre, ¿entonces se
puede amar?”. Ahí tienen a alguien que nos enseña a amar.
Primero:
libertad, corazón libre. Entonces, todos juntos: [Los jóvenes repiten cada
frase] “Primero: corazón
libre”. “Segundo: solidaridad para acompañar”. Solidaridad. Eso es lo que nos
enseña este
testimonio. Y a Manuel no le regalaron la vida. Manuel no es un “nene bien”. No
es un “nene”,
no fue un “nene”, no es un chico, un muchacho hoy, a quien la vida le fue
fácil. Dijo palabras
duras: “Fui explotado, fui maltratado, a riesgo de caer en las adicciones,
estuve solo”.
Explotación,
maltrato y soledad. Y en vez de salir a hacer maldades, en vez de salir a
robar, se fue
a trabajar. En vez de salir a vengarse de la vida, miró adelante. Y Manuel usó
una frase linda:
“Pude
salir adelante porque en la situación en que yo estaba era difícil hablar de
futuro”.
¿Cuántos
jóvenes, ustedes, hoy tienen la posibilidad de estudiar, de sentarse a la mesa
con la familia
todos los días, tienen la posibilidad de que no les falte lo esencial? ¿Cuántos
de ustedes tienen
eso? Todos juntos, los que tienen eso, digan: “¡Gracias Señor!” [Los jóvenes
repiten:
“¡Gracias
Señor!”]. Porque acá tuvimos un testimonio de un muchacho que desde chico supo
lo que
era el dolor, la tristeza, que fue explotado, maltratado, que no tenía qué
comer y que estaba solo.
¡Señor, salvá a esos chicos y chicas que están en esa situación! Y para
nosotros, ¡Señor, gracias!
¡Gracias, Señor! Todos: ¡Gracias, Señor!
Libertad
de corazón. ¿Se acuerdan? Libertad de corazón; lo que nos decía Orlando.
Servicio, solidaridad;
lo que nos decía Liz. Esperanza, trabajo, luchar por la vida, salir adelante;
lo que nos decía
Manuel. Como ven, la vida no es fácil para muchos jóvenes. Y esto quiero que lo
entiendan, quiero
que se lo metan en la cabeza: “Si a mí la vida me es relativamente fácil, hay
otros chicos y chicas
que no le es relativamente fácil”. Más aún, que la desesperación los empuja a
la delincuencia,
los empuja al delito, los empuja a colaborar con la corrupción. A esos chicos,
a esas chicas,
les tenemos que decir que nosotros les estamos cerca, queremos darles una mano,
que queremos
ayudarlos, con solidaridad, con amor, con esperanza.
Hubo
dos frases que dijeron los dos que hablaron, Liz y Manuel. Dos frases, son
lindas.
Escúchenlas.
Liz dijo que empezó a conocer a Jesús, conocer a Jesús, y eso es abrir la
puerta a la
esperanza. Y Manuel dijo: “Conocí a Dios, mi fortaleza”. Conocer a Dios es
fortaleza. O sea, conocer
a Dios, acercarse a Jesús, es esperanza y fortaleza. Y eso es lo que
necesitamos de los jóvenes
hoy: jóvenes con esperanza y jóvenes con fortaleza. No queremos jóvenes
“debiluchos”, jóvenes
que están ahí no más, ni sí ni no. No queremos jóvenes que se cansen rápido y
que vivan
cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes. Queremos jóvenes con esperanza
y con fortaleza. ¿Por qué? Porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios.
Porque tienen
un corazón libre. Corazón libre, repitan. [Los jóvenes repiten cada una de las
palabras]
Solidaridad.
Trabajo. Esperanza. Esfuerzo. Conocer a Jesús. Conocer a Dios, mi fortaleza. Un joven
que viva así, ¿tiene la cara aburrida? [respuesta de los jóvenes: “No”] ¿Tiene
el corazón triste?
