San León
Magno, Papa
Papa, llamado
Magno por la grandeza de sus obras su santidad, es el Pontífice más importante
de su siglo.
Tuvo
que luchar fuertemente contra dos clases de enemigos: los externos que querían
invadir y destruir a Roma, y los internos que trataban de engañar a los
católicos con errores y herejías.
Nació en Toscana, Italia; recibió una esmerada educación y hablaba muy correctamente el idioma nacional que era el latín. Llegó a ser Secretario del Papa San Celestino, y de Sixto III, y fue enviado por éste como embajador a Francia para tratar de evitar una guerra civil que estallaría por la pelea entre dos generales.
Desde el principio de su pontificado dio muestra de poseer grandes cualidades para ese oficio. Predicaba al pueblo en todas las fiestas y de él se conservan 96 sermones, que son verdaderas joyas de doctrina. A los que estaban lejos los instruía por medio de cartas. Se conservan 144 cartas escritas por San León Magno.
Murió el 10 de noviembre del año 461.
"La bajeza fue
asumida por la majestad, la debilidad por el poder, la mortalidad por la
eternidad. Para saldar la deuda de nuestra condición humana, la naturaleza
inviolable se unió a la naturaleza posible, con el fin de que, como lo exigía
nuestra salvación, el único y mismo «mediador entre Dios y los hombres, el
hombre Cristo Jesús», tuviera, a un mismo tiempo, la posibilidad de morir, en
lo que le corresponde como hombre, y la imposibilidad de morir, en lo que le
corresponde como Dios.
Así, pues, el Dios verdadero nació
con una naturaleza humana íntegra y perfecta, manteniendo intacta su propia
condición divina y asumiendo totalmente la naturaleza humana, es decir, la que
creó Dios al principio y que luego hizo suya para restaurarla.
P ues aquella que introdujo el
Engañador y que admitió el hombre engañado, no afectó lo más mínimo al
Salvador. Ni del hecho de que haya participado de la debilidad de los hombres,
se sigue que haya participado de nuestros delitos.
Asumió la forma de siervo sin la
mancha del pecado, enriqueciendo lo humano sin empobrecer lo divino. Pues, el
anonadamiento, por el que se manifestó visiblemente quien de por sí era
invisible, y por el que aceptó la condición común de los mortales quien era el
creador y Señor de todas las cosas, fue una inclinación de su misericordia, no
una pérdida de su poder. Por lo tanto, el que subsistiendo en la categoría de
Dios hizo al hombre, ese mismo se hizo hombre en la condición de esclavo.
Entra, pues, en lo más bajo del
mundo el Hijo de Dios, descendiendo del trono celeste pero sin alejarse de la
gloria del Padre, engendrado de una manera nueva por una nueva natividad.
De una nueva forma, porque,
invisible por naturaleza, se ha hecho visible en nuestra naturaleza;
incomprensible, ha querido ser comprendido; el que permanecía fuera del tiempo
ha comenzado a existir en el tiempo; dueño del universo, ha tomado la condición
de esclavo ocultando el resplandor de su gloria; el impasible, no desdeñó
hacerse hombre pasible, y el inmortal, someterse a las leyes de la muerte.
El mismo que es Dios verdadero, es
también hombre verdadero. No hay en esta unión engaño alguno, pues la
limitación humana y la grandeza de Dios se relacionan de modo inefable.
A1 igual que Dios no cambia cuando
se compadece, tampoco el hombre queda consumido por la dignidad divina. Cada
una de las dos formas actúa en comunión con la otra, haciendo cada una lo que
le es propio: el Verbo actúa lo que compete al Verbo, y la carne realiza lo
propio de la carne.
La forma de Dios resplandece en los
milagros, la forma de siervo soporta los ultrajes. Y de la misma forma que el
Verbo no se aleja de la igualdad de la gloria del Padre, tampoco su carne
pierde la naturaleza propia de nuestro linaje.
Es uno y el mismo, verdadero Hijo de
Dios y verdadero hijo del hombre. Dios porque «en el principio ya existía la
Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios»; hombre porque
la «Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros»."
Oración.
Señor, tú has querido que la Palabra
se encarnase en el seno de la Virgen María; concédenos, en tu bondad, que
cuantos confesamos a nuestro Redentor, como Dios y como hombre verdadero,
lleguemos a hacernos semejantes a él en su naturaleza divina. Por nuestro
Señor.
Preparado por el Instituto de
Espiritualidad:
Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino
Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino
RV