Papa Francisco con Raul Castro |
Papa Francisco en La Habana - Cuba 2015
Castro regala al Papa Cristo
sobre cruz hecha con remos en memoria de balseros
LA HABANA, 20 Sep. 15 / 09:26 pm
(ACI).- Culminado su encuentro privado en el Palacio de la Revolución de La
Habana esta mañana, el presidente de Cuba, Raúl Castro, obsequió al Papa
Francisco un gran Cristo crucificado sobre una cruz hecha con maderos que
simbolizan a los migrantes cubanos que mueren en el mar tratando de llegar a
las costas de Estados Unidos.
El director de la Oficina de
Prensa de la Santa Sede, P. Federico Lombardi, confirmó en conferencia de
prensa que los remos del crucifijo simbolizan a los migrantes cubanos, muchos
de los cuales mueren en el mar.
El crucifijo es obra del famoso
artista cubano Kcho, que elaboró hace un año la cruz con los remos y añadió
para esta ocasión la imagen de Cristo.
En el arte de Kcho el tema de los
migrantes es constante.
El Papa Francisco ha realizado reiterados llamados a acoger a los migrantes y refugiados en distintos países del mundo, de forma particular ante el conflicto que se vive en Siria.
En una reciente entrevista con Radio Renascença el Papa recordó que “yo soy hijo de migrantes” y “sé lo que es la migración”.
El Papa regala a Fidel Castro
recuerdos del sacerdote y ex maestro que pidió su conversión
LA HABANA, 20 Sep. 15 / 03:06 pm
(ACI).- El Papa Francisco se reunió hoy con Fidel Castro y le hizo un regalo
especial: un libro y dos CDs con homilías y canciones del P. Armando Llorente,
el sacerdote jesuita español que fue su maestro de escuela y que pidió su
conversión antes de morir.
El P. Llorente fue profesor y
mentor de Fidel Castro en el Colegio de Belén de La Habana, donde el líder
cubano estudió cuando tenía 16 años de edad.
En el año 2007, en una entrevista
para la agencia Efe desde Miami donde se exilió, el sacerdote señaló que si
"en algún momento de lucidez" Fidel Castro lo llamaba o pedía
encontrarse con él, estaba dispuesto a ir "inmediatamente" para
confesarle.
"Lo primero que haríamos
sería darnos un abrazo tremendo, reírnos recordando las aventuras que tuvimos
juntos, que fueron innumerables y muy bonitas" y después le diría:
"Fidel, ha llegado el momento de la verdad", declaró a Efe.
El sacerdote aseguró que
conservaba el anhelo de absolver a Castro si antes pedía "perdón
públicamente, porque sus pecados no son sólo personales" y se arrepentía
"de todo el mal que ha hecho".
Papa Francisco con Fidel Castro |
El P. Llorente nació en España y
era un joven novicio jesuita de 24 años cuando lo enviaron a Cuba en 1942 para
completar su formación. Trabajó como maestro en el Colegio de Belén donde
Castro fue su mejor alumno y se hicieron muy amigos.
En 1945, el sacerdote escribió al
pie de su fotografía de estudiante en el libro escolar del Colegio de Belén:
"Fidel Castro, madera de héroe, la historia de su patria tendrá que hablar
de él".
El P. Llorente recordó a Efe que
los años de escuela fueron los más felices de Fidel porque hasta entonces
"no se había sentido querido por nadie", estaba lleno de
"complejos y traumas" por saberse el hijo de una relación
extramatrimonial de su padre, Ángel Castro, con Lina Ruz, quien trabajaba en su
casa como sirvienta.
En diciembre de 1958, el P.
Llorente llegó a la Sierra Maestra haciéndose pasar por ganadero, para
entrevistarse con Castro durante la revolución. "Él me confesó que había
perdido la fe, y yo le respondí: 'Fidel, una cosa es perder la fe y otra la
dignidad'", recordó.
En esos años, el P. Llorente
ayudó a establecer en la isla la Agrupación Católica Universitaria (ACU), un
movimiento juvenil de inspiración jesuita, fundado en la década del '30. El
sacerdote debió abandonar Cuba en 1961 por el acoso del régimen de Castro
contra la Iglesia Católica y estableció ACU en Estados Unidos.
Vivió en Miami hasta su muerte el
28 de abril de 2010, a la edad de 91 años.
