San Juan de Brébeuf es el primero de los jesuitas misioneros en el Canadá |
San Juan
de Brébeuf es el primero de los jesuitas misioneros en el Canadá. Él inicia la
evangelización de los pueblos indígenas de la parte norte de América.
SAN
JUAN DE BREBEUF sj
Fiesta: 19 de octubre
Es el patrono de los
jesuitas del Canadá y uno de los más insignes misioneros de la Compañía de
Jesús.
Nacimiento y patria
Juan
nace el 25 de marzo de 1593, en Condé sur Vire, en la Normandía oriental,
Francia.
Pertenece
a una familia de terratenientes y granjeros. Sus padres son ricos, y bien
considerados dentro de su clase, y en toda la región. Son católicos decididos,
a pesar del predominante calvinismo de Normandía.
Su formación
El
maestro de la escuela, o tal vez el sacerdote de la parroquia de Condé sur
Vire, le enseña a leer y a escribir.
Debido a
la posición de la familia, Juan estudia después en la Academia de la vecina
ciudad de Saint Lô. Más tarde da comienzo a los estudios humanísticos en la
Universidad de Caen.
Con los jesuitas
Juan de
Brébeuf tiene 16 años cuando la Compañía de Jesús abre un Colegio en la ciudad
de Caen. El se inscribe allí para los estudios de filosofía.
El
Colegio es clausurado al año siguiente, en 1610, pero los jesuitas mantienen
una Residencia en la ciudad. Juan continúa bajo la guía espiritual de sus
antiguos maestros.
De nuevo
en la Universidad de Caen, termina la filosofía y hace unos cursos de teología
moral. No tiene aún determinado si debe ofrecerse como seminarista al obispo de
Bayeux o ingresar a la Compañía de Jesús.
En 1614
hace su discernimiento vocacional. Tiene entonces 21 años. Se decide por la
Compañía de Jesús pero posterga su ingreso por asuntos familiares.
Regresa
a Condé sur Vire para dirigir y administrar las fincas de su familia. Tres años
después, a los 24 de edad, pide formalmente la admisión en la Compañía de
Jesús.
El noviciado
A
primeros de noviembre de 1617, Juan de Brébeuf llega a Rouen montando a
caballo.
La
primera impresión del Maestro de novicios es la de tener ante sí a un normando
de los viejos tiempos. La edad es mayor que la de los otros. La estatura es
excepcional, una cabeza más alto. Es muy enjuto de carnes, ancho de espaldas y
bien proporcionado. Tiene facciones muy normandas: nariz prominente, labios
gruesos, pómulos elevados y unos ojos que miran de frente y sin temor.
El 8 de
noviembre, termina la Primera probación y se incorpora a la vida de la
comunidad. Sus compañeros, unos cincuenta, son menores que él, y casi todos son
normandos.
Hace el
mes de Ejercicios espirituales, y se acaban las dudas de si debe ser sacerdote
o hermano.
El 8 de
noviembre de 1619, pronuncia los votos perpetuos de pobreza, castidad y
obediencia en la Compañía de Jesús.
El magisterio
Como
Juan ha terminado los estudios humanísticos y de filosofía antes de su ingreso,
no es enviado al Colegio de La Flèche con los demás jesuitas de su clase.
Es
destinado al Colegio de Rouen para la experiencia del magisterio. El Colegio se
halla al doblar la esquina del mismo Noviciado. Sus alumnos son los del curso
de Gramática inferior, todos de doce años. Con enorme paciencia, enseña bien y
cuida la conducta de esos niños inquietos.
Al año
siguiente, 1620, con los mismos niños, Juan de Brébeuf empieza a dictar el
curso de Media Gramática. Pero se enferma muy seriamente, con fiebres periódicas,
toses violentas y depresión. No es capaz, por consiguiente, de dar sus clases.
La ordenación
sacerdotal
El
Provincial, entonces, juzga aconsejable que sea ordenado sacerdote antes de
morir. Para ello, señala a un sacerdote del Colegio para que le dé los cursos
de Teología, Sagrada Escritura y Derecho canónico que le faltan.
En
septiembre de 1621, en un tosco carruaje viaja a Lisieux a recibir el
Subdiaconado. El 18 de diciembre del mismo año, recibe el diaconado en la
Catedral de Bayeux. El 19 de febrero de 1622, en Pontoise, se ordena de
presbítero.
Su
primera Misa la dice en la fiesta de la Anunciación. Es su cumpleaños, pero por
ser Viernes Santo, la fiesta se traslada al 4 de abril.
Con la
ordenación sacerdotal, la mejoría de Juan de Brébeuf se acentúa notablemente.
Ese mismo año es Ayudante del Ecónomo en el Colegio de Rouen. Al año siguiente
es el Ecónomo titular. No es un cargo fácil. El Colegio tiene 600 alumnos y
todavía deben hacerse construcciones nuevas.
La vocación al Canadá
En Rouen,
Juan tiene la oportunidad de conocer a dos sacerdotes franciscanos que han
regresado de Nueva Francia, desde América del Norte.
