Homilía
SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO 2015
«Preparar la venida del Señor»
(Lc 3,1-6)
El evangelio de hoy nos
presenta otra de las figuras del Adviento: la de Juan Bautista, el precursor de
Jesús. Es la persona bien dispuesta a acoger al Señor que viene; por eso es una
síntesis viviente del Antiguo Testamento y manifiesta lo más característico del
Israel fiel: la expectativa por el futuro de Dios que llama a los hombres a
volverse a él.
Dice Lucas que “la palabra de
Dios vino sobre Juan, el hijo de Zacarías en el desierto”. Por lo que sabemos
de él, Juan no siguió el camino del sacerdote Zacarías, su padre, sino que,
movido por Dios, escogió el desierto para preparar el camino del Señor.
El desierto tiene en la Biblia
un gran significado. Israel se formó en el éxodo por el desierto. Allí tuvo sus
mayores experiencias de la cercanía providente de Dios y aprendió a superar
dificultades, a sostener sus expectativas con esperanza, a compartir
solidariamente el escaso alimento, a andar con la mirada puesta en el futuro de
Dios.
A partir de entonces, ir al
desierto significa recordar que no tenemos aquí morada permanente, que siempre
estamos en éxodo: forzados a salir constantemente de cuanto nos esclaviza, para
dirigirnos a la libertad que la ley del Señor nos asegura. Por eso, la liturgia
cristiana del adviento hará del símbolo del desierto la expresión del deseo de
abandonar lo que es vano o engañoso para hallar lo que es de veras esencial en
la vida, la verdad del propio ser y la verdad de Dios.
Lucas hace ver que la
predicación de Juan Bautista en el desierto estaba inspirada en las enseñanzas
de Isaías, el gran profeta del siglo VI a. C., que transmitió esperanza a su
pueblo en una de sus peores épocas, la del destierro en Babilonia. Para este
profeta, como para Juan, la salvación está llegando y alcanza al mundo entero,
pero hay que prepararse para recibirla como quien construye un camino en el
desierto, lo cual exige nivelar senderos, rellenar barrancos, rebajar montañas
o colinas, enderezar y rectificar lo que está torcido o desnivelado.
Hoy siguen resonando esos
verbos moviéndonos a reconocer que puede haber otros caminos, otros modos de
vivir que el Señor quiere que vivamos. Y eso significa nivelar, rellenar,
rebajar, enderezar y rectificar lo que sea necesario para que nuestro deseo de
preparar la venida del Señor vaya acompañada de frutos reales de conversión.
No es fácil saber a qué o de
qué debemos convertirnos y cambiar. Estamos tan a gusto donde estamos, que no
percibimos que pueda haber otros caminos, otros modos de vivir que el Señor
quiere que adoptemos. Tenemos miedo a salir de donde estamos y preguntarle al
Señor: ¿Qué quieres que haga?
Él me dirá que convertirme
puede significar cambiar la vida que estoy llevando para ser más auténtico y
consecuente con los valores que profeso. Puede significar también cambiar de
mentalidad, para dejar actitudes vanas y mundanas y asumir otras nuevas de
caridad y justicia. Puede significar, en fin, cambiar mis sentimientos
egocéntricos por sentimientos altruistas, y cultivar una mayor sensibilidad por
el otro, en especial por el pobre y el que está en necesidad.
Juan anunció la aparición
bienhechora del Mesías de Dios. Lo que aconteció en el país de los judíos,
ahora alcanza a la vida de cada uno de nosotros. Nuestra actitud no puede ser
otra que la conversión. El Señor viene con la salvación. La eucaristía es la
prueba más inequívoca de ello. Miremos, como nos pide el evangelio, qué hay en
mi vida que deba levantar o abajar, enderezar o rectificar para vivir con mayor
coherencia mi cristianismo.
P. Carlos Cardó, SJ
Parroquia Nuestra Señora de Fátima -
Miraflores
Domingo 06 de DICIEMBRE de 2015