Bancos de la Iglesia de San Pedro
Al ingresar a la iglesia de San Pedro los fieles se encontraban en una enorme explanada limitada por la bóveda con nervaduras que partían desde las sólidas columnas de ladrillo y calicanto. Al fondo, solemne, el altar mayor barroco. El piso era también de ladrillo. La luz que ingresaba por las ventanas superiores era absorbida por la roja aspereza de las pilastras y la bóveda encalada esparcía luminosidad hacia el oro de los retablos provocando la alegría de las formas, la curiosidad alba del calicanto y el realce de las imágenes en bulto y en lienzo.
Cada hora del día era distinto el ambiente para el fiel orante. Los grupos diversos formaban comunidades alrededor del sacramento, la instrucción o la devoción. Entrando a mano izquierda, cerca de la puerta, en el último lugar (¿no será el primero?) la capilla de los negros, más allá la capilla de los estudiantes de gramática, la de los estudiantes de facultad, en el lado contrario la de los indios. Cada capilla tenía sus devotos y asistentes, ocupando el espacio libre de la nave central de manera dinámica en función de los fieles presentes en cada servicio religioso.
Los varones asistían de pie, los negros y naturales se sentaban en el suelo, a las matronas y damiselas una sirvienta o esclavo les llevaba su asiento. Originalmente no existían bancos, tal vez en el siglo XIX comenzó a implementarse este tipo de muebles para comodidad de los asistentes y para guardar el orden en las ceremonias. Es que la Iglesia se iba volviendo cada vez más formal, cada grupo de fieles debía ocupar un espacio bien delimitado, especialmente el clero en el presbiterio, el espacio reservado para los divinos misterios.
Algunas abuelas decían que San Pedro era una iglesia sucia. La afirmación procede del polvo que danzaba en el aire debido al desgaste de los pisos de ladrillos soportando más de tres siglos de trajín. La restauración de la iglesia dirigida por el arquitecto Héctor Velarde tras el terremoto de 1940, llevó al cambio de los pisos de ladrillo que fueron reemplazados por losetas blancas y negras de la fábrica de Pedro Rosselló.
Era el momento de hacer los bancos. El superior de los jesuitas encargó la confección de ochenta bancos a la “Fábrica de aserrar y depósito de madera Sanguinetti y Dasso”, situada en la avenida Grau N° 100, donde hemos asistido tantas veces al circo. Cada banco debía tener espacio para diez personas, delimitado por paneles cuadrados con moldura. Al hacer el primero, comprobaron que era incómodo, por lo que se vieron obligados a reformular el diseño con nueve paneles apaisados. Se eliminó la estrechez y ganó en prestancia.
La madera utilizada tanto para asientos como para travesaños es caoba (S. macrophylla King). Las áreas de explotación de esta especie hasta los años cuarenta del siglo pasado se ubicaban en las zonas fluviales accesibles desde la ciudad de Iquitos, donde se concentraban los grandes aserraderos. Posiblemente desde esos lugares de la selva peruana llegaron a Lima los tablones que los artesanos transformaron en muebles de gran belleza y valor.
Imaginamos 34 grandes árboles añosos esperando en medio de la selva el espacio que habían de ocupar en San Pedro para la posteridad. Podemos hablar de 270 metros cúbicos de caoba, una barbaridad para la moderna conciencia ecológica o arriesgar inútiles cálculos crematísticos. La conclusión es que los bancos de la iglesia de San Pedro, que se terminaron de fabricar en el año 1949 y fueron restaurados 63 años después, son una joya más del patrimonio que debemos conservar.
http://padreenrique.blogspot.com/2013/11/bancos-de-san-pedro.html
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