El
normando se interesa. La petición oficial de los franciscanos a la Compañía de
Jesús para ser ayudados en las misiones del Canadá no es ningún secreto.
Juan se
ofrece para la primera expedición. El Provincial no le da ninguna seguridad de
hacer el viaje, pero lo deja inscrito en el gran registro de las peticiones.
Y Juan
es elegido, casi sin tener esperanzas. Siente entonces un profundo gozo y un
agradecimiento inmenso a Dios. Con él, son tres sacerdotes y dos Hermanos. Como
Superior va designado el P. Carlos Lalement, director de estudios en el Colegio
de Clermont de París. Son los últimos días de marzo de 1625.
Preparativos
La flota
hacia Nueva Francia debe zarpar desde el puerto de Dieppe a mediados de abril.
Hay que llevar de todo: alimentos, ropa, colchones, sábanas, útiles de cocina,
herramientas, medicinas, vasos sagrados, libros... En Nueva Francia no hay casi
nada.
Si
olvidan algo, deberán esperar al año siguiente, cuando la flota haga otro
viaje. En los últimos días hay dificultades, pero no impiden la partida de los
jesuitas.
El mundo americano
El 24 de
abril de 1625, zarpa la flota de tres barcos. La travesía dura siete semanas.
El 16 de
junio, los veleros llegan al fondeadero de Moulin Baude y esperan la corriente
y la marea favorables para seguir al interior de la caleta de Tadoussac.
Juan de
Brébeuf contempla maravillado ese nuevo mundo. Alrededor del barco hay muchas
canoas con remeros desnudos, de piel rojiza. Cantan y marcan el ritmo. En las
orillas pululan los indígenas, hombres, mujeres y niños. Casi todos están
semidesnudos. Algunos van pintados, con grasa azul, roja, negra o blanca. Es
toda una algarabía de voces, profundamente guturales, como graznidos de
cuervos. El paisaje es hermoso. Brébeuf queda fascinado con los bosques, los
pájaros y los rayos del sol sobre el río.
En
chalupas remontan el río San Lorenzo. Todo es cada vez más asombroso. Cinco
días y sus hermosas noches llenan a los misioneros de profundo consuelo.
Quebec
Por fin
oyen el grito tan esperado: ¡Quebec, Quebec! Es el 15 de julio de 1625.
Pero la
Compañía Montmorency, responsable de la colonia francesa, prohibe el desembarco
de los jesuitas. Los franciscanos los defienden valientemente y, después de
mucho parlamentar, logran el desembarco y reciben a sus amigos jesuitas en su
pequeño convento de Quebec.
Por los
franciscanos, conocen toda la dificultad de la nueva misión. La Compañía
Montmorency no se preocupa sino de sus intereses comerciales. En Quebec viven
51 residentes franceses, de los cuales 33 son empleados de la Compañía
comercial. Eso es todo.
Las
construcciones son miserables barracas, excepto el almacén y la casa del
gobernador. Los franceses casi todos son hugonotes, o malos católicos. Los
indígenas algonquines, que comercian en Quebec, son nómades y no se muestran
dispuestos a escuchar la doctrina cristiana. Ningún recoleto franciscano ha
podido aprender la lengua.
Los
franciscanos les hablan también de los indígenas hurones, en el lejano oeste.
Son sedentarios, cultivan el trigo y viven en casas permanentes, agrupadas tras
una empalizada. Se han mostrado amistosos y buscan ayuda para defenderse de sus
enemigos los iroqueses. Tal vez allí, podría instalarse una Misión.
Hacia una Misión entre
los hurones
Dos
semanas después, Juan de Brébeuf y un franciscano remontan el río San Lorenzo,
hacia el país de los hurones.
Empaquetan
lo necesario para pasar allá un invierno: galleta de barco, alimentos, carpas y
ropa de abrigo, lo que necesitan para celebrar misa, algunos libros, hachas,
cuchillos, ollas y baratijas. Lo más valioso es una lista de palabras y frases
en dialecto hurón, recopiladas por los franciscanos.
Por
semanas remontan el río en unas canoas. En el lugar denominado Trois Rivières,
deben unirse a los comerciantes de la Compañía Montmorency para poder
continuar. En el cabo Victoria los franceses tienen la costumbre de esperar a
los hurones, de río arriba, para traficar con ellos.
En ese
lugar Juan de Brébeuf los contempla por primera vez. Algunos usan el pelo
formando una especie de moño en la coronilla, y el resto del cráneo está
rapado. Otros tienen el cabello engrasado, pegado a las orejas y al cuello.
Muchos ostentan franjas de pelo, de dos o tres dedos de ancho, alternando con
trozos rapados, desde la frente hasta el cuello. Todos los rostros están
embadurnados. Tienen una franja negra de oreja a oreja, con círculos blancos en
los ojos y en la boca. El pecho, el vientre, los brazos y la espalda relucen
con grasa de color. Usan collares de conchas, pulseras en los brazos y
cinturones. Algunos tienen pendientes en las orejas y en la nariz.
