HOMILÍA DOMINGO V DEL T. O.
«Pesca milagrosa, llamada a los primeros apóstoles»
(Lc 5, 1-11)
P. Carlos Cardó, SJ – 7 Feb 2016
Lucas pone el llamamiento de los discípulos al comienzo de
la actividad pública de Jesús para señalar que lo primero de todo en la vida
cristiana es sentirse llamados. La fe cristiana, en efecto, no consiste
únicamente en asimilar intelectualmente una doctrina o adoptar una actitud
moral. Jesús llama a seguirlo, es decir, a identificarse con Él; y también a
confiar, arriesgarse a comprometerse con Él hasta el final.
Esta adhesión vital a la persona de Jesús es lo que hace que
el evangelio y la vida cristiana sean algo muy superior a una bella doctrina
que uno aprende, a una hermosa causa por la que uno lucha, a una hermosa
realización estética que uno admira. Jesús despierta en quien lo sigue una
relación mucho más profunda y total: se le entrega no sólo la cabeza y la
sensibilidad, se le entrega el corazón, el fondo del alma. Creer es poder decir
con San Pablo: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive mí (Gal 2,20).
El pasaje, además, tiene un contenido eclesial. La barca con
Jesús y los apóstoles simboliza a la Iglesia. Desde ella Jesús predica, de ella
baja para sanar a los enfermos, en ella atraviesa el lago de Galilea en
compañía de sus discípulos y, cuando Él no está, la barca zozobra zarandeada
por los vientos y las olas. La barca no puede estar sin Jesús; cuando eso
ocurre la envuelve la oscuridad de la noche y queda expuesta a la tempestad. Y
puede ocurrir también que Jesús esté en ella con los suyos pero como ausente,
dormido en el cabezal, y ellos tengan miedo porque su fe es escasa.
Así es la Iglesia y eso podemos vivir en ella, porque está
formada de hombres y mujeres como nosotros, con sus debilidades, miedos y
desconfianzas. Hay aquí una invitación a reconocer a Cristo en la Iglesia tal
como es: comunidad de pecadores, solidaridad de debilidades. En la Iglesia
aparece lo que somos y lo que Él hace por nosotros: nos congrega, sana y
alimenta, nos hace comunidad abierta a los que sufren, y a ellos nos envía para
repetir sus gestos, signos de su reino.
Los pescadores estaban lavando las redes. La llamada se
recibe en la vida ordinaria. No nos imaginemos cosas extraordinarias. El Señor
nos habla en nuestra propia Galilea, en nuestra vida cotidiana, por profana o
prosaica que nos parezca: mientras se está pescando como Simón y sus
compañeros, o se está contando plata como Mateo en su mesa de cobrador de
impuestos. Incluso se puede estar haciendo cosas contra Cristo y contra los
cristianos, como hacía Saulo. Hagamos lo que hagamos, llega a nosotros su
palabra que nos cambia, desvelando nuestra verdad más profunda.
Dice Jesús a Pedro: Rema mar adentro y echa las redes para
pescar. Han pasado una mala noche de fatiga inútil. La orden de Jesús a
pescadores profesionales podría parecer ofensiva: ellos saben cuándo y dónde se
echa la red; y saben que es de noche cuando se pesca. Maestro toda la noche nos
la hemos pasado bregando sin pescar nada… pero sobre tu palabra echaré la red.
La noche simboliza la ausencia de Jesús. Sin el Señor, la actividad es
infecunda. “Porque sin mí, no pueden hacer nada” (Jn 15,5).
La noche es también la comunidad cerrada. Y es el trabajo
sin unión a Jesús, que resulta siempre ineficaz. En realidad ellos no saben
dónde echar la red, cuál es el lugar adecuado. Habrán de aprender a no confiar
en sus propias fuerzas, en su capacidad o en los medios que emplean, pues
pronto revelan su impotencia para la tarea encomendada.
Cuando, como Pedro, reconocen que es el Señor quien hace
crecer y fructificar, entonces producen frutos. “Confío en tu palabra, tu
palabra me da vida”. La comunidad ha de escuchar la palabra, confrontar sus
fatigas y miedos, obedecer y obtener frutos. Sólo el empeño en el trabajo,
junto con el reconocimiento humilde y realista de la propia incapacidad,
conducen a la abundancia.
Capturaron gran cantidad de peces…La abundante pesca
expuesta de forma enigmática por el empleo del término “multitud”, alude a la
entera comunidad de fieles, reunidos por medio de la predicación y de los esfuerzos
apostólicos en la una y única Iglesia. A pesar de ser tantos los ganados para
la causa de Cristo en la Iglesia, la red no se rompe, porque cuenta con las
promesas de Jesús.
Al ver esto Simón Pedro se postró a los pies de Jesús
diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Ante la magnitud del favor
recibido, Pedro reconoce su propia condición de pecador. La magnanimidad del
Señor le lleva a apreciar su propia pequeñez. Expresa gratitud en forma de
deseo de conversión y perdón.
No temas, desde ahora serás pescador de hombres. La
comunidad, representada por Pedro, recibe la llamada a la misión. En la pesca
está prefigurada la misión que se inicia en Galilea y ha de llegar hasta el
confín del mundo.
Ellos, dejándolo todo, lo siguieron.
En la primera lectura, hemos escuchado la voz del Señor que
decía: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?” (Is 6,8).
¿Es mi respuesta la misma del profeta: “Aquí estoy,
mándame?”.
P. Carlos Cardó, SJ
Párroco - Nuestra Señora de Fatima - Miraflores Lima