Ayer
A Jesus le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje
donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él
me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para
anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad
a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le
ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él.
Jesus dijo: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de
oír.»
Hoy
En el Antiguo Testamento, Dios quiso santificar y salvar a los hombres no
individualmente, sino que quiso hacer de ellos un pueblo. De entre todas las
razas Yahvé Dios eligió a Israel como su Pueblo e hizo una alianza, o un pacto
de amor, con este pueblo.
Le fue revelando su persona y su plan de salvación a lo largo de la Historia del Antiguo Testamento. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación a la alianza más nueva y más perfecta que iba a realizar en su Hijo Jesucristo. Es decir, este pueblo israelita del Antiguo Testamento era la figura del nuevo Pueblo de Dios que Jesús iba a revelar y fundar: la Iglesia.
Le fue revelando su persona y su plan de salvación a lo largo de la Historia del Antiguo Testamento. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación a la alianza más nueva y más perfecta que iba a realizar en su Hijo Jesucristo. Es decir, este pueblo israelita del Antiguo Testamento era la figura del nuevo Pueblo de Dios que Jesús iba a revelar y fundar: la Iglesia.
Pertenecemos a la Iglesia que Jesucristo soñó, la Iglesia que Jesucristo
realmente quiso. Todo lo que digo aquí no es un invento de hombres, es Cristo
mismo el que nos lo enseñó. Leamos con atención en la Biblia y meditemos juntos
las enseñanzas sagradas acerca de Jesucristo y su Iglesia.