Quienes frecuentan mi blog saben que soy jesuita. Los superiores me pusieron la educación como tarea y dediqué más de 35 años a jóvenes entre los quince y los veinticinco años. Basado en esa experiencia, me he preguntado por la vida de Ignacio de Loyola a esa edad. He releído textos (Rivadeneyra, Dudon, Roig, García Villoslada, H. Rahner, etc.) que no me han dejado satisfecho. Se repite la información y el esquema: Juan Velázquez de Cuéllar, Contador Mayor del Reino desde 1495, pidió a Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola, que pusiera a su servicio a un Loyola “para crialle en su casa como propio y ponelle después en la casa real". Así, a los quince años Ignacio se traslada al castillo de Arévalo. Estuvo al servicio del “ministro de economía” de 1506 a 1517.
¿Qué hizo en ese tiempo? La Autobiografía despacha en una línea lo que me interesa averiguar: “Hasta los 26 años de su edad fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra”. De acuerdo, en orden a la intención del documento. Algo más dice Juan Alfonso de Polanco, secretario del padre Ignacio: “Aunque era aficionado a la fe no vivió nada conforme a ella ni se guardaba de pecados, antes era especialmente travieso en juegos y cosas de mujeres y en revueltas y cosas de armas".
Para entender el ambiente que vivió Ignacio en esos años, hay que leer la historia del Reino de Castilla desde la muerte de Isabel la Católica en 1504, la pretensión de Fernando de hacerse del trono que correspondía a Juana la hija de ambos, aduciendo los argumentos de insania que esgrimía su yerno Felipe el Hermoso.
En 1505 Fernando de Aragón casó con Germana de Foix. Ese año en la Concordia de Salamanca, se acordó el gobierno conjunto de Felipe, Fernando y Juana. En 1506 Fernando renuncia a la corona de Castilla y se retira a Aragón; Felipe es jurado rey de Castilla junto a su esposa. Juan Velázquez de Cuéllar es confirmado en su puesto de Contador Mayor. A ese ambiente llega el joven Ignacio, cuando su patrocinador estaba en lo más alto de su carrera política.
"De la memoria del Sr. Juan Velázquez me he consolado en el Señor nuestro: y así V. md. me la hará de darle mis humildes encomiendas, como de Inferior que a sido, y es tan suyo y de los señores su padre y abuelo y toda su casa, de lo qual todavía me gozo y gozaré siempre en el Señor nuestro". Este texto es de 1548, de una carta del padre Ignacio al nieto de Velázquez. Si los años de Arévalo hubieran sido una experiencia negativa, ¿iba el padre Ignacio a expresarse tan cordialmente?
Como paje, escribano, familiar o aprendiz de contador, Ignacio vio de cerca las Cortes de Valladolid, Monzón y Burgos y viajaría sin duda a Medina del Campo, Tordesillas, Segovia, Madrid, o dondequiera se hallara la corte y tuviera que ir por oficio su patrocinador. Se recalca en exceso, según creo, que aprendió la cetrería, el manejo de armas, la cortesía (el arte de vivir en la corte), su participación en fiestas, banquetes y pendencias nocturnas, la denuncia por meterse en problemas en una noche de carnaval, el enamoramiento de una dama que “no era condesa ni duquesa sino más arriba que eso”; lo raro hubiera sido lo contrario. No es que todo eso no sea cierto; como que Íñigo no tenía pfrecisamente vocación de monje y vivía su juventud según los parámetros que le dictaban la cultura y medio que vivía.
La reina Isabel había ordenado que "en tiempo alguno la dicha villa de Arévalo sería enajenada ni apartada ni quitada de su corona real por causa alguna, ni dada en merced a persona alguna". Sin embargo el Emperador Carlos V, su nieto, la sacó de la corona para dársela en señorío a la reina viuda Doña Germana. Juan Velázquez de Cuéllar, los vecinos de la villa e Ignacio con ellos, se levantaron ante el atropello, pero la ciudad fue sitiada por los ejércitos reales. Velázquez cayó en desgracia y murió. Con veintiséis años, 500 escudos, dos caballos, una derrota y un fracaso profesional, Ignacio abandonó Arévalo (1517) en espíritu de fracaso y abatimiento. Se dirigió entonces a Navarra y fue recibido como gentilhombre de su pariente el virrey don Antonio Manrique de Lara. En Pamplona lo esperaba el segundo fracaso, cuando a punto de cumplir treinta años, toda su construcción interior se terminó de venir abajo.
Si mi reflexión era sobre la adolescencia, primera juventud y preparación profesional de Ignacio, ahora me queda claro. En contra de lo que dice la tradición o “mito ignaciano”, no fue soldado de profesión, sino de ocasión. Hablando en términos actuales, su profesión fue en realidad algo así como contador, economista o administrador (con mención en política). También me queda claro que la carrera la hizo a la vera (bajo la tutoría) de Juan Velázquez de Cuéllar, ya que no había en aquella época Schools of Economics, donde hubiera ido de haber vivido en estos tiempos. También entiendo mejor con estos datos e interpretación la terrible depresión que vivió, cuando en el límite de la cordura, redireccionó su vida. Pero eso lo pueden leer en “Iñigo” de Julien Green de manera meditativa y sabrosa, en la traducción que hice hace algunos años. Y para entender mejor aún a maestro Ignacio, sugiero la aproximación a los Ejercicios Espirituales, el gran sistema de abrir el libro de cuentas de la propia vida y de la vida del mundo. De verdad conviene poner en orden los ingresos y egresos, como él, con letra de escribano, en tinta roja y azul.
Como viene la conmemoración de los 454 años de la muerte de maestro Ignacio, el 31 de julio, he desenterrado este texto con alguna modificación para recordarles que ese día acompañaremos a tres jesuitas que serán ordenados presbíteros, a las 6 de la tarde en la Iglesia de San Pedro (y San Pablo).
Publicado por Enrique Rodríguez
http://padreenrique.blogspot.com/
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