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viernes, 11 de septiembre de 2009

Hermano Garate SJ.


Biografia
En 1880 algunos ciudadanos de Bilbao comenzaron a tratar de la fundación de un Colegio en el que se enseñaran disciplinas superiores. Al estilo del fundado cinco años antes en La Guardia (Galicia), casi en la desembocadura del Miño, por el P. Tomás Gómez, al que habían calificado como “mezcla de místico y empresario”. En 1881 el P. Provincial Francisco de Sales Muruzabal, navarro, “aquel joven tan guapo, tan sesudo, tan sano de ideas y tan entusiasta”, aceptó la oferta del plan bilbaino. Costó encontrar un solar adecuado, hasta que “a finales de 1882 se compró una finca en el vecino Deusto, con tal fácil acceso desde Bilbao que más parece su continuación”. El 13 de junio de 1883 se puso la primera piedra de la futura Escuela de Estudios Superiores. Tres años después, el 2 de julio de 1886, fiesta del Sagrado Corazón, el P. Luis Martín, nombrado Superior, “se trasladó a vivir allí con unos pocos Padres y Hermanos”, aunque todavía quedara mucho por hacer. Y el primer curso se inició el 25 de setiembre de 1886 con “62 alumnos, todos internos”, y una Comunidad jesuítica compuesta por “17 Padres, 5 Escolares y 17 Hermanos”. La actual Universidad de Deusto está celebrando, pues, este curso su cumpleaños nº 120. Sería curioso calcular el número de alumnos y profesores que hemos pasado por Deusto a lo largo de estos 120 años. Pero entre tantos solamente uno ha merecido el honor de los altares, el actual Beato (y esperamos que pronto Santo) Hermano Francisco Gárate Aranguren. Alguien ha calificado al H. Gárate, y con razón, como “el mejor profesor de la Universidad de Deusto”. Y el P. Roberto Martialay preludia así sus “230 fechas para una vida del H. Gárate”: “Nos pasa con Gárate como con San José. ¿Se imaginan Vds. una ‘biografía’ de San José? Y, sin embargo, él es el testigo mudo de los misterios de la Infancia y –por eso– la personalidad más calificada en la Iglesia después de la Virgen María. Pues algo así. De Gárate apenas hay palabras suyas. Apenas consta en los libros. El imponente volumen de la historia de la Compañía, de 1868 a 1883, apenas puede citarle un par de veces a pie de página para decirnos que allí tuvo que estar, por contemporaneidad, el después famoso H. Gárate. Allí estaba. Y es que, a mi parecer, la primera y fundamental labor del H. Gárate ha sido de presencia. Pero de una presencia callada”. El H. Gárate no se contaba entre aquellos 39 jesuitas que fueron los primeros moradores de Deusto. Tenía entonces 29 años y estaba destinado en el Colegio de Segunda Enseñanza y Preparatorio para Carreras Especiales de La Guardia, precisamente germen del de Deusto. Como sacristán y enfermero.
...
El P. Luis Martín sólo iba a durar unos meses como primer Superior de Deusto. El 8 de diciembre de 1886 ascendía a Provincial de Castilla. En su primera visita canónica a La Guardia como Provincial de Castilla, el P. Martín se reencontró con el H. Gárate. Habían convivido en la Casa de Probación de Poyanne, Prefectura de Las Landas, donde se habían acomodado el Noviciado de Loyola y el Colegio Máximo de San Marcos de León, exiliados tras la Revolución de 1868. El P. Luis Martín residió allí durante los años 1869-1880 y allí se ordenó sacerdote el 24 de setiembre de 1876. El H. Gárate ingresó en el Noviciado de Poyanne en 1874 y allí permaneció hasta 1877. Durante su Noviciado recibió unas líneas de su ama con la triste noticia de la muerte de su aita en Errekarte el 31 de mayo de 1875. Poco después, por las Noticias de la Provincia, se enteró de la apertura del Colegio de La Guardia, que pronto iba a necesitar más Padres y Hermanos. Y emitió sus primeros votos el 2 de febrero de 1876, fiesta de la Purificación de Nuestra Señora y la Presentación del Señor en el Templo. Había pasado tres años (1871-74) en el Colegio de Orduña como criadillo, con su paisano y amigo José Ignacio Bereciartúa, Katxalan, tratando además de aprender la lengua castellana y viviendo de rebote el enfrentamiento entre carlistas y liberales. El 30 de julio de 1873 entra en Orduña el Rey Carlos VII. Visita el Colegio y recorre la casa acompañado del séquito militar. Al final de esa jornada, Francisco, que conoce las preferencias de sus paisanos y familiares por la causa carlista, pero mantiene miras más elevadas, toma su librito espiritual, lee y medita: “Y si un rey fuese tan liberal y tan humano que os invitase a su mesa, ¿habría alguien tan descastado que rechazase semejante invitación? Pues ¿qué diréis del que desoyera la invitación del Rey de la gloria, que os llama a su Compañía y seguimiento?”