Francisco: El «sofá-felicidad»,
es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar.
2016-07-30
CRACOVIA, 30 Jul. 16 / 01:28
pm (ACI).- Ante cientos de miles de jóvenes presentes en la Vigilia de la
Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco pronunció un emocionante y
extenso discurso en el que los alentó a ser signo de la misericordia,
protagonistas de la historia y dejar su huella en el mundo.
Texto
completo:
Queridos jóvenes, buenas
tardes
Es bueno estar aquí con
ustedes en esta Vigilia de oración.
Al terminar su valiente y
conmovedor testimonio, Rand nos pedía algo. Nos decía: «Les pido
encarecidamente que recen por mi amado país». Una historia marcada por la
guerra, el dolor, la pérdida, que finaliza con un pedido: el de la oración. Qué
mejor que empezar nuestra vigilia rezando.
Venimos desde distintas partes
del mundo, de continentes, países, lenguas, culturas, pueblos diferentes. Somos
«hijos» de naciones, que quizá pueden estar enfrentadas luchando por diversos
conflictos, o incluso estar en guerra. Otros venimos de países que pueden estar
en «paz», que no tienen conflictos bélicos, donde muchas de las cosas dolorosas
que suceden en el mundo sólo son parte de las noticias y de la prensa.
Pero seamos conscientes de una
realidad: para nosotros, hoy y aquí, provenientes de distintas partes del
mundo, el dolor, la guerra que viven muchos jóvenes, deja de ser anónima, para
nosotros deja de ser una noticia de prensa, tiene nombre, tiene rostro, tiene
historia, tiene una cercanía.
Hoy la guerra en Siria, es el
dolor y el sufrimiento de tantas personas, de tantos jóvenes como la valiente
Rand, que está aquí entre nosotros pidiéndonos que recemos por su amado país.
Existen situaciones que nos
pueden resultar lejanas hasta que, de alguna manera, las tocamos. Hay
realidades que no comprendemos porque sólo las vemos a través de una pantalla
(del celular o de la computadora).
Pero cuando tomamos contacto
con la vida, con esas vidas concretas no ya mediatizadas por las pantallas,
entonces nos pasa algo importante, todos sentimos la invitación a
involucrarnos: «No más ciudades olvidadas», como dice Rand: ya nunca puede
haber hermanos «rodeados de muerte y homicidios» sintiendo que nadie los va a
ayudar.
Queridos amigos, los invito a
que juntos recemos por el sufrimiento de tantas víctimas fruto de la guerra,
esta guerra que hay hoy en el mundo, recemos por tantas familias de la amada
Siria y de otras partes del mundo, para que de una vez por todas podamos
comprender que nada justifica la sangre de un hermano, que nada es más valioso
que la persona que tenemos al lado. Y en este pedido de oración también quiero
agradecerles a Natalia y a Miguel, porque ustedes también nos han compartido
sus batallas, sus guerras interiores. Nos han mostrado sus luchas y cómo
hicieron para superarlas. Son signo vivo de lo que la misericordia quiere hacer
en nosotros.
Nosotros no vamos a gritar
ahora contra nadie, no vamos a pelear, no queremos destruir, no queremos
insultar. Nosotros no queremos vencer el odio con más odio, vencer la violencia
con más violencia, vencer el terror con más terror. Nosotros hoy estamos aquí,
porque el Señor nos ha convocado. Y nuestra respuesta a este mundo en guerra
tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión,
se llama familia.
Celebremos el venir de
culturas diferentes y nos unimos para rezar. Que nuestra mejor palabra, que
nuestro mejor discurso, sea unirnos en oración. Hagamos un rato de silencio y
recemos; pongamos ante Dios los testimonios de estos amigos, identifiquémonos con
aquellos para quienes «la familia es un concepto inexistente, y la casa sólo un
lugar donde dormir y comer», o con quienes viven con el miedo de creer que sus
errores y pecados los han dejado definitivamente afuera. Pongamos también las
«guerras» de ustedes, nuestras guerras, las luchas que cada uno trae consigo,
dentro de su corazón, en presencia de nuestro Dios. Y para esto, para estar en
familia, los invito a ponerse de pie, a tomarse de la mano y rezar en silencio,
todos.
(Oración en silencio)
Mientras rezábamos, me venía a
la mente la imagen de los Apóstoles el día de Pentecostés. Una escena que nos
puede ayudar a comprender todo lo que Dios sueña realizar en nuestra vida, en
nosotros y con nosotros. Aquel día, los discípulos estaban encerrados por
miedo. Se sentían amenazados por un entorno que los perseguía, que los
arrinconaba en una pequeña habitación, obligándolos a permanecer quietos y
paralizados. El temor se había apoderado de ellos. En ese contexto, pasó algo
espectacular, algo grandioso. Vino el Espíritu Santo y unas lenguas como de
fuego se posaron sobre cada uno, impulsándolos a una aventura que jamás habrían
soñado. Las cosa cambia así.
