La Sagrada Familia
Lucas 2, 22-40
La Familia de Nazaret es
santa, porque está centrada en Jesús
Dentro de estos maravillosos
días del nacimiento de Jesús, la Iglesia nos hace también reflexionar sobre
algunas otras realidades del Señor, que vienen a subrayar el hecho importante y
fundamental de la Encarnación, para reafirmar que Jesús es en verdad Dios y hombre.
Una de estas hermosas realidades que reafirman el misterio de la Encarnación es
el hecho de que tuvo de verdad una familia humana ¿qué clase de hombre sería si
no tuviera una verdadera familia? Jesús nació de María Virgen y en el seno de
una familia que la completaban José y el mismo Jesús al nacer.
Este don maravilloso que es la
familia, la familia de cada uno, está iluminado por la familia modelo que es la
de Jesús.
Y Jesús vivió en ese hogar
como unos treinta años, hasta que salió a la vida pública. Ahí se desarrolló,
según nos dice el Evangelio: “Jesús crecía en edad, sabiduría y gracia”. Una de las grandes bondades de la
familia es que ésta impulsa el,
crecimiento. Toda familia debería hacer crecer a los hijos en edad
sabiduría y gracia.
La edad es mucho más que los
cumpleaños. Porque para que la persona vea pasar los días de su calendario, y
solamente eso, para eso no necesita familia. Incluso las personas desarraigadas
de la familia, cada día se van haciendo más viejos. No se trata de eso, el crecimiento
en edad, es el desarrollo de la persona; acompañar a la persona para que cumpla
plenamente la niñez y pase a la adolescencia; y así que vaya pasando las
distintas etapas de la vida después de haberlas completado. Una familia
armoniosa hacer vivir plenamente al niño su niñez, de forma que después en
adelante no le queden rezagos del infantilismo. Y que cuando sea adulto, de tal
forma haya vivido en familia la adolescencia que no le surjan tardíamente
rasgos de adolescencia.
La familia con las relaciones
internas de padres e hijos, esposos entre sí y hermanos, hace que el
crecimiento vaya dándose sin rémoras. Y especialmente cuando además hay modelos
adecuados: el padre y la madre, cada uno en lo suyo. Sin este calor de las
relaciones internas de la familia y sin los modelos adecuados, el niño crecerá
en años, pero seguirá siendo infantil.
La familia debe hacer crecer a
sus integrantes también en sabiduría. Y sabiduría es la comprensión del mundo a
través de los valores. Con valores auténticos se conoce adecuadamente lo que el
la vida, lo que es la realidad, lo que son las personas. Y eso es lo que
podríamos llamar de verdad sabiduría. El conocimiento sin deformaciones, que no
valora como principal lo que es secundario y no deja en segundo plano lo que es
prioritario. Y la familia es la mejor escuela, y especialmente la escuela de la
vida, donde se debe aprender la sabiduría. De esto también nos da un ejemplo la
Sagrada Familia, sobre la que reflexionamos hoy: Sagrada Familia escuela de la
sabiduría de Dios, donde cada uno recibía la fuente de la sabiduría; y donde
estaba la sabiduría de Dios en su esplendor; el Niño crecía en sabiduría en la
Familia que Dios le dio para vivir.
Y finalmente la familia debe
hacer crecer a sus miembros en gracia, que es tener una verdadera y profunda
relación con Dios. El hijo debe adquirir en su familia una verdadera forma de
conocer, amar y servir a Dios. Y no se trata de información de Dios sino de
conocimiento interior de Dios; y este conocimiento supone doctrina recta sobre
Dios y sus misterios, y experiencia de oración. La familia cristiana, iluminada
por esta Sagrada Familia, debe hacer presente a Dios en el corazón de cada uno
de sus integrantes, para que los haga crecer en GRACIA, en la gracia de Dios.
Así que este modelo de la
Sagrada Familia les dice a los padres que deben ser modelos para que los hijos
crezcan en edad, que deben ser ejemplo para que los hijos crezcan en valores
que los hagan sabios, y que deben ser inspiración para que los hijos amen a
Dios.
En el domingo de la Fiesta de
la Sagrada Familia, sumergidos en el clima de la Navidad, el Papa Francisco invitó a imaginar a esta
pequeña familia en medio de tanta gente en el gran templo. No se distinguen,
pero no pasan desapercibidos a dos ancianos llenos del Espíritu Santo y de
profecía que los reconocen.
Cuando los padres y los hijos
respiran juntos este clima de fe, poseen una energía que les permite afrontar
pruebas también difíciles...