Los
franceses de Trois Rivières deciden no permitir el viaje a los misioneros. Un
franciscano, el P. Nicolás Viel, ha perecido ahogado el año anterior, después
de haber pasado dos inviernos con los hurones. Las explicaciones de los jefes
hurones, por cierto, no parecen claras. Más bien, dejan en los franceses la
impresión de un crimen.
Los
misioneros, sin embargo, traban amistad con algunos jefes. A Juan de Brébeuf lo
miran con cierta admiración: por su altura y corpulencia. Lo empiezan a llamar
"Echon", al no poder pronunciar el nombre francés de Juan.
Los dos
misioneros insisten en seguir. Hay un largo parlamento. Al fin, los hurones,
ante las sospechas, pretextan no tener sitio en las canoas. Entonces, todos los
franceses regresan a Quebec.
La misión de los
algonquines
En
Quebec, Juan de Brébeuf y sus compañeros se dedican a la construcción de la
Residencia jesuita, junto al río San Carlos, a unas dos millas de la aldea. Y
desde allí, empiezan la dura tarea de evangelizar a los algonquines. Es muy
poco lo que pueden hacer.
Juan
obtiene del P. Lalement, por insistencia de ruegos, la licencia para
incorporarse a un grupo de algonquines, que acepta su compañía en su vivir
nómade de pleno invierno.
Con
ellos camina, navega en canoas, atraviesa bosques, participa en la caza del oso
y del castor. Sube montañas, sufre la nieve. Comparte muchas veces el hambre.
Lo más duro es la convivencia promiscua en los campamentos, junto al fuego.
Pero aprende mucho, costumbres y palabras de su lengua extraña.
De nuevo hacia los
hurones
El 14 de
julio de 1626, llegan a Quebec, desde Francia, otros tres jesuitas. Con uno de
ellos y un sacerdote franciscano, Juan de Brébeuf inicia nuevamente la
expedición hacia los hurones. En el cabo de la Victoria los encuentran, igual
que el año anterior.
Hay
muchos regateos, muchos rechazos, insistencias y ruegos. Por fin, Echon se embarca en una canoa hurona.
Debe remar, llevar cargas, atravesar cascadas con la canoa a cuestas, remontar
el cenagoso río Ottawa.
A las
tres semanas, llegan al lago de los indios nipissingos, aliados de los hurones.
Allí descansan dos días. Continúan. Es una sucesión interminable de rápidos y
el agua es negra. Navegan otros cuatro días a través de canales traidores.
Por fin,
llegan a la Bahía Georgia en el Lago Hurón. Reman noventa millas y arriban al
extremo sur. Un poco más arriba queda la aldea hurona de Toanché, de quince
casas.
De
rodillas, Juan de Brébeuf da gracias a Dios. Los hurones, las mujeres y los
niños lo miran con asombro.
Entre los hurones
Durante
el invierno, Juan aprende a vivir como un hurón. Su alimentación es el maíz, el
pescado y la carne de castor, de oso y de antílope.
En junio
de 1627, su compañero jesuita, el P. Anne Nouë, regresa a Quebec. No puede
acostumbrarse.
Juan
visita, una tras otra, las 25 aldeas del pueblo hurón. Poco a poco, empieza a
querer a ese pueblo que Dios le ha puesto en su camino. El aprendizaje del
idioma es, sin duda, lo más duro.
En el
mes de junio de 1628, también lo abandona el compañero franciscano. Juan queda,
entonces, totalmente solo.
En el
tercer invierno, trabaja duramente en un diccionario, en una gramática y en la
traducción del Catecismo Ledesma. No quiere bautizar a nadie en esos tres años.
Solamente
es un amigo del pueblo hurón.
Expulsado del nuevo
mundo
En junio
de 1629, también él debe abandonar Toanché. Por obediencia, se le pide regresar
con maíz. En Quebec la población muere de hambre. Los ingleses están cerca y es
necesaria su ayuda.
Pocos
días después de llegar, atacan los ingleses y Quebec se rinde. La población
francesa y con ella, los franciscanos y los jesuitas, pasan a Tadoussac para
regresar a Francia.
En Francia
El P.
Juan de Brébeuf y sus cinco compañeros jesuitas llegan a Calais los últimos
días de octubre de 1629. En París entrega al Provincial informes escritos y
verbales sobre la Nueva Francia. En todos los ambientes es admirado y, con gran
curiosidad, quieren conocer sus experiencias entre los "salvajes".
La
Compañía Montmorency es reemplazada por la de los Cien Asociados, decisión
tomada por el Cardenal Richelieu, de acuerdo con los recoletos y los jesuitas.
La Tercera Probación
Juan de
Brébeuf entra entonces al curso de Tercera Probación bajo la tutela del famoso
P. Luis Lalement. Hace el mes de Ejercicios, y el 20 de enero de 1630
pronuncia los últimos Votos en la Compañía de Jesús.
Conservamos
el mejor de sus propósitos. "Sea yo destrozado antes de violar
voluntariamente una disposición de las Constituciones. Nunca descansaré, jamás
he de decir: basta".
