Somos uno cuidando el rebaño
¿RECONOCES LA VOZ DEL BUEN PASTOR?
Comentario al Cuarto Domingo de Pascua - “C”
¿RECONOCES LA VOZ DEL BUEN PASTOR? -
Esta es una sugerente descripción del auténtico discípulo de Cristo. Mis ovejas, mis discípulos, dice el Señor Jesucristo, son aquellos que conocen mi voz, y al sentirla se alegran. Son aquellos que sienten el pálpito de la presencia de Dios en sus vidas, ya sea que esta se manifieste de una forma agradable o desagradable, las que les produce profunda tranquilidad y confianza.
Resulta, entonces, de capital importancia para el discípulo de Cristo, desarrollar de tal modo su sensibilidad espiritual que le permita reconocer la voz del Señor, su presencia en su vida, su manera de actuar. Es solo cuando esto ocurre que uno puede sentirse que pertenece al redil del Señor, que es amigo de Él. Si no, ó esta en proceso de serlo ó es indiferente, es decir, no comprometido con Él.
Es por eso, que la Iglesia el día de hoy nos invita a analizar con sinceridad nuestra realidad espiritual y ver si de hecho nos podemos considerar ovejas del Buen Pastor, y por tanto, seguidores de Jesús. Como se desprende de la lectura del evangelio de hoy, el considerarse discípulo de Cristo no depende directamente de los conocimientos doctrinales que se tenga sobre la persona de Jesús; no depende de la aprobación de un examen de conocimientos que demuestre que “sabemos” muchas cosas de Dios. Ni tampoco esto depende del aspecto “moral” de la persona, es decir saberse “bueno”, entre comillas, que se comporta de acuerdo a los mandamientos y leyes de la Iglesia y de la cultura. Ni tampoco depende de la situación “social”, es decir que la persona sea reconocida como digna de aplauso y mérito importante. Nada de esto.
El único requisito que el evangelio exige para ser considerado discípulo y amigo de Jesús es saber “reconocerlo” cuando El habla, comprender su lenguaje propio. Se trata de una relación intuitiva, que va más allá de lo formal, de lo intelectual, de lo mecánico, de lo legal. Se exige pues un tipo de relación como la que existe entre dos personas que se aman y que se encuentran y reconocen en una dimensión mucho más profunda, íntima, personal, que sienten la alegría de descubrirse en las circunstancias más simples y ordinarias de la vida.
El discípulo de Cristo, no es pues el que esta tratando de hacer grandes cosas con el deseo de obtener el aprecio y reconocimiento del maestro sino simplemente aquel que es capaz de escuchar su voz y de hacer todo aquello que el maestro le inspira, movido por una amistad desinteresada.
El desafío, pues, que hoy nos presenta la liturgia es el que aprendamos a descifrar ese lenguaje con que Dios nos habla y que lo sepamos interpretar para nuestra propia vida. Un lenguaje que brota de Dios por amor y toca lo más íntimo y personal nuestro, nuestros auténticos y verdaderos sentimientos. Y para poder captar y dominar ese lenguaje divino, es necesario, estimados amigos, dar tiempo al tiempo, dar mucho tiempo a la conversación diaria con el Señor, escucharlo, tratar de descifrar su lenguaje y, al mismo tiempo, que Él nos escuche una y otra vez, que reconozca nuestra voz. Amigos, todo proceso de amistad verdadera necesita tiempo, días y días, mañanas y mañanas, meses y meses, en que nos sentemos a escuchar y a ser escuchados. Porque lograr una amistad con el Señor, llegar a ser sus discípulos, ser reconocido como una de sus ovejas, es un proceso humano y divino y es, sin duda, el mayor éxito que puede tener una vida humana.
No tengamos miedo, pues, de descender a lo más íntimo de nuestra vida, allí a donde no dejamos entrar a casi nadie y que, al mismo tiempo, en donde sentimos que están nuestras aspiraciones, ilusiones, esperanzas más auténticas. Desde este espacio personal, del que a veces nos avergonzamos y sentimos confusión de nosotros mismos, brotará el lenguaje propio para hablar con Dios y en donde Dios mismo nos hablará, ya que la amistad no es una fórmula, sino una vida
Y AHORA VIENE LO MÁS IMPORTANTE
Y BIEN AMIGOS, así terminamos nuestro breve comentario a la liturgia de este domingo,
Pero ahora viene el momento más importante: tu encuentro personal con el Señor Jesús.
Te invito, pues, a tomar el texto del evangelio en tus manos: San Juan, Capítulo 10, versículos del 27 al 30, y trata de escuchar lo que el Señor Jesús te quiere comunicar, a través de él:
Te agradezco muy sinceramente haber estado con nosotros.
¿RECONOCES LA VOZ DEL BUEN PASTOR?
