Homilía
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO 2015
YA SE ACERCA SU LIBERACIÓN
LC 21, 25-28.34-36
Hoy comienza el ADVIENTO,
tiempo de preparación para la venida del Señor. Así como la cuaresma prepara la
pascua de resurrección, el adviento prepara a vivir la encarnación del Hijo de
Dios que se hace hombre para salvarnos. La liturgia de este tiempo nos habla de
tres venidas (advientos) de Dios: en la primera, ocurrida en el pasado, el Hijo
de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros; en la segunda, intermedia y
actual, Jesucristo viene a nosotros por su palabra y por la eucaristía, y nos
hace entrar en comunión con él; en la última, futura, vendrá con poder y
majestad a establecer su reino, a hacer nuevas todas las cosas y llevar a
plenitud su obra en el mundo. En las lecturas y oraciones de las liturgias de
adviento, esas tres venidas de Dios se irán entrelazando.
El evangelio de hoy
corresponde a la primera parte del llamado discurso apocalíptico de Jesús
–según san Lucas- sobre el destino final de la historia. Jesús emplea imágenes
semejantes a las de los últimos escritos del Antiguo Testamento, los llamados
apocalípticos –concretamente el libro de Daniel–, que describían mediante
símbolos la victoria final de Dios sobre las fuerzas del mal. Apocalipsis no
significa desastre sino revelación de algo desconocido. Jesús, empleando un
lenguaje semejante, no revela cosas extrañas y ocultas, sino que desvela el
sentido profundo de la realidad presente; sus palabras quitan de nuestros ojos
el velo, que nuestros miedos y errores nos ponen, y nos hace ver en profundidad
lo que Dios nos tiene preparado para después del final de este mundo. El
lenguaje apocalíptico es vivo, emplea trazos fuertes, imágenes impactantes y
chocantes. Pero comparadas con lo que vemos diariamente en la prensa y en los
medios de comunicación –crisis, calamidades, tragedias– las descripciones
bíblicas resultan en verdad discretas y mesuradas: señales en el cielo…,
angustia de la gente…, los hombres se llenan de miedo al ver esas conmociones
del universo…”.
Jesús nos hace ser conscientes
de que el mundo en que vivimos no es definitivo. Pero al mismo tiempo nos hace
ver que no vamos hacia el “acabose” sino hacia “el fin”, es decir, hacia la
disolución del mundo viejo, que dará paso al nacimiento del mundo nuevo. Más
aún, Jesús nos muestra la relación que hay entre la meta final y la historia
que vivimos. En esta realidad nuestra con sus contradicciones y en la vida de
cada uno, se desarrolla el misterio del reino de Dios que crece hasta lograr su
plenitud. Nos quedamos muchas veces en la cuestión de “cuándo” va ser el fin
del mundo y cuáles serán las señales para reconocerlo. Jesús no satisface esa
curiosidad. Él más bien nos enseña que el mundo tiene su origen y su fin en
Dios, y nos invita a vivir el presente orientados hacia Dios.
Desde esta perspectiva, Jesús
confiere esperanza al tema del fin del mundo y, en general, a todos los
momentos de dificultad y de crisis que puede vivir el cristiano. Nos dice:
Levántense, alcen la cabeza; ya se acerca el tiempo de su liberación. Con ello
quiere infundirnos la seguridad propia de la esperanza. Para el cristiano, el
final de los tiempos corresponde a la dichosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo; no al día de la ira y de la venganza. Aguardar al Señor infunde
aliento, consuelo y ánimo para vivir el presente con fidelidad al evangelio.
No hay nada, por tanto, más
ajeno al pensamiento cristiano que el ansia y alarmismo sobre el fin del mundo.
Muchas sectas suelen desarrollar sus campañas proselitistas empleando de manera
inexacta y tendenciosa textos sobre el fin del mundo, con los que impresionan a
la gente sencilla y la presionan para que pasen a formar parte de “los que se
van a salvar”. Manipulan el sentimiento de temor a la muerte, que suele ser el
vehículo de expresión de muchas frustraciones, inseguridades y carencias de la
gente. Jesús, en cambio, liberándonos del miedo a la muerte, aleja de nosotros
también el miedo al fin del mundo y nos hace vivir en la confianza y libertad
de los hijos e hijas de Dios, cuyo amor, llevado en Jesús hasta el extremo,
vence a la muerte.
Esto supuesto, no podemos
dejar de decir, en fidelidad al mismo evangelio, que así como no debemos tener
miedo al futuro, así tampoco podemos ser ingenuos y triunfalistas. Reconocer
que este mundo en la forma que hoy tiene habrá de acabar, pues lo que ha tenido
un inicio tendrá un fin, implica reconocer también que podrá acabar mal si los
hombres no aceptamos el sentido y finalidad que debe tener. Por eso, para que
nuestro encuentro final con el Señor sea liberación plena, realización colmada
de nuestras expectativas y anhelos, la condición es vivir ya aquí y ahora en
actitud de vigilancia y atención. El texto de hoy nos lo dice de manera
práctica: no se puede vivir torpemente, entregados a frivolidades y excesos;
hay que “procurar que los corazones no se entorpezcan por el exceso de comida y
por las borracheras, y preocupaciones de la vida”, concretamente, por el ansia
del dinero.
Así, a quienes se preguntan
ansiosos cuándo va a ser el fin del mundo, el evangelio les dice cómo deben
esperarlo; a quienes piensan con temor en el fin del mundo o viven como si no
lo esperaran porque ya no les interesa, el evangelio les dice qué sentido tiene
el esperarlo: sirve para encaminar nuestra historia actual, personal y social,
hacia la verdadera esperanza que no defrauda.
Homilía del Padre Carlos Cardo
Franco sj
Domingo 29 de Noviembre 2015
Primer Domingo de Adviento
Parroquia Nuestra Señora de Fatima - Miraflores