SANTA MISA Y ENTREGA
DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
PARA ORIENTE MEDIO
DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
PARA ORIENTE MEDIO
HOMILÍA DEL SANTO
PADRE BENEDICTO XVI
Beirut City Center Waterfront
Domingo XXIV del Tiempo Ordinario - B
Marcos 8: 27-35
Domingo 16 de septiembre de 2012
Domingo XXIV del Tiempo Ordinario - B
Marcos 8: 27-35
Domingo 16 de septiembre de 2012
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Queridos hermanos y hermanas:
Queridos hermanos y hermanas:
«Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo» (Ef 1,3).
Bendito sea en este día en el que tengo la alegría de estar aquí con vosotros,
en el Líbano, para entregar a los obispos de la región la Exhortación apostólica
postsinodal Ecclesia in Medio Oriente. Agradezco cordialmente a Su
Beatitud Bechara Boutros Raï sus amables palabras de bienvenida. Saludo a los
demás patriarcas y obispos de las iglesias orientales, a los obispos latinos de
las regiones vecinas, así como a los cardenales y obispos procedentes de otros
países. Os saludo a todos con gran afecto, queridos hermanos y hermanas del
Líbano, así como a los de los países de toda esta querida región de Oriente
Medio, que han venido para celebrar, con el Sucesor de Pedro, a Jesucristo
crucificado, muerto y resucitado. Saludo con deferencia también al Presidente de
la República y a las autoridades libanesas, a los responsables y miembros de
otras tradiciones religiosas que han tenido a bien estar presentes aquí esta
mañana.
En este domingo en el que Evangelio nos interroga sobre la verdadera
identidad de Jesús, henos aquí con los discípulos por la senda que conduce a los
pueblos de la región de Cesarea de Filipo. «Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?» (Mc 8,29), les preguntó Jesús. El momento elegido para plantear esta
cuestión tiene un significado. Jesús se encuentra en un momento decisivo de su
existencia. Sube hacia Jerusalén, hacia el lugar donde, por la cruz y la
resurrección, se cumplirá el acontecimiento central de nuestra salvación.
Jerusalén es también donde, al final de estos acontecimientos, nacerá la
Iglesia. Y cuando, en ese momento decisivo, Jesús pregunta primero a sus
seguidores: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8,27), las respuestas
que le dan son muy diferentes: Juan el Bautista, Elías, un profeta. También hoy,
como a lo largo de los siglos, aquellos, que de una u otra manera, han
encontrado a Jesús en su camino, ofrecen sus respuestas. Éstas son
aproximaciones que pueden permitir encontrar el camino de la verdad. Pero,
aunque no sean necesariamente falsas, siguen siendo insuficientes, pues no
llegan al corazón de la identidad de Jesús. Sólo quien se compromete a seguirlo
en su camino, a vivir en comunión con él en la comunidad de los discípulos,
puede tener un conocimiento verdadero. Entonces es cuando Pedro, que desde hacía
algún tiempo había vivido con Jesús, dará su respuesta: «Tú eres el
Mesías» (Mc 8,29). Respuesta acertada sin duda alguna, pero aún
insuficiente, puesto que Jesús advirtió la necesidad de precisarla. Se percataba
de que la gente podría utilizar esta respuesta para propósitos que no eran los
suyos, para suscitar falsas esperanzas terrenas sobre él. Y no se deja encerrar
sólo en los atributos del libertador humano que muchos esperan.
Al anunciar a sus discípulos que él deberá sufrir y ser ajusticiado antes de
resucitar, Jesús quiere hacerles comprender quién es de verdad. Un Mesías
sufriente, un Mesías servidor, no un libertador político todopoderoso. Él es
siervo obediente a la voluntad de su Padre hasta entregar su vida. Es lo que
anunciaba ya el profeta Isaías en la primera lectura. Así, Jesús va contra lo
que muchos esperaban de él. Su afirmación sorprende e inquieta. Y eso explica la
réplica y los reproches de Pedro, rechazando el sufrimiento y la muerte de su
maestro. Jesús se muestra severo con él, y le hace comprender que quien quiera
ser discípulo suyo, debe aceptar ser un servidor, como él mismo se ha hecho
siervo.
Coge tu cruz y sígueme, no la llevarás solo |
Decidirse a seguir a Jesús, es tomar su Cruz para acompañarle en su camino,
un camino arduo, que no es el del poder o el de la gloria terrena, sino el que
lleva necesariamente a la renuncia de sí mismo, a perder su vida por Cristo y el
Evangelio, para ganarla. Pues se nos asegura que este camino conduce a la
resurrección, a la vida verdadera y definitiva con Dios. Optar por acompañar a
Jesucristo, que se ha hecho siervo de todos, requiere una intimidad cada vez
mayor con él, poniéndose a la escucha atenta de su Palabra, para descubrir en
ella la inspiración de nuestras acciones. Al promulgar el Año de la fe,
que comenzará el próximo 11 de octubre, he querido que todo fiel se comprometa
de forma renovada en este camino de conversión del corazón. A lo largo de todo
este año, os animo vivamente, pues, a profundizar vuestra reflexión sobre la fe,
para que sea más consciente, y para fortalecer vuestra adhesión a Jesucristo y
su evangelio.
