CARTA APOSTÓLICA
INDE A PRIMIS*
DE SU SANTIDAD
JUAN XXIII
A LOS VENERABLES
HERMANOS
PATRIARCAS,
PRIMADOS,
ARZOBISPOS,
OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS
DE LUGAR
EN PAZ Y COMUNIÓN
CON LA SEDE
APOSTÓLICA SOBRE
EL FOMENTO DEL
CULTO
A LA PRECIOSÍSIMA
SANGRE
DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO
Venerables Hermanos,
salud y Bendición Apostólica.
Muchas veces desde los
primeros meses de nuestro ministerio pontificio —y nuestra palabra, anhelante y
sencilla, se ha anticipado con frecuencia a nuestros sentimientos— ha ocurrido
que invitásemos a los fieles en materia de devoción viva y diaria a volverse
con ardiente fervor hacia la manifestación divina de la misericordia del Señor
en cada una de las almas, en su Iglesia Santa y en todo el mundo, cuyo Redentor
y Salvador es Jesús, a saber, la devoción a la Preciosísima Sangre.
Esta devoción se nos infundió
en el mismo ambiente familiar en que floreció nuestra infancia y todavía
recordamos con viva emoción que nuestros antepasados solían recitar las
Letanías de la Preciosísima Sangre en el mes de julio.
Fieles a la exhortación
saludable del Apóstol: "Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el
cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos, para apacentar la Iglesia de
Dios, que El adquirió con su sangre" [1], creemos, venerables Hermanos,
que entre las solicitudes de nuestro ministerio pastoral universal, después de
velar por la sana doctrina, debe tener un puesto preeminente la concerniente al
adecuado desenvolvimiento e incremento de la piedad religiosa en las manifestaciones
del culto público y privado. Por tanto, nos parece muy oportuno llamar la
atención de nuestros queridos hijos sobre la conexión indisoluble que debe unir
a las devociones, tan difundidas entre el pueblo cristiano, a saber, la del
Santísimo Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón, con la que tiende a honrar
la Preciosísima Sangre del Verbo encarnado "derramada por muchos en
remisión de los pecados" [2].
Sí, pues, es de suma
importancia que entre el Credo católico y la acción litúrgica reine una
saludable armonía, puesto que lex credendi legem statuat supplicandi (la ley de
la fe es la pauta de la ley de la oración) [3] y no se permitan en absoluto
formas de culto que no broten de las fuentes purísimas de la verdadera fe, es
justo que también florezca una armonía semejante entre las diferentes
devociones, de tal modo que no haya oposición o separación entre las que se
estiman como fundamentales y más santificantes, y al mismo tiempo prevalezcan
sobre las devociones personales y secundarias, en el aprecio y práctica, las
que realizan mejor la economía de la salvación universal efectuada por "el
único Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó
a sí mismo para redención de todos" [4]. Moviéndose en esta atmósfera de
fe recta y sana piedad los creyentes están seguros de sentirse cum Ecclesia
(sentir con la Iglesia), es decir, de vivir en unión de oración y de caridad
con Jesucristo, Fundador y Sumo Sacerdote de aquella sublime religión que junto
con el nombre toma de El toda su dignidad y valor.
Si echamos ahora ,una rápida
ojeada sobre los admirables progresos que ha logrado la Iglesia Católica en el
campo de la piedad litúrgica, en consonancia saludable con el desarrollo de la
fe en la penetración de las verdades divinas, es consolador, sin duda,
comprobar que en los siglos más cercanos a nosotros no han faltado por parte de
esta Sede Apostólica claras y repetidas pruebas de asentimiento y estímulo
respeto a las tres mencionadas devociones; que fueron practicadas desde la Edad
Media por muchas almas piadosas y propagadas después por varias diócesis,
órdenes y congregaciones religiosas, pero que esperaban de la Cátedra de Pedro
la confirmación de la ortodoxia y la aprobación para la Iglesia universal.
