Santo Toribio de Mogrovejo, II Arzobispo de Lima y Patrono del Episcopado Latinoamericano (1538 – 1606)
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Sin lugar a dudas, Toribio Alfonso de Mogrovejo, cuyo IV centenario de ingreso a la gloria celestial celebráramos jubilosos, es el más grande evangelizador y misionero que ha tenido el Perú y América.
A manera de introducción y para comprender la magnitud de su vida y obra, escuchemos la breve pero contundente descripción que del Santo nos da de manera autorizada el Doctor José Agustín de la Puente Candamo:
“La mejor organización de la vida de la Iglesia, el conocimiento de la realidad del Perú, la permanente preocupación por la evangelización del hombre andino, la enseñanza de su vida ejemplar, son algunos de los planos que nos permiten descubrir el vínculo profundo entre Toribio de Mogrovejo y el Perú. Es el gran educador del hombre de la sociedad peruana...uno de los grandes forjadores de la nacionalidad...uno de los artífices de la nueva sociedad (peruana)...La obra de gobierno de Toribio de Mogrovejo, la afirmación y defensa de sus derechos y obligaciones, su apostolado con los indios y la defensa del hombre nativo como persona humana que es, todo esto es posible, como el esfuerzo singular de las «visitas», por la calidad humana y la santidad de vida del Arzobispo de Lima. Toda su obra muestra y es fruto de su vida y de su virtud. Austero, alegre, sobrio, caritativo, penitente, cumplidor, minucioso del deber, generoso, ganaba el corazón de los hombres y comunicaba el amor a Dios”.
Toribio nació en Mayorga, España en 1538. Estudió Derecho en las Universidades de Coimbra y Salamanca. El Rey Felipe II lo nombró juez principal de la Inquisición en Granada. Al quedar vacante la Sede Arzobispal de Lima, el Rey decidió enviarlo como Arzobispo a la ciudad de los reyes. El Papa Gregorio XIII lo nombró Arzobispo de Lima como sucesor del Arzobispo Fray Jerónimo de Loayza. Después de recibir las sagradas órdenes, ya que al momento de su elección Toribio era laico, el Santo Arzobispo de Lima parte para el Perú y desembarca en el puerto de Paita al atardecer del 11 de marzo de 1581. Desde ahí comenzó a dar los primeros pasos que lo llevarían en 25 años de episcopado a recorrer un total aproximado de 40,000 kilómetros, llevando la luz y el calor del Evangelio por todo el Perú.
La empresa misionera de Santo Toribio, iba a desarrollarse en una Arquidiócesis de enorme extensión, unos mil por trescientos kilómetros. Abarcaba, en efecto, desde Chiclayo y Trujillo al norte, hasta Ica al sur, más las regiones andinas, desde Cajamarca y Chachapoyas hasta Huancayo y Huancavelica, y aún más al oriente por Moyobamba. A las ciudades ya nombradas se añadían Huaylas, Cinco Villas, Cañete, Carrión, Chancay, Santa, Saña -donde vino a morir-, más otros pueblos y unas 200 reducciones y doctrinas de indios.
Pero además era Lima una Arquidiócesis de suma importancia en lo eclesiástico, pues tenía como diócesis sufragáneas la vecina de Cusco, las de Panamá y Nicaragua, Popayán (Colombia), La Plata o Charcas (Bolivia y Uruguay), Santiago y La Imperial, después trasladada a Concepción (Chile), Río de la Plata o Asunción (Paraguay) y Tucumán (Argentina). Es decir, casi toda Sudamérica y parte de Centroamérica quedaba presidida por este hombre de Dios.
La Arquidiócesis de Lima, era fundamentalmente un territorio misionero. Y muy consciente de ello, Santo Toribio, a diferencia de otros obispos que se quedaban en su sede y dejaban a los religiosos y doctrineros (catequistas) la acción propiamente misional, se dedicó principalmente al apostolado entre los indios, limitando casi sus estancias en Lima a los tiempos en que se celebraron sus tres Concilios o los Sínodos diocesanos.
Santo Toribio recorrió toda su extensa Arquidiócesis. A las visitas pastorales dedicó 14 de sus 25 años de episcopado. La primera visita le tomó 7 años (1584-1590); la segunda 5 años (1593-1597), y la tercera 2 años (1605-1606). Será en ésta última donde el Señor le llamará a su Reino para darle el premio que tiene reservado a sus mejores servidores. Resulta asombroso lo que Santo Toribio pasó recorriendo aquellas inmensas distancias en sus visitas pastorales, sorteando peligros, fatigas, hambre, frío, y muchas otras situaciones de alto riesgo. Como los itinerarios de sus viajes quedaron registrados al detalle en el libro de sus visitas pastorales, puede calcularse con bastante exactitud que recorrió unos 40.000 kilómetros. Este hombre, de buena salud, pero de constitución física no demasiado fuerte, que hasta los 43 años lleva una vida sedentaria y que a esa edad inicia 25 años de vida pastoral intensa, la mayor parte de ella de camino, viviendo en chozas o a la intemperie, alimentándose muchas veces con sólo pan y agua o con lo que los indios le comparten desde su pobreza, soportando la inclemencia del tiempo, es una demostración patente de que el hombre lleno del amor de Dios y con el corazón inflamado de celo por la misión evangelizadora es capaz de todo, “y es que para Dios no hay nada imposible”. “No es nuestro el tiempo”, “la vida es breve y conviene velar cada uno sobre lo que tiene a su cargo solía repetir, demostrándolo con el ejemplo de una vida de total entrega al anuncio del Evangelio, no conociendo lo que era el descanso y mucho menos las vacaciones.