. El 9 de noviembre de 1873 el ejército carlista gana la batalla de Montejurra. Pero Francisco ya tiene decidida su vocación. Después de Navidades se irá con su amigo Katxalan y el estudiante Lorenzo Zabala a pedir la entrada en el Noviciado de Poyanne. Pero antes podrá pasar por su casa natal de Errekarte y conocer a su nueva hermanita, que lleva nombre de Reina: Mª Cristina. Tras la cena de uno de aquellos días y después de retirados sus cuatro hijos, quedan solos ama Mª Bautista y aita Francisco. El P. Martialay ha imaginado la conversación que sigue. Ella, airosa y agradable en sus 40 años, es la que rompe el silencio:– Praisku, nuestro segundo hijo va a cumplir 17 años. Ya es un hombre.– Si Dios quiere, mataremos el cordero primerizo para San Blas.– Pero, Patxi, nuestro hijo sólo piensa en quedarse con los jesuitas.– Con los jesuitas de Orduña lleva tres años. En buen sitio está.– No te digo eso. Praisku quiere irse Hermano jesuita. Tú lo has visto estas Navidades: de la portería a la Santa Casa. Vive más con ellos que con nosotros. Praisku quiere irse novicio.– Praisku es un chico formal y piadoso. Siempre lo fue. Pero en Loyola no se han visto novicios desde la ‘Gloriosa’, cuando los llevaron a todos a Francia. Van para eso seis años.– El P. Garciarena me ha dicho que lo recibirían en Francia. Allí tienen una casa grande para los estudiantes de acá.– Es muy joven para eso (sentencia aita).– Pues él está dispuesto a pasar por todo y a cruzar la frontera. Tú ¿qué dices?– Que no.(Un prolongado silencio)– Podrías acompañarle (insiste dulcemente Mª Bautista)– ¿Yo?– Tras la muerte de mi hermana Mª Josefa, tu fuiste un día pasando los montes a Bilbao para pedirme que me casara contigo y traerme al caserío. Y hasta Roma te fuiste para arreglar nuestros papeles, ¿recuerdas? Ya hace 22 años de eso. Pues mira, Patxi también tiene un amor. Y su novia es la Compañía.(Francisco Gárate Arrieta se quedó concentrado con ese gesto mudo y prolongado en que expresan su emoción los caseros. Pero...). Aquella mañana del 16 de enero de 1874 se levantaron tan temprano como en los días de verano cuando el sol madruga y hay que afilar el dalle para hacer el corte de la alfalfa. Pero, en lo más cerrado del invierno, faltarían cuatro horas para que el sol despuntara. Y entonces, según sus cálculos, estarían cruzando Andazarrate. Mª Bautista había ordeñado la vaca roja y puso la leche a cocer. Sacó del arcón unos escarpines nuevos de lana cardada en casa y una camisa limpia. En el cuarto de los peregrinos, en la planta baja, sobre el heno seco, había dormido Lorenzo Zabala, el colegial de Orduña que llevaba el mismo propósito. Praisku se calzó las abarcas y cruzó repetidas veces las cintas sobre los escarpines hasta las rodillas. Sorbió la leche tibia, mientras ama le ponía en el zurrón el talo y el queso para el mediodía. A poco llamaban quedamente a la puerta exterior. José Ignacio Bereciartúa, Katxalan, inseparable de Praisku, vino fiel a la cita. Su aita se había apalabrado con el aita de Praisku para juntarse a la marcha y regresar también juntos después de dejar a los hijos en buenas manos. Eran por tanto cinco los expedicionarios que dejaban Errekarte aquella fría noche de enero. Para Praisku era dejarlo para siempre y tan vez no volver a ver a su ama.– Hijo (le dijo ésta) para Dios te entrego. Sé fiel al Señor y aprende la vida santa entre los Padres jesuitas. Y no te olvides nunca de pedir por nosotros. Agur, hijo.