Hemos escuchado tres
testimonios, hemos tocado, con nuestros corazones, sus historias, sus vidas.
Hemos visto cómo ellos, al igual que los discípulos, han vivido momentos
similares, han pasado momentos donde se llenaron de miedo, donde parecía que
todo se derrumbaba. El miedo y la angustia que nace de saber que al salir de
casa uno puede no volver a ver a los seres queridos, el miedo a no sentirse
valorado ni querido, el miedo a no tener otra oportunidad.
Ellos nos compartieron la
misma experiencia que tuvieron los discípulos, han experimentado el miedo que
sólo conduce a un lugar: ¿Adónde nos lleva el miedo? Al encierro. Y cuando el
miedo se acovacha en el encierro siempre va acompañado por su «hermana gemela»:
la parálisis, sentirnos paralizados. Sentir que en este mundo, en nuestras
ciudades, en nuestras comunidades, no hay ya espacio para crecer, para soñar,
para crear, para mirar horizontes, en definitiva para vivir, es de los peores
males que se nos puede meter en la vida, y más en la juventud. La parálisis nos
va haciendo perder el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el
encanto de soñar juntos, de caminar con otros. Nos aleja de los otros, nos
impide tender la mano. Como hemos visto, todos encerrados en ese lugar de
adentro.
Pero en la vida hay otra
parálisis todavía más peligrosa para los jóvenes, y muchas veces difícil de
identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta llamarla la parálisis
que nace cuando se confunde «felicidad» con un «sofá/kanapa». Sí, creer que
para ser feliz necesitamos un buen sofá. Un sofá que nos ayude a estar cómodos,
tranquilos, bien seguros. Un sofá —como los que hay ahora modernos con masajes
adormecedores incluidos— que nos garantiza horas de tranquilidad para
trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora.
Un sofá contra todo tipo de
dolores y temores. Un sofá que nos haga quedarnos en casa encerrados, sin
fatigarnos ni preocuparnos. La «sofá-felicidad», «la kanapa-szcz??cie», es
probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, la
juventud. ¿Y por qué sucede esto Padre? Porque poco a poco, sin darnos cuenta,
nos vamos quedando dormidos, nos vamos quedando embobados y atontados. Ayer
hablaba de los jóvenes que se jubilan a los 20 años, hoy hablo de los jóvenes
adormecidos, embobados, atontados.
Mientras otros —quizás los más
vivos, pero no los más buenos— deciden el futuro por nosotros. Es cierto, para
muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que
confunden felicidad con un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente
que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas
las aspiraciones del corazón.
Les pregunto a ustedes
¿Quieren ser jóvenes adormecidos, embobados, atontados? ¿Quieren que otros
decidan el futuro por ustedes? ¿Quieren ser libres? ¿Quieren luchar por su
futuro? No están muy convencidos, eh. ¿Quieren luchar por su futuro? (¡Sí!)
Pero la verdad es otra:
queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a
hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra
cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella.
Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir,
entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad.
No somos libres para dejar una huella, perdemos la libertad. Este es el precio
y hay mucha gente que quiere que los jóvenes no sean libres, que sigan
atontados, embobados, adormecidos. Esto no puede ser, debemos defender nuestra
libertad.
Ahí está precisamente una gran
parálisis, cuando comenzamos a pensar que felicidad es sinónimo de comodidad,
que ser feliz es andar por la vida dormido o narcotizado, que la única manera
de ser feliz es ir como atontado. Es cierto que la droga hace mal, pero hay
muchas otras drogas socialmente aceptadas que nos terminan volviendo tanto o
más esclavos. Unas y otras nos despojan de nuestro mayor bien: la libertad. Nos
despojan de la libertad.
Amigos, Jesús es el Señor del
riesgo, el Señor del siempre «más allá». Jesús no es el Señor del confort, de
la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de
valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te
ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que
abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del
amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de
misericordia.
Ir por los caminos siguiendo
la «locura» de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en
el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en
el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo. Ir
por los caminos de nuestro Dios que nos invita a ser actores políticos,
personas que piensan, movilizadores sociales.
Que nos incita a pensar una
economía más solidaria. En todos los ámbitos en los que ustedes se encuentren,
ese amor de Dios nos invita llevar la buena nueva, haciendo de la propia vida
un homenaje a Él y a los demás. Y esto significa ser valiente, significa ser
libres.