El Arzobispo de Boston, Cardenal
Sean O'Malley, escribió tras su fallecimiento que el P. Llorente "dio más
retiros en un año que la mayoría de los jesuitas dan en toda una vida. Tenía un
gran don para inspirar a los jóvenes a ser muy activos en la Iglesia".
"Era un maestro elocuente de
la espiritualidad ignaciana y la vida del Evangelio", indicó.
Y a los jóvenes que les dijo ?
LA HABANA, 20 Sep. 15 / 06:32 pm
(ACI).- Como hizo en la Catedral de La Habana con los sacerdotes y religiosas,
el Papa Francisco también decidió improvisar el discurso para el encuentro que
sostuvo con los jóvenes de Cuba en el Centro Félix Varela. A continuación las
palabras que el Santo Padre había preparado originalmente:
Queridos amigos:
Siento una gran alegría de poder
estar con ustedes precisamente aquí en este Centro cultural, tan significativo
para la historia de Cuba. Doy gracias a Dios por haberme concedido la
oportunidad de tener este encuentro con tantos jóvenes que, con su trabajo,
estudio y preparación, están soñando y también haciendo ya realidad el mañana
de Cuba.
Agradezco a Leonardo sus palabras
de saludo, y especialmente porque, pudiendo haber hablado de muchas otras
cosas, ciertamente importantes y concretas, como las dificultades, los miedos,
las dudas –tan reales y humanas–, nos ha hablado de esperanza, de esos sueños e
ilusiones que anidan con fuerza en el corazón de los jóvenes cubanos, más allá
de sus diferencias de formación, de cultura, de creencias o de ideas. Gracias,
Leonardo, porque yo también, cuando los miro a ustedes, la primera cosa que me
viene a la mente y al corazón es la palabra esperanza. No puedo concebir a un
joven que no se mueva, que esté paralizado, que no tenga sueños ni ideales, que
no aspire a algo más.
Pero, ¿cuál es la esperanza de un
joven cubano en esta época de la historia? Ni más ni menos que la de cualquier
otro joven de cualquier parte del mundo. Porque la esperanza nos habla de una
realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente
de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive.
Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida
lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el
espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la
justicia y el amor. Sin embargo, eso comporta un riesgo. Requiere estar
dispuestos a no dejarse seducir por lo pasajero y caduco, por falsas promesas
de felicidad vacía, de placer inmediato y egoísta, de una vida mediocre,
centrada en uno mismo, y que sólo deja tras de sí tristeza y amargura en el
corazón. No, la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad
personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el
horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna.
Yo le preguntaría a cada uno de ustedes: ¿Qué es lo que mueve tu vida? ¿Qué hay
en tu corazón, dónde están tus aspiraciones? ¿Estás dispuesto a arriesgarte
siempre por algo más grande?
Tal vez me pueden decir: «Sí,
Padre, la atracción de esos ideales es grande. Yo siento su llamado, su
belleza, el brillo de su luz en mi alma. Pero, al mismo tiempo, la realidad de
mi debilidad y de mis pocas fuerzas es muy fuerte para decidirme a recorrer el
camino de la esperanza. La meta es muy alta y mis fuerzas son pocas. Mejor
conformarse con poco, con cosas tal vez menos grandes pero más realistas, más al
alcance de mis posibilidades». Yo comprendo esta reacción, es normal sentir el
peso de lo arduo y difícil, sin embargo, cuidado con caer en la tentación de la
desilusión, que paraliza la inteligencia y la voluntad, ni dejarnos llevar por
la resignación, que es un pesimismo radical frente a toda posibilidad de
alcanzar lo soñado. Estas actitudes al final acaban o en una huida de la
realidad hacia paraísos artificiales o en un encerrarse en el egoísmo personal,
en una especie de cinismo, que no quiere escuchar el grito de justicia, de
verdad y de humanidad que se alza a nuestro alrededor y en nuestro interior.
Pero, ¿qué hacer? ¿Cómo hallar
caminos de esperanza en la situación en que vivimos? ¿Cómo hacer para que esos
sueños de plenitud, de vida auténtica, de justicia y verdad, sean una realidad
en nuestra vida personal, en nuestro país y en el mundo? Pienso que hay tres
ideas que pueden ser útiles para mantener viva la esperanza.
