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jueves, 3 de marzo de 2011

Homilia Domingo Noveno T.O. - ciclo A


Tu Palabra es la roca que me salva

Escrito por: Padre Javier San Martín sj
COMENTARIO AL NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo A
06 DE MARZO 2011


¿QUIÉN VA AL REINO?
Mateo 7, 21-27.

Estimados amigos,
Bienvenidos a nuestra cita dominical para celebrar juntos el día del Señor. Hoy la Iglesia celebra el Domingo 9º del Tiempo Ordinario del ciclo A. Si Jesús fuera quien debiera presentar este evangelio en nuestra lengua y en nuestros pueblos podríamos suponer que empezaría con refranes como estos: Del dicho al hecho, hay un gran trecho… Y el otro tan repetido: Obras son amores, que no buenas razones. Y esto, ¿por qué?…
Jesús había acabado de pronunciar el famoso Sermón de la Montaña en el que dio la fórmula para lograr la auténtica felicidad y, al final, dejaba algunas recomendaciones muy sensatas. Ciertamente que todo su gran auditorio estaba muy entusiasmado con esta enseñanza del Maestro y si Él, en ese momento hubiera preguntado:
• ¿van ustedes a cumplir todo esto?…
se hubiera escuchado un ¡Sí…! rotundo en toda la montaña, acompañado de fuertes aplausos. De manera semejante, cuantas veces nosotros hemos dicho sí a las enseñanzas y exigencias del Evangelio, hemos prometido obediencia a todo lo que Dios nos pide, y fiel cumplimiento a su voluntad… Pueda ser que nuestras primeras promesas fueron hechas el día de nuestro bautismo, el el cual renovamos cada año en las fiestas de pascua u en otros momentos especiales como en retiros espirituales, confesiones, pérdida dolorosa de algún ser querido, etc.
Pero lo que habría que ver es la fuerza que tiene la energía de nuestra voluntad para cumplir esas promesas, porque, tanto en aquella ocasión del sermón de la montaña como en nuestra vida personal, no siempre las promesas nos llevan a los hechos en la vida diaria… Puede ser que declaremos con mucha sinceridad nuestro amor a Jesús y juremos seguirlo siempre,…pero hay que ver si después las obras de nuestra vida demuestran que ese amor y ese juramento fueron verdaderos, o solo expresiones bonitas de impulsos pasajeros.



Lamentablemente no siempre los actos de la vida están en consonancia con los deseos y promesas y pueda ser que exista un divorcio entre la fe y la vida.
En este sentido, son muy claras y precisas las palabras del Evangelio de hoy:

• No todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el Cielo… Y en aquel día del juicio dirán muchos: ¡Pero, Señor, si hemos predicado de ti, si hemos hecho milagros y hasta hemos expulsado demonios en tu nombre!… Y yo les responderé: No sé quiénes son ustedes. Ustedes no son de los míos. ¡Apártense de mi, perversos!
Y en este mismo sentido, Santiago advertía muy claramente a los cristianos:
• La fe sin obras es una fe muerta.
Y al cristiano que se cree salvado por la fe sin las obras, le dice:
• Tú dices que tienes fe, sin obras. Yo, con mis obras, te demuestro mi fe.
Tal afirmación encierra una gran verdad que conviene reflexionar y profundizar cada día. Sin embargo esta afirmación, nos podría llevar a una equivocada conclusión. Alguno podría decir,
“yo tengo fe y la demuestro con mis obras, por tanto, tengo ya asegurada mi salvación eterna, no tengo nada de qué preocuparme”.
San Pablo en la segunda lectura de la liturgia de este domingo sale muy oportunamente al encuentro de esta dificultad cuando en su famosa carta a los Romanos dice:
No hay distinción de personas, pues todos pecaron y están faltos de la gloria de Dios. Pero todos son “hechos justos” gratuitamente y por pura bondad mediante la redención realizada por medio de Cristo Jesús. Y ahora, ¿Dónde están nuestros títulos?… fueron echados fuera. Sostenemos, pues, que la persona es “hecha justa” por la fe y no por el cumplimiento de la ley”
Esta enseñanza, que podría sonar en contradicción con lo dicho hasta ahora, nos hace comprender claramente que la salvación es totalmente gratuita de parte de Dios, y no fruto de nuestros méritos y “títulos”. Por más cosas meritorias que hagamos, y por más fe que pongamos en ellas, nunca podremos exigir a Dios que nos de la salvación eterna. Incluso Dios puede darla a los que se podría pensar no la merecen por estar alejados de Él como fue el caso del mismo San Pablo, elegido y llamado cuando con más furor perseguía a la Iglesia.
La salvación, pues, no se compra ni se vende, sino que se regala a los que creen que Dios es libre para invitar a su reino a los que Él quiere. Si fuéramos nosotros los que optamos por Cristo, nuestra salvación sí se debería a las buenas obras que hacemos. Pero es todo lo contrario: Es Cristo quien nos elige a nosotros; pero una vez elegidos y bautizados, con su gracia podemos responderle y demostrar nuestra fe y el amor a Él con el testimonio de nuestras obras.
¡Señor Jesucristo! Hoy tus palabras son muy firmes.
Nos enseñas a tener fe iluminada con las obras de nuestra vida,
Pero nos enseñas al mismo tiempo la posibilidad de falsas ilusiones,
Al pensar que podemos comprar tu reino con nuestras obras y fe
Ayúdanos A VIVIR sabiendo que Tú eres libre para dar la salvación a quien tú desees.
Por lo que sentimos concluir con la bella oración de Santa Teresa:
• Señor, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
• Y aunque no hubiera infierno, yo te temiera.


