24 febrero 2015
Iago
Gallo celebró ayer el funeral de su sobrino, Marcos
Pou, seminarista de la diócesis de Barcelona fallecido en un accidente el pasado 21. En la
homilía recordó la pasión de Marcos por Jesucristo.
Hace unos días, la diócesis de Barcelona tuvo que
enfrentarse a la triste noticia del fallecimiento de uno de sus seminaristas,
Marcos Pou Gallo, que murió en un accidente de moto. En la homilía de su
funeral, su tío Iago Gallo recordó la entrega de Marcos y el valor de su
sí al Señor, que es un ejemplo para todos los cristianos.
Asimismo, este sacerdote quiso subrayar cómo era
imposible estar cerca de este seminarista sin acabar mirando al cielo: “Era
imposible estar con Marcos y no girar el cuello para intentar sorprender
presente a Aquél que hacía a Marcos”.
Aquí reproducimos esta homilía en la que se resalta la
vocación al sacerdocio de Marcos, sus ganas de entregarse al servicio de los
demás y la aceptación alegre de la voluntad de Dios, a veces difícil de
entender para los hombres:
Algunos privilegiados
-porque así lo había decidido él- unos poquitos (no sé cuantos, supongo que
éramos dos o tres), sabíamos, hace ya tiempo (años incluso), que Marcos iba a
sorprender (aunque a sorprender a medias, porque allí donde iba le preguntaban
si era seminarista). Pero sabíamos que al término de su carrera de física,
Marcos iba a sorprender con la noticia de que ingresaba en el Seminario de la
Diócesis de Barcelona.
Y así fue. Se cumplió su
sueño de ver llegar ese día. Ese día precioso de poder comunicar a todos por
qué estaba viviendo cómo estaba viviendo. Y por fin desvelaba la
incógnita. “¿Y ahora que terminas la carrera, qué vas a hacer?, y nos
despistaba a unos y a otros con balones despejados”.
La noticia era “quiero
ser sacerdote”. “Quiero entrar en el seminario”. Y fijáos, ha sido precioso
poder acompañar a Marcos en estas semanas. Viendo cómo se cumplía este sueño
tan atesorado por él, tan mimado, tan custodiado; tan absolutamente querido. Y
se juntaba a los sacerdotes y miraba a los sacerdotes. Pero quería ser
sacerdote, no por el quehacer sacerdotal, sino por el rostro de
Jesucristo.
Nos ha explicado estas
semanas -aunque lo hemos visto en cómo ha vivido estos últimos años de su vida-
nos ha explicado, ¡nos ha mostrado! casi, mejor dicho, cómo para él, en su
experiencia, Jesucristo era algo tan absolutamente real, algo tan concreto, tan
experimentable; como dice San Juan: “lo que mis ojos vieron, lo que mis oídos
oyeron y lo que pude tocar con las manos”. Cristo era tan hermoso y estaba tan
presente, que Marcos se atrevió a decirLe que sí. A decirle que sí para
siempre.
Y se jugó sus amores
humanos, se jugó su honra; se lo jugó todo. “Me voy a hacer cura”. En
este momento histórico. “Me voy a hacer cura”. Es como si nos dijese
(fijáos y me entendéis): “no es verdad que han pasado dos mil años. Cristo está
vivo. Cristo está vivo. Cristo -como decimos en el ángelus todos los días-
habita entre nosotros”.
Y el sacerdote, no es una
descripción nada teológica, pero el sacerdote es aquél que, de la mano de
Jesucristo, porque, esta manera de ser, este caminar entre los hombres así lo
inventó Jesucristo; es aquél que estirando los brazos, estirando mucho los
brazos; estirando los brazos todo lo que puede, con un brazo, con una mano,
aferra a Dios, con la otra mano, aferra al hombre, y les lleva -al hombre y a
Dios- a la comunión.
El sacerdote es aquél que
a pesar de sus miserias humanas, y por la gracia de nuestro Señor Jesucristo,
consigue que el hombre y Dios se encuentren. Y fijaos: Marcos no ha pasado por
el sacramento del Orden. No le ha hecho falta a nuestro Señor. Pero Marcos ya
era sacerdote. Marcos, todo su hacer; todo su caminar; todo su hablar, era
sacerdotal.
La mayoría de los que
estáis aquí le conocéis. Habéis tratado con él. Y era imposible. Era
absolutamente imposible estar con Marcos más de media hora, sin que se acabase
hablando de Jesucristo.
Era imposible seguir un
poco la pista de sus viajes, del modo en el que empleaba su tiempo; era
imposible ver cómo sonreía, ver cómo bromeaba, ver cómo chinchaba
(especialmente a Mateo y a Juan – sus hermanos pequeños-) sin descubrir que ahí
había algo grande. Era imposible estar con Marcos y no girar el cuello para
intentar sorprender presente a Aquél que hacía a Marcos.
