Homilía del Primer Día del Año.–
Viernes - 1 Ene 2016
La primera lectura que hemos escuchado (Num 6, 22-27) nos
enseña a expresar nuestros deseos de paz, unión y prosperidad con la bendición
que los sacerdotes pronunciaban sobre los israelitas: “El Señor te bendiga y te
proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor”.
La segunda lectura (Gal 4,4-7) nos recuerda que Dios,
llegado el tiempo fijado por Él, hizo nacer a su Hijo de una mujer, María de
Nazaret. Cristo entró en nuestra historia. Su cercanía hace que todos podamos
vivir seguros en la libertad de los hijos de Dios.
El evangelio (Lc 2,16-21) resalta la figura de María como
madre de Dios. Llamarla así es afirmar que Jesús, fruto bendito de su vientre,
es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza divina que el Padre. Como madre,
María le dio un cuerpo, como educadora contribuyó a modelar su personalidad. El
Señor hizo maravillas en ella, y la proclamamos dichosa de generación en
generación.
Hoy se celebra también la Jornada Mundial por la Paz. Como
todos los años, el Papa exhorta a las naciones a procurar construir las
condiciones de una convivencia realmente fraterna. Extraigo de su Mensaje los
siguientes párrafos importantes.
Comienza el Santo Padre expresando sus mejores deseos de
bendiciones y paz para todos, junto con su esperanza de que 2016 nos encuentre
a todos comprometidos en realizar la justicia y trabajar por la paz, que es don
de Dios, pero confiado a todos para que lo llevemos a la práctica.
Las guerras, atentados terroristas y persecuciones por
motivos étnicos o religiosos, han marcado el año pasado hasta asumir las formas
de una «tercera guerra mundial en fases». Pero también algunos acontecimientos
del año 2015 nos estimulan a no perder la esperanza porque demuestran la
capacidad de la humanidad de actuar con solidaridad, más allá de los intereses individualistas
y de la indiferencia ante las situaciones críticas. En ese sentido, el Papa
recuerda de modo especial los esfuerzos realizados para buscar vías de solución
al gravísimo problema de los cambios climáticos y promover un desarrollo
sostenible que asegure una existencia digna para todos.
En la perspectiva del Jubileo de la Misericordia, invita a
rezar y trabajar para que todo cristiano pueda desarrollar un corazón humilde y
compasivo, capaz de testimoniar la misericordia, de «perdonar y de dar», de
abrirse «a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales,
que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea», sin caer en la
indiferencia que impide descubrir la novedad.
Los seres humanos existimos en relación y tenemos la responsabilidad
de actuar en solidaridad. Fuera de esta relación, seríamos menos humanos. Sin
embargo, no se puede negar que, más allá del ámbito individual, ha crecido el
fenómeno de la «globalización de la indiferencia». Comienza todo con la
indiferencia ante Dios, de la cual brota la indiferencia ante el prójimo y ante
lo creado. El hombre piensa que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y
pretende tener sólo derechos.
Indiferencia ante el prójimo es mostrar desinterés por los
dramas que afligen a la humanidad, porque se les considera responsabilidad de
otros, no propia. «Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de
los demás, algo que Dios Padre no hace jamás». Todo esto contribuye a la falta
de paz porque alimenta el persistir de situaciones de injusticia y
desequilibrio, que pueden conducir a conflictos e inseguridad.
Dicha actitud de indiferencia puede llegar también a
justificar algunas políticas económicas deplorables, premonitoras de
injusticias, divisiones y violencias, con vistas a conseguir el máximo de
ganancia o mantener el poder, incluso a costa de pisotear los derechos y las
exigencias fundamentales de los otros.
El mensaje cristiano nos muestra que la misericordia es el
corazón de Dios. Por eso donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente
la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las
asociaciones, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder
encontrar un oasis de misericordia.
Las familias constituyen el primer lugar en el que se
transmiten los valores del amor y la fraternidad, de la convivencia y del
compartir. Por eso es alentador ver que numerosas familias se esfuerzan en
educar a sus hijos «contracorriente» en los valores de la solidaridad, la
compasión y la fraternidad. Muchas familias abren sus corazones y sus casas a
quien tiene necesidad, como los refugiados y los emigrantes.
Los educadores y los formadores están llamados a tomar
conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales,
espirituales y sociales de la persona. Los valores de la libertad, respeto y
solidaridad se transmiten desde la infancia.
Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de
comunicación tienen también una responsabilidad de ponerse al servicio de la
verdad y no de intereses particulares. Los medios de comunicación «no sólo
informan, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios».
Hay muchas organizaciones y asociaciones dentro de la
Iglesia, y fuera de ella, cuyos miembros, con ocasión de calamidades o
conflictos armados, afrontan fatigas y peligros para cuidar a los heridos y
enfermos. Estas acciones son obras de misericordia, sobre las que seremos
juzgados al término de nuestra vida.
Por último, menciona el Papa a los jóvenes que se unen para
realizar proyectos de solidaridad, y a todos aquellos que abren sus manos para
ayudar al prójimo necesitado. Aunque no se les dé publicidad, su hambre y sed
de justicia será saciada, su misericordia hará que encuentren misericordia y,
como trabajadores de la paz, serán llamados hijos de Dios (cf. Mt 5,6-9).
En el espíritu del Jubileo de la Misericordia, cada uno está
llamado a reconocer cómo se manifiesta la indiferencia en la propia vida, y a
adoptar un compromiso concreto para contribuir a mejorar la realidad donde
vive, en la propia familia, en el vecindario o en el ambiente de trabajo.
Termina el Santo Padre confiando estas reflexiones, junto
con los mejores deseos para el nuevo año, a la intercesión de María Santísima,
para que nos obtenga de su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, el cumplimento de
nuestras súplicas y la bendición de nuestro compromiso cotidiano en favor de un
mundo fraterno y solidario.
Mensaje por la Paz. P. Carlos Cardó, SJ – Párroco