Apóstol de la Confirmación, administró este sacramento a cerca de 800,000 personas e hizo más de 500,000 de bautismos. Entre aquellos a quienes confirmó estuvieron nada menos que Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres.
Él mismo escribe al papa Clemente VIII acerca de sus visitas pastorales: “Después que vine de España a este Arzobispado de los Reyes, por el año de ochenta y uno, he visitado por mi persona y estando legítimamente impedido por mis Visitadores, muchas y diversas veces el Distrito, conociendo y apacentando mis ovejas, corrigiendo y remediando lo que ha parecido convenir, y predicando los domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua, y confirmando mucho número de gente…y andando y caminando más de cinco mil y doscientas leguas, muchas veces a pie, por caminos muy fragosos, y ríos, rompiendo por todas las dificultades, y careciendo de todo”
Sin embargo, Toribio no descuida para nada su vida espiritual, consciente de que el apostolado no es otra cosa sino sobreabundancia de amor y que la oración es el secreto de la fecundidad de un apóstol y misionero. Impresiona leer a los biógrafos del Santo Arzobispo de Lima cuando describen su horario cotidiano de vida espiritual: “Se levantaba a las seis de la mañana, sin que a vestirle y calzarle asistiesen mozos o ministros de cámara porque su honestidad no se sujetó jamás a estilos de palacio, ni circunstancias de grandeza. Decía sus devociones primero, y después en su humilde aposento, rezaba las Horas canónicas. Satisfecha esta obligación, bajaba por camino reservado de la casa arzobispal a la Catedral, donde celebraba la Misa, con tanta devoción y ternura, como pide aquel divino misterio. Acabado el santo sacrificio discurría por todo el templo y sacristía, haciendo de rodillas oración en cada uno de sus altares (…) Hechas estas piadosas visitas se volvía alegre a su palacio, sin permitir que ningún ministro de la Iglesia le acompañase, y entrando en su oratorio, puesto de rodillas, empleaba dos horas en oración mental (…) En anocheciendo, se recogía a su oratorio, donde hasta las ocho, se suspendía en contemplaciones celestiales de la divina bondad. Después salía fuera, y junto con sus capellanes rezaba con atenta y devota pausa y reverencia, a coros, los Maitines. En acabando el oficio se iba a cenar, y abreviando su cena con una ligera colación de pan y agua, volvía a su cuarto, en el cual, decía el oficio parvo de Nuestra Señora, el de los Difuntos y otras devociones particulares”.
Para la evangelización de los indios impulsó el conocimiento de las lenguas nativas por parte de los misioneros. El mismo Santo Toribio, estudió el quechua y a poco de llegar al Perú, lo usaba para predicar a los indios y tratar con ellos. Siendo tantas las lenguas y dialectos existentes, solía llevar intérpretes para hacerse entender en sus innumerables visitas. Con todo, en su proceso de beatificación se dio testimonio que en algunos casos tuvo el don de lenguas en forma milagrosa.
Al arribar al Perú, descubre que la acción evangelizadora de la Iglesia atravesaba un momento de seria crisis. La disposiciones de su predecesor el Arzobispo Jerónimo Loayza y de los dos Concilios de Lima no eran tomadas en cuenta. Asimismo la catequesis y la doctrina necesitaban adecuarse mejor a una pastoral indígena más sólida. Por ello y con la ayuda del Padre José de Acosta, organiza el III Concilio Limense (1582-1583) obra maestra de legislación eclesial de Santo Toribio, aunque realiza en total trece sínodos arquidiocesanos y tres concilios provinciales. El III Concilio Limense, establece las bases de la evangelización de América Latina.
“Fue la asamblea eclesiástica más importante que vio el Nuevo Mundo hasta el siglo de la Independencia latinoamericana, y uno de los esfuerzos de mayor aliento realizados por la jerarquía de la Iglesia y la Corona española para enderezar por cauces de humanidad y justicia los destinos de los pueblos de América, como exigencia intrínseca de su evangelización”. El III Concilio Limense, fue la aplicación del gran Concilio de Trento (1545-1563) a la realidad de América Latina. El Concilio dividió su cuerpo canónico en cinco partes o acciones.
Entre sus disposiciones y frutos más notables están los siguientes:
1. La defensa y el cuidado de los indios, para protegerlos de cualquier abuso o explotación y promoverlos humanamente. Este cuidado incluía además una labor de educación social: “que los indios sean instruidos en vivir políticamente”, es decir “dejadas las costumbres bárbaras y salvajes, se hagan a vivir con orden y costumbres políticas”. Para ello el III Concilio Limense planteó el establecimiento de las doctrinas-parroquias. En cuanto a los sacerdotes que tenían el cuidado de los indios se les recuerda que “son pastores y no carniceros, y que como hijos los han de sustentar y abrigar en el seno de la caridad cristiana”.