El regreso al Canadá
En 1632,
el Cardenal Richelieu ordena el regreso a Nueva Francia. Ha obtenido la
restitución de parte de Inglaterra y ha dispuesto la organización de un imperio
para Francia.
Pero
esta vez, la evangelización queda sólo bajo la responsabilidad de la Compañía
de Jesús. Excluye, así, a los franciscanos recoletos, con gran pesar de todos.
En la
primera expedición, no es incluido el P. Juan de Brébeuf, y debe quedarse en
Francia con profunda pena. En ella parte su amigo el Padre Antonio Daniel.
Pero el
23 de marzo de 1633, se embarca en el buque insignia del ahora Virrey Samuel
Champlain. Es una vuelta en gloria y majestad.
El 25 de
mayo de 1633 está nuevamente en Quebec. Juan de Brébeuf baja aprisa y corre
hasta Nuestra Señora de los Angeles para abrazar, emocionado, a sus compañeros.
La Misión de Ihonatiria
A
principios de julio de 1633, llegan los hurones y prometen llevar con ellos a Echon, el próximo verano. Irán tres: los
PP. Antonio Daniel, Ambrosio Davost y él. Además, seis franceses les ayudarán
en las construcciones.
El 4 de
julio de 1634, Brébeuf viaja en dirección a los hurones y bendice la fundación
del Fuerte de Trois Rivières, la futura ciudad. Y de nuevo viene el viaje
extenuante. "Hemos llevado a cuestas
nuestras canoas 35 veces y las hemos remolcado, por lo menos, cincuenta".
Se
establece esta vez en Ihonatiria, adonde se han trasladado los hurones de
Toanché. Con sus amigos construye la casa de la Misión de San José y se da, con
entusiasmo, al trabajo apostólico.
En 1635
los jesuitas se atreven a bautizar a dos ancianos. Visitan con gran sacrificio
todas las aldeas huronas. Son bien recibidos. Juan ya puede decir en lengua
hurona casi todo lo que quiere y, por cierto, ésa es la mejor de sus ventajas.
Día a día adquiere autoridad y crédito ante el pueblo.
El 13 de
agosto de 1635, llegan a su lado los PP. Francisco Le Mercier y Pedro
Pijart. En 1636, envía a 12 jóvenes hurones a Quebec para ser educados en la
Misión de Nuestra Señora de los Angeles.
El 13 de
agosto de 1636, llegan a la Misión el padre Carlos Garnier y otro jesuita y, el
11 de septiembre, Isaac Jogues y un joven francés.
Las epidemias
Pero con
los nuevos misioneros, llega también la gripe que hace ya estragos en Quebec y
Trois Rivières. En la Misión hurona de San José, todos los jesuitas y gran
parte de los franceses caen enfermos y quedan al borde de la muerte. Solamente
Juan de Brébeuf escapa al contagio y puede dedicarse con gran sacrificio a sus
súbditos y hermanos.
Poco
después, la aldea hurona entera se contagia y Echon pasa a ser el principal médico que desafía a los hechiceros.
Sólo en febrero de 1637, la epidemia empieza a ceder.
El fundador de misiones
El 8 de
junio de 1637, Juan de Brébeuf funda la Misión de Nuestra Señora de la
Concepción, en Ossosané, la capital hurona de la nación del Oso.
La
epidemia de fiebre recrudece en julio en toda Huronia. Ahora se sospecha que
los "sotanas negras" son los causantes. Todos los misioneros están
entonces en peligro de muerte.
Juan
logra la conversión de uno de los jefes, Chihwatenhwa, a quien ha cuidado con
enorme cariño durante las fiebres. Pero el peligro de la vida es evidente. Se
han multiplicado las miradas de odio.
El voto del martirio
Juan
escribe, entonces, su voto de martirio, para pronunciarlo todos los días en la
misa.
"Formulo mi voto en presencia Tuya, del Padre
Eterno y del Espíritu Santo. En presencia de tu Madre y de San José, ante los
ángeles, apóstoles y mártires, ante mi padre San Ignacio y San Francisco
Javier. Formulo mi voto formal, y lo dedico a Ti, Jesús. Si la gracia del
martirio se me ofrece, por tu infinita misericordia, no dejaré pasar esta
gracia. Hago este voto por el resto de mi vida. A Ti, Señor Jesús, te ofrezco
con placer mi sangre, mi cuerpo y mi alma, desde este día, y me ofrezco con
gozo a morir por Ti, si así lo deseas Tú que moriste por mí".
La cosecha del
misionero
El 1 de
febrero de 1638, Juan de Brébeuf es nombrado solemnemente jefe hurón. Es el
mayor honor que puede obtener un misionero.
Las
conversiones continúan. Tiene el consuelo de bendecir el primer matrimonio en
tierra hurona, el de José Chihwatenhwa y de María su esposa.
El 25 de
junio de 1638, decide trasladar la Misión de San José desde Ihonatiria a
Teanaustayé, la capital hurona de la nación de la Cuerda. Deja allí a Isaac Jogues
y a Pedro Chastellain.
