HOMILÍA – FIESTA TITULAR DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS.–
D– 3 Ene 2016
Hoy se celebra en el Perú la fiesta de la Epifanía y en el
calendario litúrgico de la Iglesia hoy es también la fiesta del Santísimo
Nombre de Jesús. La Epifanía nos recuerda que Jesús ha venido al mundo como
Salvador de todos los pueblos. Esta verdad fundamenta la acogida y respeto
fraterno que debemos mostrar a todas las personas que, por encima de su
ubicación social o cultural, en el tiempo o en la geografía del mundo, buscan
–siempre guiados por el único Dios y por su Espíritu– darle un sentido
trascendente a sus vidas, obrar con rectitud de conciencia y empeñarse en la
construcción de la paz y la justicia. Para todos ellos nace el Señor.
La estrella que guía a los Magos de oriente simboliza la
presencia del Salvador que brilla en el interior de los seres humanos y de las
culturas, y los guía en sus caminos, por extraños que nos parezcan, en sus
éxodos, tantas veces trabajosos y difíciles. El Espíritu de Dios ilumina como
“luz de estrella que brilla en la noche” (Sab 10,17) a todos los hombres y
mujeres de buena voluntad, pequeños o grandes, pobres o sabios de todos los
tiempos que buscan el logro pleno de su vida en el amor y la justicia.
Esta importante fiesta de la Epifanía no deja en penumbra el
significado de la fiesta del Nombre de Jesús. Según el evangelio de San Lucas
(2, 21), “al cumplirse los ocho días, cuando tocaba circuncidar al Niño, le
pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su
concepción”.
Tradicionalmente, los jesuitas celebramos en esta fecha del
Santísimo Nombre de Jesús, nuestra fiesta titular. Damos gracias a Dios por
haber inspirado a San Ignacio este nombre para nuestra orden y pedimos la
gracia de cumplir lo que en él se significa.
Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros deliberaron
entre sí cómo responderían a quien les preguntase qué congregación era la suya.
Relata Juan de Polanco, secretario de Ignacio, que en Vicenza, 1537,
“comenzaron a darse a la oración y pensar qué nombre sería más conveniente, y,
visto que no tenían cabeza ninguna entre sí ni otro prepósito sino a
Jesucristo, a quien sólo deseaban servir, parecióles que tomasen nombre del que
tenían por cabeza, diciéndose la Compañía de Jesús”. Reconocen que es el Señor
quien ha tomado la iniciativa de reunir en su Iglesia este grupo apostólico y
desea servirse de él como un instrumento para continuar su obra.
Desde entonces, la Compañía ha mantenido su nombre, lo ha
defendido frente a algunos intentos de cambiarlo. Lo ha llevado no sin cierto
sentimiento de distinción, pero sobre todo con una serena confianza de que con
él expresa la gracia que viene de parte de Dios y el deseo más íntimo nuestro
de participar en el destino de Jesús, en
su vida y en su muerte, en sus trabajos y padecimientos para que, siguiéndole
en la pena le sigamos también en la gloria (EE 95).
Pedro de Ribadeneira, discípulo y biógrafo de Ignacio,
relaciona la elección de este nombre con la visión que tuvo Ignacio camino de
Roma, en el sitio llamado de La Storta. Allí el Fundador se confirmó en su
propósito de establecer con sus compañeros una compañía que “militara para Dios
bajo el estandarte de la cruz, y se distinguiera con el nombre de Jesús, para
servir solamente al Señor y a su Esposa la Iglesia bajo el Romano Pontífice,
Vicario de Cristo en la tierra”.
El peregrino Ignacio va camino de Roma con el ánimo
inquieto. Sabe que allí les esperan malentendidos y quizá persecuciones; el
destino mismo de su orden naciente se le escapa de las manos, pero nada de esto
constituye, a fin de cuentas, su preocupación de fondo. Su pasión más
apremiante es la de poder hallar el medio más eficaz de asemejarse a su Señor,
cargar con él su cruz y entregar todo su haber y poseer a la tarea de procurar
la gloria de Dios, que es la vida de los hombres. Eso significa la plegaria insistente
que dirige a María, la Madre: que le consiga la gracia de ser puesto con su
Hijo. Y en una ermita a pocas leguas de Roma, siente que el Padre dice a su
Hijo que reciba al peregrino en su compañía. Y el Hijo, cargado de su cruz, le
dice a Ignacio: “Quiero que tú nos sirvas. Yo les seré propicio en Roma”.