Y Marcos le dijo que sí:
Marcos al Señor le dijo que sí. Y le dijo que sí de verdad. ¡Le dijo que
sí de verdad! Marcos, -no nos habituemos a esto-, le dijo que sí a Dios. Y
Dios, con ese designio suyo que ¡gracias a Dios nos supera!, gracias a Dios
supera el nuestro; Dios acogió su sí. Y como era un sí gratuito, sin condiciones,
Dios ha hecho con el Sí de Marcos lo que le ha dado la gana.
Porque Marcos le dio su
sí a Dios. Le pertenecía a Dios. Y Dios dijo: yo con esto hago lo que
quiero. Y miramos al Señor y le decimos: “¡Caramba Señor! Parece que te
sobran los sacerdotes. Porque pocos que somos, y este valía la pena, y te lo
llevas”.
Y el Señor nos está
diciendo: “Porque voy a bendeciros de otra manera; porque voy a cuidar la
diócesis de Barcelona y la Iglesia de otra manera.” “Porque lo puedo hacer yo
también”. Porque Marcos lo puede hacer desde el cielo. Porque Marcos puede
acompañarnos desde el cielo. Marcos, de la mano de nuestro Señor, Marcos
resucitado, puede hacerlo.
Pensaba yo anoche, cuando
ya me metí en la cama, después de la jornada de ayer tan preciosa; pensaba en
lo siguiente: ¡Si es que es verdad, caramba! ¡Si es que es verdad que Cristo y
Marcos se querían; se quieren! ¡Es que es verdad! Y pensaba: ¿me voy a meter yo
en esa relación? ¿Voy a opinar yo sobre “cómo se quieren Cristo y Marcos”,
”cómo se quieren Marcos y Cristo”? ¿Voy yo a opinar que debería haber sido de
otra manera? ¿Me voy a atrever yo a decirle a Marcos: no se quiere así al
Señor, porque mira lo que te hace? ¿Me voy a atrever yo a decirle al
Señor, con el sí de mi sobrino: “eso no es justo”? ¿Me voy a atrever?
Fijaos que, -es algo que
he tenido presente ayer, porque ayer y hoy han sido un día precioso-,
Dios, ¡nos ha hecho trampas! ¡Nos ha hecho trampas Dios! Pero no con la
muerte de Marcos: nos ha hecho trampas, ¡con la vida de
Marcos! ¡Porque nos lo ha regalado! Nos lo ha puesto delante, ¡y nos
ha enamorado! Y en el mirar a Marcos -y era normal, eh, Marcos era
normal-; en el mirar a Marcos (salvo que uno fuese muy torpe, o muy ciego); en
el mirar a Marcos uno decía: “es evidente que hay alguien que hace a este
tío”. Es evidente que hay uno que hace que Marcos sea así de
atractivo. ¡Es evidente! En el rostro, en el gesto, en la voz, en el
abrazo de Marcos. ¡Es evidente! Y Dios nos ha hecho trampas ahí:
porque en el mirar a mi sobrino, en el mirar a Marcos, ¡los ojos se te iban al
cielo! Y pensaba yo ayer: ¿cómo me voy a enfadar yo con éste que me ha hecho
trampas! ¿Cómo me voy a enfadar yo con el que me ha regalado a
Marcos -fijaos-, a cambio de nada? ¡Porque nos lo ha regalado “a cambio de
nada”!
¿Alguien ha pagado un
precio por poder ser amigo de Marcos? ¿Alguien ha pagado un precio? ¡Si es
gratis! Nos lo han regalado gratis. Y no nos lo han arrebatado. Nos lo han
regalado gratis, y nos lo siguen regalando gratis.
Siempre digo, porque es
así: Dios no da para luego quitar. Dios da para dar. Y a Marcos nos
lo ha dado. Y nos lo ha dado para siempre. Ahora ciertamente, como hemos
escuchado en la liturgia, de una manera distinta, pero para siempre.
Estos días le agradezco
infinitamente a Marcos, con su vida y con su muerte, y agradezco infinitamente
a nuestro Señor que me mostrase de una manera que yo pudiera entender, y ojalá
podamos todos entender, esta frase que hemos trabajado en estos meses en
Escuela de Comunidad: “la vida no es un quehacer: la vida es un afecto”. Y el
afecto, en Marcos, se cumple. Marcos quería al Señor. Marcos quiere
al Señor.
Fijaos: nosotros podemos
seguir viviendo así. Podemos seguir viviendo en el afecto. No sé cuantos
cientos de abrazos estamos recibiendo en estos días, pero son todos reales. Son
todos de verdad. Todos de verdad. Son abrazos que vienen de lo alto.
Vamos a poner a Marcos en
las manos de la Virgen para que lo acompañe hasta su casa. Hasta su nueva casa,
donde le encontraremos el día que a nosotros también se nos llame. Así sea.
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