HOMILÍA – IV DOMINGO DE
ADVIENTO
«La Visitación de María a Isabel»
(Lc 1,39-45)
P. Carlos Cardó, SJ – Domingo 20
Dic 2015
PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE
FÁTIMA
El Evangelio nos habla de la
visita de María a su pariente Isabel. San Lucas, que escribe a cristianos no
judíos, provenientes del paganismo, quiere con este pasaje darles a conocer el
significado que tiene Israel en la historia de la salvación. Para ello, hace que los personajes
del relato tengan un carácter de símbolo de la relación que tiene el Antiguo
Testamento con el Nuevo Testamento.
Por medio de María, la mujer
obediente a la Palabra, Dios visita a su pueblo y hace que su pueblo,
simbolizado en Isabel y en el hijo que lleva en su seno, lo reconozca. Llega
así a su fin la larga espera de dos mil años: Israel ve cumplidos sus anhelos,
Dios se demuestra fiel a su promesa. María viene a Isabel llevando en su seno
al Eterno, al esperado de las naciones. Isabel y María se saludan, promesa y cumplimiento se
besan.
Con la venida de Cristo,
Salvador definitivo de la humanidad, Dios y la humanidad se encuentran. Israel
(Isabel) y María (la Iglesia) se encuentran, Dios en María viene a visitar a su
pueblo y en él a toda la humanidad.
Desde otra perspectiva, se ven
en el pasaje de la visitación las dos actitudes más características de María,
que la hacen ser figura y madre de la Iglesia: su actitud de servicio y su
actitud de fe. Dice el texto de Lucas que María “va de prisa”, movida por la
caridad, para ofrecer a Isabel la ayuda que en esos casos necesita una mujer en
avanzado estado de gravidez, y para compartir con ella la alegría que cada una,
a su modo, ha tenido de la grandeza de Dios.
María se pone en camino con
prontitud; no va a comprobar las palabras del ángel, ella cree en lo que se le
ha dicho sobre Isabel. Va a ayudar. Y el servicio que María aporta a Isabel
integra el anuncio de Jesús, comporta la salvación prometida. María lleva a
casa de Isabel la presencia salvífica de Jesús: “Isabel quedó llena del
Espíritu Santo” y “el niño que llevaba en su seno saltó de gozo”.
“Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre”, es el saludo de Isabel a María. “Bendita entre las mujeres” era el saludo de
Israel a las grandes mujeres de su historia, de las que hablan los libros de
Jueces, c. 4, y de Judit, c.13, que jugaron un gran papel en la victoria de
Israel sobre sus enemigos. María, con su obediencia a la Palabra, contribuye a
la victoria sobre el enemigo de la humanidad: lleva en su seno al fruto de la
descendencia de Eva, que pisotea la cabeza de la serpiente, como estaba
predicho en el relato del Génesis (cap. 3).
En su respuesta, Isabel
proclama a María: ¡Bienaventurada tú, que has creído!”. Es la primera
bienaventuranza del Evangelio, que Jesús confirmará después, cuando diga:
“¡Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la llevan a cumplimiento¡”.
“Éstos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen”.
Pocos títulos atribuidos a
María expresan mejor que éste la función tan excepcional que le tocó desempeñar
dentro del plan de salvación realizado en su Hijo Jesucristo. “Porque, si la
maternidad de María es causa de su felicidad, la fe es causa de su maternidad
divina” (Teilhard de Chardin). Lucas recalca aquí que María es dichosa por
fiarse plenamente de Dios, actitud básica de la fe verdadera. Se valora el
testimonio de una mujer creyente, “modelo”, “referente” para hombres y mujeres.
María es la creyente, la que escucha la palabra de Dios y la lleva a
cumplimiento. Por eso, la llena de gracia, Madre del Salvador, es también Madre
y figura de la Iglesia, comunidad de los creyentes.
Desde la anunciación, María
vive inmersa en el misterio de Dios. En la Encarnación María inicia un camino
de fe y, a partir de ahí, toda su vida será un caminar en la “obediencia de la
fe”. Abrahán, nuestro padre en la fe, creyó y esperó contra toda esperanza.
María, nuestra madre, creyó y esperó contra toda apariencia. Creyó a la palabra
que el ángel le había revelado: “concebirás y darás a luz…, será grande, será
Hijo del Altísimo... heredará el trono de David su Padre”.
Esperó contra la apariencia:
incluso al ver que el Hijo del Altísimo habría de nacer en un establo “porque no
hubo para ellos lugar en la posada”. Cuando llegue la hora del parto, cuando
tenga en sus brazos al fruto bendito de su vientre, todavía María continuará en
el camino de fe, inmersa en el misterio de la voluntad del Padre.
La vida de María será siempre un
Adviento de esperanza en el silencio de la oración, en la oscuridad de la fe,
en la sorpresa del misterio de Dios. “Conservaba todas estas cosas en su
corazón”. María vive su adviento, llevando la esperanza a casa de Isabel. Nos
enseña a ser “esperanza para el mundo”, a llevar la esperanza de Jesús allí
donde se ha perdido incluso la capacidad de esperar.
P. Carlos Cardó, SJ
PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE
FÁTIMA
•SÁBADO, 19 DE DICIEMBRE DE
2015
Fuente: Parroquia de Fátima – Miraflores
- Lima