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domingo, 15 de mayo de 2011

LA MISIÓN (DEL EXALUMNO) jesuita








La Misión
Por:Alonso Núñez del Prado S.

Resulta difícil hablar de la Misión del Ex alumno, porque la misión de cada persona es única y propia. La forma de ser auténtica, como dijo Herberth Marcase. Cada ser humano es irrepetible.
Mas es importante resaltar que la vocación y la misión son también comunitarias y para la comunidad. Intentaré, con todo, trazar algunos lineamientos que podrían ser comunes a los ex alumnos.

¿Cuál podría ser la misión del ex alumno jesuita? Me atrevo a sugerir que la misma de todos, aunque en la individualidad de cada uno, con el ingrediente de que el carisma ignaciano, nos proporciona herramientas útiles y eficaces. Me refiero a la práctica del discernimiento, de la pausa y oración diarias, a los Ejercicios Espirituales y a todos los demás instrumentos de que nuestra educación ha provisto.
Recuerdo con añoranza mi etapa escolar a pesar de que en esos tiempos también había exámenes. ¡Qué lindo sería estudiar sin exámenes! ¿No? Pero ¿Estudiaríamos? Bueno, desde hoy, entre muchas otras cosas, rescato especialmente de mi educación jesuita, la oportunidad de haber podido interactuar con mundos y ambientes que hubieran sido imposibles en otros colegios. La conciencia social de que fui impregnado. El saber desde el colegio – muchos tienen esa oportunidad recién en la universidad – que había otras personas que nos necesitaban y que el mundo de nuestro entorno y el más grande, clamaba por la justicia, como, desafortunadamente, hoy lo sigue haciendo.

Ingresé en 1962 a tercero de primaria, cuando tenía 9 años. Era el colegio ‘grande' – así lo llamábamos porque en ese entonces había otro local al frente, ‘el infantil', donde uno estudiaba con monjas hasta segundo de primaria y donde yo nunca estuve. Como ven mi escolaridad jesuita, coincidió con el Concilio Vaticano II y con la elección de Pedro Arrupe como Padre General de la Compañía de Jesús, y estuvo tremendamente marcada por ellos. Durante ese primer año, todavía las misas eran en latín y había que ayunar antes de comulgar. Al terminar la Eucaristía – se celebraba todos los días, pero teníamos la obligación de asistir como promoción una vez a la semana, aparte del domingo – se vendía chocolate en botellas de Coca-Cola, acompañado con una especie de bizcocho que llamábamos ‘chancay', para aplacar el hambre. En las clases de religión estudiábamos el catecismo. En realidad lo memorizábamos. Pero a partir del año siguiente los cambios se vinieron vertiginosamente. Ya no había que ayunar, la misa era en castellano y el sacerdote, ya no miraba al altar, si no a nosotros. Claro, esto era lo extremo, pero la efervescencia social, la opción preferencial por los pobres, que rescató el Congreso de Medellín y la posición de vanguardia que asumió la Compañía, liderada por el padre Arrupe, hizo que la educación jesuita, hasta ese entonces elitista, empezara a incluir a otros niveles sociales. Creo que si algo puede resumir toda esta línea de pensamiento, es un discurso que dio el propio Arrupe, varios años después, en 1979, sobre la promoción de la justicia, justamente al clausurar un congreso europeo de ex alumnos o de antiguos alumnos como lo llaman allá. En éste, se nos propone un modelo: el ‘hombre para los demás', que es lo que trataron de hacer de nosotros nuestros maestros, Hombres centrados, liberados de su egoísmo, humanizados por el amor, agentes y promotores del cambio, buscadores de la justicia y la transformación.

Preguntémonos ahora en concreto ¿Qué es la misión? Desde una visión calderoniana, como la que trasluce de El gran teatro del mundo, ese es encargo con que Dios nos ha enviado a la tierra. Claro, me dirán, pero nadie recuerda su conversación con Dios antes de nacer. Entonces les responderé que quizás nuestro creador nos ha hecho – más aún, nos está haciendo – de tal manera, que allí, en nosotros mismos, está impregnada nuestra misión. En otras palabras, la misión que quiere Dios para nosotros la podemos encontrar en lo más profundo de nuestro ser.

Es casi obvio, si un hombre nació sordo, muy difícilmente podrá tener la misión de ser músico. ¿Y Beethoven? … El devino en sordo, no nació sordo. Tampoco un cojo tendrá la misión de ser velocista, ni un manco levantador de pesas. Aunque con estro de las olimpiadas especiales, nadie sabe. En todo caso, reconozcamos que es difícil que un mudo sea un gran orador y que un ciego sea vigía.

Lo que quiero decir es que nuestra misión está, sin duda, grandemente condicionada por nuestras habilidades naturales. Pero también por nuestros gustos e inclinaciones. Si a uno le gusta la música, el baile y la juerga, pues no debería meterse a monje contemplativo. Dios quiere que seamos felices. Esa visión de sacrificio por el sacrificio, de la auto-imposición de castigos, es masoquismo y en todo caso, se explicaba en la Edad Media. Hoy día, insisto, el principal rasgo de nuestra misión es que seamos felices. Más, no se olviden que nuestros derechos terminan donde comienzan los derechos de los demás. No podemos dedicarnos a ser felices de juerga en juerga, consumiendo drogas, alcohol y todo lo demás, porque estaríamos haciendo daño a los otros y también a nosotros mismos.