Un nuevo Superior
El 26 de
agosto de 1638, llegó a Huronia el P. Jerónimo Lalement, con el cargo de
Superior.
De
inmediato el P. Lalement, secundado por Juan de Brébeuf, decide organizar
definitivamente la Misión. Acepta las ideas de Echon y juntos echan las bases de la institución de los "donados" en la Compañía. Se
necesitan muchos misioneros. La mies es demasiado grande.
Los
donados serán laicos en servicio de las obras de la Compañía. Vivirán como
religiosos, pero solamente con votos privados. Ellos tendrán la gran
responsabilidad de las construcciones, la catequesis y todo lo material de las
misiones.
La guerra con los
iroqueses
Juan de
Brébeuf es trasladado a la Misión de Teanaustayé, la que poco después se divide
en dos. Todo parece sonreír.
Pero la
tradicional guerra de los hurones y los iroqueses recrudece ese año. En una
redada hurona, caen prisioneros 80 iroqueses. Según la ley hurona, son
condenados a torturas y muerte. Echon,
como jefe hurón, tiene acceso a los concilios y puede convertir a un buen
número de ellos. Ellos desean tener, después de la muerte, una vida feliz en la
otra que se les promete.
También
las conversiones, en los poblados de la Misión, aumentan con la alegría
profunda de los misioneros. En 1638, el número de cristianos llega a 50. En
1639, en las tres Misiones se cuentan 96.
La Misión de Santa
María
A fines
de agosto de 1639, el P. Jerónimo Lalement decide agrupar a los misioneros de
toda la Misión hurona en un solo sitio. Funda, así, la Misión de Santa María,
relativamente cerca de la antigua aldea de Toanché.
Pero muy
pronto llega a los poblados hurones la epidemia de la viruela. Nuevamente, la
mortandad es de los indios y el peligro para los misioneros. ¿Por qué no mueren
los sotanas negras? Pueden ser los causantes porque no desean sanar a los
hurones.
El 2 de
noviembre de 1639, el padre Juan de Brébeuf es destinado por su superior a
fundar una Misión entre los indios neutrales, al sur de Huronia. El nombre de
"neutrales" lo reciben porque viven en paz con los hurones y también
con los iroqueses del lado sur del lago Erie.
Juan,
con un compañero jesuita, dos donados y un joven hurón, avanza hacia el sur. Al
séptimo día llegan al poblado de Kanducho. El idioma es un dialecto parecido al
hurón, con marcadas diferencias de pronunciación. Todos los neutrales usan
tatuajes. Las caras, los cuerpos, los brazos y las piernas muestran franjas
negras, círculos y dibujos.
Juan de
Brébeuf comienza el recorrido de todas las aldeas. Pero no es bien recibido. En
todas ellas hay prevención en su contra. Los jefes neutrales creen que con el
misionero puede venir la peste. Algunos hurones enemigos divulgan esos rumores.
En la
misión emplea un año y cuatro meses. Es un tiempo difícil. Soporta peligros y
amenazas y no obtiene conversiones. Por fin, al iniciarse marzo de 1641,
emprenden Juan y su compañero el regreso a Santa María.
Pero al
cruzar un arroyo, resbala y se da un golpe contra el hielo. A duras penas, debe
admitir que se ha quebrado la clavícula del lado izquierdo.
El día
19 de marzo, con gran trabajo, los dos jesuitas llegan a Santa María para
celebrar de inmediato la Misa, en honor del santo patrono de la Misión.
Un descanso en Quebec
El P.
Jerónimo Lalement decide enviar a Juan de Brébeuf a la ciudad de Quebec, con
las canoas que viajan en el mes de mayo. La clavícula quebrada no puede ser
tratada en la Misión y los dolores de Brébeuf parecen muy intensos. Después de
siete años consecutivos entre los hurones, bien puede recuperar las fuerzas en
Quebec.
Con
hondo desconsuelo en Santa María, lo despiden. Todos lo aprecian, sacerdotes,
hermanos, donados y obreros. Lo quieren hondamente, por su humildad, inagotable
paciencia, caridad y valor indomable.
El 20 de
junio de 1641, las canoas llegan a Trois Rivières, con admiración de todos, a
causa de las incursiones iroquesas alrededor de la ciudad. Pocos días después,
los misioneros están en Quebec.
Juan
visita, fascinado, la nueva Misión de los jesuitas en el poblado de los
algonquines cristianos de Sillery. Poco después, recorre el hospital fundado
por las religiosas de Dieppe y también el Colegio de las Ursulinas para
muchachas algonquinas.
Juan es
nombrado Superior de Sillery. Desde allí, siempre inquieto, participa en la
fundación de la ciudad de Montreal y apoya, con todos los medios a su alcance,
a su querida misión entre los hurones.
Un dolor que desgarra
En julio
de 1642, recibe en Trois Rivières a Isaac Jogues que acompaña a los hurones en el
viaje anual de comercio. En el mes de agosto, Juan decide el destino del joven
donado y hábil cirujano René Goupil como compañero de Isaac.