2. La obligación del uso de la lengua indígena en la catequesis y la predicación.
3. El Catecismo trilingüe (en castellano, quechua y aymara), conocido como el Catecismo de Santo Toribio, con el cual se logró unificar el adoctrinamiento de los indios en casi toda América Latina. El Concilio ordena a todos los sacerdotes “so pena de excomunión, que tengan y usen este catecismo, dejados todos los demás”. Sin lugar a dudas el Catecismo es el fruto más valioso de este Concilio.
4. Las Visitas Pastorales. Estas son urgidas con gran firmeza como deber canónico, con el fin de que Pastor conozca a sus ovejas y éste sea conocido por ellas (ver Jn 10, 14).
5. La Dignificación del Clero, su adecuada formación doctrinal y pastoral para una conveniente evangelización y vida de santidad sacerdotal.
6. La Liturgia, que ha de celebrarse con gran esplendor y ceremonia, pues “esta nación de indios se atraen y provocan sobremanera al conocimiento y veneración del Sumo Dios con las ceremonias exteriores y aparato del culto divino”. Por tanto ha de ponerse gran cuidado y procurar que haya “escuela y capilla de cantores y juntamente música de flautas y chirimías y otros instrumentos acomodados en las iglesias”.
7. Los Seminarios. El Concilio impulsa la creación de Seminarios siguiendo las disposiciones de Trento, cuidando la elección y la formación de los candidatos al sacerdocio. Teniendo presente esta disposición, Santo Toribio funda el Seminario de Lima, que hoy lleva su nombre, uno de los primeros de América en aplicar el modelo de Trento.
8. El Número de Sacerdotes. El II Concilio Limense había denunciado el hecho que muchas veces un sacerdote tiene a su cargo a innumerables indios y establece que debe haber un sacerdote por cada 1,300 almas de confesión. En una de sus cartas al Rey, Santo Toribio le informa “como negocio de mucha consideración y digno de ser llorado con lágrimas de sangre”, el caso de una parroquia de 5,000 almas de confesión, con cuatro anexos que está a cargo de un solo sacerdote. De esta manera el III Concilio Limense acuerda poner un sacerdote por cada mil o cada setecientas almas de confesión. Para lograr esta meta, el Santo Arzobispo promueve el clero indígena y criollo, es decir el clero nativo. Para ello se debe prescindir de toda discriminación racial, no excluir de las Órdenes a grupo alguno de los naturales, sino admitirlos a todos por igual en principio: criollos, mestizos e indios.
Mucho más podríamos hablar de Santo Toribio, que por todo lo dicho y mucho más fue declarado con justicia, patrono del Episcopado Latinoamericano por S.S. Juan Pablo II, el 10 de mayo de 1983. Quien sabe nos falte tan sólo agregar el gran amor de hijos que los indios le tenían y por ello no saben llamarle más que “Padre santo” y cuando después de bendecirlos se despedía de ellos para ir a otro pueblo, los indios lloraban como si se les ausentase su verdadero padre. Y es que realmente lo era: “porque maestros en la fe cristiana podréis tenerlos a millares, pero padres, no; he sido yo quien os he engendrado para la fe”. De otro lado era un hombre de una gran caridad. De su propio peculio financió escuelas, hospitales, templos y nuevas doctrinas. Todo lo regalaba y vivía en gran austeridad y pobreza.
A los 68 años Santo Toribio cayó enfermo en Pacasmayo (norte de Lima). Murió en Zaña el 23 de marzo de 1606. Y luego de recibir la Unción de los enfermos, en Jueves Santo, día de su muerte, pide al prior agustino que tañese el arpa y rezó: “A ti, Señor, me acojo…En tus manos encomiendo mi espíritu”. El “protector de los indígenas”, fue un infatigable misionero y organizador de la Iglesia en nuestras tierras. Santo Toribio fue beatificado por el Papa Inocencio IX en 1679 y canonizado por Benedicto XIII en 1726.
Que Santo Toribio de Mogrovejo sea nuestro modelo en nuestro trabajo evangelizador y misionero según la propia vocación y misión, y nuestro intercesor ante Dios para que podamos estar siempre a la altura de lo que Dios espera de nosotros y de lo que la Iglesia necesita.
Escrito por
Mons. José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V.
Arzobispo Metropolitano de Piura
Fragmento de "Grandes misioneros del Perú"
II Congreso Nacional y Exposición Misionera.
Lima, 12 Octubre 2007
http://multimedios.org/docs/d001836/
En la ciudad de Lima se celebra la Solemnidad de Santo Toribio de Mogrovejo el 27 de abril, día de la traslación de sus reliquias desde Saña hasta la Ciudad de los Reyes. Hoy sus restos son venerados en su capilla de la Basílica Catedral. Este mismo día se celebran fiestas en su honor en su lugar de nacimiento, Mayorga, España; y también en Saña, Perú.