Lunes, septiembre 06, 2010
Cardenal Augusto Vargas Alzamora S.J.
Homilía en el X Aniversario del fallecimiento del Excelentísimo Señor Cardenal Augusto Vargas Alzamora S.J., XXXI Arzobispo de Lima y Primado del Perú.
Parroquia San Pedro de Lima, 4 de setiembre del 2010. 12.oo pm
«Sucedió un sábado que, al atravesar los sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y desgranándolas con las manos, las comían. Algunos fariseos les dijeron: ¿Por qué hacen lo que no está permitido en sábado? Y Jesús respondiéndoles dijo: ¿No han leído lo que hizo David, cuando tuvo hambre él y los que estaban con él; cómo entró en la casa de Dios, y tomó los panes de la proposición y comió, y dio a los que estaban con él, siendo así que sólo está permitido comerlos a los sacerdotes? Y les decía: El Hijo del Hombre es Señor del sábado.» (Lucas 6,1-5).
Cardenal Augusto Vargas Alzamora S.J.
Homilía en el X Aniversario del fallecimiento del Excelentísimo Señor Cardenal Augusto Vargas Alzamora S.J., XXXI Arzobispo de Lima y Primado del Perú.
Parroquia San Pedro de Lima, 4 de setiembre del 2010. 12.oo pm
«Sucedió un sábado que, al atravesar los sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y desgranándolas con las manos, las comían. Algunos fariseos les dijeron: ¿Por qué hacen lo que no está permitido en sábado? Y Jesús respondiéndoles dijo: ¿No han leído lo que hizo David, cuando tuvo hambre él y los que estaban con él; cómo entró en la casa de Dios, y tomó los panes de la proposición y comió, y dio a los que estaban con él, siendo así que sólo está permitido comerlos a los sacerdotes? Y les decía: El Hijo del Hombre es Señor del sábado.» (Lucas 6,1-5).
El Evangelio nos regala en este texto una acción sencilla, que parece el juego de unos chicos al salir de la escuela del pueblo, más que un solemne texto sagrado. Entrar en la mies dorada, distraer el hambre con unos pocos granos de trigo no es acción que subvierta el orden. En las sociedades mediterráneas era derecho del caminante tomar las uvas frescas que nacen junto al camino, las espigas que reflejan el sol e invitan a estrujarlas entre las manos. No habrá por esto una copa menos de vino, ni faltará un solo pan en la mesa del propietario.
Es así y no puede ser de otra manera. Mientras unos hombres inventan leyes, diseñan ritos, investigan mecanismos, formulan ideas y buscan certezas, el profeta y el poeta realizan signos, expresan palabras que se refieren al presente pasajero y conflictivo, pero que dejan vislumbrar correlatos de formas y palabras que tienen visos del más allá, de lo definitivo. Evaden el control de los sabios y prudentes para manifestarse como sabiduría del sencillo.
Bajemos el volumen y quitemos por un momento la música solemne a la película de la creación. Podremos ver a Dios como jugando, soñando, sonriendo como la pareja de recién casados que decoran la habitación de una hija o un hijo por nacer. Cuando se acallan los sentimientos fuertes, se puede volver al texto. Entonces es el tiempo del recuerdo que conforta, del relato que fortalece, del mito que da sentido.
Es así y no puede ser de otra manera. Mientras unos hombres inventan leyes, diseñan ritos, investigan mecanismos, formulan ideas y buscan certezas, el profeta y el poeta realizan signos, expresan palabras que se refieren al presente pasajero y conflictivo, pero que dejan vislumbrar correlatos de formas y palabras que tienen visos del más allá, de lo definitivo. Evaden el control de los sabios y prudentes para manifestarse como sabiduría del sencillo.
Bajemos el volumen y quitemos por un momento la música solemne a la película de la creación. Podremos ver a Dios como jugando, soñando, sonriendo como la pareja de recién casados que decoran la habitación de una hija o un hijo por nacer. Cuando se acallan los sentimientos fuertes, se puede volver al texto. Entonces es el tiempo del recuerdo que conforta, del relato que fortalece, del mito que da sentido.
