HOMILÍA – I DOMINGO DE CUARESMA
«Las Tentaciones de Jesús en el Desierto»
--(Lc 4, 1-13) –
14 Feb 2016
No cabe duda de que Jesús fue
tentado en su realidad humana. No fue aparentemente tentado —como afirmaron
algunos herejes— sino de verdad y a lo largo de su vida, empezando por el
tiempo que estuvo en el desierto. Como todo hombre, Jesús siente la llamada del
mal, aunque no se deja en lo más mínimo atrapar por él, porque sigue las
insinuaciones del Espíritu, que actúa de modo permanente en su condición
humana. Ha querido someterse a la tentación para estar cerca de los que son
tentados. Dice san Agustín: “Si Cristo no hubiese sido tentado, no te habría
enseñado a vencer cuando tú fueras tentado” (Coment. al Salmo 60, CCL 39,766).
El Espíritu lo condujo al
desierto. El desierto en la Biblia es un símbolo cargado de significación. En
él guió Dios a su pueblo hacia la libertad, pero fue allí también “donde
vuestros padres dudaron aunque habían visto mis obras (Sal 95). Es el lugar donde uno se enfrenta con el tentador.
Es donde hay que preparar los caminos del Señor (Is 40, 3) y, por ello, es
lugar de grandes decisiones. Es allí también donde se siente la presencia y el
consuelo de Dios (Os 2, 14: “Me la llevaré al desierto y le hablaré al
corazón”).
Se podría decir que es
ineludible pasar por el desierto, donde se pone a prueba la autenticidad de la
fe. “Nadie puede seguir a Jesús si no se decide a pasar por la tentación y la
prueba que purifica el corazón humano de todo intento de posesión, de éxito, o
de adhesión a otros espíritus. El Reino es, ante todo, una liberación interior:
nos invita a dejar todo lo que constituye nuestra vida cotidiana, para
reencontrarlo bajo una mirada transformada, la mirada del hijo. Seguir a Jesús
significa en primer lugar venir para presentar a Jesús resucitado nuestras
enfermedades, dolores, alienaciones y parálisis para que Él las cure” (J.
Rademakers).
En el desierto, el diablo puso
a prueba a Jesús durante cuarenta días, dice Lucas. El diablo significa “el que
divide”, el “adversario”. Crea división entre Dios y nosotros, rompe nuestra
unidad interior y la unidad que debemos tener entre nosotros. Es el que nos
acusa (Ap 12,10) y finalmente nos deja solos. Es él quien insinuó en el corazón
de Adán la rivalidad con Dios y lo llevó a la desobediencia (Gen 3). Representa
el poder del mundo (2 Cor 4,4) opuesto a Cristo. Promueve desorden y ruptura en
la creación. Contra él dirige su lucha Jesús.
Los 40 días no hay que
entenderlos en sentido cronológico. Hacen referencia a los cuarenta años que
pasaron los israelitas en el desierto (Dt 8,2.4), y simbolizan todo un período
de experiencia particularmente intensa y decisiva.
¿En qué consistió la tentación
de Jesús? El diablo tienta a Jesús en la forma de realizar la salvación del
mundo: no conforme a la voluntad de Dios, es decir, por el camino de un Mesías
Siervo que redime entregando su vida por todos (10,45), sino por el camino de
un Mesías poderoso que domina y somete. Fue una tentación que acompañó a Jesús
a lo largo de su vida. Y podemos decir que es la tentación de toda persona que
pretende ser hijo o hija de Dios pero viviendo a su manera, haciendo lo que le
da la gana y no la voluntad de Dios.
1ª tentación: El diablo invita
a Jesús a hacer de su obra salvadora un proyecto en beneficio propio. Haz que
estas piedras se conviertan en panes. El pan, y el dinero con que se adquiere,
se convierten en lo más valioso de la vida, lo demás no importa. Esta
absolutización del dinero y las riquezas se da cuando no se admite que los
bienes materiales no son un fin sino un medio, que tienen una finalidad a la
que deben orientarse y que, finalmente, se acaban. La codicia es idolatría. El
amor al dinero es la raíz de todos los males; algunos, por codiciarlo, se han
apartado de la fe y se han ocasionado a sí mismos muchos males (1 Tim 6,10).
2ª tentación: La tentación del
poder. Te daré todos los reinos del mundo y su gloria. El poder es el ídolo más
fascinante. Ante esta tentación, Jesús reacciona de inmediato, no entra en
diálogo con el tentador. Apártate de mi Satanás. Lo mismo le dirá a Pedro,
cuando éste intente apartarlo de su camino de cruz: Apártate de mí Satanás que
me pones obstáculo. Tú no piensas como Dios, sino como los hombres (Mc 8,33).
Jesús, en cambio, nos revelará en qué consiste la verdadera libertad: en poner
la vida al servicio de todos, sin dominar a nadie, para que nadie viva oprimido
o sometido.
3ª tentación: es la tentación
central. En vez de obedecer a Dios, hacer que Dios haga lo que me plazca. Un
Dios a mi servicio. En el caso de Jesús: una relación interesada con Dios, su
Padre, para que lo ayude a someter el mundo con medios espectaculares: ¡Tirarse
abajo desde el pináculo del templo…! Seducir, hacerse irresistible por medio de
las propias dotes personales y, encima, teniendo a Dios como aliado. ¡No
tentarás al Señor tu Dios!, es la respuesta de Jesús. Porque provoca a Dios, en
efecto, la presunción de quien, abusando de la bondad divina, da rienda suelta
a su mala conducta.
Todos tenemos conciencia de
estar inmersos en una red de tentaciones dentro y fuera de nosotros.
Identificar nuestras propias tentaciones nos ayuda a estar vigilantes. Ver a
nuestro Salvador tentado, luchando y venciendo al mal, nos afianza en la
confianza de que, caminando con Él, venceremos con Él. Es el mensaje de la
Cuaresma que comenzamos.
P. Carlos Cardó, SJ –
PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE
FÁTIMA
*
Dice san Agustín:
“Si Cristo no hubiese sido
tentado,
no te habría enseñado a vencer cuando tú fueras tentado”
(Comentario al
Salmo 60, CCL 39,766).