Aquí hay dos aspectos importantes. Uno, el ser social del ser humano y en esto soy un comunitarista convicto y confeso: somos hombres en cuanto somos parte de un grupo, de una comunidad. El conocido zoom politikon de Aristóteles. Uno de los componentes centrales de ser hombre es su lado relacional. Como lo sugirió en su fenomenología Edmund Husserl, uno de los ingredientes más importantes en la forja de nuestro propio yo es la alteridad. Somos en cuanto nos diferenciamos de los otros. Es importante aclarar que ‘ser feliz' debe entenderse plenamente, en un sentido integral. Lograr la felicidad implica una serie de privaciones, como lo demuestran un sin número de biografías. Aquí son explicables los sacrificios, incluso cuando solo pretenden formar una voluntad o buenas costumbres. Teresa de Calcuta necesitó entrenarse para poder hacer lo que hizo, y con seguridad, aunque muchos no quieran creerlo, fue feliz, como lo fue el propio Jesús, incluso teniendo que aceptar su propia crucifixión, sintiendo el abandono del Padre. En otras palabras ‘ser feliz' no siempre es equivalente a pasarla bien, tiene más que ver con ser fiel a si mismo, con la realización personal y comunitaria de la persona. El segundo aspecto es que Dios nos hace libres, de tal manera que nosotros participamos de nuestra propia creación. La creación del hombre no ocurrió hace millones de años, cuando Adán y Eva. Dios crea al hombre en la historia y lo hace participar en ella. Con frecuencia involucramos a dios en el tiempo y olvidamos que es eterno.

Esta visión, podría llevarnos a imaginar un Dios manipulador que nos hace de una manera para que cumplamos con una misión. Una especie de robots. O a asumir una posición determinista, es decir a suponer que no somos libres. Según esta escuela filosófica, si pudiéramos conocer con detalle la condición natural y el entorno en que se desarrolló una persona, podríamos predecir su conducta. No es esa la idea, aunque creo que es importante reconocer – como lo dice Eric Fromm – que “saber que estamos condicionados, es lo que nos hace libres”.

Regresando al tema, decíamos que nuestra misión – la voluntad del Padre – la podemos buscar en lo más hondo de nosotros, allí donde habita dios, lo que la tradición ha llamado espíritu. La experiencia de los grandes místicos nos enseña que Dios está dentro de nosotros, pero también en los demás, en la naturaleza, en las flores y en las aves. “Resplandezco tanto en mi creación – dice Dios en ese hermoso libro sobre la esperanza de Charles Peguy – que la fe no me conmueve…” Es importante recordar que habita también en los demás, porque es en ellos donde mejor lo reconocemos sobre todo en los más pobres. La opción de dios por ellos, atraviesa toda historia de salvación, desde la elección de Israel, el más insignificante de los pueblos, hasta el nacimiento de Jesús en un pesebre, hijo de un carpintero. Se imaginan esto trasladado a hoy día: el Mesías es el hijo del carpintero. ¿Cuántos de nosotros, no sólo no le creeríamos, si no que no nos dignaríamos escucharle?

Como decía, nuestra misión la encontramos dentro de nosotros, pero también observando el entorno, sobre todo a los otros hombres y mujeres. Reitero, el carácter social del hombre es constitutivo de su humanidad. El hombre no lo sería si estuviera condenado a la soledad.

Teniendo estos primeros aspectos claros, hay otro que me parece que debemos mencionar. Y es la tendencia de algunos a sacralizar la misión – en el sentido más usual y restringido de la palabra. Ser abogado, médico, obrero, artista o secretaria, padre o madre de familia, esposo, hijo, hermano y amigo son partes integrantes de la misión de las personas. No sólo tienen una misión los curas, santones y predicadores, ni los que trabajan en obras sociales o de la Iglesia. Todas las profesiones, oficios – quizás con algunas excepciones – y trabajos, son parte de una misión, y si son realizados normalmente y buscando el bien. En este sentido son santos y sacros. Tampoco la misión tiene que ser algo importante. A veces, como el propio Cristo y muchos santos – que vivieron y murieron en la ignominia – se contribuye más desde la más humilde, que desde la más encumbrada de las posiciones, a la construcción del Reino.

Acabamos de introducir una de las partes más relevantes de nuestro tema. Para nosotros los cristianos la misión debe buscar el Reino. Los seres humanos tenemos todos la misión de construir un mundo mejor, en el que habiten la justicia, la libertad y el amor. Si esa es la misión de todos, la de cada uno debe estar engarzada dentro del mismo objetivo general.

Tratemos de aterrizar. Pienso que, lo que a grandes rasgos hemos expuestos, es la misión común de los cristianos, también de los ex alumnos jesuitas, y finalmente de todos los seres humanos, porque el objetivo de construir un mundo mejor, difícilmente puede ser cuestionado por otras religiones y credos.

Quizás a estas alturas y para terminar sea pertinente recordar dos cosas. Primero, ese proyecto, que ya mencionamos, de ‘hombre para los demás' que trataron de inculcar en nosotros los jesuitas; y segundo la situación actual de la Iglesia y la lectura que podemos hacer de los signos de los tiempos. Los laicos tenemos una misión muy importante y de mucha responsabilidad en la iglesia del futuro. Es a nosotros a quienes toca transformarla y hacerla más cristiana, en el sentido de más parecida al proyecto propio de Jesús.

Santiago de Surco, 6 de diciembre de 2003

Escrito por: Alonso Núñez del Prado S.
* De la promoción San Francisco Javier 1969 del colegio San José de Arequipa y miembro do la CVX Siempre







A.M.G.D.