Cuando el periodista se documentaba para esta entrevista, descubrio que había un pueblecito en la Lombardía, en concreto en la provincia de Bérgamo, que se llama Gazzaniga. ¿Guarda alguna relación con usted y con la insignia que lleva en la solapa?
Sí, efectivamente, soy descendiente de bergamascos. Mi abuelo era de Bérgamo. Ése es mi vínculo con la provincia. Me alegro mucho porque los bergamascos tienen un carácter bastante fuerte. Pero esta insignia es el Ambrogino, un premio que concede el ayuntamiento de Milán al mérito civil. Porque yo he dado bastante a la ciudad. Además, nací en Milán y siempre he vivido en Milán. Para mí, ha sido un honor y un gran placer recibirlo.
¿Cómo definiría su oficio? ¿Se considera un artista, un escultor?
Me considero un escultor medallista, porque toda mi vida he hecho medallas, aparte de algún que otro monumento de grandes dimensiones. Pero, ante todo, he hecho medallas y trofeos, en concreto copas. Ése es mi principal oficio, por llamarlo de alguna manera.
¿Ha trabajado siempre en el ámbito deportivo? ¿Sus creaciones han guardado siempre relación con el deporte?
Con el deporte sí, pero no exclusivamente. También he creado objetos religiosos. Pero he trabajado principalmente en el campo deportivo, porque he mantenido una prolongada colaboración con la empresa Bertoni, que ahora se llama GDE. Durante más de 45 años he trabajado como director artístico de la GDE.
¿Puede nombrar alguno de los grandes monumentos que ha creado?
Sí, el monumento a los motoristas caídos y alguno que otro más.
¿Como, por ejemplo, "La virgen del lago"?
Pero siempre en el campo del motociclismo. Yo he trabajado siempre con las federaciones deportivas. Es mi campo, vaya. También he diseñado un relicario de San Antonio de Padua y muchas medallas de San Antonio para los monjes, que eran clientes nuestros. Me han dado muchas satisfacciones y he vivido bastante bien.
Cuando recibe visitas, suelen preguntarle por el Trofeo de la Copa Mundial. ¿Le complace o cree que se le dedica demasiada atención a esta parte de su obra, en detrimento de sus trabajos religiosos?
No, me complace porque es una obra muy acertada, muy equilibrada, incluso desde el punto de vista artístico, aunque su importancia actual vaya más allá de su valor como obra de arte, por decirlo así.
¿Fue el primer trofeo deportivo que creó en su vida?
No, había creado muchos trofeos, por ejemplo, el de los campeonatos de lucha. He llevado a cabo estudios para muchas federaciones, como la de motociclismo. Es mi campo, por decirlo así. O sea, estaba muy introducido en las federaciones deportivas. También he trabajado para el Comité Olímpico Internacional.
Hablemos de la Copa Mundial. ¿Cómo se enteró de que la existencia del proyecto?
Pues muy sencillo. Yo era director artístico de la Bertoni, como entonces se llamaba la GDE. Y se le pidió a la empresa que presentara algunos bocetos. Yo, por mi cuenta, envié dos. Y luego, como mi deseo era que se apreciara el material de la copa en toda su textura, opté por elaborar directamente un prototipo. Lo fotografié, mandé la fotografía y el Comité de la FIFA lo eligió en el año 1971.
Esa decisión suya de trabajar directamente con los materiales resulta un tanto sorprendente. ¿La tomó porque estaba seguro de que el concepto de su obra era realmente poderoso?
Sí. Sobre todo porque un dibujo no expresa suficientemente las sensaciones que producen los materiales. Yo quería que esa tosquedad que tiene el trofeo trasmitiera la sensación de energía, de poderío; y, a la vez, sus líneas firmes y marcadas, la sensación de dinamismo. Me parece que conseguí lo que buscaba, porque es una copa que destaca por encima de los trofeos meramente decorativos (por otra parte también preciosos), como las copas de los ingleses, que son muy tradicionales. La mía es una copa con carácter, que tiene un poco de escultura, por decirlo así.
¿Es cierto que se encerró en su estudio una semana para trabajar en ella?
Sí, más o menos. Por lo que respecta a su modelado, no quise añadir muchos detalles a la escultura, porque la habrían empobrecido, le habrían quitado parte de su fuerza. La escultura salió de un tirón. Naturalmente, siempre queda algo por pulir. De hecho, cuando en una segunda etapa, la FIFA, que había visto sólo la fotografía, vino a ver el modelo, tuve que perfeccionar algunas zonas del mundo porque faltaban ciertos detalles que le interesaban mucho a la FIFA. Resultó un poco laborioso terminarla. Por lo demás, fue un proceso rápido, como se ve.
¿Cuándo decidió que la copa estaba terminada?
Pues cuando estuvo terminada. Cuando comprendí que había conseguido lo que me había propuesto. Uno no suele embarcarse en este tipo de trabajos sin haber recibido el encargo de una empresa. Para mí era un riesgo, y también para la FIFA. Cuando terminé el modelo, comprendí que había conseguido lo que quería expresar.