Podrán decirme: «Padre pero
eso no es para todos, sólo es para algunos elegidos». Sí, es verdad, y estos
elegidos son todos aquellos que estén dispuestos a compartir su vida con los
demás. De la misma manera que el Espíritu Santo transformó el corazón de los
discípulos el día de Pentecostés, estaban paralizados, lo hizo también con
nuestros amigos que compartieron sus testimonios.
Uso tus palabras, Miguel, vos
nos decías que el día que en la Facenda te encomendaron la responsabilidad de
ayudar a que la casa funcionara mejor, ahí comenzaste a entender que Dios pedía
algo de ti. Así comenzó la transformación.
Ese es el secreto, queridos
amigos, que todos estamos llamados a experimentar. Dios espera algo de ti, ¿Han
entendido? Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper
nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras
visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra.
Te está invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo con vos puede ser
distinto. Eso sí, si vos no ponés lo mejor de vos, el mundo no será distinto.
Es un desafío.
El tiempo que hoy estamos
viviendo, no necesita jóvenes-sofá, mody-kanapa, sino jóvenes con zapatos;
mejor aún, con los botines puestos. Este tiempo sólo acepta jugadores titulares
en la cancha, no hay espacio para suplentes. El mundo de hoy les pide que sean
protagonistas de la historia porque la vida es linda siempre y cuando querramos
vivirla, siempre y cuando querramos dejar una huella.
La historia hoy nos pide que
defendamos nuestra dignidad y no dejemos que sean otros los que decidan nuestro
futuro. No, nosotros debemos decidir nuestro futuro, ustedes el suyo. El Señor,
al igual que en Pentecostés, quiere realizar uno de los mayores milagros que
podamos experimentar: hacer que tus manos, mis manos, nuestras manos se
transformen en signos de reconciliación, de comunión, de creación. Él quiere
tus manos para seguir construyendo el mundo de hoy. Él quiere construirlo con
vos. ¿Y tú qué cosa respondes? ¿Sí o no?
Me dirás, Padre, pero yo soy
muy limitado, soy pecador, ¿qué puedo hacer? Cuando el Señor nos llama no
piensa en lo que somos, en lo que éramos, en lo que hemos hecho o de dejado de
hacer. Al contrario: Él, en ese momento que nos llama, está mirando todo lo que
podríamos dar, todo el amor que somos capaces de contagiar. Su apuesta siempre
es al futuro, al mañana. Jesús te proyecta al horizonte, nunca al museo.
Por eso, amigos, hoy Jesús te
invita, te llama a dejar tu huella en la vida, una huella que marque la
historia, que marque tu historia y la historia de tantos. La vida de hoy nos
dice que es mucho más fácil fijar la atención en lo que nos divide, en lo que
nos separa. Pretenden hacernos creer que encerrarnos es la mejor manera para
protegernos de lo que nos hace mal. Hoy los adultos necesitamos de ustedes, que
nos enseñen como ahora hacen ustedes, a convivir en la diversidad, en el
diálogo, en compartir la multiculturalidad, no como una amenaza sino, como una
oportunidad y ustedes son una oportunidad para el futuro: tengan valentía para
enseñarnos que es más fácil construir puentes que levantar muros. Necesitamos aprender
esto.
Y todos juntos pidamos que nos
exijan transitar por los caminos de la fraternidad. Que sean ustedes nuestros
acusadores si elegimos la vida de los muros, de la enemistad, de la guerra.
Construir puentes: ¿Saben cuál es el primer puente a construir? Un puente que
podemos realizarlo aquí y ahora: estrecharnos la mano, darnos la mano.
Anímense, hagan ahora, aquí, ese puente primordial, y dénse la mano, todos
ustedes. Es el gran puente fraterno, el modelo.
Siempre está el riesgo de
quedarse con la mano tendida, pero en la vida es necesario arriesgarse, quien
no se arriesga no gana. Estrechen sus manos, gracias.
Y ojalá aprendan a hacerlo los
grandes de este mundo... pero no para la fotografía, sino para seguir
construyendo puentes más y más grandes. Que éste puente humano sea semilla de
tantos otros; será una huella.
Hoy Jesús, que es el camino, a
ti, a ti, a ti, te llama a dejar tu huella en la historia. Él, que es la vida,
te invita a dejar una huella que llene de vida tu historia y la de tantos
otros. Él, que es la verdad, te invita a desandar los caminos del desencuentro,
la división y el sinsentido. ¿Te animas? ¿Qué responden ahora, quiero ver tus
manos y tus pies al Señor, que es camino, verdad y vida?
Que el Señor bendiga sus
sueños, gracias.
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Video de la Vigilia de la JMJ 2016