Baste recordar que nuestros
Predecesores desde el siglo XVI enriquecieron con gracias espirituales la
devoción al Nombre de Jesús, cuyo infatigable apóstol en el siglo pasado fue,
en Italia, San Bernardino de Sena. En honor de este Santísimo Nombre se
aprobaron de modo especial el Oficio y la Misa y a continuación las Letanías
[5]. No menores fueron los privilegios concedidos por los Romanos Pontífices al
culto del Sacratísimo Corazón, en cuya admirable propagación tuvieron tanta
influencia las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María
Alacoque [6]. Y tan alta y unánime ha sido la estima de los Sumos Pontífices
por esta devoción, que se complacieron en explicar su naturaleza, defender su
legitimidad, inculcar la práctica con muchos actos oficiales a los que han dado
remate tres importantes Encíclicas sobre el misma tema [7].
Asimismo la devoción a la
Preciosísima Sangre, cuyo propagador admirable fue en el siglo pasado; el
sacerdote romano San Gaspar del Búfalo, obtuvo merecido asentimiento de esta
Sede Apostólica. Conviene recordar que por mandato de Benedicto XIV se
compusieron la Misa y el Oficio en honor de la Sangre adorable del Divino
Salvador; y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la
fiesta litúrgica a la Iglesia universal [8]. Por último Pío XI, de feliz
memoria, como recuerdo del XIX Centenario de la Redención, elevó dicha fiesta a
rito doble de primera clase, con el fin de que, al incrementar la solemnidad
litúrgica, se intensificase también la devoción y se derramasen más copiosamente
sobre los hombres los frutos de la Sangre redentora.
Por consiguiente, secundando
el ejemplo de nuestros Predecesores, con objeto de incrementar más el culto a
la preciosa Sangre del Cordero inmaculado, Cristo Jesús, hemos aprobado las
Letanías, según texto redactado por la Sagrada Congregación de Ritos [9],
recomendando al mismo tiempo se reciten en todo el mundo católico ya privada ya
públicamente con la concesión de indulgencias especiales [10].
¡Ojalá que este nuevo acto de
la "solicitud por todas las Iglesias" [11], propia del Supremo
Pontificado, en tiempos de más graves y urgentes necesidades espirituales, cree
en las almas de los fieles la convicción del valor perenne, universal,
eminentemente práctico de las tres devociones recomendadas más arriba!
Así, pues, al acercarse la
fiesta y el mes consagrado al culto de la Sangre de Cristo, precio de nuestro
rescate, prenda de salvación y de vida eterna, que los fieles la hagan objeto
de sus más devotas meditaciones y más frecuentes comuniones sacramentales. Que
reflexionen, iluminados por las saludables enseñanzas que dimanan de los Libros
Sagrados y de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia en el
valor sobreabundante, infinito, de esta Sangre verdaderamente preciosísima,
cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere (de la cual
una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado) [12], como canta la Iglesia
con el Doctor Angélico y como sabiamente lo confirmó nuestro Predecesor
Clemente VI [13]. Porque, si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios
e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su
nacimiento y después con mayor abundancia en la agonía del huerto [14], en la
flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la
Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de
esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es
no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de
amorosa gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas
saludables.
Y al culto de latría, que se
debe al Cáliz de la Sangre del Nuevo Testamento, especialmente en el momento de
la elevación en el sacrificio de la Misa, es muy conveniente y saludable suceda
la Comunión con aquella misma Sangre indisolublemente unida al Cuerpo de
Nuestro Salvador en el Sacramento de la Eucaristía. Entonces los fieles en
unión con el celebrante podrán con toda verdad repetir mentalmente las palabras
que él pronuncia en el momento de la Comunión: Calicem salutaris accipiam et
nomem Domini invocabo... Sanguis
Domini Nostri Iesu Christi custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen.
Tomaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor... Que la Sangre de
Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Así sea. De tal
manera que los fieles que se acerquen a él dignamente percibirán con más
abundancia los frutos de redención, resurrección y vida eterna, que la sangre
derramada por Cristo "por inspiración del Espíritu Santo" [15]
mereció para el mundo entero. Y alimentados con el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, hechos partícipes de su divina virtud que ha suscitado legiones de
mártires, harán frente a las luchas cotidianas, a los sacrificios, hasta el
martirio, si es necesario, en defensa de la virtud y del reino de Dios,
sintiendo en sí mismos aquel ardor de caridad que hacía exclamar a San Juan
Crisóstomo: "Retirémonos de esa Mesa como leones que despiden llamas,
terribles para el demonio, considerando quién es nuestra Cabeza y qué amor ha
tenido con nosotros... Esta Sangre, dignamente recibida, ahuyenta los demonios,
nos atrae a los ángeles y al mismo Señor de los ángeles... Esta Sangre
derramada purifica el mundo... Es el precio del universo, con ella Cristo
redime a la Iglesia... Semejante pensamiento tiene que frenar nuestras
pasiones. Pues ¿hasta cuándo permaneceremos inertes? ¿Hasta cuándo dejaríamos
de pensar en nuestra salvación? Consideremos los beneficios que el Señor se ha
dignado concedernos, seamos agradecidos, glorifiquémosle no sólo con la fe,
sino también con las obras" [16].