Hermanos y hermanas, el camino por el que Jesús nos quiere llevar es un
camino de esperanza para todos. La gloria de Jesús se revela en el momento en
que, en su humanidad, él se manifiesta el más frágil, especialmente después de
la encarnación y sobre la cruz. Así es como Dios muestra su amor, haciéndose
siervo, entregándose por nosotros. ¿Acaso no es esto un misterio extraordinario,
a veces difícil de admitir? El mismo apóstol Pedro lo comprenderá sólo más
tarde.
En la segunda lectura, Santiago nos ha recordado cómo este seguir a Jesús,
para ser auténtico, exige actos concretos: «Yo con mis obras, te mostraré la fe»
(2,18). Servir es una exigencia imperativa para la Iglesia y, para los
cristianos, el ser verdaderos servidores, a imagen de Jesús. El servicio es un
elemento fundacional de la identidad de los discípulos de Cristo (cf. Jn
13,15-17). La vocación de la Iglesia y del cristiano es servir, como el Señor
mismo lo ha hecho, gratuitamente y a todos, sin distinción. Por tanto, en un
mundo donde la violencia no cesa de extender su rastro de muerte y destrucción,
servir a la justicia y la paz es una urgencia, para comprometerse en aras de una
sociedad fraterna, para fomentar la comunión. Queridos hermanos y hermanas,
imploro particularmente al Señor que conceda a esta región de Oriente Medio
servidores de la paz y la reconciliación, para que todos puedan vivir
pacíficamente y con dignidad. Es un testimonio esencial que los cristianos deben
dar aquí, en colaboración con todas las personas de buena voluntad. Os hago un
llamamiento a todos a trabajar por la paz. Cada uno como pueda y allí dónde se
encuentre.
El servicio debe entrar también en el corazón de la vida misma de la
comunidad cristiana. Todo ministerio, todo cargo en la Iglesia, es ante todo un
servicio a Dios y a los hermanos. Éste es el espíritu que debe reinar entre
todos los bautizados, en particular con un compromiso efectivo para con los
pobres, los marginados y los que sufren, para salvaguardar la dignidad
inalienable de cada persona.
Queridos hermanos y hermanas que sufrís en el cuerpo o en el corazón, vuestro
dolor no es inútil. Cristo servidor está cercano a todos los que sufren. Él está
a vuestro lado. Que os encontréis en vuestro camino con hermanos y hermanas que
manifiesten concretamente su presencia amorosa, que no os abandonará. Que Cristo
os colme de esperanza.
Y todos vosotros, hermanos y hermanas, que habéis venido para participar en
esta celebración, tratad de configuraros siempre con el Señor Jesús, con él, que
se ha hecho servidor de todos para la vida del mundo. Que Dios bendiga al
Líbano, que bendiga a todos los pueblos de esta querida región del Medio Oriente
y les conceda el don de su paz. Amén.
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Vaticana
La tercera y ultima jornada de Benedicto XVI en el Líbano
Se inició con la misa celebrada ante decenas de miles de personas en el Beirut City Center Waterfront, a las 10 de esta mañana. El Santo Padre llegó desde Harissa recorriendo cerca 30 kilómetros hasta llegar al muelle de Beirut. Esta es una zona ganada al mar con los restos de las casas y edificios destruidos durante la guerra civil. El altar estaba tapizado por una alfombra verde –color característico del país- y rodeado por centenarios cedros, símbolo por excelencia del Líbano, así como por olivos representando la paz. En el fondo resaltaba una escultura gigante de un cedro estilizado. El Papa fue recibido calurosamente por todas las comunidades. Presentes en esta solemne celebración el presidente Michel Sleiman, diferentes personalidades políticas libanesas, y 300 obispos de 17 países de la región. Tres lenguas, francés, árabe e latín fueron usadas en la ceremonia. El Patriarca Maronita Rai saludó a nombre de todos los presentes, y expresó el gozo "que su visita trae" a los libaneses. Mons. Rai dijo que Benedicto XVI trae la paz de la cual el mundo tiene tanta necesidad, y sobretodo Oriente Medio.
"La paz es la misión de los cristianos", observó. La misa se celebró en rito latino. Los cantos y oraciones en cambio fueron en diversos ritos mediorientales: la lectura del Evangelio se realizó en rito bizantino. El espacio en donde se celebró la misa campal es inmenso y fueron necesarias pantallas gigantes para permitir a los más de 350 mil fieles seguir la ceremonia. El calor intenso no quitó entusiasmo a la gente que ondeaba banderas de diversos países de la región y del Vaticano. Una pacifica ceremonia la que nos tocó vivir hoy en el muelle de Beirut, centrada justamente en la Paz. Al final. Cada obispo recibió un ejemplar de la Exhortación apostólica que el Papa ha escrito partiendo de las conclusiones del sínodo de los obispos para Oriente Medio, que se tuvo en 2010 en el Vaticano: una hoja de ruta que los prelados compartirán con los fieles de sus diócesis.
De Beirut , RC RV