– Agur, ama. La jornada de ese infatigable día tuvo algo de excursión, de Via-Crucis, de autodestierro, de Exodo... dentro de un sentido mayor: ir al encuentro del Señor en el destino de la propia vida. El itinerario recorrido pudo ser el siguiente. Salieron de Errekarte por el camino viejo de Eguibar y en Azpeitia tomaron una trocha –hoy carretera– que va remontando el curso del arroyo Erretxil, dejando a la izquierda la altura de Araunza, para salir a la venta de Etumeta. Evitando siempre el Ernio, debían alcanzar los caseríos de Iturrioz y un poco más allá Andazarrate. Hasta aquí iban 16 kms. Hicieron un brevísimo alto con la luz de la aurora y continuaron. Una larga etapa ladeando el Andatza les puso en San Esteban de Usurbil, y desde allí en Lasarte y en Hernani: otros 20 kms. Comieron y descansaron fuera de poblado, haciéndose a la idea de que les quedaba por caminar todavía otro tanto. Es decir, otros 20 kms. hasta la frontera por Ergobia, Astigarraga, Oyarzun, Ventas de Irún; y 16 más hasta San Juan de Luz. El cruce del Bidasoa tuvieron que hacerlo en un vado discreto, fuera del alcance de los chapelgorris y de la vigilancia de las aduanas, en conexión con algún barquero furtivo. La formidable caminata de 70 kms. en un solo día es concebible en gente de caserío, que son naturales andarines. Y en nuestro caso urgidos por una imperiosa necesidad: la de llegar al objetivo pasando inadvertidos, en lo que jugaban su papel las sombras de la noche en el paso por la frontera. Tres mozos saliendo en plena guerra del propio territorio podían verse señalados de intencionales desertores y tener un serio problema en algún puesto de guardia. No sabemos en qué local de San Juan pasaron aquella noche. Teniendo en cuenta la hora tardía de la llegada, en plena noche, puede suponerse que descansaron malamente en algún abrigaño público o en alguna fonda barata. Consta, en todo caso que aquel mismo día, 17 de enero, tomaron el tren para Dax y en Dax montaron en el coche de Poyanne. En la puerta del Chateau les recibió el H. Santiago Rico, que desde la sastrería atendía también a la portería. Llamó al P. Ayudante, Pedro Castelló, y éste, a su vez, al Bedel de los Hermanos, H. Ramón Aguado, que acomodó a los dos aitas para que pudieran pasar allí un par de noches y a los tres candidatos en la zona de los postulantes. Aquella noche tomaron un refrigerio y pasaron al ‘lavapies’ para descansar sus rendidos miembros antes de irse a la cama. En aquella época y en aquella casa no había duchas. Al día siguiente recorrieron la casa, que albergaba una comunidad de más de 200 jesuitas, y visitaron las diferentes oficinas y talleres. Y cómo no, se presentaron al P. Maestro, el P. Felipe Gómez, hombre de no buena salud y que trataba a los Novicios con menos rigor del que aquellos rigurosos tiempos idealizaban. Otro día más y los dos aitas emprendieron el regreso hacia Loyola. Y Francisco y José Ignacio iniciaron el Postulantado, que para ellos sólo duró unos días, por haber servido largo tiempo de criados en Orduña. El 2 de febrero vistieron ya la sotana y comenzaron el Noviciado. Al día siguiente cumplía 17 años el ya H. Gárate. Los Novicios eran algo más de 30, pero sólo unos pocos había sido recibidos como Hermanos. No mucho después recibe el H. Gárate unas breves líneas de su ama, que le notifica que el 31 de mayo de 1875 ha fallecido en Errekarte aita Francisco Gárate Arrieta. El H. Francisco irá un rato a la Capilla y pedirá a la Comunidad que lo encomienden. Entre las noticias que llegan de la Provincia, la de la apertura del nuevo Colegio en La Guardia: pronto harán falta más Padres y más Hermanos. Y el 2 de febrero de 1876 el H. Gárate hace sus votos del bienio. Desde ese día pasa a formar parte de la Comunidad de Hermanos. Según el Catálogo, queda encargado ‘ad domestica’, es decir para lo que en cada momento se ofrezca. Desde Poyanne fue destinado al H. Gárate a La Guardia. Llegó el 30 de octubre de 1877. Se le confiaron los oficios de sacristán y de enfermero, a los que el Hermano se entregó con toda su alma. Un ejemplo: el P. Sorondo estaba indispuesto en su habitación. Había que hacerle la limpieza del cuarto y llevarle la comida. Se diría que desde que está enfermo el P. Sorondo, el H. Gárate vive para él y no para sí. No se le ve en el comedor y se preguntan algunos si duerme, pues a cualquier hora de la noche está vestido, pendiente del estado del enfermo. Otro ejemplo: los estudiantes no van a sus casas durante las vacaciones de verano. Cada día aparece el H. Gárate en el estudio con su bata blanca y llama a los que tienen que tomar aceite de hígado de bacalao u otra prescripción. Cuando