¡Ah! Si los cristianos
reflexionasen con más frecuencia en la advertencia paternal del primer Papa:
"Vivid con temor todo el tiempo de vuestra peregrinación, considerando que
habéis sido rescatados de vuestro vano vivir no con plata y oro, corruptibles,
sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni
mancha!" [17]. Si prestasen más atento oído a la exhortación del Apóstol
de las gentes: "Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, pues, a
Dios en vuestro cuerpo" [18].
¡Cuánto más dignas, más
edificantes serían sus costumbres; cuánto más saludable sería para el mundo la
presencia de la Iglesia de Cristo! Y si todos los hombres secundasen las
invitaciones de la gracia de Dios, que quiere que todos se salven [19], pues ha
querido que todos sean redimidos con la Sangre de su Unigénito y llama a todos
a ser miembros de un único Cuerpo místico, cuya Cabeza es Cristo, ¡cuánto más
fraternales serían las relaciones entre los individuos, los pueblos y las
naciones; cuánto más pacífica, más digna de Dios y de la naturaleza humana,
creada a imagen y semejanza del Altísimo [20], sería la convivencia social!
Debemos considerar esta
sublime vocación a la que San Pablo invitaba a los fieles procedentes del
pueblo escogido, tentados de pensar con nostalgia en un pasado que sólo fue una
pálida figura y el preludio de la Nueva Alianza: "Vosotros os habéis
acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial
y a las miríadas de ángeles, a la asamblea, a la congregación de los
primogénitos, que están escritos en los cielos, y a Dios, Juez de todos, y a
los espíritus de los justos perfectos, y al Mediador de la nueva Alianza,
Jesús, y a la aspersión de la sangre, que habla mejor que la de Abel" [21].
Confiando plenamente,
venerables Hermanos, en que estas paternales exhortaciones nuestras, que daréis
a conocer de la manera que creáis más oportuna al Clero y a los fieles
confiados a vosotros, no sólo serán puestas en práctica de buen grado, sino
también con ferviente celo, como auspicio de las gracias celestiales y prenda
de nuestra especial benevolencia, con efusión de corazón impartimos la
Bendición Apostólica a cada uno de vosotros y toda vuestra grey, y de modo
especial a todos los que respondan generosa y plenamente a nuestra invitación.
Dado en Roma, junto a San
Pedro, el treinta de junio de 1959, vigilia de la fiesta de la Preciosísima
Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, segundo año de nuestro Pontificado.
IOANNES PP.XXIII.
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* AAS 52 (1960) 545-550.
Notas
[1] Act. 20, 28.
[2] Math. 26,28.
[3] Enc. Mediator Dei, AAS. XXXIX, 1947, pág. 54.
[4] 1 Tim. 2,5-6.
[5] AAS. XVIII, 1886, pág. 504.
[6] Off. festi SS. Cordis Iesu, II Noct, leet. V.
[7] Enc. Annum Sacrum, Acta Leonis, 1899, vol. XIX, págs.
.71 y ss.; Enc. Miserentissimus Redemptor, AAS. 1928, vol. 20, págs. 165 y ss.;
Enc. Haurietis aquas, AAS. 1956, vol. 48, págs. 309 y ss.
[8] Decret. Redempti sumus, 10 de agosto de 1849; cf.
Arch. de la S. Congregación de Ritos Decret. ann. 1848-1849, fol. 209.
[9] AAS. 1960, vol. LII, págs. 412-413.
[10] Decret. S. Poenit. Apost., 3 de agosto de 1960; AAS.
1960, vol. LII, pág. 420
[11] 1 Cor. II, 28.
[12]) Himno Adoro te, devote.
[13] Bula Unigenitus Dei Filius, 25 de enero de 1343;
Denz. R. 550.
