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Domingo de Ramos con Maria 2018

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viernes, 8 de enero de 2016

03.01 Homilía: Fiesta de la Epifanía del Señor - 2016



HOMILÍA 
–«Fiesta de la Epifanía del Señor» (Mt 2,1-12)  

D– 3 Ene 2016
Celebramos la Epifanía, la manifestación del Señor como Salvador de todas las naciones, simbolizadas en los sabios de Oriente.

Lo importante del relato evangélico son los símbolos, a través de los cuales se nos hace comprender que el Niño nacido en Belén trae la salvación a todas los pueblos y culturas del mundo. Nuestra fe en esta manifestación universal de Dios nos hace acoger fraternalmente a todas las personas que, por encima de su ubicación social o cultural, en el tiempo o en la geografía del mundo, buscan –siempre guiados por el único Dios y por su Espíritu– el sentido que deben dar a su vida, la rectitud que debe caracterizar su conducta, el empeño que deben mantener en favor de la justicia, el amor y la paz. Para todos ellos nace el Señor. 

El primer símbolo que aparece en el relato es la luz. Designa a Jesucristo, Luz de Dios que ilumina al mundo. “Yo soy la luz del mundo”, dirá el mismo Jesús (Jn 8,12). Luz de Dios que viene para todos, pero que hay que buscarla, acogerla y dejar que transforme la vida.

Los magos representan a los sabios de todos los tiempos que, movidos por los valores de sus religiones y culturas, disciernen los signos de Dios en la naturaleza y en el devenir humano y son capaces de alcanzar el conocimiento pleno de la verdad en su encuentro con Jesús. Ellos aparecen en Jerusalén, la santa ciudad que sí posee la revelación de Dios escrita en la Sagrada Escritura pero que, en vez de aceptarla, la rechaza hostilmente.

En Jerusalén sobresale, como personaje importante, el rey Herodes, rodeado de los sumos sacerdotes y maestros de la ley: son los que “conocen las Escrituras pero son incapaces de andar pocas millas para adorar a Jesús en Belén. Los que presumen ser el verdadero Israel rechazan al Mesías que Dios les prometió. Pero los paganos lo acogen y se llenan de alegría” (J.L. Sicre, El Cuadrante).

Esto lleva a advertir que se pueden conocer los valores propios de la fe verdadera, pero no vivirlos. La fe queda entonces reducida a un conjunto de creencias y costumbres heredadas sociológicamente, que se transmiten junto con otros elementos propios de una cultura, pero que no se asumen libre y responsablemente y no ordenan la propia vida. Lo que importa de manera decisiva no es la fe heredada y recibida, sino la fe vivida y testimoniada. No basta  pertenecer a una comunidad cristiana, pues la fe verdadera se puede alcanzar fuera de ella, como en el caso de esos sabios que vinieron de lejos.

La estrella que guía a estos hombres simboliza la presencia del Salvador que brilla en el interior de todos los seres humanos y de las culturas, y los guía en sus caminos, por extraños que nos parezcan, en sus éxodos, tantas veces trabajosos y difíciles. El Espíritu de Dios ilumina como “luz de estrella que brilla en la noche” (Sab 10,17) a todos  los hombres y mujeres de buena voluntad, pequeños o grandes, pobres o sabios de todos los tiempos que buscan sin descanso el logro pleno de sus vida en el amor y la justicia.

Dice el evangelio que los magos llegaron a Belén, hallaron al Niño y a su madre, se les llenó de alegría el corazón y, abriendo sus cofres, le ofrecieron oro, incienso y mirra. Una antigua tradición dice que los magos dan a Jesús oro, incienso y mirra porque le reconocen como rey, como Dios y como hombre. Otra interpretación hace ver que con el oro, el incienso y la mirra de sus cofres, los magos entregan a Jesús lo mejor de sí mismos. El oro representa el mayor bien que uno tiene, su amor; el incienso invisible, que sube a lo alto, equivale a lo que uno más desea; la mirra, que cura las heridas y preserva de la corrupción, representa la propia condición mortal y los padecimientos. Todo lo que amamos, deseamos y tenemos, eso es nuestro tesoro. Se lo ofrecemos a Dios y Él entra a nuestro tesoro.

El relato termina con una observación importante: advertidos de que no volvieran donde Herodes, los magos retornan a su región de origen pero por otro camino. Quien se encuentra con Cristo cambia de camino, queda transformado. Estos hombres buscaban a Dios y Dios los encontró. Ahora llevan consigo al Emmanuel, al Dios-con-nosotros.

La Epifanía nos hace ver que somos peregrinos, por caminos que pueden atravesar desiertos y oscuridades, pero siempre hay una estrella que brilla y guía hasta Dios. Ella está allí, en el firmamento de nuestro corazón, en nuestro deseo de libertad interior, de bondad y de felicidad; también en el pesar que nos causan nuestras debilidades y culpas.

Sigamos nuestra estrella y llevemos nuestro tesoro; el oro de lo mejor que tenemos, que es nuestro amor, el incienso invisible de nuestros mejores deseos, y también la mirra de nuestros sufrimientos. Encontraremos al Señor y él aceptará nuestros dones.

P. Carlos Cardó, SJ  - Párroco

PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA

Foto:
La adoración de los Reyes Magos, pintura anónima realizada entre 1740 y 1760, perteneciente a la Escuela Cuzqueña de Pintura.