[respuesta de los jóvenes: “No”]. ¡Ese es el camino! Pero para eso hace falta
sacrificio, hace
falta andar contracorriente. Las Bienaventuranzas que leímos hace un rato son
el plan de Jesús
para nosotros. El plan... Es un plan contracorriente. Jesús les dice: “Felices
los que tienen alma
de pobre”. No dice: “Felices los ricos, los que acumulan plata”. No. Los que
tienen el alma de
pobre, los que son capaces de acercarse y comprender lo que es un pobre. Jesús
no dice:
“Felices
los que lo pasan bien”, sino que dice: “Felices los que tienen capacidad de
afligirse por el dolor
de los demás”. Y así, yo les recomiendo que lean después, en casa, las
Bienaventuranzas, que
están en el capítulo quinto de San Mateo. ¿En qué capítulo están? [respuesta de
los jóvenes: “quinto”]
¿De qué Evangelio? [respuesta de los jóvenes: “San Mateo”]. Léanlas y
medítenlas, que les
va a hacer bien.
Tengo
que agradecer a vos, Liz; te agradezco, Manuel; e te agradezco, Orlando.
Corazón libre, que
es lo que debe ser.
Y
me tengo que ir [jóvenes: “No!”].
El otro día, un cura en broma me dijo: “Sí,
usted siga haciéndole…
aconsejando a los jóvenes que hagan lío. Siga, siga. Pero después, los líos que hacen
los jóvenes los tenemos que arreglar nosotros”. ¡Hagan lío! Pero también ayuden
a arreglar y
a organizar el lío que hacen. Las dos cosas: hagan lío y organícenlo bien. Un
lío que nos dé un corazón
libre, un lío que nos dé solidaridad, un lío que nos dé esperanza, un lío que
nazca de haber
conocido a Jesús y de saber que Dios, a quien conocí, es mi fortaleza. Ese es
el lío que hagan.
Como
sabía las preguntas, porque me las habían pasado antes, había escrito un
discurso para ustedes,
para dárselo, pero los discursos son aburridos, así que, se lo dejo al Señor
Obispo encargado
de la Juventud para que lo publique.
Y
ahora, antes de irme, [“No!”] les pido, primero, que sigan rezando por mí;
segundo, que sigan haciendo
lío; tercero, que ayuden a organizar el lío que hacen para que no destruya
nada. Y todos
juntos ahora, en silencio, vamos a elevar el corazón a Dios. Cada uno desde su
corazón, en voz
baja, repita las palabras:
Señor
Jesús, te doy gracias por estar aquí. Te doy gracias porque me diste hermanos
como Liz, Manuel
y Orlando. Te doy gracias porque nos diste muchos hermanos que son como ellos.
Que te
encontraron, Jesús. Que te conocen, Jesús. Que saben que Vos, su Dios, sos su
fortaleza. Jesús,
te pido por los chicos y chicas que no saben que Vos sos su fortaleza y que
tienen miedo de
vivir, miedo de ser felices, tienen miedo de soñar. Jesús, enseñános a soñar, a
soñar cosas grandes,
cosas lindas, cosas que aunque parezcan cotidianas, son cosas que engrandecen
el corazón.
Señor Jesús, danos fortaleza, danos un corazón libre, danos esperanza, danos
amor y enseñános
a servir. Amén.
Ahora
les voy a dar la bendición y les pido, por favor, que recen por mí y que recen
por tantos chicos
y chicas que no tienen la gracia que tienen ustedes de haber conocido a Jesús,
que les da esperanza,
les da un corazón libre y los hace fuertes.
(Bendición)
Y
que los bendiga Dios Todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Discurso preparado que no leyó el Papa Francisco en su encuentro con los jóvenes
Queridos
jóvenes:
Me
da una gran alegría poder encontrarme con ustedes, en este clima de fiesta.
Poder escuchar sus testimonios y compartir su entusiasmo y amor a Jesús.