Y ahora viene lo más importante:
Y bien amigos, así terminamos la primera parte de nuestra reflexión dominical, pero ahora viene la segunda que es la más importante y te toca a ti. Te invito, pues, a que tomes en tus manos el texto del evangelio, Mateo 7, 21-27, y trates de escuchar lo que el mismo Señor Jesús te quiere comunicar. Agradezco al P. Pedro García, misionero Claretiano, por su colaboración en esta reflexión y a ti por tu presencia.
Te dejo pues con el Señor, que nadie te interrumpa, cuenta con mis oraciones, y hasta el próximo domingo.
http://faculty.shc.edu/jsanmartin/2011/03/04/%c2%bfquien-va-al-reino/#more-953




Tu Palabra es la roca que me salva


Homilia por P. Adolfo Franco, S.J.

Reflexión del Evangelio
Mt. 7, 21-27

Construir la casa sobre roca

El evangelio nos avisa sobre la vida y la solidez que hay que dar a los cimientos de nuestra existencia; y no hay fundamento más firme que Jesús.


Hoy leemos en el Evangelio de San Mateo la conclusión del Sermón del Monte. Jesús nos ha expuesto su doctrina, y nos ha hablado del comportamiento que debemos tener sus seguidores; ahora termina invitándonos a su cumplimiento.

Nos dice esto de varias formas: no basta decir Señor, Señor; nos dice que hay que cumplir la voluntad de su Padre (que es lo que Jesús mismo ha desarrollado en todo su sermón). Y finalmente hace la comparación con el que construye su casa sobre roca, para que no sea derribada cuando vengan las dificultades.

El quiere que nuestra conducta efectivamente se rija por las normas que El nos ha expuesto; se trata de muchas orientaciones concretas: del perdón, del amor al enemigo, de la pureza de obra y de mente, de la santidad del matrimonio, de la oración, de la humildad, del ayuno, de la confianza en la Providencia, del peligro de las riquezas. Jesús ha recorrido todos los aspectos de la conducta humana y sobre cada uno nos ha indicado cómo debe ser el comportamiento cristiano.

Y ahora hay que pasar de la contemplación de esas metas elevadas y hermosas a su puesta en práctica. No basta pensar: qué hermosa conducta propone Jesús; hay que tener la decisión de entrar por la puerta estrecha, por el camino difícil que es el Evangelio.

En nuestra vida, motivados por alguna experiencia espiritual, o por un sentimiento interior que el Espíritu Santo suscita en nuestros corazones, nos sentimos atraídos a la práctica real del Evangelio. Pero después de la primera emoción, nuestro deseo se puede desvanecer y quedarnos como si no hubiera pasado nada. No es cuestión de hacer buenos propósitos en un momento de emoción, sino que hay que ser realistas y empezar a ponerlos en práctica, con todo el esfuerzo que eso pueda suponer cuando estamos en la aridez de la vida ordinaria. Y sabiendo con claridad que el Señor nos va a ayudar, porque El siempre está a nuestro lado para hacer posible lo que El mismo nos inspira.

Hay que superar muchas dificultades, para hacer posible el seguimiento de Jesús. Y lo primero es quitar el miedo. Porque sus exigencias nos producen temor, nos hacen pensar que nuestra vida guiada por las enseñanzas de Jesús, va a ser una vida triste, apagada, infeliz. Tenemos miedo de que no sean verdad las bienaventuranzas, que no sean caminos de felicidad, sino de amargura. Y no nos atrevemos a dar el paso para entrar por la puerta estrecha, nos quedamos en el umbral de esa puerta dudando, y no nos decidimos.

Otra dificultad que se nos presenta, es la reinterpretación del texto de Jesús; le buscamos explicaciones, que lo hagan más razonable, lo maquillamos y así le quitamos su esencia. Es que algunas afirmaciones del Señor (o todas) parecen exageraciones: “amar al enemigo” “arrancar tu mano si te escandaliza”, y así otras muchas. Nos ponemos razonables, nos ocupamos de traducir a lenguaje más humano y más suave el Evangelio; y entonces lo que hacemos es escribir nuestro propio Evangelio; ya no estamos imitando a Jesús, sino lo que hacemos es fabricar una imagen de Jesús “más simpático”, “más a nuestro alcance. Estamos construyendo la casa sobre arena.

Además, en este camino exigente del Evangelio, cuando hemos caminado algún trecho, experimentamos nuestra debilidad y caemos. Y a veces nos levantamos, pero con menos fuerzas que antes. A veces sin fuerzas. Y cuando las caídas ocurren varias veces, tenemos la tentación de no levantarnos y eso es retroceder. De no levantarnos más y de declarar que esto es imposible; que el heroísmo esta hecho para algunas personas excepcionales y no para personas normales, del montón, como somos nosotros.

Otra dificultad para poner en práctica estas enseñanzas surge del medio ambiente. El medio ambiente es más condescendiente, más blando, más razonable. Y pensamos que no hay que ser exagerados, que Dios no quiere que seamos raros y que llamemos la atención. Pensamos que basta hacer algunas cosas buenas, que basta con no cometer barbaridades; y así no llamamos la atención . Terminamos quedándonos contentos viviendo en la mediocridad.


Eso es lo que significa construir la casa sobre roca, o construirla sobre arena. Tener una vida firmemente apoyada en Dios, o débilmente apoyada en la tibieza. Hay que apoyar la vida en las Bienaventuranzas, en el perdón, en la confianza en Dios.+

Homilia por el Padre Adolfo Franco, S.J desde Lima Peru
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com/2011/03/construir-la-casa-sobre-roca.html