Más que
otras veces, sufre con ese viaje de sus amigos, pues él quisiera acompañarlos.
Pero su decisión de guiarse por la obediencia le devuelve la paz.
Al
atardecer de ese mismo día, Juan conoce, con horror, que Isaac, René y los
hurones han caído en manos iroquesas.
Siente desgarrársele el corazón, pero una vez más debe cumplir la
voluntad de Dios. Llora como un hombre y encomienda a sus amigos.
Poco
después, Juan bautiza en Quebec a seis
hurones, todos jóvenes. Incansable, sigue con sus trabajos en Sillery y Trois
Rivières.
Noticias alarmantes
El 12 de
junio de 1643, llegan a Trois Rivières dos hurones. Con emoción, Juan de
Brébeuf reconoce, en esos rostros torturados, a José y a Pedro, los dos
hermanos de Chihwatenhwa. Pertenecen al grupo de los prisioneros capturados por
los iroqueses en el pasado mes de agosto.
Ellos
relatan los tormentos, cómo fueron pasados por el fuego, despedazados y la vida
de esclavitud durante el invierno. Narran también la muerte de René Goupil.
Juan llora casi sin consuelo.
El 15 de
agosto, llegan a Trois Rivières varias canoas iroquesas. Los franceses permiten
que atraque una sola y con un solo iroqués. Este entrega a Juan una carta de
Isaac, en latín, francés y hurón:
"Esta es la cuarta carta que
escribo desde que estoy con los iroqueses. Los holandeses han tratado de
rescatarnos, pero ha sido en vano. Estoy resuelto a seguir aquí hasta que Dios
lo quiera. No pienso huir, aunque se me presente la ocasión de hacerlo".
Otro año de angustia
Un año
más Juan de Brébeuf debe quedarse en Quebec, Sillary y Trois Rivières.
El 27 de
abril de 1644, después de haberla preparado, despide a la expedición del
P. Francisco Bressani, joven jesuita italiano, con sus seis hurones
cristianos y un donado francés.
Dos
semanas más tarde, el 14 de mayo, recibe con profundo dolor la noticia de que
los hurones han perecido y que el P. Bressani es esclavo de los iroqueses.
Después,
Juan de Brébeuf es llamado a Quebec para celebrar conferencias con el
Gobernador y el P. Vimont, el Superior jesuita de Nueva Francia. Es urgente
lograr la paz con los iroqueses. De lo contrario, todos los esfuerzos hechos
con los algonquines, hurones y neutrales podrán perderse.
Una sorpresa increíble
En junio
de 1644, llega a Quebec la flota que viene de Francia. La sorpresa de Juan es
enorme cuando ve descender desde los veleros a su querido amigo Isaac Jogues. Antes
de preguntar nada se confunden en un abrazo.
Isaac
cuenta a sus amigos la tremenda odisea. Los iroqueses han sido en verdad muy
duros. Los jesuitas miran, sorprendidos, las manos mutiladas y la paz del
amigo. Ha podido huir con la ayuda de los holandeses. Llegó a Francia para
Navidad. Obtuvo permiso para regresar. Ahora lo ven nuevamente feliz.
En el
mes de julio, Juan y su amigo Isaac viajan juntos a Trois Rivières. A los pocos
días, llegan a la ciudad doce canoas huronas, con el P. Pedro Pijart y algunos
donados.
Los hurones declaran que no vienen a
comerciar sino que viajan en lucha guerrera contra los iroqueses. Juan de
Brébeuf cree ver, entonces, una nueva oportunidad para él. El P. Pijart puede
quedarse en Trois Rivières y él dirigirse de nuevo al país hurón.
Se
apresura y va a Quebec a pedir la autorización del P. Vimont. Este asiente y le
entrega los últimos documentos llegados de Francia. El P. Jerónimo Lalement
debe regresar a Quebec, pues es el nuevo Superior de la Misión de Nueva Francia.
El P. Pablo Raguenau ha sido designado como Superior en la Misión hurona. Juan
de Brébeuf será el encargado de comunicar los cambios.
Por tercera vez en
Huronia
De
Quebec Juan viaja, feliz, con su tercer destino hacia los hurones. Con él van
otros dos jóvenes misioneros, Natal Chabanel y
Leonardo Garreau.
El 7 de
septiembre de 1644 llegan a Santa María, después de 30 días de viaje. A Echon los hurones y los jesuitas, lo
reciben tumultuosamente. Primero, los gritos de sorpresa, después vienen las
risas y los abrazos. En la capilla de troncos, todos entonan el vibrante Te
Deum de acción de gracias.
Los
recién llegados responden las miles de preguntas. Sí, el viaje ha resultado
fácil. No, no han visto a los iroqueses. Isaac Jogues está en Quebec. Ha regresado
con las huellas de sus torturas.