Gracias
a Mons. Ricardo Valenzuela, responsable de la pastoral juvenil, por sus
palabras. Gracias Manuel y Liz por la valentía en compartir sus vidas, sus
testimonios en este encuentro. No es fácil hablar de las cosas personales y
menos delante de tanta gente. Ustedes han compartido el tesoro más grande que
tienen, sus historias, sus vidas y cómo Jesús se fue metiendo en ellas.
Para
responder a sus preguntas me gustaría destacar algunas de las cosas que ustedes
compartían.
Manuel,
vos nos decías algo así: «Hoy me sobran ganas de servir a otros, tengo ganas de
superarme». Pasaste momentos muy difíciles, situaciones muy dolorosas, pero hoy
tenés muchas ganas de servir, de salir, de compartir tu vida con los demás.
Liz
no es nada fácil ser madre de los propios padres y más cuando uno es joven,
pero qué sabiduría y maduración guardan tus palabras cuando nos decías: «Hoy
juego con ella, cambio los pañales, son todas las cosas que hoy les entrego a
Dios y estoy apenas compensando todo lo que mi madre hizo por mí».
Ustedes
jóvenes paraguayos, sí que son valientes.
También
compartieron cómo hicieron para salir adelante. Dónde encontraron fuerzas. Los
dos dijeron: «En la parroquia». En los amigos de la parroquia y en los retiros
espirituales que ahí se organizaban. Dos claves muy importantes: los amigos y
los retiros espirituales.
Los
amigos. La amistad es de los regalos más grande que una persona, que un joven
puede tener y puede ofrecer. Es verdad. Qué difícil es vivir sin amigos. Fíjense si será de las cosas más hermosas que
Jesús dice: «yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí
de mi Padre» (Jn 15,5). Uno de los secretos más grande del cristiano radica en
ser amigos, amigos de Jesús. Cuando uno quiere a alguien, le está al lado, lo
cuida, ayuda, le dice lo que piensa, sí, pero no lo deja tirado. Así es Jesús
con nosotros, nunca nos deja tirados. Los amigos se hacen el aguante, se
acompañan, se protegen. Así es el Señor con nosotros. Nos hace el aguante.
Los
retiros espirituales. San Ignacio hace una meditación famosa llamada de las dos
banderas. Describe por un lado, la bandera del demonio y por otro, la bandera
de Cristo. Sería como las camisetas de dos equipos y nos pregunta, en cuál nos
gustaría jugar.
Con
esta meditación, nos hace imaginar, como sería pertenecer a uno u a otro
equipo. Sería como preguntarnos, ¿con quién querés jugar en la vida?
Y
dice San Ignacio que el demonio para reclutar jugadores, les promete a aquellos
que jueguen con él riqueza, honores, gloria, poder. Serán famosos. Todos los
endiosarán.
Por
otro lado, nos presenta la jugada de Jesús. No como algo fantástico. Jesús no
nos presenta una vida de estrellas, de famosos, por el contrario, nos dice que
jugar con él es una invitación, a la humildad, al amor, al servicio a los
demás. Jesús no nos miente. Nos toma en serio.
En
la Biblia, al demonio se lo llama el padre de la mentira. Aquel que prometía, o
mejor dicho, te hacía creer que haciendo determinadas cosas serías feliz. Y
después te dabas cuenta que no eras para nada feliz. Que estuviste atrás de
algo que lejos de darte la felicidad, te hizo sentir más vacío, más triste.
Amigos: el diablo, es un «vende humo». Te promete, te promete, pero no te da
nada, nunca va a cumplir nada de lo que dice. Es un mal pagador. Te hace desear
cosas que no dependen de él, que las consigas o no. Te hace depositar la
esperanza en algo que nunca te hará feliz. Esa es su jugada, esa es su
estrategia. Hablar mucho, ofrecer mucho y no hacer nada. Es un gran «vende
humo» porque todo lo que nos propone es fruto de la división, del compararnos
con los demás, de pisarle la cabeza a los otros para conseguir nuestras cosas.
Es un «vende humo» porque, para alcanzar todo esto, el único camino es dejar de
lado a tus amigos, no hacerle el aguante a nadie. Porque todo se basa en la
apariencia. Te hace creer que tu valor depende de cuánto tenés.