[14]
Luc. 22,43. )
[15]
Hebr. 9,14.
[16] In
Ioannem, Homil. XLVI; Migne, P. G., LIX, 260-261.
[17] 1 Petr. I, 17-19.
[18] 1 Cor. 6,20.
[19] 1 Tim. 2,4.
[20] Gen. 1,26.
[21] Hebr. 12,22-24.
© Libreria Editrice Vaticana
Julio:
Mes de la Preciosísima Sangre
Salvete Christi vulnera,
Immensi amoris pignora,
Quibus perennes rivuli
Manant rubentis sanguinis.
LITANIAE PRETIOSISSIMI SANGUINIS D.N.I.C.
El 1º de julio, es la festividad de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que hace pendant de
la de Corpus Christi. Con ella se completa en el año litúrgico la conmemoración
de la Santísima Eucaristía: el Jueves Santo dedicado a recordar su institución
durante la Última Cena; Corpus, a celebrarla especialmente bajo la especie del
pan, y la fiesta que nos ocupa, bajo la especie del vino.
El culto a la Preciosísima Sangre es tan antiguo como el Cristianismo, ligado como está a la Cruz de Jesucristo, objeto primordial de la predicación apostólica (como puede verse en San Pablo). El derramamiento de sangre como expresión suprema del sacrificio (“Sine sanguinis effussione non fit remissio”), acto principal de la virtud de religión, está, además, ínsito en todas las creencias que hacen referencia a lo trascendente y numinoso, como lo demuestran la fenomenología y la historia de las religiones. No hay religión auténtica sin sacrificio y, consiguientemente, sin sacerdocio (por eso, el budismo, por ejemplo, es considerado más una filosofía). Vale la pena recordar la definición de sacrificio aportada por el benedictino Dom Anscario Vonier en su precioso librito Doctrina y Clave de la Eucaristía: “es la oblación de una cosa sensible, por su real o mística destrucción, que se hace a Dios como reconocimiento de nuestra absoluta dependencia respecto de Él”.
El sacrificio de la Cruz canceló todos los demás de la Ley Antigua, defectuosos por la insuficiencia de las víctimas, que no podían satisfacer condignamente el honor y la justicia divina. Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, hecho víctima, satisface no sólo condignamente, sino sobreabundantemente, porque todos sus actos son teándricos (a la vez divinos y humanos) y, por lo tanto, infinitamente meritorios. Su Pasión y Muerte sobre la Cruz bastaron una sola vez (semel) por todas, pero la repetición de los actos de religión es necesaria no sólo para favorecer este hábito (parte de la virtud cardinal de la justicia), sino para aumentar la gloria accidental de Dios. Por eso, Nuestro Señor instituyó la Santa Misa, por medio de la cual se renueva –mística e incruenta pero realmente– el sacrificio cumplido históricamente sobre el Calvario. Así también se prolongan en el tiempo y en el espacio y se aplican de modo actual los efectos salutíferos de éste.
En la Santa Misa el momento cumbre en el que se verifica el sacrificio es el de la consagración, mediante la cual, en virtud de las palabras de la institución pronunciadas separadamente por el sacerdote in persona Christi sobre el pan y el cáliz, se efectúa místicamente la destrucción de la Divina Víctima. La separación del Cuerpo y la Sangre del Señor mediante la doble consagración constituye la esencia del sacrificio eucarístico. Pero en cada una de las especies consagradas subsiste de modo misterioso, íntegro y permanente Jesucristo con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Esta Presencia Real posibilita el sacramento de la comunión y la adoración eucarística. Ambas cosas pueden realizarse con cualquiera de las dos especies. En principio, la comunión bajo la sola especie de vino es tan completa como la que se hace con la sagrada forma y nada impediría el culto del vino consagrado. La Iglesia, sin embargo, sabiamente ha restringido a la especie del pan ambos actos (excepto en el caso de la comunión sub utraque specie, preceptivo para los sacerdotes que celebran la misa y esporádico para los fieles de rito latino).