Todos se
alegran. Como buenos jesuitas, aceptan confiados los cambios de Superiores. El
P. Jerónimo Lalement es para todos un verdadero padre, muy querido, y se
felicitan de tenerlo como Superior principal en Quebec. Desde allí velará con
dedicación por la Misión hurona. El P. Pablo Raguenau se parece mucho a
Brébeuf y es como su sombra. Es un buen religioso, inteligente y de una caridad
a toda prueba. "Aondechate" como lo llaman los hurones es otro Echon.
La nueva Misión de
Santa María
La
comunidad tiene ahora dieciséis jesuitas. De ellos, catorce son sacerdotes y
dos son hermanos. También se cuentan once donados.
Santa
María ha progresado mucho en los tres años de ausencia de Brébeuf. Ahora es
casi una fortaleza, con empalizadas hasta el río. En el recinto hay cinco
edificios, talleres y almacenes.
La casa
de la comunidad tiene dos pisos, dos chimeneas, doce aposentos, sala de estar,
comedor y cocina. La Capilla tiene 15 metros de longitud y 8 de ancho, un altar
de piedra, imágenes talladas por los hurones, hermosos ornamentos y cuadros.
Hay una casa para los donados, y otra para los huéspedes. Dentro del recinto
hay un pozo de agua, una fragua, y corrales para las gallinas y los cerdos.
Juan de
Brébeuf no sale de su asombro. Con profunda alegría, visita las construcciones
junto a la Misión, la Capilla de los hurones, el pequeño hospital y el
cementerio. En el campo hay sembrados.
Por todo
el país se extiende la noticia del regreso de Echon. Los hurones vienen a Santa María, desde todos los poblados,
de Ossossané y Teanaustayé y de los más alejados. Uno de Ossossané le dice:
"Pronto todo nuestro poblado será
cristiano".
Juan
queda destinado a Santa María. Desde allí, en largas excursiones, debe atender
a las aldeas huronas de Santa Ana, San Luis, San Dionisio, San Juan y San
Francisco Javier.
Noticias de los
iroqueses
En
septiembre de 1645, ante la sorpresa y alegría de Juan y de todos los habitantes de Santa María,
llega en una canoa el P. Francisco Bressani.
Nada se
sabía de él desde que había sido capturado por los iroqueses en abril del año
anterior. El cuenta su tortura y cómo fue rescatado por los holandeses y
enviado por ellos a Francia en el mes de octubre.
Echon contempla con dolor las cicatrices
que cubren el cuello, la cara, los brazos, las piernas y las manos del
P. Francisco. De éstas, los iroqueses le amputaron algunos dedos y otros
los arrancaron a mordiscos, dejándole sólo los muñones. Juan piensa que el
P. Francisco es un mártir y reza profundamente para merecer iguales
sufrimientos y, si Dios lo quiere, una muerte sangrienta.
En
noviembre, Juan hace un viaje de seis días, remando con un donado, para visitar
a un grupo de hurones que ha huido más allá del lago Nipissing. A su regreso,
continúa sus recorridos entre los poblados hurones.
Noticias de su amigo
Isaac Jogues
En uno
de los poblados, Juan se entera de las muertes de Isaac Jogues y de Juan de La
Lande a manos de los iroqueses mohawks. Para él es la noticia más triste de su
vida. Desconsolado, llora amargamente por sus dos amigos y también por los
iroqueses mohawks.
Admira
la labor de Isaac Jogues. Sin desmayar, él inició las tentativas de paz con los
onondagas, los cayugas y los oneidas, las tres naciones centrales de los iroqueses.
Los senecas se negaron. Ahora también los mohawks están en implacable guerra
contra los hurones.
El martirio de Antonio
Daniel
En
septiembre de 1647, el P. Pablo Raguenau, el Superior de la Misión hurona,
decide ampliar los horizontes misioneros hacia los petuns, los algonquines del
norte y volver a los neutrales. Juan queda en Santa María, con sus mismas
aldeas huronas.
A
principios de junio de 1648, tiene el consuelo de recibir en la Misión de Santa
María al P. Antonio Daniel. Los hurones lo llaman Antwen. El ha llegado para hacer, en la casa principal de la
Misión, los Ejercicios espirituales de año. Con su amigo hace nuevos planes.
Antonio
Daniel regresa a su puesto de Teanaustayé el 2 de julio. Los iroqueses atacan
la aldea el día 4, queman y matan. La noticia del martirio de su amigo le llega
a Juan el mismo día. Corre a Teanaustayé y sólo encuentra cenizas.
La continuación del
trabajo
En 1649,
además de los poblados hurones a su cargo, Juan se encarga de la aldea de San
Ignacio que reemplaza al destruido poblado de Teanaustayé, a unos 8 kilómetros
de Santa María.
El nuevo
pueblo ha sido construido bajo las indicaciones de Juan. Recibe como compañero
al Padre Gabriel Lalement, misionero llegado recién el año anterior.
Con
Gabriel, llamado ahora Atironta,
recorre todas las aldeas. En todas recibe una buena cosecha espiritual.
De nuevo los iroqueses
En la
mañana del lunes 15 de marzo de 1649, Juan de Brébeuf y Gabriel Lalement parten
desde Santa María para el recorrido usual de sus Misiones.