En los diez años últimos, muchas veces el timbre del teléfono me ha sobresaltado trayéndome a la memoria aquel 30 de mayo que me llamaron con urgencia: “Venga, padre, que algo le pasa a Monseñor”. A la mañana siguiente: “Padre, Monseñor no despierta”. El padre Augusto durante noventa y seis días fue atendido con dedicación y cariño por el personal médico y las religiosas Hijas de San Camilo. Ya no despertó para este mundo, porque la madrugada del 4 de septiembre fue para él la mañana de la Resurrección. A las seis y media celebré la Eucaristía en la capilla de la clínica, teniendo presente su cuerpo revestido de pontifical, que a la mañana siguiente tuve el honor de entregar en la puerta de la Basílica Catedral de Lima, que fuera su sede arzobispal.
El Cardenal Augusto Vargas Alzamora para muchos de nosotros fue padre espiritual, acompañante, amigo y consejero cercano desde el año 1956, en nuestra adolescencia escolar y juventud universitaria. Nos enseñó la solidez de la vida cristiana enraizada en una fuerte espiritualidad y en el servicio a los pobres. Cuando las Pampas de Comas fueron invadidas en 1958, fue ese el lugar a donde el joven sacerdote nos envió a dar catequesis los sábados. Ahí pudimos aprender cómo el Perú tradicional había comenzado a cambiar a marchas forzadas.
En momentos difíciles para el Colegio de la Inmaculada, su colegio, la Compañía de Jesús dejó en manos del padre Augusto el rumbo de solución que se debía tomar, dura tarea que asumió en espíritu de obediencia, uniendo las tareas administrativas a las pastorales. En el mismo espíritu de obediencia, a los 56 años tuvo que dar un giro a su vida, cuando la Iglesia le pidió hacerse cargo del Vicariato Apostólico de Jaén. Monseñor Vargas, limeño y estructuralmente citadino, tuvo que hacerse al ministerio de pastor en contacto estrecho con seminaristas, sacerdotes, religiosas y catequistas de las provincias de Jaén y San Ignacio en Cajamarca, y de Condorcanqui en Amazonas. Tres años y medio después los obispos del Perú lo eligieron como Secretario General de la Conferencia Episcopal. En enero de 1990 asumió la sede Metropolitana de Lima y fue creado Cardenal de la Santa Iglesia en noviembre de 1994.
Pasado el tiempo traigo a la memoria al cardenal Vargas Alzamora, y lo veo visitando a mi mamá en la Clínica (“Hijo, vino a verme el padre Augustito”). Lo veo levantándose a orar de madrugada, comiendo siempre puntual y frugalmente, con un vestuario escaso y modesto (“Augusto, te han hecho un closet demasiado grande” – “Yo no sé para qué tanto”). Lo veo dedicando horas de atención personal y preocupación a sus sacerdotes y seminaristas. Recuerdo los ratos de conversación sobre la situación del Perú y la Iglesia en aquellos años, llenos de tensión y preocupaciones que acabaron con sus fuerzas. Recuerdo sus palabras firmes y precisas en los momentos de ambigüedad y tensión en las relaciones sociales y políticas.
Quienes nos hemos reunido hoy guardamos como propias las palabras que algún día dijo el cardenal Augusto Vargas en la intimidad de la familia, en la comunidad religiosa, en la privacidad del diálogo, en la corrección paterna, en la pública denuncia, en la docencia y guía del pastor. O tal vez guardamos una pequeña actitud, un gesto, su mirada bondadosa. Hechos y palabras que hoy reconocemos como signos de la presencia de Dios entre nosotros.
Hoy no es un día de memorias tristes. Volvamos al texto del Evangelio que nos convoca alrededor de Jesús. No nos quedemos en la visión de los fariseos que se estacionan en la norma de “lo que está permitido en sábado”. Que hoy el padre Augusto sea para nosotros un nuevo anuncio de la libertad del hombre como señor del sábado, que él nos recuerde la libertad de los hijos de Dios. Que su recuerdo, hecho profecía y poesía, nos hable, más allá de las vicisitudes de lo pasajero, del Reinado de Dios entre los hombres. Que quienes lo llevamos en el corazón y en la memoria, realicemos en el Perú que tanto amó, signos eficaces de unidad creativa en medio de la diversidad tolerante y fraterna. Que anunciemos la Buena Noticia anunciando la presencia salvadora del mismo Señor que nos lo dio como regalo y hace diez años lo llamó para vivir para siempre a su lado. Que nuestro querido Cardenal Augusto siga siendo para nosotros una parábola que nos habla de Dios.
Publicado por Padre Enrique Rodríguez SJ en 7:09 PM
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A.M.D.G.