200 aniversario de la reconstitución de la Compañía de Jesús en Roma
El sábado 27 de setiembre, el #PapaFrancisco celebró con los #Jesuitas el
aniversario de fundación de la Compañía de Jesús en este año de celebraciones
por el bicentenario de la restauración de la orden jesuita.
Participaron de la celebración los jesuitas peruanos que
trabajan o estudian en Roma: Miguel Cruzado, Juan Bytton, Benjamín Crespo,
Rossano Zas Friz, Pablo Mora, Alfredo del Risco y Tito García.
http://www.periodistadigital.com/religion/vaticano/2014/09/27/jesuitas-iglesia-religion-papa-obispo-francisco-vaticano-compania-jesuitas-nicolas-roma-vaticano.shtml
El Papa entrega los Evangelios a Adolfo Nicolás
Les recuerda que "la noche y el poder de las
tinieblas están siempre cerca"
El Papa a los jesuitas: "Remen,
también con viento contrario ¡Rememos al servicio de la Iglesia, rememos
juntos!"
Adolfo Nicolás: "Llevamos tus palabras en el
corazón, para vivirlas en la vida cotidiana"
José Manuel Vidal, 27
de septiembre de 2014 a las 17:47
La identidad jesuita es la de un hombre que adora sólo a Dios y ama y sirve
a sus hermanos, mostrando con el ejemplo, no sólo en qué cree, sino también en
qué espera
(José M. Vidal).- Esta tarde, el Papa Francisco presidió
en la Iglesia del Gesú de Roma, las vísperas de acción de gracias con motivo
del 200 aniversario de la reconstitución de la Compañía de Jesús. Y aprovechó
para pedirles que, "ante el poder de las tinieblas", sigan a su lado
y "remen" con él. "Al servicio de la Iglesia, rememos
juntos".
En el altar principal de
la iglesia 'Del Gesú' había sido puesta la imagen de la 'Madonna
della Strada' (Virgen de la Calle), a la cual los jesuitas rezaban desde el
comienzo de la Compañía, y lámparas y banderas recordando a los cinco
continentes.
Después de las vísperas
cantadas, en sus palabras el papa Francisco recordó que "la
Compañía que lleva el nombre de Jesús ha vivido tiempos difíciles, de
persecución" durante los cuales "los enemigos de
la Iglesia lograron obtener la supresión de la Compañía por mi predecesor,
Clemente XIV".
"Hoy recordando su
reconstitución --indicó el Santo Padre-- estamos llamados a recuperar nuestra memoria, trayendo a la mente los
beneficios recibidos y los dones particulares".
Y elogió al entonces
general de la Compañía, el padre Ricci, que delante de las
tentaciones "no se dejó enredar" y propuso a los jesuitas en tiempos
de tribulación, "una visión de las cosas que los radicaba aún más en la
espiritualidad de la Compañía".
Consideró que esta
actitud, llevó a los jesuitas a tener experiencia
de la muerte y resurrección del Señor, incluso "delante de la pérdida de
todo, incluso de su identidad pública". Francisco invitó a recordar la
historia de su orden religiosa, a la cual "le fue dada la gracia no
solamente de creer en el Señor, pero también de sufrir por Él".
Y así como la nave de la
Compañía fue sacudida por las olas, también la barca de Pedro puede serlo hoy.
Porque "la noche y el poder de las tinieblas
están siempre cerca". E invitó a los jesuítas a remar, "Remen, sean
fuertes, también con el viento contrario. ¡Rememos al servicio de la Iglesia,
rememos juntos!" porque "también el Papa rema en la barca de
Pedro". Invitó por lo tanto a rezar "Señor sálvanos; Señor salva a tú
pueblo".
"Hoy la Compañía -prosiguió el Papa- enfrenta con inteligencia y
operosidad también el trágico problema de los refugiados y de los prófugos, y
se esfuerza con discernimiento integrar el servicio de la fe y la promoción de
la justicia, en conformidad con el Evangelio.
A las palabras del Papa contestó el
general de la Compañía, Adolfo Nicolás.
"Hoy, doscientos años después de la reconstitución de la Compañía,
queremos renovar la voluntad de renovar nuestra dedicación a Dios y a la
cruz", dice el Padre Nicolás.