La esperanza, un camino hecho de
memoria y discernimiento. La esperanza es la virtud del que está en camino y se
dirige a alguna parte. No es, por tanto, un simple caminar por el gusto de
caminar, sino que tiene un fin, una meta, que es la que da sentido e ilumina el
sendero. Al mismo tiempo, la esperanza se alimenta de la memoria, abarca con su
mirada no sólo el futuro sino el pasado y el presente. Para caminar en la vida,
además de saber a dónde queremos ir es importante saber también quiénes somos y
de dónde venimos. Una persona o un pueblo que no tiene memoria y borra su
pasado corre el riesgo de perder su identidad y arruinar su futuro. Se necesita
por tanto la memoria de lo que somos, de lo que forma nuestro patrimonio
espiritual y moral. Creo que esa es la experiencia y la enseñanza de ese gran
cubano que fue el Padre Félix Varela. Y se necesita también el discernimiento,
porque es esencial abrirse a la realidad y saber leerla sin miedos ni
prejuicios. No sirven las lecturas parciales o ideológicas, que deforman la
realidad para que entre en nuestros pequeños esquemas preconcebidos, provocando
siempre desilusión y desesperanza. Discernimiento y memoria, porque el
discernimiento no es ciego, sino que se realiza sobre la base de sólidos
criterios éticos, morales, que ayudan a discernir lo que es bueno y justo.
La esperanza, un camino
acompañado. Dice un proverbio africano: «Si quieres ir deprisa, ve solo; si
quieres ir lejos, ve acompañado». El aislamiento o la clausura en uno mismo
nunca generan esperanza, en cambio, la cercanía y el encuentro con el otro, sí.
Solos no llegamos a ninguna parte. Tampoco con la exclusión se construye un
futuro para nadie, ni siquiera para uno mismo. Un camino de esperanza requiere
una cultura del encuentro, del diálogo, que supere los contrastes y el
enfrentamiento estéril. Para ello, es fundamental considerar las diferencias en
el modo de pensar no como un riesgo, sino como una riqueza y un factor de
crecimiento. El mundo necesita esta cultura del encuentro, necesita de jóvenes
que quieran conocerse, que quieran amarse, que quieran caminar juntos y construir
un país como lo soñaba José Martí: «Con todos y para el bien de todos».
La esperanza, un camino
solidario. La cultura del encuentro debe conducir naturalmente a una cultura de
la solidaridad. Aprecio mucho lo que ha dicho Leonardo al comienzo cuando ha
hablado de la solidaridad como fuerza que ayuda a superar cualquier obstáculo.
Efectivamente, si no hay solidaridad no hay futuro para ningún país. Por encima
de cualquier otra consideración o interés, tiene que estar la preocupación
concreta y real por el ser humano, que puede ser mi amigo, mi compañero, o
también alguien que piensa distinto, que tiene sus ideas, pero que es tan ser
humano y tan cubano como yo mismo.
No basta la simple tolerancia,
hay que ir más allá y pasar de una actitud recelosa y defensiva a otra de
acogida, de colaboración, de servicio concreto y ayuda eficaz. No tengan miedo
a la solidaridad, al servicio, al dar la mano al otro para que nadie se quede
fuera del camino.
Este camino de la vida está
iluminado por una esperanza más alta: la que nos viene de la fe en Cristo. Él
se ha hecho nuestro compañero de viaje, y no sólo nos alienta sino que nos
acompaña, está a nuestro lado y nos tiende su mano de amigo. Él, el Hijo de
Dios, ha querido hacerse uno como nosotros, para recorrer también nuestro
camino. La fe en su presencia, su amor y su amistad, encienden e iluminan todas
nuestras esperanzas e ilusiones. Con Él, aprendemos a discernir la realidad, a
vivir el encuentro, a servir a los demás y a caminar en la solidaridad.
Queridos jóvenes cubanos, si Dios
mismo ha entrado en nuestra historia y se ha hecho hombre en Jesús, si ha
cargado en sus hombros con nuestra debilidad y pecado, no tengan miedo a la
esperanza, no tengan miedo al futuro, porque Dios apuesta por ustedes, cree en
ustedes, espera en ustedes.
Queridos amigos, gracias por este
encuentro. Que la esperanza en Cristo su amigo les guíe siempre en su vida. Y,
por favor, no se olviden de rezar por mí. Que el Señor los bendiga.