Como esos pintores que no acaban nunca un cuadro, ¿llegó un momento en el que tuvo que decir "basta, no la toco más"?
No, los objetos modernos, si se retocan demasiado, pierden la frescura y la espontaneidad que les dan vida, por decirlo así.
Que usted estuviera satisfecho era una cosa. Una cosa estupenda, claro. Pero, ¿cuándo intuyó que en la mirada del público había admiración?
Alguien me llamó por teléfono y me dijo que admiraba mi obra. Entonces comprendí que incluso la gente que no tenía una gran cultura artística la apreciaba. Quizá sea la espontaneidad que tiene la copa lo que más aprecia la afición.
Los futbolistas no suelen contarse entre el grupo de expertos en arte, pero a casi todos ellos les fascina su trofeo. ¿Cómo se lo explica?
Diría que fue creado de la manera apropiada y que va directo al grano.
Usted declaró en una ocasión que había querido reunir en su trofeo al atleta y al mundo.
Sí, claro. La copa es la Copa Mundial, y está claro que el mundo debía formar parte de ella. Además, el mundo es una esfera y, como tal, muy parecido a un balón. Las figuras que emergen del bloque de materia se proyectan hacia lo alto y se convierten en el sostén del mundo, al que, en mi mente, imaginaba también como un balón.
También comentó que su intención era que el Trofeo simbolizara el esfuerzo, la armonía y la paz. ¿Podría explicarnos por qué eligió precisamente esas tres palabras?
Y el dinamismo también. La intención era representar la fuerza, el dinamismo y el júbilo del atleta en la victoria, que se expresa con tanta alegría. Los volúmenes aparentemente irregulares dan la sensación de dinamismo. En realidad, tiene una energía armónica propia. Esas figuras que emergen del bloque de materia tosca producen esa sensación de alegría por la victoria.
Según algunos expertos, la clave de éxito de su trofeo reside en esa torsión de las figuras.
Es una ascensión helicoidal que, en su elevación, produce la armonía. O sea, una potente energía, armónica y dinámica.
¿De dónde le vino la idea de usar la malaquita y, en concreto, de añadir los anillos de malaquita?
La malaquita es una piedra preciosa y se adapta muy bien a esta escultura porque es verde como los campos de fútbol. Además, añade una nota de color que le va muy bien al trofeo. Si fuera todo de metal, parecería un poco apagado, soso. Y, claro, la malaquita no deja de ser un material precioso.
¿Sabía durante la creación de este trofeo que la FIFA tenía la intención de grabar en la copa el nombre de todos sus ganadores?
No. De hecho, si se fija en el trofeo, tiene placas delante para la inscripción. Pero, por detrás, hay plaquitas que cumplen también con una función decorativa. Ahora habría puesto una placa más grande que llevaría grabada la palabra FIFA, el nombre del vencedor y el año de su victoria.
¿Pero sabe que los nombres de los vencedores están escritos por debajo?
No, eso no lo sabía.
¿Usted conocía la Copa Jules Rimet? ¿Llegó a verla?
Sí, había visto la Copa Jules Rimet. Me pareció también muy acertada, muy bien hecha, hasta tal punto que yo nunca quise hacer una copia. Además, la robaron, me parece. Era una copa que representaba muy bien la época en la que había sido creada. Creo que también mi copa refleja a la perfección la época posterior a la de su creación.
El escultor que creó el primer trofeo se llamaba Abel Lafleur. ¿Había oído hablar de él?
Sí. En casa tengo documentación sobre él e incluso una fotografía de un periódico que menciona su nombre. Era francés.
Ha comentado que la Copa Jules Rimet fue robada. ¿Tiene miedo, aunque no sea un miedo consciente, de que roben su trofeo?
Bueno, como es de oro, es muy tentador. Pero eso no sería un gran problema porque, como tenemos un modelo de escayola, podríamos obtener otro ejemplar. Sin embargo, la Copa Rimet, como estaba hecha de oro y con métodos menos escultóricos, tendrían que producirla directamente en metal. Son muy diferentes. En la elaboración de mi trofeo se sigue el mismo método que se usa para elaborar estatuas mucho más grandes. Primero se hace el bosquejo, luego se modela en arcilla y, de la arcilla, se pasa a la escayola. De la escayola se extrae un molde de cera que será el que se funda en cera perdida. Se llama así porque, cuando queda recubierta del material, se deshace y, en el lugar de la cera, queda el material definitivo, que puede ser oro, bronce o lo que sea. El proceso es el mismo que el de las obras grandes. Aunque ésta sea una obra pequeña, está elaborada con esa técnica.
La presentación del Trofeo al público se produjo el día de la victoria de Alemania en la final de 1974. Beckenbauer fue quien alzó por vez primera la Copa. ¿Dónde se encontraba usted en esos momentos y qué pensó?
