(Homilía del párroco de San Pedro en la reunión interconfesional
"La oración en las raices de la paz")
Texto evangélico: Mc 11, 20-25
"Cuando pasaban de madrugada, los discípulos vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. Pedro se acordó, y dijo a Jesús: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.» Jesús respondió: «Tengan fe en Dios. Yo les aseguro que el que diga a ese cerro: ¡Levántate de ahí y arrójate al mar!, si no duda en su corazón y cree que sucederá como dice, se le concederá. Por eso les digo: todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrán. Y cuando se pongan de pie para orar, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que su Padre del Cielo les perdone también a ustedes sus faltas."
Hermanos en el ministerio de la Palabra, hermanos en la fe.
"La oración en las raíces de la paz" es la afirmación que nos ha convocado en esta tarde. Quiero considerar estas tres palabras: oración, paz, raíz.
ORACION es la palabra de hombre que reconoce su pequeñez ante la grandeza del Señor, su creador. Son innumerables los tratados acerca de la oración y sus maravillosos efectos; las bibliotecas se llenan de investigaciones exegéticas; los maestros y pastores hablamos continuamente de la necesidad de la oración y tenemos la certeza de no equivocarnos. Sin embargo, la higuera se sigue secando y volvemos a decir que "hay que orar". Entonces el pueblo sencillo nos dice, como los discípulos a Jesús, "enséñanos a orar".
El teólogo Karl Rahner, en frase por demás citada, ha dicho que "en el siglo XXI el cristiano o es místico o no será". La oración es la ventana que no acerca a la mística, a la experiencia de quien cierra los ojos para ver, cierra los oídos para escuchar. Es en el silencio y la oscuridad de la oración donde el hombre es bautizado, sumergido en la realidad abisal del amor, donde nos exponemos desnudos al soplo del Espíritu de Dios. Cuando los ruidos se apagan, cuando las palabras sobran, el Dios siempre nuevo nos sorprende sacándonos del valle fértil como a Abraham, con la certeza de que los desiertos son solo un camino de promesa.
El siglo XXI se presenta lleno de relativismos e incertidumbres. Al abrir nuestros corazones a Dios desde las inquietudes, con los hombres y mujeres de nuestro siglo les decimos que somos compañeros y compañeras de un mismo viaje, de un mismo camino que vamos haciendo por el desierto; pero al mismo tiempo les damos testimonio, con nuestras vidas, en hechos y palabras, de nuestra esperanza. Una esperanza que es robar un poco del futuro para poder afirmar que en el Resucitado nosotros hemos resucitado, que la vida es nuestro himno y nuestro norte porque la vida es la promesa misma de Dios y Él nunca se retracta de la Palabra pronunciada en Cristo el Señor.
En estos claustros, durante doscientos años se formaron centenares de mensajeros de la Buena Noticia que partieron a los lugares más recónditos de la América Meridional. Aquellos ardorosos años fundacionales de esta institución llevaban a hacer sentir dramáticamente que la tierra se había hecho más extensa.
La tarea ya no consistía en cruzar espacios ignotos para unos aventureros que se enfrentaban al misterio para desentrañarlo. Eran tiempos de cruzar desiertos, selvas y montañas para incorporar en un nuevo proyecto social a los pueblos con los que se empezaba a tener contacto. Eran tiempos, sin embargo, de conquista que tenían como trasfondo la figura de la Pax Augusta que implicaba el dominio de los pueblos por el poder de las armas, modelo impuesto por el romano César Augusto en el año 19 a.e.c. Pero felizmente también eran tiempos para “los mensajeros que llevan por los montes las buenas noticias, que anuncian la paz, que trae la felicidad, que anuncian la salvación, y que dice a Sión: ¡Ya reina tu Dios!” (Is.52,7).
Hoy nosotros queremos también ser mensajeros de PAZ, no de la paz de los cementerios, no de la paz de las armas. En el año 1986 el Obispo de Roma, el Santo Padre Juan Pablo II, evocando al pobrecillo hermano Francisco en Asís, invitó a los jefes y representantes de las Iglesias cristianas y comunidades eclesiales, y de las religiones del mundo, a los líderes espirituales de la tierra para proclamar juntos, desde el corazón del mundo, un no a la disolución y la guerra, y un sí rotundo a la unidad y la paz. Las grandes religiones y tradiciones espirituales que llevan a los hombres y mujeres a la pacificación del corazón dieron una respuesta que aún resuena como un eco. Por esta pacificación que buscamos interiormente, queremos tender a integrar la complejidad humana (lo que sentimos, queremos, pensamos, buscamos), como expresión extensiva del corazón pacificado. No habrá paz en el mundo si no se pacifica los corazones. No habrá paz en los corazones si no se pacifica el mundo. En la oración común hallamos el medio que nos lleva indiscutiblemente a romper aislamientos. Los seres humanos tenemos que llegar a sentir los latidos del corazón de la humanidad, de tal modo que las conquistas interiores lleven a buscar el pálpito común de la unidad y de la paz, el pálpito del Señor de la vida y de la paz
Por último, la tercera palabra de la convocatoria es RAÍZ.
Hemos leído: "Cuando pasaban de madrugada, los discípulos vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz". "No duden, tengan fe", les dijo Jesús. "Lo que pidan en la oración se les dará". Por eso estamos aquí, para orar juntos. Para que en el desierto se haga un vergel, para que de las piedras salgan hijos de Abraham, para que los corazones de piedra se conviertan en corazones de carne. Que la presencia subyugante del Señor sea nuestro único norte, nuestro fundamento; porque "si en él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch.17,28), podemos proclamar con humildad, pero a la vez con firme certeza que las raíces del mundo volverán a tomar vida para hacer una tierra reflejo del Reino del Señor.
A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Capilla de la Penitenciaria, Sabado 12 de Septiembre de 2,009 18.00 Horas
http://PadreEnrique.blogspot.com
Hermosa homilia para un acontecimiento mundial. Un gran logro del Padre Enrique en reunir a representantes de Iglesias cristianas y comunidades eclesiales, tal como lo hiciera S.S. Juan Pablo II en el año 1986 en Asis.
Fueron invitados para esta ocasion:
Mons. William Godfre y el Rev. Rodriguez de la Iglesia Anglicana
Padre Jose Roberto de Almeida del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla
Rev. Pedro Bullon de la Iglesia Luterana
Monseñor Luis Armando Bambarén Gastelumendi, S.J., obispo emérito de Chimbote.
Nuestra ciudad de Lima no estuvo ausente de esta Reunion Interconfesional, al igual que en Cracovia 2009. La proxima convocatoria sera en Barcelona 2010. Esperemos que en esa fecha sea nuevamente, en la Iglesia de San Pedro de Lima.
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