¿Dónde ponemos el acento? |
Por P. Javier San Martin SJ
Domingo 32° del Tiempo Ordinario
¿Hay que dar hasta qué límite?
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San Marcos 12, 38 al 44.
Domingo 11 de noviembre 2012
Estimados Amigos,
Bienvenidos una vez más a nuestro encuentro dominical para celebrar juntos el Día del Señor. Hoy, DOMINGO TRIGÉSIMO SEGUNDO DEL TIEMPO ORDINARIO, la Iglesia nos presenta para nuestra reflexión y comentario el capítulo doce de San Marcos, en los versículos 38 al 44.
“Estando Jesús sentado frente al cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Miren, esa viuda pobre ha dado más que nadie porque ha dado de lo que tenía para vivir”.
La cultura del dar va tomando cierta importancia en este mundo. Ya hay algunos que aceptan en que no se puede vivir pensando solo en recibir y en recibir y que es conveniente en algunas ocasiones dar. Más aún que cuando uno comprueba que al dar, siente una especial satisfacción que no la siente cuando recibe. Por eso, hay muchos que dan ciertos pasos dentro de la dinámica del dar. Pero dentro de esta dinámica encontramos una gran variedad de matices.
Hay algunos que quieren dar pero solamente al círculo cercano y conocido de sus familiares más cercanos. Se limitan a dar a los que bien conocen y sobre los que sienten responsabilidad. Esto es casi como darse a uno mismo, porque al fin y al cabo, todo queda en casa. Hay otros que también viven la experiencia de dar pero solamente a la persona amada, a la persona de mis sueños por la que uno sueña aun despierto. A este hombre o mujer de mis amores doy todo. Cuando el amor esta de por medio uno pierde hasta la cabeza.
Estas formas de dar, aunque son meritorias, no alcanzan la plenitud de la experiencia evangélica de dar. Es un dar porque se que voy a recibir. Doy porque se que voy a recibir de ti afecto, cariño, amor, cuidado. Hay también otra forma de dar y es cuando uno siente que la cosa que da, le estorba un poco, por lo que prefiero regalarla a otros. Mira, te lo dejo, porque de verdad ya no tengo necesidad de ella. Es un dar pero que lejos de afectarme, me favorece. Prefiero estar sin esa cosa que con ella. Nuevamente vemos que es un dar interesado y especialmente de algo que no tengo ninguna necesidad, de algo que me estorba.
Y esto nos pone frente a otra forma de dar, que es la que ahora se refiere el evangelio, cuando damos algo de lo que necesitamos todos los días. Muchas veces pensamos que hay cosas que nos pertenecen y que no me pueden faltar. Es todo aquello que consideramos “mío” (entre comillas) Todo aquello de lo que decimos, si esto me falta, no puedo vivir, me muero. Por ejemplo, una persona amada con la que yo he hecho mi vida y que gracias a ella siento que puedo vivir y seguir adelante. Sobre ella, ¿estaría yo dispuesto a decir: - Señor, si es tu voluntad y mayor gloria tuya, si tu quieres, recíbela, yo te la doy? Que esta persona amada viva para el servicio de otros y no solo para mí. ¿Estaría yo dispuesto a hacer esta oblación?
Puede ser también que yo reconozca que tengo ciertas cualidades como por ejemplo trato social, alegría, inteligencia, ¿estaría yo dispuesto a decir, Señor, todas estas cualidades que tú me has dado, hoy te las devuelvo, puedes tú disponer de ellas, solo quiero tener tu amor que esto me basta?
Es decir, hacer entrega de lo que es más propio mío y de lo que yo me siento orgulloso y contento es la entrega evangélica. Uno podría decir, ¿pero para qué entregar estos bienes, estas amistades, estos dones personales, si con ellos puedo dar gran gloria a Dios? Ahí esta el punto central, la necesidad de purificar la intención que me hace poseedor de las cosas. Si yo pienso que hay cosas, personas o dones personales, que me pertenecen y que no estoy dispuesto a darlas a nadie y nadie me las puede quitar porque me pertenecen, estamos en una postura muy lejana de la que hoy nos pide el evangelio. Uno puede sorprendido argüir, ¿cómo yo voy a dar esto, o esto ó esto, si me ha costado tanto trabajo el conseguirlo, y más aún si Dios me lo ha dado?, ¿cómo ahora me lo va a pedir? Yo no podría vivir sin tal persona, sin tal situación, sin tal trabajo. Pero de esto es precisamente de lo que habla el evangelio.
Es por eso, que este pasaje evangélico que parece tan simple, encierra una exigencia heroica, es el desprendimiento total de todo lo que uno tiene o posee. Aun de lo que yo considero esencial en mi vida. Eso debemos estar dispuestos a dar para la gloria de Dios. Claro que puedo, muy bien decir, cuando llegue el momento me desprenderé de esto, pero mientras tanto lo sigo disfrutando. Veamos amigos a la viejecita entrando al templo, no dijo, ya voy a dar de lo que tengo para vivir, sino que sin decir una palabra a nadie, lo dio, y se quedó sin nada pero en ese momento ganó el gran premio, el reconocimiento de Dios que no ganó ninguno de los otros muchos que dieron más pero que no se arriesgaron a dar las cosas esenciales de la vida.
Y BIEN AMIGOS, así terminamos nuestra reflexión dominical. Recibe un cordial abrazo y mi bendición y nos despedimos hasta el próximo domingo.
http://faculty.shc.edu/jsanmartin/