El culto a la Preciosísima Sangre es tan antiguo como el Cristianismo, ligado como está a la Cruz de Jesucristo, objeto primordial de la predicación apostólica (como puede verse en San Pablo). El derramamiento de sangre como expresión suprema del sacrificio (“Sine sanguinis effussione non fit remissio”), acto principal de la virtud de religión, está, además, ínsito en todas las creencias que hacen referencia a lo trascendente y numinoso, como lo demuestran la fenomenología y la historia de las religiones. No hay religión auténtica sin sacrificio y, consiguientemente, sin sacerdocio (por eso, el budismo, por ejemplo, es considerado más una filosofía). Vale la pena recordar la definición de sacrificio aportada por el benedictino Dom Anscario Vonier en su precioso librito Doctrina y Clave de la Eucaristía: “es la oblación de una cosa sensible, por su real o mística destrucción, que se hace a Dios como reconocimiento de nuestra absoluta dependencia respecto de Él”.
El sacrificio de la Cruz canceló todos los demás de la Ley Antigua, defectuosos por la insuficiencia de las víctimas, que no podían satisfacer condignamente el honor y la justicia divina. Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, hecho víctima, satisface no sólo condignamente, sino sobreabundantemente, porque todos sus actos son teándricos (a la vez divinos y humanos) y, por lo tanto, infinitamente meritorios. Su Pasión y Muerte sobre la Cruz bastaron una sola vez (semel) por todas, pero la repetición de los actos de religión es necesaria no sólo para favorecer este hábito (parte de la virtud cardinal de la justicia), sino para aumentar la gloria accidental de Dios. Por eso, Nuestro Señor instituyó la Santa Misa, por medio de la cual se renueva –mística e incruenta pero realmente– el sacrificio cumplido históricamente sobre el Calvario. Así también se prolongan en el tiempo y en el espacio y se aplican de modo actual los efectos salutíferos de éste.
En la Santa Misa el momento cumbre en el que se verifica el sacrificio es el de la consagración, mediante la cual, en virtud de las palabras de la institución pronunciadas separadamente por el sacerdote in persona Christi sobre el pan y el cáliz, se efectúa místicamente la destrucción de la Divina Víctima. La separación del Cuerpo y la Sangre del Señor mediante la doble consagración constituye la esencia del sacrificio eucarístico. Pero en cada una de las especies consagradas subsiste de modo misterioso, íntegro y permanente Jesucristo con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Esta Presencia Real posibilita el sacramento de la comunión y la adoración eucarística. Ambas cosas pueden realizarse con cualquiera de las dos especies. En principio, la comunión bajo la sola especie de vino es tan completa como la que se hace con la sagrada forma y nada impediría el culto del vino consagrado. La Iglesia, sin embargo, sabiamente ha restringido a la especie del pan ambos actos (excepto en el caso de la comunión sub utraque specie, preceptivo para los sacerdotes que celebran la misa y esporádico para los fieles de rito latino).
Santo Grial de Valencia |
La devoción a la Preciosísima Sangre, latente en la Iglesia de los Mártires (cuya sangre derramada en testimonio de su fe era considerada participación de la Sangre del Redentor) y en la Patrística (sobre todo, gracias a san Agustín), conoció un gran desarrolló durante la Edad Media gracias a algunos prodigios eucarísticos, como los famosos milagros de los Corporales de Daroca (1239) y de Bolsena(1264), este último inmortalizado por Rafael en la Estancia de Heliodoro del Palacio Apostólico Vaticano. También por obra de algunos místicos como Santa Catalina de Siena y, más tarde, la beata Hosanna de Mantua, santa María Magdalena de Pazzis, la venerable sor Ana de Jesús (compañera de santa Teresa), Francisca de Bermond y santa María Francisca de las Cinco Llagas. Se ha de considerar asimismo la existencia de reliquias de la Preciosísima Sangre, cuyo culto está en el origen de muchas cofradías, como la Congrégation des Bonshommes fundada en el siglo XIII en Inglaterra por el duque Ricardo de Cornualles, hermano de Enrique III e hijo de Juan Sin Tierra. En fin, ¿cómo olvidar el Santo Grial, que, según, cuenta la Tradición, fue el cáliz usado por Nuestro Señor en la Última Cena y contuvo parte de la Preciosísima Sangre derramada sobre la Cruz? Esta reliquia que se venera en la Catedral de Valencia ha dado origen a múltiples leyendas, como la Quête du Graal del ciclo caballeresco del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda (asunto del Parsifal de Wagner), y también, desgraciadamente, a deformaciones pseudo-históricas (como las ficciones de Dan Brown).