no los encuentra en el estudio los busca en el patio de recreo. Y no sólo atiende a los aspectos de salud y a los cuidados de la sacristía: está pronto a cualquier servicio eventual de utilidad. Uno de los profesores seglares ha tenido que decirle: “Hermano, si se toma Vd. la cosa con demasiado celo, como se la toma con los que caen enfermos, perderemos al enfermero, y será peor aún”. Respuesta: “Mientras podamos, estamos para servir, y luego Dios dirá”. Recuerdos de un periodista: “Para los tres colegios del Centro de La Guardia, no había más enfermero que el H. Gárate. Nos hacía mucha gracia cuando le veíamos subir y bajar escaleras con dos o tres anchas bandejas repletas de vasos de leche, tazas de caldo, pócimas y purgantes. Bajo las bandejas justamente se adivinaba al portador como un funambulista o equilibrista que iba subiendo y bajando sin tropezar y sin verter una gota de todos aquellos vasos, tarteras y cachivaches. Parecía tener el don de la ubicuidad... El nuevo Rector P. Landa le prohibió ayunar al H. Gárate porque, si no perdía agilidad, iba perdiendo carnes. Nadie le aventajaba entre los Hermanos en el cumplimiento de sus deberes. Siempre alegre, siempre risueño y de buen humor, pero manteniendo a raya con discreción al que abusaba de su confianza. A mí me sentó pésimamente el clima tan húmedo de Galicia. Dicho se está que el H. Gárate tuvo que pelear muchísimo conmigo por motivo de aquella dolencia, que me fue en aumento. El primer año no bien, el segundo mal, el tercero peor que peor, y el cuarto me daba cada mes un ataque muy fuerte a los bronquios que acababa en una calentura que desaparecía misteriosamente hasta el mes siguiente”. Acabados sus estudios, aquel futuro periodista se despidió del H. Gárate llorando a lágrima viva y con un fuerte abrazo. “Nadie más que el H. Gárate me ha producido tal reacción”, comentaba al recordarlo. Recordemos que tras la marcha del H. Gárate había quedado en Poyanne el P. Luis Martín, que luego sería el primer Superior de Deusto y después Provincial de Castilla. Una de sus primeras visitas canónicas en 1887-88 fue al Colegio de La Guardia. Y allí se reencontró con el H. Gárate. Ya le conocía bien y allí le confirmaron en sus temores. Se desvivía con exceso y su salud podía por eso peligrar. Siendo enfermero, ni comía ni dormía ni hacía otra cosa que atender a cada enfermo. Así que decidió liberarle del oficio de enfermero y dejarle simplemente como ayudante del sacristán. Al parecer, además, pensaba ya destinarle a Deusto, aunque no antes de que el Hermano emitiera sus Últimos Votos. El 15 de agosto de 1887 el H. Gárate emitió sus Últimos Votos en la Capilla del Colegio de La Guardia. Y un día de primavera de 1888 se presentó en los Estudios Superiores de Deusto con un maletín de cartón. Allí iba a pasar el resto de su vida: 41 años. En el hall de Deusto se encontró con el H. Zuriarrain. “Sin duda es Vd. el H. Garate. ¡Bienvenido! Avisaré al P. Ministro”. Y mientras va en su busca, el H. Gárate observa una puerta y un pasadizo con un pequeño local para utensilios de limpieza. Una escalerita empinada va a una especie de entrepiso, válido quizá como trastera. Es muy angosto y su techo da en la bóveda de la primera planta, sensible a la curvatura de la pared. Un ventanuco forzado a la altura del suelo sirve de tragaluz. “¿Qué mejor trasto que yo para este albergue?”, se ha dicho el H. Gárate. Llega el P. Ministro y le dice:– Le necesitaremos a Vd. de portero. En lo sucesivo cuidará Vd. la vigilancia de la entrada. Ya sabe Vd. Mucho movimiento. Esto no es La Guardia. Aquí tiene las llaves. Contará Vd. con un chico que le ayude. Lázaro Echevarría es un navarrico de Obanos. Procure enseñarle con su ejemplo y que no deje los actos de piedad. El H. Zuriarráin le indicará ahora cuanto necesite. Lleve las cosas a su aposento y descanse.– Yo creo que me quedaré muy a gusto en ese cuarto, si Vuestra Reverencia me lo permite.– ¿En ése?– Está más cerca de la puerta y oiré mejor las llamadas.