El Padre General y los provinciales ofrecen incienso y se presentan las
peticiones.
El Padre General
"Hermano Francisco...te damos las gracias por haber querido unirte a nuestra acción de gracias, con la sencillez del hermano"
"Llevamos tus palabras en el corazón, para vivirlas en la vida cotidiana"
"Obediencia al Papa, con la alegría de poder hacerlo con uno de nuestros hermanos"
"Confirmamos nuestra decisión de ir a las fronteras"
"Acepta nuestro servicio, para que el Evangelio viva en el corazón de todos"
Y se entona el Te Deum
El Papa entrega el Evangelio al General jesuita y cantan el Salve Regina.
El Papa se dirigió a la capilla, donde se conservan los restos de San Ignacio y se recogió ante sus restos mortales.
"Hermano Francisco...te damos las gracias por haber querido unirte a nuestra acción de gracias, con la sencillez del hermano"
"Llevamos tus palabras en el corazón, para vivirlas en la vida cotidiana"
"Obediencia al Papa, con la alegría de poder hacerlo con uno de nuestros hermanos"
"Confirmamos nuestra decisión de ir a las fronteras"
"Acepta nuestro servicio, para que el Evangelio viva en el corazón de todos"
Y se entona el Te Deum
El Papa entrega el Evangelio al General jesuita y cantan el Salve Regina.
El Papa se dirigió a la capilla, donde se conservan los restos de San Ignacio y se recogió ante sus restos mortales.
Texto completo de las palabras del Papa a
los jesuitas
La Compañía distinguida con el nombre de
Jesús ha vivido tiempos difíciles, de persecución. Durante el generalato del p.
Lorenzo Ricci "los enemigos de la Iglesia llegaron a obtener la supresión
de la Compañía" (Juan Pablo II, Mensaje al p. Kolvenbach, 31 de julio de
1990) por parte de mi predecesor Clemente XIV. Hoy, recordando su
reconstitución, estamos llamados a recuperar nuestra memoria, recordando los
beneficios recibidos y los dones particulares (cf Ejercicios Espirituales,
234). Hoy quiero hacerlo aquí con ustedes.
En tiempos de tribulaciones y turbación se
levanta siempre una polvareda de dudas y de sufrimientos, y no es fácil seguir
adelante, proseguir el camino. Sobre todo en los tiempos difíciles y de crisis
llegan tantas tentaciones: detenerse a discutir las ideas, a dejarse llevar por
la desolación, concentrarse en el hecho de ser perseguidos y no ver nada más.
Leyendo las cartas del p. Ricci me impactó
una cosa: su capacidad para no dejarse sujetar por estas tentaciones y de
proponer a los jesuitas, en el tiempo de la tribulación, una visión de las
cosas que los arraigaba aún más a la espiritualidad de la Compañía.
El p. General Ricci, que escribía a los
jesuitas de entonces, viendo las nubes que se espesaban en el horizonte, los
fortalecía en su pertenencia al cuerpo de la Compañía y a su misión. He aquí:
en un tiempo de confusión y turbación hizo discernimiento. No perdió el tiempo
para discutir ideas y quejarse, sino que se hizo cargo de la vocación de la
Compañía.
Y esta actitud ha llevado a los jesuitas a
experimentar la muerte y resurrección del Señor. Antes de la pérdida de todo,
incluso de su identidad pública, no opusieron resistencia a la voluntad de
Dios, no opusieron resistencia al conflicto, tratando de salvarse a sí mismos.
La Compañía -y esto es hermoso- vivió el conflicto hasta el final, sin
reducirlo: vivió la humillación con Cristo humillado, obedeció. Nunca se salva
uno del conflicto con la astucia y con estratagemas para resistir. En la
confusión y ante la humillación, la Compañía prefirió vivir el discernimiento
de la voluntad de Dios, sin buscar una salida al conflicto de modo
aparentemente tranquilo.
No es jamás la aparente tranquilidad la
que satisface nuestros corazones, sino la verdadera paz que es un don de Dios.