La introducción del culto de la Preciosísima Sangre en la Liturgia Católica es más bien reciente. En Roma existía una cofradía a ella dedicada bajo Gregorio XIII (1572-1580). En 1808 era revivida por san Gaspar del Búfalo (fundador de los Misioneros de la Preciosa Sangre) y el P. Francesco Albertini en la iglesia de San Nicolás in Carcere Tulliano y elevada a archicofradía y enriquecida con numerosas indulgencias por Pío VII (1800-1823). Pero no fue hasta el pontificado de Pío IX cuando se instituyó la fiesta. El papa Mastai –que también había favorecido con diversos privilegios la archicofradía romana y había aprobado el Escapulario Rojo– dio un decreto en 1849, al regreso de su exilio de Gaeta, estableciendo una fiesta peculiar en honor de la Preciosísima Sangre a celebrarse en Roma con misa propia el primer domingo de julio. No podía ser más oportuno este recuerdo tan especial de la Pasión de Jesucristo en unos difíciles momentos para el Pontificado Romano, en trance de pasar su propia pasión por obra de la Revolución liberal y del Risorgimento.
En el año santo de 1933, para conmemorar el milésimo nonagentésimo aniversario de la Pasión de Nuestro Señor, Pío XI extendió la festividad de la Preciosísima Sangre a la Iglesia universal con la categoría litúrgica de doble de primera clase (la máxima). El santo Juan XXIII aprobó el 3 de marzo de 1960 las Letanías respectivas, mandando incluirlas en el Rituale Romanum (tit. XI, cap. III), con lo que pasaron a ser auténticas (son las que reproducimos en estas líneas). Recomendamos vivamente rezarlas diariamente durante este mes de julio que empieza, a poder ser acompañando el Septenario de la Preciosísima Sangre que consignamos a continuación.
SEPTENARIO DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
Oración preparatoria
¡Oh Sangre preciosa de
Jesús!, precio infinito del rescate de la humanidad pecadora, bebida y
lavatorio de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los
hombres ante el trono de la suprema Misericordia, os adoro profundamente, y
quisiera, en cuanto me fuere posible, resarciros de las injurias y ultrajes que
recibís continuamente de los hombres, especialmente de aquellos que se atreven
temerariamente a blasfemar contra Vos. ¿Y quién no bendecirá esta Sangre de
valor infinito? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús, que la derrama?
¿Qué sería de mí si no hubiese sido rescatado por esta Sangre divina? ¿Quién ha
sacado de las venas de mi Señor hasta la última gota? ¡Ah! Ha sido ciertamente
el amor. ¡Oh, amor inmenso, que nos has dado este tan saludable bálsamo! ¡Oh
bálsamo inapreciable, brotado del manantial de un inmenso amor! ¡Ah! Haced que
todos los corazones y todas las lenguas os puedan alabar, ensalzar y dar
gracias, ahora y por siempre. Amén.
I
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la
preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por la
propagación y exaltación de mi querida Madre la Santa Iglesia, por la
conservación y prosperidad de su Cabeza visible, el Soberano Romano Pontífice,
por los Cardenales, Obispos y Pastores de almas y por todos los ministros del
Santuario. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha
salvado.
II
Eterno Padre, os ofrezco
los méritos de la preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino
Redentor mío, por la paz y concordia entre los reyes y príncipes [gobernantes]
católicos, por la humillación de los enemigos de la santa Fe y por la felicidad
del pueblo cristiano. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
III
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la
preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por la
propagación y exaltación de mi querida Madre la Santa Iglesia, por el retorno
de los incrédulos, por la extirpación de todas las herejías y por la conversión
de los pecadores. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha
salvado.
IV
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la
preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por
todos mis parientes, amigos y enemigos, por los indigentes, enfermos y
atribulados, y por todos aquellos por quienes sabéis que debo rogar y por
quienes queréis Vos que ruegue. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
V
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la
preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por
todos aquellos que hoy pasarán a la otra vida, para que los libréis de las
penas del infierno y los admitáis con la mayor solicitud en la posesión de
vuestra gloria. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha
salvado.
VI
Eterno Padre, os ofrezco los méritos de la
preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino Redentor mío, por
todos aquellos que aman un tan gran tesoro, por todos los que se han unido
conmigo en adorarlo y honrarlo, y, en fin, por todos los que se ocupan en
propagar esta devoción. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha
salvado.