– Si es así, como guste. Tras un sueño reparador, cuando aún no ha amanecido y la Comunidad sigue durmiendo, el H. Gárate ha bajado la empinada escalerilla de su entrepiso, sosteniendo con arte una palangana de agua que va a verter en la tina de la fuente. La limpia con la mano y la llena otra vez con agua clara. Vuelve al entrepiso y coloca la palangana sobre una silla de paja. Silla y palangana son todo el ajuar de su habitación. Ahora baja, cruza un porche del patio y abre la puerta de la Capilla pública. Se postra con reverencia. Se levanta y va a descorrer la barra que cierra la puerta exterior. Vuelve a la Capilla. Se arrodilla en un banco de atrás. Su cuerpo está quieto, cristalino. Así lo halla el Padre que dice la Misa de 5 de la mañana para muchachas de servicio. Le ayuda la Misa. Y comienza la tarea diaria en la portería. Pocos días después, su ayudante Lázaro viene a decirle:– Hermano, aquí hay unas mujeres que preguntan por Vd.– Pues ¿quién me conoce en Bilbao? Hazlas pasar.¡Es su madre!, acompañada de dos hermanas Azcune, Manuela y Mª Josefa y el marido la primera, José Mª Arregui.– ¡Hijo mío! – ¡Oh!, ¿cómo está, madre?. ¿Y cómo están Vds.?Mª Bautista le mira de hito en hito. Pero él no levanta la vista: no suele hacerlo ante las señoras. Y ama le habla de la familia y del caserío, de su hermano mayor Juan José, que en parte ayuda en el Santuario; y de su hermana pequeña, Mª Cristina, la reina de la casa, que está en los 15. Y luego comentará con sus amigas: “Si a este hijo mío no lo hacen santo con zapatos y todo, ¿a quién le van a hacer?”. Al fin hacen una visita a la Capilla y se despiden. Es la última vez que el H. Gárate ve a su ama: meses más tarde le llegará una carta con orla negra, firmada por su hermana Mª Cristina, que le notifica en euskera: “Ama se fue al cielo. Tendremos el funeral en la parroquia de Azpeitia”. El H. Gárate ha besado la carta, se ha postrado ante el Señor y ha pedido al P. Pagazaurtundua diga una Misa por ella. El 10 de agosto de 1890 ha sido nombrado nuevo Rector: el P. Francisco de Sales Muruzabal, que gustaba de emplearse en ministerios espirituales. A través de él conocieron al H. Gárate las Religiosas de los Ángeles Custodios, fundadas por Dª Rafaela Ibarra, que se prestaron enseguida a ayudarle en ciertas labores, como repasar la ropa de la Sacristía y lavar los Corporales. Se admiraban de la gracia y solicitud que ponía el Hermano en recibirlas y comentaban entre ellas que tenían en Deusto dos jesuitas: uno para fundador (el P. Muruzabal) y otro para santo (el H. Gárate). Por aquel tiempo se cebaba en toda Europa una epidemia de pulmonía y bronquitis. En Deusto cayeron en cama un centenar de enfermos. El H. Gárate deja a Lázaro Echevarría en la recepción y se le ve subiendo y bajando escaleras: unas veces lleva mantas y sábanas limpias que trae de la ropería, otras hace equilibrios con una bandeja llena de vasos, frascos y medicinas con destreza de oficio. Lo malo es que no descansa por la noche y, como en La Guardia, se queda a velar a alguno que tiene fiebre más alta. Por toda razón dice: “Ya habrá tiempo de descansar allí”. Hasta que el H. Enfermero le dice: “Ahora a Vd. le toca obedecer. Gracias y váyase a dormir”. Pero el H. Gárate pasa todavía un buen rato en la Capilla y al día siguiente le encuentran otra vez en ella a la hora acostumbrada. El 2 de octubre de 1892, en la Congregación General celebrada en Loyola, es elegido General de la Compañía de Jesús el P. Luis Martín. El Claustro de Profesores de Deusto, con un grupo de alumnos, fue a Loyola a felicitar al que había sido primer Superior de la Escuela de Estudios Superiores. El H. Gárate tenía un motivo más para ir a Loyola: la todavía reciente muerte de su madre. Pero no fue. Preguntado sobre su posible participación en el viaje, respondió así: “Creo que el P. General no notará mi ausencia entre tantas felicitaciones que le darán”. No ha olvidado aquellas primeras indicaciones del P. Ministro. Una de ellas es la de que enseñe piedad a los criadillos. Y lo hace a la perfección. Sobre todo a base del rezo del Rosario. Ellos le cogen enseguida mucho cariño, y viceversa. Algunos nos han dejado sus recuerdos escritos. Joaquín Elícegui (futuro jesuita).