Por
el contrario, tenemos a Jesús, que nos ofrece su jugada. No nos vende humo, no
nos promete aparentemente grandes cosas. No nos dice que la felicidad estará en
la riqueza, el poder, orgullo. Por el contrario. Nos muestra que el camino es
otro. Este Director Técnico les dice a sus jugadores: Bienaventurados, felices
los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed
de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por
la paz, los perseguidos por la justicia. Y termina diciéndoles, alégrense por
todo esto (cf. Mt 5,1-12).
¿Por
qué? Porque Jesús no nos miente. Nos muestra un camino que es vida, que es
verdad. Él es la gran prueba de esto. Es su estilo, su manera de vivir la vida,
la amistad, la relación con su Padre. Y es a lo que nos invita. A sentirnos
hijos. Hijos amados.
Él
no te vende humo. Porque sabe que la felicidad, la verdadera, la que deja lleno
el corazón, no está en las «pilchas» que llevamos, en los zapatos que nos
ponemos, en la etiqueta de determinada marca. Él sabe que la felicidad
verdadera, está en ser sensibles, en aprender a llorar con los que lloran, en
estar cerca de los que están tristes, en poner el hombro, dar un abrazo. Quien
no sabe llorar, no sabe reír y por lo tanto, no sabe vivir. Jesús sabe que en
este mundo de tanta competencia, envidia y tanta agresividad, la verdadera
felicidad pasa por aprender a ser pacientes, a respetar a los demás, a no
condenar ni juzgar a nadie. El que se enoja, pierde, dice el refrán. No le des
el corazón a la rabia, al rencor. Felices los que tienen misericordia. Felices
los que saben ponerse en el lugar del otro, en los que tienen la capacidad de
abrazar, de perdonar. Todos hemos alguna vez experimentado esto. Todos en algún
momento nos hemos sentido perdonados, ¡qué lindo que es! Es como recobrar la
vida, es tener una nueva oportunidad. No hay nada más lindo que tener nuevas
oportunidades. Es como que la vida vuelve a empezar. Por eso, felices aquellos
que son portadores de nueva vida, de nuevas oportunidades. Felices los que
trabajan para ello, los que luchan para ello. Errores tenemos todos,
equivocaciones, miles. Por eso, felices aquellos que son capaces de ayudar a
otros en su error, en sus equivocaciones. Que son verdaderos amigos y no dejan
tirado a nadie. Esos son los limpios de corazón, los que logran ver más allá de
la simple macana y superan las dificultades. Felices los que ven especialmente
lo bueno de los demás.
Liz,
vos nombraste a Chikitunga, esta Sierva de Dios paraguaya. Dijiste que era como
tu hermana, tu amiga, tu modelo. Ella, al igual que tantos, nos muestra que el
camino de las bienaventuranzas es un camino de plenitud, un camino posible,
real. Que llena el corazón. Ellos son nuestros amigos y modelos que ya dejaron
de jugar en esta «cancha», pero se vuelven esos jugadores indispensables que
uno siempre mira para dar lo mejor de sí. Ellos son el ejemplo de que Jesús no
es un «vende humo», su propuesta es de plenitud. Pero por sobre todas las
cosas, es una propuesta de amistad, de amistad verdadera, de esa amistad que
todos necesitamos. Amigos al estilo de Jesús. Pero no para quedarnos entre
nosotros, sino para salir a la «cancha», a ir a hacer más amigos. Para
contagiar la amistad de Jesús por el mundo, donde estén, en el trabajo, en el
estudio, en la previa, por whastapp, en facebook o twitter. Cuando salgan a
bailar, o tomando un buen tereré. En la plaza o jugando un partidito en la
cancha del barrio. Ahí es donde están los amigos de Jesús. No vendiendo humo,
sino haciendo el aguante. El aguante de saber que somos felices, porque tenemos
un Padre que está en el cielo.
2015
Año de la Vida Consagrada