Nunca se debe buscar la "negociación de compromiso" fácil, ni se
deben practicar fáciles "irenismos". Sólo el discernimiento nos salva
del verdadero desarraigo, de la verdadera "supresión" del corazón,
que es el egoísmo, la mundanidad, la pérdida de nuestro horizonte, de nuestra
esperanza, que es Jesús, que es sólo Jesús. Y así el p. Ricci y la Compañía en
fase de supresión privilegió la historia, en lugar de una posible
"historieta" gris, sabiendo que es el amor el que juzga la historia y
que la esperanza - aun en la oscuridad - es más grande que nuestras
expectativas.
El discernimiento debe hacerse con
intención recta, con ojo simple. Por esta razón, el p. Ricci llega,
precisamente en esta ocasión de confusión y desconcierto, a hablar de los
pecados de los jesuitas. No se defiende sintiéndose una víctima de la historia,
sino que se reconoce pecador. Mirarse a sí mismos reconociéndose pecadores
evita ponerse en condiciones de considerarse víctimas ante un verdugo.
Reconocerse como pecadores; reconocerse realmente pecadores significa ponerse
en la actitud justa para recibir consuelo.
Podemos volver a recorrer brevemente este
camino de discernimiento y de servicio que el padre General señaló a la
Compañía. Cuando en 1759 los decretos de Pombal destruyeron las provincias
portuguesas de la Compañía, el P. Ricci vivió el conflicto sin lamentarse y sin
dejarse llevar a la desolación, sino invitando a la oración para pedir el
espíritu bueno, el verdadero espíritu sobrenatural de la vocación, la perfecta
docilidad a la gracia de Dios. Cuando en 1761 la tormenta avanzaba en Francia,
el padre General pidió poner toda la confianza en Dios. Quería que se
aprovecharan las pruebas sufridas para una mayor purificación interior: éstas
nos conducen a Dios y pueden servir para su mayor gloria; a continuación,
recomienda la oración, la santidad de la vida, la humildad y el espíritu de
obediencia. En 1760, después de la expulsión de los jesuitas españoles, sigue
llamando a la oración. Y, por último, el 21 de febrero de 1773, apenas seis
meses antes de la firma del Breve Dominus ac Redemptor, ante la absoluta falta
de ayuda humana, ve la mano de la misericordia de Dios, que invita a los que
somete a la prueba a no confiar en otro que no sea sólo Él. La confianza debe
crecer precisamente cuando las circunstancias nos derrumban. Lo importante para
el padre Ricci es que la Compañía sea fiel hasta el último al espíritu de su
vocación, que es la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.
La Compañía, incluso ante su propio final,
se mantuvo fiel a la finalidad para la que fue fundada. Por ello, Ricci
concluye con una exhortación a mantener vivo el espíritu de caridad, de unión,
de obediencia, de paciencia, de sencillez evangélica, de verdadera amistad con
Dios. Todo lo demás es mundanidad. Que la llama de la mayor gloria de Dios nos
atraviese también hoy, quemando toda complacencia y envolviéndonos en una llama
que llevamos dentro, que nos concentra y nos expande, nos engrandece y nos hace
pequeños.
Así la Compañía vivió la prueba suprema
del sacrificio que injustamente se le pedía, haciendo propio el ruego de Tobit,
que con el alma llena de aflicción, suspira, llora y luego reza: "Tú eres
justo, Señor, y todas tus obras son justas. Todos tus caminos son fidelidad y
verdad, y eres tú el que juzgas al mundo. Y ahora, Señor, acuérdate de mí y
mírame; no me castigues por mis pecados y mis errores, ni por los que mis
padres cometieron delante de ti. Ellos desoyeron tus mandamientos y tú nos
entregaste al saqueo, al cautiverio y a la muerte, exponiéndonos a las burlas,
a las habladurías y al escarnio de las naciones donde nos has dispersado".
Y concluye con el ruego más importante: "No apartes de mí tu rostro,
Señor". (Tb 3,1-4.6d).
Y el Señor respondió enviando a Rafael
para quitar las manchas blancas de los ojos de Tobit, para que volviera a ver
la luz de Dios. Dios es misericordioso, Dios corona de misericordia. Dios nos
ama y nos salva. A veces el camino que lleva a la vida es estrecho y angosto,
pero la tribulación, si se vive a la luz de la misericordia, nos purifica como
el fuego, nos da tanto consolación e inflama nuestro corazón aficionándolo a la
oración. Nuestros hermanos jesuitas en la supresión fueron fervientes en el
espíritu y en el servicio del Señor, gozosos en la esperanza, constantes en la
tribulación, perseverantes en la oración (cf. Rom 12:13). Y ello dio honor a la
Compañía, no ciertamente los encomios de sus méritos. Así será siempre.
