Tres asombrosos lugares para
celebrar la Navidad según el Papa Francisco
El Dios de la Navidad es un
Dios que desordena las cartas. Le gusta hacerlo, ¡eh! Como canta María en el
Magníficat, el Señor quien derriba a los poderosos
"En Navidad, Dios se nos
da totalmente a Sí mismo donando as su Hijo, el Único que es toda su alegría, Y
sólo con el corazón de María, es posible exultar y alegrarse por el gran don de
Dios y por su imprevisible sorpresa", fue parte del mensaje expresado por
el Papa Francisco durante su reflexión dominical antes de la oración del
Ángelus.
Al reflexionar además sobre la
lectura del Evangelio del cuarto domingo de Adviento, que relata la visita de
María a su prima Isabel, quien milagrosamente lleva a un niño en su vientre en
su vejez, El Papa Francisco indicó tres lugares asombrosos en nuestra vida: el
otro; la historia y la Iglesia. A continuación sus palabras
Queridos hermanos y hermanas
¡buenos días!
El Evangelio de este domingo
de Adviento pone de manifiesto la figura de María. La vemos cuando, inmediatamente
después de haber concebido en la fe al Hijo de Dios, afronta el largo viaje de
Nazaret de Galilea a los montes de Judea para ir a visitar y a ayudar a Isabel.
La anciana y la joven
El ángel Gabriel le había
revelado que su anciana pariente, que no tenía hijos, estaba en el sexto mes de
embarazo. Por esto la Virgen, que lleva en sí un don y un misterio más grande
aún, va a ver a Isabel y permanece con ella tres meses. En el encuentro entre
las dos mujeres – imagínense – una anciana y la otra joven, es la joven, María,
quien saluda en primer lugar. El Evangelio dice así: "Entró en la casa de
Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1,40). Y, después de aquel saludo, Isabel
se siente envuelta por un gran estupor – no se olviden de esta palabra: estupor.
El estupor. Isabel se siente envuelta por un gran estupor que resuena en sus
palabras: "¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a
visitarme?" (v.43). Y se abrazan, se besan gozosas estas dos mujeres: la
anciana y la joven, ambas embarazadas.
Para celebrar de modo proficuo
la Navidad, estamos llamados a detenernos en los "lugares" del
estupor. ¿Y cuáles son estos lugares del estupor en la vida cotidiana? Son
tres.
1.- El otro
El primer lugar es el otro, en
el cual reconocer a un hermano, porque desde que se produjo el Nacimiento de
Jesús, cada rostro lleva impresas las semblanzas del Hijo de Dios. Sobre todo
cuando es el rostro del pobre, porque como pobre, Dios entró en el mundo y
dejó, ante todo, que los pobres se acercaran a Él.
2.- La historia
El segundo lugar del estupor
en el que, si miramos con fe, experimentamos precisamente el estupor es la
historia: el segundo. Tantas veces creemos que la vemos por el lado justo, y en
cambio corremos el riesgo de leerla al revés. Sucede, por ejemplo, cuando ella
nos parece determinada por la economía de mercado, regulada por la finanza y
las especulaciones, dominada por los poderosos de turno.
En cambio, el Dios de la
Navidad es un Dios que desordena las cartas. Le gusta hacerlo, ¡eh! Como canta María en el Magníficat, es el
Señor quien derriba a los poderosos de su trono y eleva a los humildes,
colmando de bienes a los hambrientos y despidiendo a los ricos con las manos
vacías. Este es el segundo estupor, el estupor de la historia.
3.- La Iglesia
Un tercer lugar del estupor es
la Iglesia: mirarla con el estupor de la fe significa no limitarse a
considerarla sólo como una institución religiosa, que es, sino sentirla como
una Madre que, aun entre manchas y
arrugas – ¡tenemos tantas! – deja translucir los lineamientos de la Esposa
amada y purificada por Cristo Señor. Una Iglesia que sabe reconocer los muchos
signos de amor fiel que Dios le envía continuamente. Una Iglesia por la cual el
Señor Jesús jamás será una posesión que hay que defender celosamente: los que
hacen esto se equivocan, sino siempre Aquel que sale a su encuentro y que ella
sabe esperar con confianza y alegría, dando voz a la esperanza del mundo. La
Iglesia que llama al Señor: "¡Ven, Señor Jesús!". La Iglesia madre
que siempre tiene las puertas abiertas de par en par y los brazos abiertos para
acoger a todos.
Es más, la Iglesia madre que
sale de sus propias puertas para buscar con sonrisa de madre a todos los
alejados y llevarlos a la misericordia de Dios. ¡Este es el estupor de la
Navidad!
En Navidad, Dios se nos da
totalmente a Sí mismo donando as su Hijo, el Único que es toda su alegría. Y
sólo con el corazón de María, la humilde y pobre hija de Sión, que se convirtió
en Madre del Hijo del Altísimo, es posible exultar y alegrarse por el gran don
de Dios y por su imprevisible sorpresa.
Que Ella nos ayude a percibir
el estupor, estos tres estupores: el otro, la historia y la Iglesia; así para
el nacimiento de Jesús, el don de los dones, el regalo inmerecido que nos trae
la salvación, nos hará sentir también a nosotros este gran estupor en el
encuentro con Jesús. Pero no podemos tener este estupor, no podemos encontrar a
Jesús, si no lo encontramos en los demás, en la historia y en la Iglesia
- Papa Francisco
Reflexión antes del rezo del Ángelus, Ciudad del
Vaticano, 20 de diciembre de 2015