VII
Eterno Padre, os ofrezco
los méritos de la preciosísima Sangre de Jesús, vuestro amado Hijo y divino
Redentor mío, por todas mis necesidades espirituales y temporales; en sufragio
de las santas almas del purgatorio, especialmente de las que han sido más
devotas del precio de nuestra redención y de los dolores y las penas de nuestra
amada Madre María Santísima. Gloria Patri…
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
Alabada sea la Sangre de Jesús, ahora y siempre y por todos los siglos de los siglos. Amén.
Sea siempre bendito Jesús y dénsele gracias, porque con su Sangre nos ha salvado.
Alabada sea la Sangre de Jesús, ahora y siempre y por todos los siglos de los siglos. Amén.
Letanías de la Preciosa Sangre
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espiritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Sangre de Cristo, hijo único del Padre Eterno, sálvanos.
Sangre de Cristo, Verbo encarnado,
Sangre de Cristo, Nuevo y Antiguo Testamento,
Sangre de Cristo, derramada sobre la tierra durante su agonía,
Sangre de Cristo, vertida en la flagelación,
Sangre de Cristo, que emanó de la corona de espinas,
Sangre de Cristo, derramada sobre la Cruz,
Sangre de Cristo, precio de nuestra salvación,
Sangre de Cristo, sin la cual no puede haber remisión,
Sangre de Cristo, alimento eucarístico y purificación de las almas,
Sangre de Cristo, manantial de misericordia,
Sangre de Cristo, victoria sobre los demonios,
Sangre de Cristo, fuerza de los mártires,
Sangre de Cristo, virtud de los confesores,
Sangre de Cristo, fuente de virginidad,
Sangre de Cristo sostén de los que están en peligro,
Sangre de Cristo, alivio de los que sufren,
Sangre de Cristo, consolación en las penas,
Sangre de Cristo, espíritu de los penitentes,
Sangre de Cristo, auxilio de los moribundos,
Sangre de Cristo, paz y dulzura de los corazones,
Sangre de Cristo, prenda de la vida eterna,
Sangre de Cristo que libera a las almas del Purgatorio,
Sangre de Cristo, digna de todo honor y de toda gloria,
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
V. Nos rescataste, Señor, por tu Sangre.
R. E hiciste nuestro el reino de los cielos.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espiritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Sangre de Cristo, hijo único del Padre Eterno, sálvanos.
Sangre de Cristo, Verbo encarnado,
Sangre de Cristo, Nuevo y Antiguo Testamento,
Sangre de Cristo, derramada sobre la tierra durante su agonía,
Sangre de Cristo, vertida en la flagelación,
Sangre de Cristo, que emanó de la corona de espinas,
Sangre de Cristo, derramada sobre la Cruz,
Sangre de Cristo, precio de nuestra salvación,
Sangre de Cristo, sin la cual no puede haber remisión,
Sangre de Cristo, alimento eucarístico y purificación de las almas,
Sangre de Cristo, manantial de misericordia,
Sangre de Cristo, victoria sobre los demonios,
Sangre de Cristo, fuerza de los mártires,
Sangre de Cristo, virtud de los confesores,
Sangre de Cristo, fuente de virginidad,
Sangre de Cristo sostén de los que están en peligro,
Sangre de Cristo, alivio de los que sufren,
Sangre de Cristo, consolación en las penas,
Sangre de Cristo, espíritu de los penitentes,
Sangre de Cristo, auxilio de los moribundos,
Sangre de Cristo, paz y dulzura de los corazones,
Sangre de Cristo, prenda de la vida eterna,
Sangre de Cristo que libera a las almas del Purgatorio,
Sangre de Cristo, digna de todo honor y de toda gloria,
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
V. Nos rescataste, Señor, por tu Sangre.
R. E hiciste nuestro el reino de los cielos.
Oremos. Dios Eterno y Todopoderoso que constituíste a tu hijo único Redentor del
mundo, y que quisiste ser apaciguado por su sangre, haz que venerando el precio
de nuestra salvación y estando protegidos por él sobre la tierra contra los
males de esta vida, recojamos la recompensa eterna en el Cielo. Por Jesucristo
Nuestro Señor. V. Amén.