Pasan el
día en San Luis, ubicado a 4 kilómetros, con sus cuatrocientos hurones. Alojan
en la pequeña cabaña. Poco después del alba, del día 16, dicen sus Misas. Ese
mismo día tienen pensado dirigirse a la aldea de San Ignacio, a otros 4
kilómetros de distancia.
A las
seis de la mañana, cuando están terminando la acción de gracias, son
sorprendidos por los gritos de los hurones: "¡Los
iroqueses están en San Ignacio! ¡Los iroqueses están degollando a los hurones
de San Ignacio! ".
Juan
piensa, horrorizado: No tardarán de presentarse en este pueblo de San Luis.
Sobreponiéndose
al griterío de los hombres y a los aullidos desesperados de las mujeres y los
niños, prepara la defensa. Los hombres van a las empalizadas y las mujeres con
los niños son obligados a huir hacia el bosque.
Después
ambos, Echon y Atironta, corren a las empalizadas. El jefe hurón les insta a huir
con las mujeres. Echon contesta que su puesto está ahí, para cuidar a los
guerreros.
Muy
pronto los iroqueses llegan a la empalizada. Silban las flechas y suenan los
disparos de los mosquetes iroqueses. El primer ataque es rechazado. En un
segundo ataque masivo, la aldea es capturada.
Las torturas
Los
prisioneros son fuertemente atados. A empellones los iroqueses los obligan a salir
del poblado. Los agrupan como a un rebaño. Saquean y matan. Aullando en
frenética danza, celebran la victoria.
Después,
queman las construcciones. A los prisioneros los obligan a cantar y, en trote
agotador, los llevan a San Ignacio.
En el
bosque, los iroqueses arrancan las ropas a Echon
y a Atironta. Los dejan desnudos como
van ellos.
Al
llegar a la aldea de San Ignacio, los iroqueses se ponen en dos filas paralelas
y obligan a los prisioneros a pasar entre ellas. Con palos y porras, aullando,
los golpean hasta que puedan llegar al otro extremo. Echon, con el cuerpo
magullado, queda al fin acurrucado junto a sus amigos los hurones.
Juan y
Gabriel, en cuchillas, hacen su oración y ofrecimiento. Echon dice a Atironta que
probablemente él, Gabriel, va a quedar con vida y va a ser llevado a los
poblados iroqueses como esclavo. En tal caso, le aconseja, deberá huir, como
Isaac y el P. Francisco Bressani.
El uno
al otro se oyen en confesión y se absuelven mutuamente.
Poco
después son obligados a ponerse de pie. Se les ordena que bailen y entonen el
canto de la muerte.
En la
danza, los iroqueses saltan sobre Echon.
A mordiscos le rompen los huesos de las manos. Le arrancan las uñas y mascan
sus dedos. Lo arrastran a un poste. Lo amarran y empieza el tormento del fuego.
Echon conoce el código de los iroqueses.
Sabe lo que esperan de él. Por eso, pide fuerzas a Dios para no expresar ni
temor, ni proferir quejas. Mientras lo queman, no grita.
Reza y
consuela a los hurones que mueren con él. Juan grita: "Jesús, ten misericordia".
Los hurones contestan: "Echon, ruega
por nosotros".
Los
iroqueses hacen callar a Echon
apretándole una tea encendida dentro de la boca. Después lo empiezan a quemar
entero. Todavía vivo, le echan sobre la cabeza y las heridas agua hirviente,
como una burla del bautismo. "Echon,
te bautizamos, para que puedas ser feliz".
A duras
penas, Echon dice: "Jesús, ten misericordia".
Y en lengua hurona agrega: "Jesús, taiteur". Uno de los
iroqueses le coge la nariz y la arranca de un tajo. Otro le hiere el labio
superior, tira la lengua y le corta un pedazo. Un tercero le quema la boca con
un tizón encendido.
San Juan Brebeuf sj y martires en el Canada |
La muerte
Entonces,
el enorme cuerpo de Echon, al
quemarse las ataduras, cae a las brasas. Sus ojos que todavía están abiertos,
son vaciados con una tea encendida. Lo sacan del fuego. Todavía está vivo.
Ponen su cuerpo en un tablado.
El jefe
iroqués, con su afilado cuchillo, le arranca el cuero cabelludo. Ese es su
trofeo. Después hunde su largo cuchillo de guerra, en el costado, y le arranca
el corazón. Chupa la sangre, lo asa, y se lo come con avidez.
Los
otros jefes iroqueses también comen lonjas de carne asada y beben sangre. Un
jefe descarga el hacha sobre la cabeza y la parte en dos. Después, queman todo.
Son las
cuatro de la tarde del día 16 de marzo de 1649. Atironta, en oración, espera su
turno.
La glorificación
San Juan
de Brébeuf fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con San Isaac
Jogues, San René Goupil, San Juan de La Lande, San Antonio Daniel, San Gabriel
Lalement, San Carlos Garnier y San Natal Chabanel.
Fuente:
San Juan de Brebeuf - www.Cpalsj.org