Consciente de esto, la Compañía vive del deseo de Ignacio,
continuamente repetido: que Dios Padre nos ponga con su Hijo, nos haga estar
donde Él estuvo y está, y nos haga capaces de hacerlo todo como Él lo hizo. El
nombre “Compañía de Jesús” no se nos ha dado para que nos envanezcamos, sino
para que procuremos vivir un estilo de vida, un modo de proceder semejante al
de Jesús y miremos al mundo desde la perspectiva de misión que su nombre
significa.
Así mismo, Ignacio y todos los jesuitas con él, reconocen
que el “ser puestos con el Hijo” conlleva indisociablemente un arraigo eclesial
muy firme y decidido. La unión a la esposa de Cristo, “que es la santa madre
Iglesia hierárchica”, es para Ignacio en toda circunstancia el signo de la
fidelidad a Jesús cuyo nombre llevamos. Puesto que la Iglesia es la primera
depositaria de la misión de Cristo, la Compañía quiere servir a la Iglesia y en
la Iglesia. Quiere colaborar en la misión de la Iglesia que es la de anunciar
la Buena Noticia que salva.
Pero sabemos bien que esta misión atraviesa el tiempo, y por
tanto ha de concretarse y mediatizarse de acuerdo a los desafíos y necesidades
que el tiempo ofrece. Hoy enfrentamos nuevos retos: en el campo de la lucha por
la justicia y la defensa de la vida, en el campo de la nueva evangelización, en
el campo del diálogo con las culturas y con las otras religiones, y en el campo
de la defensa del medio ambiente. Hoy de manera particular, en respuesta a la
llamada apremiante del Papa Francisco, debemos enfocar nuestros recursos a “las
más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo
moderno dramáticamente crea”, para anunciar y testimoniar allí la misericordia.
Pues bien, en el Nombre mismo que lleva, la Compañía ha de
encontrar lo que la libera para lograr la agilidad, adaptabilidad y capacidad
de sacrificio que estos nuevos desafíos exigen. Hoy como ayer, en su larga
historia de casi cinco siglos (476 años), la Compañía se renueva, se inspira y
fortalece en la continua y sincera vuelta al evangelio, en la mirada a Jesús,
contemplado día a día para más amarlo y seguirlo.
Para el jesuita es vital repetir de continuo, en toda
circunstancia, el nombre amado de Jesús porque para él es el referente y
criterio de todo, y lo más íntimo y esencial de su vocación. El Nombre de Jesús
es, en definitiva, lo que ha hecho y seguirá haciendo a nuestra Orden libre
frente a todo: libre –como decía el P.Arrupe– respecto a sus obras y proyectos,
a su prestigio y a su número (que, por cierto, como el de la mayoría de los
religiosos decrece cada vez más), libre respecto a los objetivos y metas que se
propone. El Nombre de Jesús la desinstala, la pone con el Hijo en la diaria y
cruenta pascua del mundo. La renueva desde su raíz para que siga de veras a
Jesús, para encarnar en sus personas y en sus obras la misericordia de Dios que
salva.
Que esta verdad siga atrayendo a la Compañía muchos jóvenes
generosos y decididos. Y que ellos, junto con nosotros, recordemos lo que decía
el P. Ribaneira, que “aquellos que por vocación de Dios entran en esta familia
religiosa comprendan bien que ellos no son llamados a la orden de Ignacio, sino
a la Compañía de Jesús y al servicio del Hijo de Dios Jesucristo nuestro Señor,
y que deben seguir sus estandartes, tomar con alegría su cruz y fijar sus ojos
en Jesús, único autor”.
Mensaje por la Paz. P. Carlos Cardó, SJ – Parroco