Pues no me acuerdo de dónde estaba esa primera vez. Pero recuerdo muy bien del día en que la ganó Italia. Estaba en casa y la alegría en las calles era impresionante, parecía que la gente se había vuelto loca. Me acuerdo muy bien simplemente porque era Italia la que se la había adjudicado.
¿Es verdad que usted dijo en cierta ocasión que la Copa siempre llevará dentro un pedazo de Italia?
Es lógico que, habiéndola hecho un italiano, siempre haya un poco del alma italiana en la Copa, y espero que regrese de nuevo a Italia. Los futbolistas italianos son estupendos. Quizás no tanto como los brasileños, pero también nosotros podemos aspirar a tener la satisfacción de verla en Italia.
La paradoja es que usted trabajó en el nuevo trofeo en 1970, justo cuando Brasil derrotó a la Italia de Riva. Como se dice normalmente, el deporte es así. El balón es redondo y, de tanto en tanto, gira. Hay que inclinarse y quitarse el sombrero ante la calidad de todos los deportistas. Hay que aceptarlo deportivamente.
Aunque no se acuerde de la primera vez que Beckenbauer alzó el Trofeo, vio aquella final. ¿Suele ver las finales de la Copa Mundial?
Sí, claro. No soy un apasionado acérrimo del fútbol. Pero las finales, los partidos importantes son muy gratos de ver y no falto nunca a la cita.
Según la tradición, un político de relieve, ya sea un rey o el presidente de una república, es el encargado de entregar el trofeo al capitán del equipo vencedor. ¿Qué siente al saber que su Trofeo ha pasado por tan poderosas manos?
Pues está claro que, cuando veo que estas personas tan importantes premian a los deportistas, me entra una satisfacción muy grande. Por lo demás, es parte del juego.
¿Qué opina de la reacción casi mística que tiene un futbolista cuando sujeta entre las manos el Trofeo, lo besa, etc...? ¿Y qué me dice de la veneración que siente el público en general por ese objeto?
Opino que este amor apasionado por el Trofeo, modestamente, se debe al Trofeo en sí, que es un símbolo, el símbolo de la victoria. Los futbolistas son felices de haberlo conseguido y lo besan como si fuera una reliquia.
Con el mundo del arte italiano están asociados dos símbolos importantísimos. Uno es su Trofeo y el otro la Mona Lisa. ¿Qué le parece esta afirmación?
¡Hombre, por favor! Una comparación como ésa no tiene ningún sentido. La Mona Lisa pertenece a otras esferas, es de otro calibre. Le agradezco mucho la comparación, pero es exagerada.
A pesar de su modestia, tendrá que admitir que, cada vez que se expone su Trofeo, la gente hace cola para verlo, como en el Louvre.
Vale, eso sí. Y la razón es que, en ciertos aspectos, entienden mejor mi Trofeo que la Mona Lisa. Para comprender bien ciertas sutilezas de Leonardo es preciso ser un iniciado, porque si no... El Trofeo lo comprenden todos, aunque quizás no a fondo. Sin embargo, es un símbolo popular que toca la fibra sensible de la gente.
Está aquí.
Sí, pero pesa mucho. Necesitaba ya una buena limpieza. Esté como esté, es precioso. Es como ver de nuevo a un hijo que regresa a casa después de mucho tiempo. De hecho, una obra mía es para mí como un hijo, es mi creación. No sólo la Copa Mundial, también los demás trabajos que he hecho. ¡Tantos trabajos! Me ha resultado muy interesante volver a verla. Ya se lo he dicho y se lo repito: espero que regrese a Italia de nuevo.
Todos los futbolistas, brasileños y demás, que han ganado el Trofeo dicen se han dejado en él una parte de ellos mismos. ¿Diría usted lo mismo? ¿Diría que hay algo suyo en esta Copa?
Ellos han ganado una competición, pero en este Trofeo hay más de mí que de ellos. ¡Es una parte de mí mismo!
João Havelange, el Presidente de Honor de la FIFA, la levantó en sus manos y dijo: "Yo me hago viejo, pero esta copa se conserva siempre joven".
Eso también puedo decirlo yo, que ya soy viejo. Sin embargo, las obras permanecen. Una de las satisfacciones que dan las obras de arte, pinturas o esculturas, es que sobreviven al paso del tiempo. La vida, sin embargo, es breve.
Cuando terminó el trabajo, ¿habría dicho que, treinta años más tarde, su Trofeo se habría convertido en símbolo de la paz y de la juventud, en un símbolo cargado de emociones? ¿Se imaginaba que su Copa viajaría por todo el mundo?
No, es cierto. No pensé que se convertiría en algo tan importante, sobre todo para los jóvenes, que representaría la paz. Estoy muy orgulloso de haber puesto mi granito de arena para conseguir que la paz reine en el mundo gracias al deporte. El deporte une a los pueblos y es más importante de lo que algunos creen.