Recordemos nuestra historia: a la Compañía
"se le dio la gracia no sólo de creer en el Señor, sino también sufrir por
Él" (Filipenses 1,29). Nos hace bien recordar esto.
La nave de la Compañía fue zarandeada por
las olas y ello no debe sorprender. También la barca de Pedro lo puede ser hoy.
La noche y el poder de las tinieblas están siempre cerca. Es fatigoso remar. Los
jesuitas deben ser "expertos y valerosos remeros" (Pío VII,
Sollecitudo omnium Ecclesiarum): ¡remen entonces! ¡Remen, sean fuertes, incluso
con el viento en contra! ¡Rememos al servicio de la Iglesia! ¡Rememos juntos!
Pero mientras remamos - todos remamos, también el Papa rema en la barca de
Pedro - debemos orar tanto: "¡Señor, sálvanos!", "¡Señor salva a
tu pueblo ". El Señor, aun si somos hombres de poca fe nos salvará.
¡Esperemos siempre en el Señor! ¡Esperemos siempre en el Señor!
La Compañía reconstituida por mi
predecesor Pío VII estaba integrada por hombres valientes y humildes en su
testimonio de esperanza, de amor y de creatividad apostólica, la del Espíritu.
Pío VII escribió que quería reconstituir la compañía para "socorrer oportunamente
las necesidades espirituales del mundo cristiano sin distinción de pueblos y de
naciones" (ibid). Por ello dio la autorización a los jesuitas, que todavía
existían aquí y allí, gracias a un soberano luterano y a una soberana ortodoxa,
a "permanecer unidos en un solo cuerpo." ¡Que la Compañía permanezca
unida en un solo cuerpo!
Y la Compañía fue enseguida misionera y se
puso a disposición de la Sede Apostólica, comprometiéndose generosamente
"bajo el estandarte de la cruz por el Señor y su Vicario en la
tierra" (Fórmula Instituti, 1). La Compañía reanudó su actividad
apostólica con la predicación y la enseñanza, los ministerios espirituales, la
investigación científica y la acción social, las misiones y la atención a los
pobres, a los que sufren y los marginados.
Hoy la Compañía afronta con inteligencia y
laboriosidad también el trágico problema de los refugiados y de los prófugos; y
se esfuerza con discernimiento en integrar el servicio de la fe y la promoción
de la justicia, en conformidad con el Evangelio. Confirmo hoy lo que Pablo VI
nos dijo en nuestra trigésimo segunda Congregación General y que yo mismo
escuché con mis propios oídos: "Por doquier en la Iglesia, incluso en los
campos más difíciles y extremos, en las encrucijadas de las ideologías, en las
trincheras sociales, ha habido y hay confrontación entre las exigencias
ardientes del hombre y el mensaje perenne del Evangelio, allí han estado y
están los jesuitas ".
En 1814, en el momento de la
reconstitución, los jesuitas eran un pequeño rebaño, una "mínima
Compañía", que sin embargo se sentía investido, después de la prueba de la
cruz, con la gran misión de llevar la luz del Evangelio hasta los confines de
la tierra. Así debemos sentirnos nosotros hoy, por lo tanto: en salida, en
misión. La identidad jesuita es la de un hombre que adora sólo a Dios y ama y
sirve a sus hermanos, mostrando con el ejemplo, no sólo en qué cree, sino
también en qué espera y quién es Aquel en quien ha puesto su confianza (cf. 2
Tim 1, 12). El jesuita quiere ser un compañero de Jesús, uno que tiene los
mismos sentimientos de Jesús.
La Bula de Pío VII que reconstituyó la
Compañía fue firmada el 7 de agosto de 1814 en la Basílica de Santa María la
Mayor, donde nuestro santo padre Ignacio celebró su primera Eucaristía, en la
Nochebuena de 1538. María, Nuestra Señora, Madre de la Compañía, estará
conmovida por nuestros esfuerzos por estar al servicio de su Hijo. Ella nos
custodie y nos proteja siempre.