- Acudía inmediatamente al Superior, cuando por mi medio recibía recado de que debía ir a él. Atendía tres Capillas –pública, estudiantes y Comunidad– y sus Sacristías. Alguna vez ayudaba en el jardín, aunque había un jardinero seglar (el Sr. Marcos Marañón) para los jardines delanteros. Si nos indicaba que limpiásemos la escalera de una manera determinada y nosotros le sugeríamos que sería mejor de otra, inmediatamente lo aceptaba. Trataba a todos muy caballerosamente y con mucho cariño. Un cariño que se veía brotar sinceramente de él, nada fingido ni pegajoso. Se daba a todos, era muy servicial. No evitaba las ocasiones de servir, antes bien se adelantaba. En esta materia no hacía distinción de personas, ni de Superiores ni de inferiores. A todos servía todo lo que podía. Yo creo que su amor al prójimo derivaba de su amor a Dios. Nosotros notábamos diferencia, comparado con los demás, en la forma que tenía de tratar al prójimo. A las personas afligidas las hablaba como apenado. No tenía ningún enemigo. Cuando llegaba alguna persona pesada, se limitaba a decir. ‘Emen dek’ (ya está ahí). Si era una mujer más desenvuelta, adoptaba un continente más serio y bajaba la vista. Hablaba lo correcto con mujeres. En otros menesteres admitía pequeñas bromas, no en ése. Enseguida notaba cuando los alumnos trataban de introducir licores u otra cosa prohibida, y avisaba al Prefecto. A sus subordinados nos mandaba con cariño. No recuerdo una reprensión amarga. A lo sumo algún pequeño pellizco en el brazo cuando hacíamos una cosa mal. No nos mandaba más trabajo que el que pudiésemos fácilmente hacer, y él nos daba ejemplo yendo por delante. Muchas veces prefería hacer las cosas que molestar, aun a los criados. Nunca se olvidaba de cumplir sus promesas, cuando las había hecho por algún trabajo extra que nos mandara. Aprovechando la circunstancia de que guardábamos las escobas debajo del tablado de su aposento, asomé la cabeza por ver cómo lo tenía. Tenía incluso menos cosas que nosotros, los criados. Nosotros teníamos trípode para la palangana y la jarra. El tenía simplemente una jofaina sobre la silla. Cuando quería lavarse o afeitarse, tenía que bajar con su jofaina a tomar agua de la fuente del patio. Se lo vi hacer, cuando no había podido hacerlo antes. Usaba cilicio. Aun de pie cabeceaba a veces, falto de sueño, por lo que procuraba moverse. Creo que hacía la oración de la mañana delante de la Capilla de alumnos, en la parte alta de la escalera principal, junto a una columna, pero sin apoyarse en ella. Muchas veces le encontrábamos allí, cuando íbamos a comenzar nuestras labores. Para entonces había ayudado a Misa. Aprovechaba ratos de calma para retirarse a orar en alguna habitación de la portería. Los días de fiesta hacíamos la limpieza de los bancos de la Capilla como de ordinario, pero nosotros nos dábamos prisa para quedar libres. Él lo notaba y nos advertía que no habíamos hecho bien la limpieza y, con suavidad, sin enfadarse, decía: “No tenéis que hacer las cosas porque os vean, sino por Aquél”, y apuntaba al Sagrario. Nos inculcaba la devoción al Santísimo Sacramento, diciendo que hiciésemos el saludo con respeto. Con frecuencia se le escapaban los nombres ‘Jesús, María y José’. Cuando rezábamos el Rosario paseando, a veces nos hacía sentar, pero él seguía en pie. ¡Tenía una sonrisa cuando hablaba de Dios! Se diría que gozaba con ello. Era más interior, más devoto que los demás. Muy cuidadoso de tener limpios los vasos sagrados, se reservaba la limpieza de palmatorias, candelabros..., y la hacía con nosotros en la portería. Él daba siempre la última mano. Nos decía: “Si en este mundo somos mal pagados, no ocurrirá así en el otro”, “No procedáis bien para ser vistos de los hombres, que Dios será nuestro pagador”. Y los días de fiesta: “A la tarde querréis jugar a la pelota, pues vamos a rezar”. Y rezábamos el Rosario... Cuando llegaban pobres, iba a la cocina a procurarse algo para ellos. El Hermano Cocinero (Bereciartúa, el de Katxalan), paisano suyo, le recibía algo bruscamente, pero terminaba dándole todo lo que pedía. Aconsejaba a los pobres que cumpliesen con sus deberes religiosos. Les preguntaba si habían oído Misa y les exhortaba a no dejarla. Criados y pobres éramos los únicos que recibíamos su consejo, pues no abundaba en palabra. Dada la sujeción al timbre y al teléfono, que la portería le imponía, no cabía hacer más que lo que él hacía. Vivía una vida más elevada que los demás. El P. Rector me lo ponía por modelo, cuando yo iba a llevarle algún recado.