Comentario al Cuarto Domingo de Pascua - “C”
San Juan 10, 27 al 30,
Domingo 25 de abril 2010
ESTIMADOS AMIGOS:
Bienvenidos una vez más a nuestro encuentro dominical para celebrar juntos el Día del Señor. Hoy CUARTO DOMINGO DE PASCUA la Iglesia nos ofrece para nuestra reflexión y comentario un pasaje del evangelista San Juan.
“Mis ovejas conocen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano.”
¿RECONOCES LA VOZ DEL BUEN PASTOR? -
Esta es una sugerente descripción del auténtico discípulo de Cristo. Mis ovejas, mis discípulos, dice el Señor Jesucristo, son aquellos que conocen mi voz, y al sentirla se alegran. Son aquellos que sienten el pálpito de la presencia de Dios en sus vidas, ya sea que esta se manifieste de una forma agradable o desagradable, las que les produce profunda tranquilidad y confianza.
Resulta, entonces, de capital importancia para el discípulo de Cristo, desarrollar de tal modo su sensibilidad espiritual que le permita reconocer la voz del Señor, su presencia en su vida, su manera de actuar. Es solo cuando esto ocurre que uno puede sentirse que pertenece al redil del Señor, que es amigo de Él. Si no, ó esta en proceso de serlo ó es indiferente, es decir, no comprometido con Él.
Es por eso, que la Iglesia el día de hoy nos invita a analizar con sinceridad nuestra realidad espiritual y ver si de hecho nos podemos considerar ovejas del Buen Pastor, y por tanto, seguidores de Jesús. Como se desprende de la lectura del evangelio de hoy, el considerarse discípulo de Cristo no depende directamente de los conocimientos doctrinales que se tenga sobre la persona de Jesús; no depende de la aprobación de un examen de conocimientos que demuestre que “sabemos” muchas cosas de Dios. Ni tampoco esto depende del aspecto “moral” de la persona, es decir saberse “bueno”, entre comillas, que se comporta de acuerdo a los mandamientos y leyes de la Iglesia y de la cultura. Ni tampoco depende de la situación “social”, es decir que la persona sea reconocida como digna de aplauso y mérito importante. Nada de esto.
El único requisito que el evangelio exige para ser considerado discípulo y amigo de Jesús es saber “reconocerlo” cuando El habla, comprender su lenguaje propio. Se trata de una relación intuitiva, que va más allá de lo formal, de lo intelectual, de lo mecánico, de lo legal. Se exige pues un tipo de relación como la que existe entre dos personas que se aman y que se encuentran y reconocen en una dimensión mucho más profunda, íntima, personal, que sienten la alegría de descubrirse en las circunstancias más simples y ordinarias de la vida.
El discípulo de Cristo, no es pues el que esta tratando de hacer grandes cosas con el deseo de obtener el aprecio y reconocimiento del maestro sino simplemente aquel que es capaz de escuchar su voz y de hacer todo aquello que el maestro le inspira, movido por una amistad desinteresada.
El desafío, pues, que hoy nos presenta la liturgia es el que aprendamos a descifrar ese lenguaje con que Dios nos habla y que lo sepamos interpretar para nuestra propia vida. Un lenguaje que brota de Dios por amor y toca lo más íntimo y personal nuestro, nuestros auténticos y verdaderos sentimientos. Y para poder captar y dominar ese lenguaje divino, es necesario, estimados amigos, dar tiempo al tiempo, dar mucho tiempo a la conversación diaria con el Señor, escucharlo, tratar de descifrar su lenguaje y, al mismo tiempo, que Él nos escuche una y otra vez, que reconozca nuestra voz. Amigos, todo proceso de amistad verdadera necesita tiempo, días y días, mañanas y mañanas, meses y meses, en que nos sentemos a escuchar y a ser escuchados. Porque lograr una amistad con el Señor, llegar a ser sus discípulos, ser reconocido como una de sus ovejas, es un proceso humano y divino y es, sin duda, el mayor éxito que puede tener una vida humana.
No tengamos miedo, pues, de descender a lo más íntimo de nuestra vida, allí a donde no dejamos entrar a casi nadie y que, al mismo tiempo, en donde sentimos que están nuestras aspiraciones, ilusiones, esperanzas más auténticas. Desde este espacio personal, del que a veces nos avergonzamos y sentimos confusión de nosotros mismos, brotará el lenguaje propio para hablar con Dios y en donde Dios mismo nos hablará, ya que la amistad no es una fórmula, sino una vida
Y AHORA VIENE LO MÁS IMPORTANTE
Y BIEN AMIGOS, así terminamos nuestro breve comentario a la liturgia de este domingo,
Pero ahora viene el momento más importante: tu encuentro personal con el Señor Jesús.
Te invito, pues, a tomar el texto del evangelio en tus manos: San Juan, Capítulo 10, versículos del 27 al 30, y trata de escuchar lo que el Señor Jesús te quiere comunicar, a través de él:
Te agradezco muy sinceramente haber estado con nosotros.
Padre Javier San Martin SJ