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Al pasar la verja del recinto, sorprendieron al Hermano con un gran tiesto que transportaba sobre el hombro hasta el hall de la Universidad. Al verlas, lo dejó en tierra, se quitó el delantal y les enseñó un buen montón de vajilla sobrante y dos cestas de verduras y de patatas, que había guardado para ellas. La pérdida de las colonias y el caos social tenían a España empobrecida y en el paro. Por entonces arraigó especialmente la imagen del H. Gárate limosnero, uno de los aspectos más típicos de su actividad. Filas de pobres, hombres y mujeres, mal trajeados, malolientes y sucios, y algunos de ellos enfermos, pasaban dos veces por semana por la puerta de la Universidad. El Hermano había recorrido las mesas del comedor de alumnos con su gran bolsa de boca corredera recogiendo los mejores pedazos sobrantes. Pasaba con ello a la cocina y los adecentaba con un cuchillo, mientras observaba si había quedado algo de pescado o algo más sustancioso. “Venían tantos los días señalados –apunta otro criadillo– que subían por una escalera y bajaban por la otra. Y si alguno se ponían en la cola dos veces, le advertía: ‘Vd. ya ha tomado antes’”.
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El M. R. P. General Ledokowski visitó en 1922 los principales centros de la Asistencia de España. Y por supuesto, se llegó hasta Deusto. Toda la Comunidad le recibió formando amplio corro en el hall de la Universidad. Tras un primer aplauso de acogida, el P. General abrazó a todos, uno por uno. Y más tarde, a toque de campana, toda la Comunidad se reunió en la escalinata para la foto de rigor. Alguien corre la voz de que falta uno: el H. Gárate. El P. Rector ordena esperar hasta que venga. Y al fin aparece entre la general algazara. Así se logra la única toma de frente del rostro del H. Gárate.
El 2 de febrero de 1924 se festejaron en Deusto las Bodas de Oro del H. Gárate. La Comunidad le obsequió especialmente durante la comida. Y volvió a aceptar un paseo hasta Begoña para dar gracias a la Madre de Dios. Pero los años no perdonan. Y aparecieron por entonces los primeros achaques. Enfermó varias veces de erisipela. Pero siguió trabajando a pesar de todos los pesares. Y a sus 71 años sucedió lo previsible: subido a una escalera cuando limpiaba la parte alta del hall, se cayó magullándose un brazo y fracturándose algunas costillas. Pero ni le dio importancia ni cambió su ritmo de vida. Todo se reducía a ‘unas molestias’. En la época de la Dictadura había sido nombrado Ministro de Economía D. Francisco Moreno, Conde de los Andes, uno de los primeros alumnos de la Universidad. Sus antiguos conocidos organizaron una comida de homenaje en Deusto. Al llegar al hall, en mitad del barullo, el Ministro alzó la voz en ademán de pedir silencio. Y señalando al portero dijo a todo el mundo: “¡¡¡Aquí está el santo!!!”. El H. Gárate, sin levantar la vista, respondió: “Tú siempre el mismo. ¡Poca cabesa! ¡Poca cabesa!”. La carcajada fue general. ¡El H. Gárate era el único que en toda España podía decir tranquilamente al Ministro de Economía que tenía poco seso! Se tuvo el banquete y el homenajeado pidió al Rector P. Sagarminaga, que llamase al Hermano. Fue el peor sofocón que podían darle. Pero obedeció. Recibió una estruendosa ovación, la gran ovación de su vida en este mundo. En cuanto pudo, se escurrió y regresó a la portería. Y llega el final. Tiene ya 78 años. Era el 8 de setiembre de 1929, fiesta de la Natividad de Nuestra Señora. El H. Gárate no se ha sentido bien al levantarse. A las 8 de la mañana sube a la enfermería y pide un purgante. El enfermero H. Goenaga le pregunta:– ¿Está Vd. enfermo?– No me encuentro del todo bien.– ¿Por qué no se vuelve a la cama?– No creo que sea para tanto. No tiene importancia.Toma el agua de carabaña que le ofrece el Enfermero y se va a la portería. Su ayudante lo encuentra sentado ante la mesa del despacho: “¡Qué raro! El Hermano nunca se sienta sino para escribir”.– ¿Qué le pasa, Hermano?– No me encuentro del todo bien. Voy a descansar un poco.El H. Urcelay le nota mala cara.– H. Gárate, ¿está Vd. mal?– Sí, pero otras veces esto se me pasa.A la 1’30 baja el H. Usabiaga a sustituirle, suponiendo que el H. Gárate ha subido a comer en segunda mesa, como de costumbre, y le halla sentado en una silla con cara de sufrimiento. Avisa al Enfermero que se presenta enseguida:– ¿Qué, se siente todavía indispuesto?– Si, aquí en el vientre, alguna molestia. Pero no tiene importancia.– Suba Vd. conmigo a la enfermería.El H. Gárate camina despacio, como cansado. Ahora es el H. Onaindía el que le pregunta:– Hermano, ¿se encuentra Vd. bien?– Algunas molestias (responde llevándose la mano al vientre). Ando un poco revuelto..., pero sólo algunas molestias.El H. Onaindía se fija en su cara pálida de muerte, con su mirada lánguida y desencajada. Y le obliga a que le dé las llaves de la portería y se retire primero a su cuarto y a eso de las 6 a la Enfermería. Se acuesta. A las 9 toma un vaso de café con leche, que le trae el H. Enfermero. A las 11 de la noche, el H. Gárate llama al H. Goenaga:– Hermano, avise Vd. al P. Espiritual para que me traigan el Viático.A media noche llega el Dr. Luis Emparanza.– ¿Que pasa, H. Gárate?– Pero ¿por qué le han molestado a Vd. a estas horas?– Vamos a ver. El pulso está muy débil. Frialdad en las manos. Temperatura, 37’5. ¿Que ha sentido Vd.?– Ligeras molestias... aquí en el vientre.El Hermano presenta un estado general depauperado. La vejiga acusa una dilatación brutal.– ¿Cuándo tiempo lleva Vd. sin orinar, Hermano?– Pues unos días...– Pero Vd. tiene que tener terribles dolores. ¿Por qué no lo ha dicho antes?– Yo creía que se me pasaría, como se había pasado otras veces.El Médico decide sondarle y, al no lograrlo, procede a una punción vesical suprapúbica. Salieron ¡tres litros de orina!, lo que alivió al enfermo. Aun así se le debilitaba paulatinamente la voz. – Vaya Vd. a descansar, Doctor. Dispénseme por tanta molestia como le estoy dando.Viene el P. Rector y D. Luis comenta con él:– Probablemente tiene un tumor prostático. De todas maneras, como no acusa de palabra dolor agudo, prefiero no aplicarle ningún calmante opiáceo.Médico y Rector se van entre las 2 y 3 de la madrugada. El Enfermero se queda velando. Hacia las 4 el H. Gárate le pide:– Que me traigan la Extrema Unción.– Se la traeremos después de la Misa de Comunidad (es decir, a partir de las 7).– ¡Oh!, entonces será trade.El H. Goenaga despierta al P. Rector:– Padre, el H. Gárate pide la Extrema Unción. Dice que, si se retrasa, tal vez no haya tiempo...El P. Leza le administra la Extrema Unción. Y luego diría: “Si el H. Gárate hubiera tenido revelación de su muerte, no habría obrado de otra manera”. El P. Rector inicia a continuación la Recomendación del alma, que el H. Gárate sigue con devoción, cerrados los ojos. Justo al concluir la Recomendación, expiraba. Eran las 7 de la mañana del 9 de setiembre de 1929. Verdaderamente el H. Gárate se había ido como había vivido. Con elegancia y sin ruido. Seguro que los portones de la gloria se abrieron al paso de los finos modales en pedir la entrada. Era nobleza espiritual y de la mejor estirpe, tan cortesana como la de los Loyola, la de este casero, humano, prudente y perfecto, que se había tomado en serio que en este mundo estaba para servir y dar la vida. “Allá descansaremos”, había dicho tantas veces. El más allá, que era ya su presente de gloria, empezó a pesar sobre el más acá con el testimonio de lo auténtico.

Escrito por Isidro Mª Sans, S.I.




A.M.D.G.